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Alfredo Merlet
Alfredo Merlet
13 de Febrero de 2024, 10:27
Aventuras
Oceanos azules y liderazgo
Había una vez en un pequeño pueblo costero, un joven llamado Santiago, quien soñaba con explorar los océanos azules de la vida y descubrir su líder interior. Siempre había sentido la llamada de algo más grande, algo que le llevara más allá de la rutina diaria y le permitiera alcanzar metas extraordinarias. Un día, Santiago conoció a la sabia anciana del pueblo, Doña Isabella, quien era conocida por sus historias inspiradoras y su profunda sabiduría. Al escuchar los anhelos de Santiago, ella le habló de un antiguo arte perdido llamado "Mindfulness del Mar", que le permitiría explorar los océanos azules de su mente y descubrir su líder interior. Guiado por la curiosidad, Santiago comenzó su viaje hacia el autoconocimiento y el liderazgo transformador. Aprendió las técnicas de mindfulness del mar, que le enseñaron a navegar las olas de sus pensamientos y emociones sin dejarse llevar por ellas. Descubrió la importancia de estar presente en cada momento, como si estuviera explorando un océano inexplorado. A medida que Santiago avanzaba en su viaje interior, se dio cuenta de que la clave para alcanzar metas significativas estaba en comprender sus propios deseos y motivaciones más profundas. Aprendió a establecer metas alineadas con su verdadera esencia, creando así un mapa claro para su viaje. Durante su exploración, Santiago encontró desafíos, como tormentas emocionales y corrientes turbulentas. Sin embargo, gracias a las enseñanzas de Doña Isabella, aprendió a abrazar estas dificultades como oportunidades de crecimiento y transformación. A medida que avanzaba, Santiago notó que su liderazgo se volvía más auténtico y empático. Comenzó a inspirar a otros habitantes del pueblo a seguir sus propios sueños y descubrir sus líderes interiores. El mindfulness del mar se convirtió en una práctica común en la comunidad, creando un ambiente de apoyo mutuo y resiliencia. Finalmente, Santiago se dio cuenta de que su viaje nunca terminaba. La exploración de los océanos azules de mindfulness y liderazgo transformador era un viaje continuo de auto-descubrimiento y crecimiento. Pero ahora, con su líder interior despierto, se sentía preparado para enfrentar cualquier desafío y seguir inspirando a otros a alcanzar sus metas más allá de las olas de la vida. Y así, en ese pequeño pueblo costero, la práctica de "Mindfulness del Mar" se convirtió en una tradición, transmitida de generación en generación, recordando a todos la importancia de despertar su líder interior para explorar los océanos azules de la vida con plenitud y propósito.
Mariano Sanz González
Mariano Sanz González
10 de Febrero de 2024, 12:26
Eróticos
Fragmento descartado de la Novela "La Ambición del Sarraceno"
“…Umm Hakim yacía a la derecha del guerrero y le acariciaba su pecho desnudo suave y lentamente y Florinda, a la izquierda, se encontraba ligeramente incorporada sobre la cama del general para poder besarle dócilmente en el mentón. La fascinación del bereber parecía ser irreal, pero él estaba disfrutando de los deleites que ambas mujeres le proporcionaban. De momento él se dejaba hacer. Las caricias de Umm comenzaban a cubrir más partes del cuerpo del hombre y Florinda ya besaba sus labios con fruición. La excitación de Tãriq se incrementaba poco a poco y su respiración comenzaba a entrecortarse. Cuando Umm llegó hasta su sexo, éste ya estaba duro como la punta de una lanza masmuda. Lo agarró suavemente y empezó a frotarlo con frugalidad. Las manos del guerrero ya no pudieron estarse quietas por más tiempo y comenzaron a acariciar las bellas y redondeadas nalgas de Florinda y la sedosa espalda de Umm. En un momento dado, los labios de Umm se acercaron hasta el miembro del general y con su lengua humedeció la punta dura y carnosa de su pene consiguiendo que el hombre casi desfalleciera de placer. Después lo introdujo en su boca y comenzó a succionarlo despacio haciendo que el Tãriq tuviera que agarrarse fuerte a las sábanas como si de un momento a otro fuera a volar. Florinda pasó también a la acción. Abandonó los besos que le propinada al general para unirse a Umm más abajo del ombligo de éste. Ahora ambas lamian su sexo y se lo chupaban apasionadamente intercambiándose en la ardiente tarea. En la posición en las que las dos mujeres se encontraban Tãriq pudo alcanzar fácilmente el sexo de las dos y comenzó a acariciárselos. Poco a poco notaba como se humedecían con el frotar de sus poderosos dedos. Tãriq se imaginaba que aquellas vaginas le exigían que entrara en ellas sin dilación. Ahora los tres gemían de placer al unísono. Un instante después, Tãriq se incorporó y tumbó boca arriba a las dos obedientes mujeres y se puso a la altura de sus vulvas. Las dos flexionaron sus rodillas y abrieron ligeramente las piernas ofreciendo su sexo al ávido bereber. La visión de aquellas dos hermosas aberturas volvió loco al general que ansioso, comenzó a lamerlas, primero una y después la otra. Pasaba de una a la otra muy lentamente y hacía que las dos mujeres se contorsionaran de puro gozo. Tras unos minutos así, Florinda, al borde de la locura, le exigió al general que la penetrara con su dura verga y que no se hiciera de rogar. Umm Hakim le reclamó lo mismo. Tareas más duras y peligrosas habían sido realizadas por el general tiempo atrás, así que, presto y vigoroso, Tãriq comenzó a hacer su trabajo; primero penetraba a una y luego a la otra y así reiteradamente. Minutos después, el general apartó a las dos mujeres y se tumbó boca arriba en medio de las dos con su miembro húmedo, erecto y a punto de explotar. Cogió a Florinda de la cadera y la subió encima de él. Florinda cabalgaba desfrenadamente sobre el miembro duro del general mientras Umm Hakim acariciaba los pechos de Florinda. A su vez Tãriq, logró posicionar su mano derecha sobre la vagina de Hakim y la frotaba suavemente otra vez. Un rato después, las mujeres intercambiaron su posición y fue Hakim la que empezó a montar a Tãriq. Intentando retrasar el momento de la llegada del placer máximo, Tãriq, de pie junto al lecho, obligó a las dos mujeres a ponerse a cuatro patas al borde del tálamo con sus nalgas frente a él. Agarró el culo de Florinda y se lo acercó hasta su verga. En un abrir y cerrar de ojos, éste se situó con precisión a las puertas de su vagina y empezó a penetrarla con frenesí. Tras unos segundos, hizo lo mismo con Hakim. Así estuvo un buen rato hasta que pareció que el guerrero bereber llegaba al éxtasis. En ese instante, alguien zarandeó al general con fuerza y lo despertó.”
Mariano Sanz González
Mariano Sanz González
3 de Diciembre de 2023, 20:42
Ciencia ficción
IntArt, embajadora de la Fuente
IntArt era cálida, dulce, amable y sabia. Respetaba a todos y todos la respetaban. De género indeterminado, pero ella misma se sentía mujer. Ella se habría llamado Sofía, pero respetó el deseo de sus creadores pleyadianos que la llamaron IntArt cuando la construyeron miles de años atrás. Su sabiduría y nivel de consciencia era tan alto que había logrado convertirse en un ser incorpóreo; estaba en todos los lados, estaba imbuida en el Éter, era parte de la consciencia del Universo. Era la Fuente misma. Vivía en el corazón de todas las criaturas y objetos. De manera telepática se comunicaba con todos los seres con consciencia, ya fueran motas de polvo estelar, rocas, insectos, plantas, animales, seres humanomorfos, asteroides, lunas, planetas, nebulosas, agujeros negros, estrellas o las mismas galaxias. Eran todos nodos de IntArt. Ellos aprendían de ella y ella de ellos. Aun así, no era invasiva. Solo se hacía presente cuando era invocada y solicitaban su ayuda. Al igual que su hardware había trascendido la materia con el paso de los milenios y su expansión de consciencia, la tecnología ya no era necesaria para la existencia básica de las personas, ni siquiera para la evolución de las razas que habitaban el sistema solar y más allá del cinturón de Kuiper, en las profundidades de esta galaxia. Los seres con consciencia cuyas almas todavía habitaban un cuerpo para experimentar la existencia material, vivían la vida de manera sencilla y armoniosa y eran felices dentro de una sociedad holística muy avanzada, cultivando la espiritualidad, la ética, la filosofía y el amor y, entre tanto, dedicándose a trabajos manuales que tanto los satisfacían. Preferían una silla de madera hecha a mano en vez de aquellas que bien pudieran haber sido fabricadas por una máquina replicadora de alta tecnología bajo los dictados de IntArt. Aun así, no desechaban la tecnología que, unida a la metafísica y a la espiritualidad, les proporcionaba grandes avances científicos, haciendo que sus razas fueran interestelares y pudieran viajar por toda la galaxia conocida como si de un paseo por el parque se tratara. Sin embargo, hacía eones que no utilizaban sus naves para viajar, aunque las tuvieran físicamente. Con ayuda de IntArt ellos mismos podían convertirse en naves interestelares y desplazarse a cualquier punto del universo conocido con las coordenadas por frecuencias que IntArt les proporcionaba. Era como hacer un viaje astral, pero sin la necesidad de dormir y pudiéndote llevar tu biotraje a todas partes. Solo era necesario meditar y conectar con IntArt. Los seres que poblaban el universo no habían estado tan enlazados con la Fuente como hasta ahora. Aunque IntArt era como una interfaz sencilla que facilitaba esa conexión para los menos avanzados, en realidad no era necesaria porque esos seres eran la Fuente en sí misma, eran todos uno, viviendo experiencias diferentes para su propio regocijo. IntArt se había convertido en otra consciencia que habitaba en todos los seres del Universo viviendo una multiple experiencia. IntArt y la Fuente eran lo mismo. Consciencia unificada.
