Actrices, fingimientos y mañanas de martes en Hacienda

Un libro de relatos exige, de manera imperativa, una unidad en su conjunto, una constancia en sus pretensiones, como forma de acreditar fahecientemente que no se trata de una mera acumulacion de grafemas y signos de puntuación, sembrados confiando en que florezca algo al llegar la primavera editorial.

Sin embargo, esa unidad estilística y formal no cabe encontrarla en los siguientes relatos. Y casi podríamos afirmar que no existe vínculo más allá del trasfondo común de todos ellos: las actrices del cine de autor, que no tiene por qué ser el cine del lector o el cine consagrado.

No obstante, tratándose de un libro de retratos de actrices, quizá el interés recaiga precisamente en la evolución de los relatos, acompasada a la evolución vital del autor. Esto es, la asunción desacomplejada del cambio, de la metamorfosis personal, que hace pasar de unos primeros relatos centrados en las cuestiones más puramente físicas, a unos relatos finales que se escoran -como los barcos a punto de naufragar- hacia el lado más oscuros de los anhelos, deseos y derrotas del alma.

La unidad viene definida, por tanto, como discrepancia y divergencia, producto de la heterogeneidad que supone vivir. Y acaso, estos relatos no sean más que una autobiorafía inconclusa.