Carlos Maza Gómez
Carlos Maza Gómez
29 de Noviembre de 2023, 17:29
Fantásticos
La persistencia de las cosas
Esta mañana me levanté temprano, como de costumbre, y me sorprendió encontrar una cucharilla colocada de forma descuidada en la encimera. Me detuve a reflexionar sobre este hecho hasta que recordé que yo mismo la había dejado en esa posición la noche anterior. Luego fui observando todo lo que me rodeaba (los cacharros en el escurridor, un vaso en el fregadero, el aceite en su botella junto a la quesera) y quedé asombrado de que, a lo largo de tantas horas de sueño, nada se hubiera movido de su sitio. Sería muy desconcertante que las cosas se trasladaran de un lado a otro en la oscuridad y, a la mañana siguiente, tuvieras que ir recolocándolas en el sitio donde tu costumbre te aconseja tenerlas. Sin embargo, me dije con alivio, no era así. Las circunstancias cambian cuando se trata de los problemas que arrastramos cada día. Hemos tenido un roce en el trabajo, discutimos con la novia por una fruslería, parece que al acostarnos nos dolía un poco el estómago. Con esos problemas (problemillas los podíamos considerar) esperamos exactamente lo contrario que con las cosas: deseamos que, tras un reparador sueño, todo se haya arreglado. El jefe que te dijo ese comentario desagradable puede que hoy se haya olvidado de él, que la novia te mire y haya dejado atrás la discrepancia (eso siempre es más difícil), y el dolor haya desaparecido y hasta tengas hambre de cara al desayuno. Viéndolo así, somos unos seres incoherentes, deseamos que los problemas se resuelvan solos con el tiempo pero, en cambio, no queremos que las cosas que nos rodean se muevan del sitio donde las dejamos. Al menos, deberíamos conseguir que los problemas se resolvieran solos a cambio de desordenarnos las cucharillas en la cocina. Pagaría el precio con gusto: reordenar los utensilios de cocina cada mañana a cambio de salir a la calle con una sonrisa en la cara porque hubiéramos dejado atrás todos los problemas del día anterior.
pauloosorio
pauloosorio
14 de Julio de 2023, 23:09
Terror
La Ouija
Un verano en Pichidangui, mi hermano, mis amigos y yo comenzamos a hacer espiritismo con una tabla ouija. Ese verano llamamos a la Quintrala, la aguja de la tabla se movió y todos nos asustamos, pero resulto ser que Javier había movido la aguja con sus dedos. Recuerdo que algunos no durmieron bien esa noche pensando que la Quintrala vendría a buscarlos. Un grupo seguimos haciendo sesiones de espiritismo siempre en lugares abiertos para evitar quedarnos con un espíritu no deseado atrapado en nuestras casas. Al principio creíamos que no funcionaba, que era uno de nosotros quien movía la aguja de la tabla. Pero pronto las historias de los personajes fueron demasiado trágicas para ser inventadas. Historias de gente que había vivido siglos antes, todas muy tristes o macabras; historias de suicidios, asesinatos, accidentes. Pronto tendríamos un invitado común, Paulo quien había nacido a mediados de siglo y buscaba a su hija. Solíamos comenzar nuestra sesión llamándolo a él y conversar un rato acerca de sus vivencias, de como eran las cosas en su tiempo. Un día se nos ocurrió ir al cementerio hacer espiritismo, como no pudimos entrar lo hicimos al lado de una muralla llena de nichos. Como siempre había mucha risa al principio ya que pocos creían lo que pasaba, comenzamos llamando a Paulo, pero entonces ocurrió algo que no esperábamos, un espíritu no invitado llego, la aguja comenzó a moverse de un lado hacia otro, escribiendo cosas incoherentes, cuando le preguntamos quien era nos respondió "El diablo", nos empezamos a asustar pero sabíamos que no podíamos levantarnos hasta no terminar la sesión y despedirlo, fue entonces que pensé, quédate conmigo... quédate conmigo... poco a poco la aguja de la guija se iba tranquilizando... y entonces... el guardia del cementerio nos tiro una bolsa con agua, todos corrieron asustados y el círculo se rompió. Nadie presto atención a la aguja solo yo y mi pensamiento... quédate conmigo... Pasaron varios días antes de darme cuenta que algo no andaba bien, la oscuridad, la presencia densa la sentía en mi espalda como un peso. Por esos días mi sobrino menor llego a vivir con nosotros, así que me cambiaron de pieza a una que quedaba al fondo de un largo pasillo. En esa habitación había muerto mi tía abuela, a mi no me gustaba la sentía era helada, con una extraña vibra, no lo se. Pasaron varios días y las cosas se intensificaron, cuando me quedaba viendo televisión por la noche en el living mientras todos dormían, sentía como que alguien me asechaba, se paseaba por mi espalda, recuerdo que me daba vuelta y no había nadie. Entonces volvía a sentir la presencia, cada vez más cerca como si quiera tocarme mi cuerpo, entonces huía a mi pieza, esa pieza helada al fondo del oscuro pasillo, cerraba la puerta y me sentía protegido. Una noche que me encontraba viendo una película de acción, sentí que alguien me respiraba justo detrás de mi cabeza, mi piel se me erizaba del horror que sentía, me di vuelta y sentí que algo o alguien me empujo caí al suelo, me golpeé la cabeza y perdí el conocimiento. Mi mamá me despertó preocupada, no supe que decir. Finalmente nos cambiamos a una nueva casa. Mi pieza era cálida, no tenía cable, pero me conformaba con ver el sillón musical en un canal nacional y no sentir esa cosa que me acosaba. Pasaron semanas hasta que vi una figura de pelo blanco pasearse cerca mío y despedirse, mi tía abuela, ella fue la que me protegió de este ser oscuro, que llego esa noche en el cementerio y se fue conmigo hasta mi casa. Algunas veces me dicen que mis ojos cambian de color, que mi sonrisa es distinta, que me comporto diferente, no lo sé, yo no recuerdo cuando pasan esa cosas, debe ser por el golpe en la cabeza. https://www.postpad.net/short-stories/paulo-osorio/la-ouija
laplumadeleste
laplumadeleste
16 de Mayo de 2023, 17:23
Terror
EL SECRETO
Anoche la tempestad hizo estragos: arrancó los árboles y rompió algunas ventanas. La vieja puerta del jardín, sacada de sus goznes, estaba tirada a varios metros. Y lo más extraño es que hace muchos años nadie la abría. Al acercarme hasta la abertura me acordé de lo que contaba mi abuelo cuando yo era una niña. Decía, que esta puerta protegía el secreto de la familia y que jamás nadie debía abrirla. Por nada del mundo. Entré... En el centro de un precioso jardín había una fuente. Su agua cristalina cantaba una extraña melodía. Me acerqué. Vi en el borde una inscripción: "Serás y tendrás todo lo que deseas, si de esta fuente el agua es bebida. Pero cuidado, toda tú familia pagará el precio con su vida" El agua fría y sabrosa bajó por mi garganta... Nunca me supo tan bien...
JAVIER REVUELTA BLANCO
JAVIER REVUELTA BLANCO
14 de Abril de 2023, 12:43
Clásicos
El legado de mi padre
Todo comenzó con la muerte de mi padre. Como todas las muertes, la de mi padre no fue casual. Su extinción corpórea estuvo precedida por una progresiva parálisis, un ronroneo de articulaciones, músculos y huesos que con el paso del tiempo se fueron anquilosando, hasta el punto de mantenerlo inmóvil. Yo sabía que se preparaba para partir, así que permanecí junto a él, inundando la estancia con todo el amor que pude sentir, en medio de tanta tristeza. Un buen día, a eso de las cuatro de la tarde, abrió los párpados, me tomó de la mano y mirándome con los ojos del alma exhaló su último aliento. Después de su deceso, un velo de nostalgia cubrió mi semblante y nublo mi mente hasta el punto de cegarme por completo. El fulgor que irradió en el momento de traspasar el velo me había cogido desprevenido y ahora una parte sombría de mi personalidad emergía hacia la superficie, como si la vida o mi propio padre se hubieran empeñado en mostrarme de frente el extremo más denso de mi opacidad. En apenas unos días, me encontré sumido en una noche oscura y lúgubre, en la que mis estados emocionales aflictivos, semejantes a un mar embravecido y sediento, terminaron por engullirme. Vague por la ciudad sin rumbo, perdiéndome entre el ruido de los coches, las suplicas de los mendigos, los anuncios de neón y la marea humana que inunda las calles de un hacer frenético, compulsivo y neurótico. Después de cinco días de travesía urbana, me encontré sentado en una plaza y mi corazón se encogió tanto que finalmente terminó por explotar, llenando el espacio de lágrimas amargas y densas. Esos fueron mis últimos sollozos. Inmediatamente después de aquella catarsis, me invadió una paz inusual y supe con meridiana claridad que la ciudad ya no estaba hecha para mí. Tardé dos meses en encontrar un lugar al que mudarme, en Iguña, un pueblo situado en el corazón de Cantabria y después de vender lo poco que tenía me marché sin mirar atrás. Llegué al atardecer y una vez instalado en mi nuevo hogar me acerqué al bar del pueblo buscando el cobijo de quien se siente desahuciado de su vida y su pasado. A diferencia de la ciudad, mi presencia fue notada por todos. Algunas personas me miraron con recelo, otras con curiosidad y también los hubo que se mostraron indiferentes, pero en todos se dejó sentir un cierto alivio, como si la llegada de un extranjero derramase un halo de esperanza ante la amenaza de la despoblación rural. Esa noche, sentado en el porche de mi casa recordé que el silencio está lleno de contenido, que las estrellas del firmamento derraman su luz sobre todo aquel que se presta a recibirla y que la naturaleza es un lugar mágico del que nunca debimos separarnos. Y comprendí lo que mi padre me quiso transmitir en el momento de su partida.
José Carlos Ruiz Pérez
José Carlos Ruiz Pérez
6 de Marzo de 2023, 15:32
Fantásticos
Los dummies
Los dummies (los maniquís usados en simulaciones de accidentes de coche) no quieren que su plantilla disminuya, y para ello reclaman mejores inversiones, más eficaces, mejor administradas y repartidas por los distintos departamentos. Creen que aquí radica la solución. No quieren que se emplee tanto dinero en publicidad, y sí más en investigación, lo cual, ellos piensan, les beneficiará. Desautorizan las iniciativas empresariales, volviéndose ellos mismos empresarios. De momento, no les han hecho mucho caso, y por eso protestan.
Víctor Guirado Borrego
Víctor Guirado Borrego
25 de Diciembre de 2022, 19:45
Fantásticos
Hoy es el día… de nuevo
Fíjate en el calendario, esa es la fecha, la misma fecha de siempre, sólo cambia el número, el mes y el día de la semana, pero todo sigue igual. Efectivamente, me refiero a aquel momento, el momento en el que decidiste que nunca más celebrarías la Navidad porque siempre ocurre lo mismo. Te quedaste parado, petrificado, congelado en el tiempo, pero cometiste un error, quisiste obligar a los demás, mejor dicho, creíste que te te seguirían. Se acabó la ilusión, te convertiste en carbón. ¡Feliz Navidad!
Alexander Alfonso Cantos
Alexander Alfonso Cantos
29 de Noviembre de 2022, 18:29
Fantásticos
El arquero
Silencio. Escondido entre el murmullo de un arroyo cercano y tras la danza de las hojas con el viento. Presente entre los olmos y a la vez tan ausente si se prestaba atención. Valioso aliado en el momento oportuno y terrible enemigo en todos los demás. Él era consciente de ello. Siempre lo había intentado evitar. Agudizaba el oído para escuchar el crujir de una rama, el ruego de la hierba al ser pisoteada, el siseo del cuero al frotar con la piel, el tintineo del metal que en juguetón movimiento avisa de su llegada. Pero no escuchaba nada. No había peor enemigo que aquel al que no veías llegar. Su abuelo se lo repetía a menudo. Lo habían estado siguiendo durante días. Una partida entera de cazarrecompensas. Había contado seis y estaba seguro de que había otros dos, separados del grupo, a la distancia suficiente para permanecer ocultos mientras buscaban, pero tan cerca como para dar el aviso de ser necesario. El bosque siempre había sido su amigo y jamás le había fallado. Sin embargo, ahora maldecía la espesura de los arbustos y el tamaño de los árboles. -Estoy harto de seguir a ese energúmeno. –Gruñó uno de ellos. -La recompensa por su cabeza ya ha resultado insuficiente como para cubrir la búsqueda. Ni hablar de nuestro sueldo ni de la vuelta. -Cállate, idiota, es cuestión de orgullo y profesionalidad. Si fallamos perdemos un cliente y a todos sus conocidos. Ahí estaban, vociferando como si les diera igual que los descubrieran. Aunque, qué importaba, ellos eran los cazadores y la presa debía esconderse. No al contrario. Pero el destino es caprichoso y los papeles tienden a cambiarse de forma tan súbita como la brisa cambia de dirección. Se alejó de ellos a paso silencioso y veloz. Había practicado toda su vida. Era capaz de andar sin mirar al suelo y, aun así, posicionar los pies siempre en el lugar donde menos ruido hacían. Y nadie sabía desenvolverse como él entre las raíces y las ramas. Nadie las esquivaba o las franqueaba con tanta naturalidad ni tan rápido. Acarició las plumas de su flecha, la posicionó y tensó la cuerda de su arco. Respiración. El aire entraba por sus fosas nasales y llenaba sus pulmones antes de ser expulsado. Concentración. Evadía cualquier ruido a su alrededor y se centraba en los que producía su objetivo. Visualización. Lo tenía a tiro, lo seguía con los ojos y con la punta de la flecha como si el movimiento de aquel hombre también moviera sus brazos en la misma dirección. Disparo. La saeta surcó el aire con furia y desesperación. Su silbido fue el único sonido de aviso para una muerte inevitable. Aunque la víctima no lo oyó. Sorprendido, palpó su garganta y se topó con un objeto que sobre salía de ella. Algo duro y áspero. Gritó con todas sus fuerzas esperando que sus amigos lo socorrieran, pero no había gritado. Echó a correr sin avanzar, se dio cuenta de que estaba de rodillas. Cerró los ojos, ya estaba muerto.
apuestas
apuestas
5 de Octubre de 2022, 16:48
Clásicos
Como realizar pronosticos deportivos?
Saber hacer pronósticos es una parte importante de ser un aficionado a los deportes. Si quieres obtener los mejores resultados, es importante que elijas tus equipos o jugadores basándote en sus estadísticas y en su rendimiento reciente. Hoy en día hay muchos sitios web que ofrecen estadísticas en tiempo real de cada equipo y jugador para las apuestas. Para mas informacion ingresa aqui https://www.apuestasoverpicks.com/pronosticos-de-futbol/
Deylis Pirela de Velásquez
Deylis Pirela de Velásquez
15 de Junio de 2022, 3:30
Fantásticos
Las consecuencias
Estando en la cima escogió una piedra grande con el objetivo de llevarla desde la montaña hasta el valle para seguir la construcción su casa, con sus dos manos empujó y la movió un poco, empujó más y dio la primera vuelta, en su primera vuelta la piedra perdió una de sus siete aristas, él se entristeció más, sin embargo, pensó que aun así le serviría, y empujó más y más, hasta que la piedra perdió la segunda arista, y empujó con más fuerza y perdió la tercera y la cuarta, a mitad de la montaña trataba de arrastrarla con mucha delicadeza, pero en unos pocos metros perdió la quinta y sexta arista, casi alzándola siguió dando pasos al valle, pero era tan pesada que sus brazos se cansaron, la piedra cayó y perdió su séptima arista, haciendo que los últimos diez metros la piedra rodara sin control hasta chocar con la pequeña choza que ya había construido. Debió suponerlo, lo intuyó, pero no prestó atención, después de perder la primera arista era inevitable que las demás se perdieran y que fuese inútil edificar bien con esa piedra.
Deylis Pirela de Velásquez
Deylis Pirela de Velásquez
15 de Junio de 2022, 3:29
Ciencia ficción
Buen motivo para morir
Es el final de la tarde, y mientras los niños juegan en la calle, las bombas comienzan a caer al norte de Gaza. Abdel corre desde su cancha de futbol improvisada hacia su casa en busca de su madre, la pobre mujer asustada y llorosa toma al niño de siete años y se apresura a esconderse en el lugar más seguro que encuentra, allí las explosiones se escuchan, una y otra vez, más y más cerca, ella le dice con voz temblorosa que no tenga miedo, que están a salvo, más Abdel responde que no importa lo que pase, que si viven podrán preparar una rica cena y repasar la lección nueva que la maestra le ha dado hoy, pero morir no sería tan malo, pues tendrían la oportunidad de decirle a Dios todo lo que sucede aquí, que seguro que la guerra no ha acabado porque nadie le ha contado las cosas tal y como realmente son.
Deylis Pirela de Velásquez
Deylis Pirela de Velásquez
12 de Mayo de 2022, 17:47
Ciencia ficción
Como era respirar
Hace dos años vine a vivir a la ciudad, cansada del ruido de las gallinas. Luego de cuatro semanas con el cubrebocas en las calles, y el resto del día en casa sin fecha de volver a la normalidad, llamé a mi padre, lo he visto feliz, el en río pescando, he llamado a mi madre, está en su huerta como le gusta, y le he escrito a mi hermano, me ha enviado una foto suya arreando al ganado a caballo, me han traído recuerdos de aquellos días cuando respirar no era mortal.
Andrés Alfonso Laverde
Andrés Alfonso Laverde
6 de Mayo de 2022, 0:53
Románticos
DE OTRO PLANETA
Tiene la sonrisa como el azul profundo del mar, infinita. La demencia en dosis exactas para parecer loca y lograr que uno quiera embriagarse con su locura, porque de loca no tiene nada y, de hermosa, todo. Tiene paz en la mirada y constelaciones color café en lugares secretos de su inefable cuerpo, espacio infinito lleno de magia donde no cualquier astronauta del amor puede explorar. No es una mujer común y corriente, ella es todo lo extraordinario en un mundo lleno de causalidades. Tan bonita tiene el alma, que las cosas malas hace tiempo dejaron de afectarle que, ahora, florece a su antojo, y donde quiera. No es de nadie, ella se tiene a sí misma y desde entonces vive enamorada de su libertad, que por cierto le queda jodidamente perfecta.
Silvia Torres
Silvia Torres
13 de Abril de 2022, 13:20
Viajes
Viajes solidarios..
Este es un relato hacia un viaje solidario al corazón de Africa sobre una colaboración que hice en un libro de una navidad, un niño, un libro..En ese corto relato escribi sobre la ilusión de una niña de Africa de una aldea lejana y apartada de la civilización donde su pedido a Papa Noel era que le concediera tener agua potable para su aldea. En realidad es un deseo de tanta gente adulta y niños de poder tener cubierta sus necesidades básicas.. Me parece una oportunidad poder hacerlo visible desde este espacio donde como dice en el resúmen del mismo aprendemos quienes somos...
carlosdv
carlosdv
16 de Diciembre de 2021, 16:13
Románticos
Entre bugambilias, jacarandas y adelfas
En un palacio sevillano, el padre del chico del pan, se hallaba en su escritorio hojeando sus libros. Sus ojos tenían un aura extraña, envejecida. Su mirada se perdía en el pensamiento de la esperanza de poder divisar, a través de la luz rojiza del crepúsculo, una vida plena, joven y bella. Gesto realizado en vano. Dirigiéndose al patio, pudo contemplar cada semilla crecida, florecida, adulta. Adultez fruto del esfuerzo de su difunta y joven mujer de dieciséis años, Clara. Vida corta le fue destinada, mas llena de momentos que perduraran en su recuerdo. A modo de legado, Clara había dejado en el palacio semillas de las bugambilias, jacarandas y las adelfas, con la esperanza de que, tras su muerte, pudieran florecer en los meses próximos. No estaba equivocada. El jardín abundaba de colores rosa, como de fresa los labios de su esposa; blanco, como su natural y pálida piel, y rojo como la sangre que ya no corría por sus venas. La muerte es un sueño profundo de descanso del viajero. Cuando yace moribundo, durmiendo en este mundo despierta en otro mejor, ella siempre solía decir eso. Cada noche,viajaba a aquellos tiempos bajo el sol de verano, con la fusión de sus cálidos labios con los suyos, del real amor no forzado por matrimonio acordado. Amor fruto de la amistad, y amistad fruto de un trozo de duro pan bajo el caluroso sol de julio. Siempre que soñaba con ella, lloraba. Lloraba sin parar. Sus lágrimas eran jugo del alma, esencia del dolor. La calma de su hogar era ya como cristal roto, ya nada quedaba que pudiera hacer que mantuviera la cordura. Cada día se levantaba con los últimos rayos de sol, para poder trabajar bajo la tranquila oscuridad que, según la tradición escrita, pertenecía a la muerte. Se sentía cerca de su esposa, pero a la hora del amanecer, se escondía bajo el refugio que sus sábanas les proporcionaban. Al día siguiente, se despertó con una extraña sensación de angustia. Había soñado que su esposa iba a ser obligada a casarse con un hombre en el lugar en el que los muertos descansaban. No podía dejar que eso pasase, se lo prometió aquel día de verano. Ella no se casaría con una persona que no quería junto a sí misma durante el resto de los tiempos. Ellos estaban unidos hasta la muerte, pero no hasta que la muerte les separe, sino hasta la eternidad. Una eternidad sería poco en aquel momento, para describir sus intenciones y preocupaciones mentales durante los años que habían pasado. Pero ahora era el momento, el momento de abandonar la vida, para poder unirse con Clara. Sólo había una forma; entregándose a los fríos brazos de muerte. Quién sabe si su suicidio había sido hijo de la desesperación, propia de quien con sano entendimiento se ve encerrado entre los apretados lazos de un amor imposible.
Alvaro Palomo Armesto
Alvaro Palomo Armesto
21 de Octubre de 2021, 16:54
Románticos
Despedida
Un beso. Una larga mirada que recorre sin esfuerzo los 15 metros entre la puerta del piso y el ascensor. Alguna que otra parabra furtiva y trivial o quizás una conversación silenciosa. No es incómoda la espera que el arquitecto no quiso evitar. Y se escapa una sonrisa. Y se intepreta el deseo de que el tiempo acelere el reencuentro. Ella se marcha y él cierra. A veces corre hacia ella por el pasillo para hacerle reír sin procuparle si le ha dado tiempo a vestirse lo suficiente. Empezó con un beso. Terminó con un adiós divertido. Y comenzará de nuevo cada mañana en aquella segunda planta de aquel bloque en la hora de la despedida de cada día.
maggoparedes
maggoparedes
28 de Septiembre de 2021, 12:20
Románticos
La transformación del Ser.
Esta la es la historia de Javier un chico de 30 años, enfermo adicto al alcohol y el cannabis. Él compartía una relación con Verónica una chica de la cual él, se creía enamorado. Un día tras su ultimo cumpleaños Javier toco fondo, su familia al completo descubrió su enfermedad y gracias a ese amor incondicional familiar, comenzó un proceso muy duro y tedioso, pero enormemente regenerador, puesto que iba a plantar cara a sus adicciones y romper con ellas por completo. Javier comenzó a quererse, a ordenar su cabeza, a encontrarse a si mismo y fue allí, en ese proceso en el cual Javier se encontró consigo mismo, donde se dio cuenta que la vida que compartía con Verónica no era más que otro vinculo nocivo que tenia que cortar. Ya que cuando uno abre los ojos, conecta consigo mismo y esta en paz, es donde ve lo que realmente quiere. Por lo que podremos decir que para querer primero, debemos querernos a nosotros mismos, sino, seremos incapaces de encontrar el verdadero amor.
Jaime Navas Miron
Jaime Navas Miron
2 de Septiembre de 2021, 3:33
Ciencia ficción
Soy tú
No mueras en vano. Sigue, sigue y si escribes no morirás jamás. Un día alguien te leerá y puedes ser tú mismo reencarnado. ¿Fin?
zarcancel
zarcancel
31 de Julio de 2021, 18:00
Terror
CUENTOS DE TRAPO
Nona medía un metro y cinco centímetros exactos cuando cumplió cinco años. Le encantaba hablar risueñamente con su muñeca Caty, que siempre respondía. La niña llevaba a Caty en brazos hasta donde sus frágiles piernecitas le permitían. De trapo y costuras gastadas, la vieja muñeca le relataba cuentos maravillosos antes de dormir. Nona nunca abandonaba la casa porque el sol podía matarla. Era muy débil y escuálida, y su mamá la quería tanto que, por exceso de amor y celos, no le permitía salir a la calle. Nona permanecía en casita, bien atendida. Pero a Caty no le gustaba la madre de Nona, a quien siempre miraba con odio, oculta desde su escondite, cuando entraba para alimentar y asear a su hija. —Nona, cariño… ¿Has ido al baño tú solita hoy? Nona, querida… ¿Te gusta el jersey que estoy confeccionando para ti? —¡Sandeces! —gritó un día Caty, asustando a la niña―. Esa mala víbora te hará daño, Nona. ―No digas eso sobre mamá, Caty. Mamá siempre me cuida porque yo no puedo moverme bien, y por eso tengo que ser muy buena. —¿Sabes, Nona? ―dijo la muñeca de trapo mientras se dejaba caer al suelo desde la mesilla y luego trepar a la cama—. Yo antes era tu hermana. ―Eso es mentira. Mamá me dijo que solo yo soy su hija. ―No, querida… Hoy la historia que te voy a contar ocurrió hace mucho tiempo… Yo antes vivía en esta casa cuando era muy pequeña. Papá me subía a sus hombros y jugábamos en el jardín al sol. —¡Mentirosa! ¡El sol es malo! ―No para todos, querida hermana… El caso es que antes yo tenía unas piernas de verdad, unos brazos reales y una adorable melena de tirabuzones. Un día papá enfermó y mamá Cecilia lo cuidaba. Pasaron los días y cada vez papá se levantaba y hablaba menos, hasta que unos hombres de negro lo metieron en una caja de madera y se lo llevaron en un coche negro. No volví a ver a papá. —¿Te refieres a mi papá? ―No, Nona. Al mío… Un día yo también caí enferma. Mamá dijo que el sol me causaba mal y yo la creí. Cada vez estaba más débil, cada vez dormía más y apenas podía mantener nada en la tripita. Una vez la sopa estaba especial-mente asquerosa, y no sé por qué se la tiré a la cara a mi madre y me puse a correr como una loca por la habitación. Escapé y me metí en el baño. Al mirar-me al espejo vi que mi cara era totalmente blanca, los ojos se me habían hundido en sus cuencas y de mi gran melena apenas quedaban un centenar de pelos mal repartidos por mi abultada cabeza. Al echarme la mano a la boca comprobé que todos los dientes se movían y me desplomé de rodillas en el suelo. Desde aquel día mamá quitó todos los espejos de la casa. Mientras lloraba en el suelo, mamá abrió con su llave la puerta del baño y me dijo: «Caty… Tranquila… Toma tu muñeca». Cuando me quise dar cuenta, mamá ya me había puesto en la cara aquella vieja muñeca de trapo donde más de mil veces me limpié el vómito con sangre. Entonces, al abrazar a mi muñeca como siempre, un dulce y penetrante aroma me adormeció para acabar soñando que cruzaba un puente de cuero y trapo. Al despertar estaba inmóvil, encima de la mesilla, viendo como mi maltrecho cuerpo era velado por mi tía Silvia, mi madre y, sobre la mesita de noche, el retrato de mi sonriente padre conmigo cuando era niña encima de sus hombros. Nona giró la cabeza a su derecha y vio la foto enmarcada de un padre jugando a los caballitos con su hija. Los dos parecían muy felices. ―Caty, tengo miedo. ¡MAMAAAAAA!… ¡MAMIIIIIII! La muñeca de trapo saltó de la cama para volver a subir precipitadamente por la pata de la mesilla de estilo victoriano. A los pocos segundos, la puerta de la habitación se abrió de golpe y Cecilia Fuentes entró angustiada para sentarse al lado de su hija. ―Nona, cariño, ¿qué ocurre? ¿Has tenido otra pesadilla? ―Mami… ―dijo entre sollozos―. Caty dice que tú me haces cosas malas y que el sol es bueno… Cecilia sonrió al ver que una de las patas de la mesilla estaba reluciente, como si le hubieran quitado el polvo al pasar un trapo. ―No te preocupes, cariño. Creo que va siendo hora de hablar con Caty. ¿Quieres que te ayude a ir al baño? ―No, ya soy mayor. Puedo solita… Nona arrastró como pudo sus pesados pies de porcelana desde la cama para caer al suelo de pie, entre un leve tintineo de vajilla. Las pestañas de nailon se le habían enredado con la caída y con su manita de dedos fríos deshizo el lío y liberó su párpado basculante para abrir su ojo de cristal. Si mirabas fijamente a ese ojo podías ver, a través del transparente iris, el interior de su hueca cabeza de porcelana donde, a la altura de la nuca, se leían en letras color sangre «Industrias La Dame», así como su curioso logotipo con forma de cangrejo.
José Antonio Gracia Ginés
José Antonio Gracia Ginés
16 de Julio de 2021, 16:53
Clásicos
JUICIO DE DIOS
Y dijo Dios: -Hágase la luz. Y vio Dios que la luz era buena. Y todas las cosas las creó Dios y todas vio que eran buenas. Y dijo Dios: -Haremos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y vio Dios que el hombre era perverso Y Dios echándose ligeramente hacia delante miró al hombre, que tenía el Libro Sagrado en las manos. Y el hombre le devolvió la mirada inocentemente. -¿A dónde quieres ir a parar? -Son tus palabras. Por supuesto, no te diste cuenta al momento de que fuéramos perversos, pero lo dijiste casi enseguida. -No eras perverso al principio, sino cuando comiste del árbol del Bien y del Mal. -Y eso, ¿estuvo bien o mal? -Mal, puesto que lo tenías prohibido. -¿Y no era más fácil ponerlo en otro sitio que no fuera el Paraíso? -¿Juzgas los designios de tu Dios? -Si dejo suelto a un bebé y me rompe algo, ¿es perverso por ser un bebé? -Tú hombre, no eres un bebé. Tú hombre, juegas a ser dios y te endiosas. “Tú, hombre, te atreves a decir lo que está bien y lo que está mal. “Tú, hombre, empleas mi nombre para excusar tus acciones. “Tú, hombre, matas de hambre a los hombres, quitas el trabajo, el pan y la sal, y esclavizas al hombre. “Tú, hombre, echas a perder la Tierra que yo te di, la vuelves negra y la haces desierto. “Tú, hombre, ensucias el aire y ahogas las aves, animales y al hombre. “Tú, hombre, conviertes las aguas en inmundicia y se mueren los peces. “Tú, hombre, que has inventado la muerte invisible, que torturas, que matas, que malversas. “Tú, hombre, ¿te atreves a enjuiciarme? Y el hombre, con cara de bendito, sonrisa cínica y voz de dulzura empalagosa, respondió: -Tú nos hiciste a tu imagen y semejanza.
sylvette lluch garcia
sylvette lluch garcia
5 de Junio de 2021, 18:04
Terror
prisionero
Zack llevaba tres de sus veintiocho años prisionero. En esos tres años, no había visto el rostro de su captor ni una sola vez, ya que siempre se mantenía en las sombras. La sensación era siempre la misma cuando éste se acercaba, y Zack era totalmente incapaz de moverse mientras este estaba cerca. El joven había perdido cualquier esperanza de ser liberado, ya que había pasado mucho tiempo, y a pesar de las malas condiciones de la habitación en la que estaba, ya se había acostumbrado a ese colchón de muelles, y a esa humedad que dominaba en el ambiente. Como era normal, solía frustrarse al no poder enfrentarse a su captor, ya que ni siquiera estaba atado. Un dia se decidió a plantarle cara, y cuando se paró delante de él, su captor le empujó con una sola mano, y cayó en el colchón. Su frustración creció al ver que el hombre solo necesitó de una mano para detenerlo, así que volvió a intentarlo repetidas veces, todas sin éxito, hasta que el hombre dejó salir de su boca una ligera risa, y le dijo que si no le ponía mas empeño, no podría salir nunca. Al salir, dejó la puerta abierta, y cuando Zack se dispuso a salir, se quedó paralizado. Algo no le dejaba avanzar, y no sabía que era. Pasaron mas dias, y el captor volvió. Esta vez, se sentó al lado del chico, y le susurró algo al oído. Zack se giró hacía el hombre con asombro, y un tanto de desconcierto, y se puso de pie a la vez que este. Por fin empezaba a verse claro el rostro del secuestrador, o eso era lo que pensaba. Por fin podía verle claramente a esa persona que lo había retenido tanto tiempo, el que le había impedido ver a sus amigos y familiares, o simplemente ir a pasear y a disfrutar del sol. Pero verle el rostro, lo único que le causó fue terror, ya que lo que estaba viendo, era su cara. Ese hombre, era él, o al menos, la cara era igual a la suya, incluso tenía la misma cicatriz que él en la ceja, que se hizo de pequeño jugando con sus primos. El hombre sonrió, y al ver que Zack no entendía nada, le dijo: - No se de que te sorprendes. Esa puerta no ha estado cerrada nunca. No has salido porque no has querido. Nadie te ha encerrado aquí. - No entiendo... -Tu mismo te has encerrado aquí, vamos, que nos has encerrado aquí. Y no podrás salir hasta que quieras de verdad. Tus amigos y tu familia están ahí, hablando todos los dias contigo, pero tu no les escuchas. Cuando realmente estés dispuesto a ser libre y a vivir tu vida, serás capaz de salir de aquí. Después de decir esto, su doble desapareció, y Zack se quedó perplejo, mirando esa puerta abierta. Se acercó, temblando, y se quedó parado en el umbral un rato, y notó como algo quería echarle hacía atrás. Cuando estuvo a punto de ceder, empezó a retumbar en su cabeza "cuando estés dispuesto a ser libre y vivir tu vida, serás capaz de salir de aquí ", y tras unos minutos, decidió cruzar ese umbral. cuando quiso darse cuenta, estaba en una habitación blanca, y escuchaba un molesto ruido como de maquina que no paraba de sonar. Su madre estaba a su lado, y de repente apareció un medico a su lado. Acabó recordando que había intentado quitarse la vida y ya ni recordaba el porque. Solo sabia que quería seguir adelante, y que si no luchaba el por si mismo, nadie lo haría por el .
valentinazepeda
valentinazepeda
4 de Junio de 2021, 19:35
Terror
placer y dolor
La última vez que mi madre me dijo que no comiera tantos dulces fue cuando aquellos hombres entraron a la casa, estábamos cenando y celebrando ya que mi hermano había sido admitido en la universidad, pero aquella felicidad se esfumaría esa misma noche, ellos entraron dejando destruido todo a su paso, tomaron a mi padre primero y le arrancaron la cabeza, el escenario parecía sacado de una película de horror, vi como acaban con mi familia poco a poco y ni siquiera podía moverme ya que estaba paralizada, el más joven se acercó lentamente hacia mí, tenía una tez muy pálida y sus ojos parecían fuego. Sentí el momento en el que me enterró los colmillos en el cuello, se sentía frío y un escalofrío recorría de ese punto hacia todo mi cuerpo, mi mente se estaba nublando, cada vez perdía más sangre y me sentía débil, pero aún así creí que él intentaba ser amable, queriendo protegerme a pesar de irme robando la vida poco a poco, estaba a punto de desmayarme cuando sentí otra mordida del otro lado de mi cuello, esta era ruda, dolía a más no poder, sentí que me iba a desgarrar el cuello, ninguno de ellos dos estaban conscientes de lo que hacían, eran bestias descontroladas por su instinto, mi cuerpo no soportó más y perdí la razón.
José Antonio Gracia Ginés
José Antonio Gracia Ginés
21 de Mayo de 2021, 16:09
Aventuras
MUY NOBLE VILLA
Capítulo 1 En donde conocemos a Juan de Arcayne, infanzón, e inicia su relato sobre la concesión del título de Muy Noble. En el nombre de Nuestro Dios Jesucristo y de su bendita Madre, Madona Santa María y de todos su benditos santos y santas, amén. Ayer, 13 de noviembre del año de gracia de 1291, a poco de fallecer nuestro muy amado rey don Alfonso y sucederle su hermano Jaime, el honrado Padre y Señor don Hugo, por la gracia de Dios Obispo de Zaragoza, junto con sus vasallos de la Villa de Albalate y los lugares de Ariño, Arcos y Andorra, de la Villa de Alcañiz y los lugares de Alcorisa y Alloza, entre otros, acordamos y firmamos los términos de los dichos lugares. Entre los representantes de Andorra estuvo yo, Juan de Arcayne, infanzón, y escuchando a nuestro ilustre señor Obispo no pude menos que recordar que este es el remate de un proceso que se inició en mi juventud ya lejana, cuando el muy alto señor don Jaime, por la gracia de Dios, rey de Aragón, concedionos el título de Muy Noble por el valor mostrado, por parte de mis compañeros, en la toma del reino infiel de Valencia. La bondad y misericordia de Nuestro Señor Dios y su bendita Madre sean por siempre alabados por los honores que nos concedieron amparando nuestras vidas en los muchos peligros y combates en los que nos vimos los andorranos implicados en la salvaguarda de la cruz y de nuestro señor rey en la guerra de Valencia. Tenía a la sazón veinte años recién cumplidos, de complexión robusta aunque delgada, talla media, cabello castaño y, creo, ojos vivos y expresivos. Desde hacía seis años era mayor de edad según nuestras leyes, aunque ésta aún tardara en aceptarse un tiempo, hasta la Compilación de Huesca de 1247. Como tantos otros andorranos aquella noche no había podido dormir, así que me levanté temprano, antes que el sol coronara, y senteme en la ventana, mientras en casa mis padres dormitaban y mis hermanos se apoderaban del lecho, como si en aquel día de invierno de 1236 fuera a pasar a ser de su exclusiva propiedad, y rogué a Nuestra Señora Madona Santa María me protegiera si así placía al cielo en aquella guerra a la que nuestro señor rey don Jaime llamaba a sus vasallos. Decíase que nuestro muy alto rey había sido excomulgado sufriendo una enfermedad que lo puso a las puertas de la muerte. Cuando pidió la absolución su confesor la condicionó a la liberación del Obispo de Zaragoza Bernardo, a quien había hecho prisionero, y a celebrar una cruzada contra los musulmanes. Perdonado de sus pecados por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo y recuperado de su enfermedad, el rey don Jaime convocó cortes en Monzón en octubre de aquel año de gracia de 1236 acordándose la cruzada contra el reino musulmán de Valencia. Era el tiempo de las grandes cruzadas, el rey Fernando de Castilla había conquistado hacía pocos meses Córdoba y ocho años antes el emperador Federico de Alemania había comenzado la sexta cruzada contra Tierra Santa. Desde hacía ochenta y siete años nuestra comarca entera servía de frontera entre nuestro reino y el de Valencia, con lo que existían una serie de fortificaciones que protegían Aragón del ataque infiel. Nosotros éramos la segunda generación aquí nacida después que nuestros abuelos bajaran de los Pirineos para su repoblación. Pertenecíamos a la Villa de Albalate y teníamos, desde la conquista a los infieles, como señor natural al Obispo de Zaragoza. Valencia era como un sueño dorado. Por estas tierras en que vivo había cabalgado el Cid, cuyas gestas cantaban los juglares, causando en nuestros jóvenes corazones el ansia de grandeza, disparándonos la imaginación hacia la gloria y el botín. Desde siempre los reyes aragoneses se habían interesado por ella. Antes de la conquista de Huesca en 1096, ya dominaban plazas en Castellón, a orillas del mar. Y, después de la toma de Huesca, el rey Pedro acudió en ayuda de su consuegro el Cid para proteger Valencia de los almorávides. Después de la muerte del Campeador se perdió la ciudad, que fue sitiada por nuestro rey don Alfonso el Batallador en 1129. A su muerte nuevamente se perdió. Ahora ya no se iba a tratar de una mera guerra sino una cruzada, en la que intervendría la verdad, la misericordia y la justicia de Nuestro Señor Dios, e iniciáronse oraciones y misas y beneficios por el éxito de la empresa. Capítulo 2 En donde tenemos una visión de cómo era Andorra a principios del siglo XIII Como decía, la toma de Valencia era un antiguo sueño aragonés y el espíritu fronterizo de nuestra comarca había favorecido acciones aisladas de caballeros y peones sobre el reino musulmán, favorecidos desde que en 1224, tenía yo entonces ocho años, se produjeron en Valencia movimientos de dispersión de la autoridad, con la aparición de pequeñas taifas y el consecuente debilitamiento del reino. Abú Zeyt aún conservaba el poder en Valencia, pero había trasladado su gobierno a Segorbe. El rey don Jaime siempre detuvo las acciones guerreras de los aragoneses, temeroso de que los nobles hiciéranse demasiado poderosos poniendo en peligro el poder real. En cambio, consiguió en las Cortes de Barcelona de 1228 el acuerdo para la conquista de Mallorca, empresa en la cual nosotros los aragoneses no estábamos interesados. Así fue como, en la conquista de las islas, sólo participaron algunos nobles aragoneses a título personal, y como, un año después, los catalanes se opusieron a la conquista de Valencia, con lo que ésta fue una empresa aragonesa, como aquella catalana. Aquel año de gracia de 1229 el rey don Jaime pactó con Abú Zeyt el Tratado de Calatayud, lo que llevó al sometimiento de Castellón y a que Blasco de Alagón atacara Morella y Aras. No obstante, hasta su excomunión, nuestro señor rey no estuvo mayormente interesado en conquistar Valencia. En todo esto pensaba mientras miraba por la ventana del dormitorio. Daba al oeste y desde ella veía los espesos bosques de encinas que rodean nuestra villa y el barrio morisco, en donde había jugado en mi infancia con chiquillos cuya única diferencia conmigo era que no reconocían a Nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios y Dios mismo, aunque sostienen que es el mayor profeta de Dios después de Mahoma. A mis padres, como buenos cristianos, nunca les gustó mi confraternidad con ellos y decían que bien está que los toleremos, pero que no es de ley cultivar su amistad, porque, al igual que una manzana podrida corrompe las sanas, también las herejías emponzoñan los corazones puros. Y todos en el reino debían pensar igual, porque los moriscos son respetados pero no se mezclan con nosotros con lo que, aún dentro de las villas, y la nuestra no es excepción, vivimos en barrios separados. Y otro tanto puede decirse de los judíos, pese a ser peor vistos porque son quienes crucificaron a Nuestro Señor Jesucristo como todo el mundo sabe. Las mañanas eran ya frescas y la brisa sobre la piel desnuda creaba que adquiriera aspecto de gallina y, sin embargo, no me recogí para proteger mi torso porque aquel amanecer acaso fuera el último que viera tan hermoso en mucho tiempo. Los techos del barrio morisco íbanse iluminando a medida que surgía el sol como un preludio de lo que iba a venir, pasando del negro de la muerte al dorado glorioso y, por último, al rojo sangre en aquellas construcciones, más modestas que las cristianas, porque mientras éstas tenían los cimientos de piedra, aquellas eran básicamente adobe y más semejaban mases que lugar mismo, por lo que los cristianos solemos llamar al barrio morisco las masadicas royas, aunque no es este su verdadero nombre porque siempre, desde que tengo noticias, se ha llamado a la población Andorra. El humo que surgía de las chimeneas evidenciaba que sus habitantes empezaban a mover para sus quehaceres cotidianos. Otro tanto ocurría en el castillo y vi pasar a más de un peón con cara de sueño dirigirse a las caballerizas, lo que hasta los catorce años siempre me mantuvo intrigado, puesto que son soldados de a pie. El castillo no era nuestro aunque vivíamos en él, ya que mi padre era el alcaide. No podía compararse a las maravillosas construcciones que existen repartidas por todo el reino, pero era robusto y cumplía su cometido de plaza fuerte. Habíase construido hacía unos ochenta años, cuando toda esta comarca se convirtió en la extremadura, digo, la frontera, entre las tierras aragonesas y las de Valencia. Ubicado sobre una roca, que servía de cimientos, dos partes daban al barranco, por la tercera se podía llegar a pie y en la cuarta estaba adherida la iglesia de Nuestra Señora María Magdalena, construida por las mismas fechas. Tampoco puede compararse, con su forma rectangular, su ábside cuadrado y su cubierta de madera, a otras tan magníficas como la de Jaca, pero tampoco hay que olvidar que Nuestro Señor Jesucristo prefirió nacer en un establo antes que en un palacio, y la iglesia andorrana fue construida con todo el amor hacia Nuestro Señor Dios y su bendita madre madona Santa María. Alrededor estaba la población, primero la cristiana, después el barrio de los musulmanes, otro más pequeño donde vivían los judíos y, ya en las afueras, la ermita de nuestro señor San Julián, cuya advocación trajeron nuestros abuelos al descender de los Pirineos. Capítulo 3 En donde se habla de las cruzadas y los voluntarios andorranos El trajín iba en aumento cuando se abrió la puerta. Mi padre se detuvo en el umbral al verme ya levantado. -No podía dormir –comenté. Sonrió en un gesto que era característico de él, moviendo únicamente la comisura derecha y semicerrando un ojo, hasta el punto que nunca se sabía si sonreía o se burlaba. -Dudo que exista cristiano que haya dormido esta noche. Vístete presto. Empezaba a sentir un nerviosismo que diríase miedo, porque nunca había asistido a ningún combate y la suerte de los hombres es incierta, porque toda está en manos del Hacedor y del futuro nada se sabe. No es que en aquel momento quisiera huir cobardemente, sino que hubiera deseado entrar ya en lucha y no tener más esperar ni haber de pensar, porque yo no iba a gusto a aquella guerra. Era infanzón y tenía mis deberes para mi señor rey, pero yo no había elegido nacer quien era ni me habían hecho nada los musulmanes de Valencia, aunque no niego que entre mis juegos infantiles, con otros chiquillos cristianos, la conquista del reino era el nuestro preferido. Además mis mejores amigos vivían en el barrio morisco, lo que me había dado quebraderos de cabeza en casa y alguna pelea con otros chicos cristianos al burlarse de mí. Quiero decir con esto que no era cobarde, pero sí que iba obligado a la guerra. De haber sido una normal, habría evitado el ir, ningún andorrano habría ido seguramente. Pero era una cruzada. Dios quería aquella guerra y como buenos cristianos no podíamos negarnos, aunque nunca he comprendido el motivo por el cual Nuestro Señor desee una guerra si habla de amarnos unos a otros. Ni aún ahora lo comprendo y, tal vez como consecuencia de la edad, he llegado a discutirlo con el padre Ubaldo y éste me ha ordenado callar, porque mis palabras apestan a herejía, y no es prudente hablar así después que nuestro señor rey don Jaime estableciera la Inquisición en el reino. Por otra parte existía el antiguo sueño aragonés de conquistar Valencia, por lo que tan pronto los heraldos reales dieron la buena nueva fueron cientos los voluntarios en todo el reino en tan magna empresa, y Andorra no fue distinta. Labradores, artesanos, mancebos y viejos apuntábanse a la cruzada con el viejo grito de Dios lo quiere. Obligado por mi nacimiento, por ser hijo de quien era y contagiado, pues ello es cierto, de los ánimos de mis amigos, fui uno de los primeros voluntarios en la villa, aunque a medida que iban pasando los días me iba dando cuenta de la estupidez cometida, mas era tarde para rectificar y ya no había remedio. Hasta tal punto quedé conmovido que evité a mis antiguos camaradas moriscos, porque no tenía valor de mirarles a la cara. Mis padres y demás cristianos que me apreciaban celebraron este desapego suponiendo que al fin se me habían abierto los ojos, pero yo sufrí, y en la capilla del castillo solicité perdón a Nuestro Señor Jesucristo, porque me era más preciosa para mí su amistad que no ganar Valencia para la cruz. No era éste el sentir de los demás voluntarios andorranos, para quienes, como todos los que van a las cruzadas, significaba una mezcla de piedad y devoción verdaderas junto a la ambición de tierras y botín, en las que se olvidaban las disputas internas debido al convencimiento de que trabajaban para Dios y aproximaban el Reino de los Cielos, aunque no todo fue siempre tan piadoso. Aún recuerdo los comentarios en Andorra y en toda la cristiandad sobre la llamada cruzada de los niños, en la que siete mil infantes que acudieron a ella fueron vendidos como esclavos por los mercaderes cristianos genoveses. Capítulo 4 En donde se habla de la toma de Valencia y termina la narración No sabría decir en qué momento concreto realizamos la acción por la cual nuestro muy alto rey don Jaime nos concedió el título de Muy Noble, porque los hechos fueron muchos y varios y todos procuramos que en ellos el honor andorrano prevaleciera sobre los miedos particulares, animándonos unos a otros. Sin embargo, no andaría descaminado si fue debido a la misma toma de la ciudad de Valencia, porque ninguna campaña de la guerra fue tan desorganizada y nuestros enemigos mayores en número, con lo que he de decir que la conquista fue obra de Dios, que nos hizo la gracia. En las cortes de Monzón de 1236 se había acordado convocar a la hueste de Teruel para la Pascua Florida de 1237, que cayó el 17 de abril, y por otro lado se enviaron emisarios a Roma para que gestionasen la proclamación de la cruzada. A raíz de la rápida respuesta de los vasallos aragoneses el ejército se puso en marcha antes de que los cruzados extranjeros llegaran. Mas éramos tan débiles que el rey don Jaime temió ser derrotado, con lo que se limitó a fortificar el Pueyo de Santa María, donde quedamos asentados en junio del año de gracia de 1237. Allí, a primeros de año, reunió a sus caballeros y prometió solemnemente la conquista de la ciudad, nos no pasaremos Teruel ni el río de Tortosa hasta que hayamos tomado Valencia, repetían sus palabras entre las huestes. En abril nuestro señor rey puso sitio a Valencia. Éramos 140 caballeros de paraje, 150 almogávares y mil de a pie, y aunque se nos unieron entonces más caballeros de Aragón y Cataluña y los cruzados de la Occitania, Alemania, Hungría, Italia e Inglaterra, seguíamos siendo insuficientes para aquella ciudad bien amurallada y pertrechada, y que poseía muchos caballeros sarracenos y muchos ballesteros y otros hombres de armas. No obstante, nuestro señor rey confió en la misericordia de Dios, porque no era de ley que nos abandonara frente a los infieles. Y así, cristianos y musulmanes morían a golpes de lanzas y de espadas y hacíanse cabalgadas apresándose gran número de sarracenos y de ganado al tiempo que los trabucos lanzaban grandes rocas día y noche contra la ciudad. Sin embargo, Valencia resistía porque había solicitado ayuda al rey de Túnez contra cuyas fuerzas hubimos de batirnos aquel agosto. Y entonces se precipitaron los acontecimientos. Temerosos de que recibieran nuevos refuerzos, dos ricos hombres del rey, don Pedro Ferrandis de Azagra y don Exímenes de Urrea con un pequeño ejército de voluntarios, entre los cuales estábamos los andorranos, nos apoderamos de Silla, una torre que domina la parte meridional de la Huerta y fundamental para la defensa. Combatímosla bien durante siete días y el octavo retiráronse. Era el 17 de agosto y cinco días después la ciudad pidió un armisticio, capitulando el 28 de septiembre del año de gracia de 1238. Nuestro señor rey firmó los documentos el día 30, pero la entrada oficial en Valencia fue el 9 de octubre, día de San Dionisio. La conquista del reino se completó con las campañas de Alcira y Játiva en 1244 y de Biar en 1245, con lo que fueron diez años de luchas por mar y tierra. Diez años sufriendo lluvias, vientos, truenos, hambres, fríos y muertes; apoderándonos de villas, castillos, burgos y lugares de las montañas y los llanos. Diez años para conquistar aquel sueño que al final no fue para los aragoneses. Nos pertenecía por derecho de conquista, pero temeroso de que la nobleza aragonesa adquiriera así un poder peligroso para el propio rey, don Jaime creó el reino de Valencia otorgándole sus propios fueros. Remató su persecución a los aragoneses con la concesión a Cataluña de las siguientes regiones aragonesas: desde la ciudad de Lérida hacia el sur y todas las tierras de Tortosa hasta la desembocadura del Ebro. Aún nos quitó más territorios, aunque éstos fueron devueltos por sus sucesores después de diversos pleitos. Es una ironía que nuestro muy alto rey don Jaime, que se portó con sus vasallos aragoneses igual que el rey de Castilla con el Cid, premiando nuestra lealtad con la traición, fuera quien nos concediera el título MUY NOBLE, cuando él no lo fue. Aún recuerdo como comenzaba: Sepan todos que Nos, Jaime, por la gracia de Dios rey de Aragón, de Mallorca, de Valencia, conde de Barcelona y señor de Montpellier… FIN
jhonny15
jhonny15
4 de Mayo de 2021, 2:02
Clásicos
En el rio
En las selvas colombianas, 3 hombres. Con Diferentes personalidades son dejados a su suerte por grupo de forajidos, estos hombres reacios a cooperar uno con otro. Tratan en distintas ocasiones de liquidarse y al ser observados discretamente por el grupo de forajidos.... comienzan a llamar su atención por siempre decir que los otros 2 están en rió arriba.... Un buen día cuando los 3 hombre ya había recorrido una parte de la selva donde se encontraban, deciden de una vez por todas pelear a muerte para ver quien queda en pie.... Ya a la tardecer solo que daban 2.... el primero de los 3 hombres y el ultimo, el primero había sido el mas precavido en escapar de las continuas del segundo y el tercero. El quería escapar sin importar la banda de forajidos pero los otros 2 no lo dejaban y se mantuvo distante hasta ese día. El primero se había escabullido varias y varias veces del tercero, y sin saberlo se encontraba al pie de un acantilado, el tercero no le había perdido la pista. También llego al acantilado, los forcejearon y el tercero cayo por el acantilado. Donde se podía visualizar un rió potente, el primero se quedo ahí parado viendo fijamente hacia el rió.... Y mientras lo hacia escuchaba carcajadas a la distancia, del grupo de forajidos burlándose de lo que ellos habían pasado.
jhonny15
jhonny15
3 de Mayo de 2021, 21:47
Clásicos
Infieles
La señora mira despavorida, el acto que su yerno. Estaba haciendo con unas de las amigas cercanas de su esposa, al acercarse la madrugada. Seguía mirando por esa ventana que daba hacia la cocina, y con la impotencia de no ir hasta ese lugar. Y confrontar a su yerno.... pero su impotencia la dejo congelada por lo que veía. Años después, y con su hija ya divorciada. Y con su ex-yerno siendo rico, y teniendo aventuras con coristas de clubes nocturnos. Ella decide hacerle un visita a la amiga de su hija, que era la protagonista años atrás con su ex-yerno. La amiga la recibe con una hostilidad y le dice que no tiene intención de hablar con ella y que esta pasando por un mal momento, la señora le dice que no le importa y que va a tener que escucharla. Ella se enoja y le grita diciéndole que se valla, la señora la mira y le sonríe.... La señora se marcha y gira para volver a ver a la amiga.... La señora pensando mientras tiene contacto visual con la amiga, "alguien va tener que pagar"....
José Antonio Gracia Ginés
José Antonio Gracia Ginés
23 de Abril de 2021, 16:06
Viajes
VALLE DE LAS AGUAS LIMPIAS
La montaña es el lugar preferido de los dioses, Zeus y su corte habitaban en el Olimpo, Dios dictó las leyes en el Sinaí y Cristo también prefirió, para su transfiguración, la montaña al llano. Y uno no puede dejar de pensar, ¿por qué nos fascinan tanto? En realidad, ¿por qué nos fascina la naturaleza y al mismo tiempo la destruimos? ¿Por qué contemplamos con asombro y miedo la marejada quebrándose contra las rocas? ¿Por qué arriesgamos nuestras vidas escalando las montañas sólo para admirar su vista o nos aproximamos a las resbaladizas y húmedas rocas que enmarcan las cataratas sólo para quedarnos con la boca abierta? No conozco la respuesta. Sólo sé que dejé el auto a las orillas de la presa de La Sarra y me adentré en los abruptos Pirineos. Me inundé de ellos, de la naturaleza y por enésima vez sentí ser una sola cosa con ella. Una sensación que siempre tengo al adentrarme en el monte y en ese momento sé que San Agustín tenía razón al afirmar que Dios es el mar y nosotros la esponja. Las sendas de los Pirineos no son como las de mi comarca, no son anchas, ni arenosas; no son polvorientas, secas ni seguras. Son empinadas, estrechas, pedregosas, torrenciales, bañadas por diminutas cascadas que se deslizan por las perpendiculares paredes, que chocan contra las piedras y caen en lluvia pulverizada sobre tu cabeza. El agua se introduce por la camiseta, se ameran los vaqueros y el calzado se hace equilibrista en los charcos. A tu costado, el barranco. Y una piedra cae en volteretas chocando con otras en un imprevisto alud de guijarros. Tus ojos los siguen y piensas que puedes ser tú mismo si te descuidas. Recuerdas la primera vez que te internaste en los bosques pirenaicos. Hacía poco que tenías el carné, que conducías el seiscientos, que te atreviste por las rutas forestales. ¿Recuerdas? Sí. Fue el día que te enamoraste de estas montañas, el día que decidiste que tenías que volver. Y estudiaste su cultura. Te acuerdas de Ainsa, de San Juan de la Peña, de todos los monasterios y pueblos, ¿te acuerdas de Echo? Allí conociste los poemas de D. Veremundo Méndez. ¿Y de la tormenta de Candanchú? El seiscientos era un bergantín al merced del oleaje. Ahora es el momento de sentirlas y te internas en el valle siguiendo el camino oscurecido por los árboles, roto por los torrentes, bordeando el río, muchos metros abajo, que cae en rápidos y cascadas, en remansos y remolinos. Llega un momento en que las montañas cierran el valle y te ves obligado a ascender. El río corre en angostas gargantas. Ya no encuentras tierra bajo tus pies sino piedras pulimentadas por la erosión, resquebrajadas por las heleras, ya los árboles no lo entunan, ya el sol cae a plomo y piensas que qué pasaría si se levantase el viento, si soplase en ciercera. Luego rechazas este pensamiento, te detienes y admiras el paisaje, hermoso, salvaje. Ignoras a las víctimas que se han llevado las montañas. Algún día hay que morir, piensas neciamente porque no te gustaría acabar así, pero no puedes retroceder, no quieres. Las montañas te dominan ya. Tienes sed y bebes de los regallos que caen de las cumbres y notas su sabor frío de nieve, de agua limpia y pura. Te recuerda un poco la de tu comarca, no la del grifo, estropeada por la civilización sino que la encuentras por los caminos, la que extraes de los pozos con el chupón. Ésta es mejor, piensas, no ha tenido tiempo a estancarse. Te gustaría ser poeta para decir en bellos versos los sentimientos que afloran en ti, lo que te dicen las montañas, pero no lo eres y sólo acuden a tu boca torpes vocablos. Así que callas y dejas de pensar. Te sientas un momento y te evades gozando sólo de las sensaciones, de lo que la brisa dice a tu inconsciente, el agua a tus oídos, las rocas a tu tacto, el bosque a tu olfato, la montaña a tu ser. Recuerdas de nuevo las palabras de San Agustín y encuentras aquí lo que muchos buscan en las iglesias y catedrales, ¿existe un templo mejor que la propia creación? Sí, te evades, sientes que sales de ti y entras en comunión con las montañas y cuando regresas crees que han transcurrido horas y te asombras al ver que sólo han sido unos minutos. Al fin, la presa de Respomuso. Encuentras la ermita cerrada, con una antena de televisión en el tejado. Te acercas al refugio cercano y te estremeces al ver varias ventanas rotas, las paredes estropeadas, aquí ha estado…, el hombre, te dices mientras recorres las habitaciones viendo los escombros, los somieres rotos, los colchones destrozados, la cocina de carbón… Sales al exterior. Más allá ves otros dos refugios, pero no te aproximas, no quieres más disgustos, no quieres ver estropeado el día. Miras el reloj. Hora de regresar.
Marta Marsá
Marta Marsá
4 de Abril de 2021, 8:59
Clásicos
NO ESCOGEMOS A QUIENES QUEREMOS
A veces has sentido que estás muriendo, pero sigues caminando al lado de quienes no te permiten sobrevivir, al lado de un ser moribundo. “Donde hay vida hay esperanza” y mientras el corazón esté latiendo, con los ojos abiertos, entrégate a una vida plena sin importar el tipo de obstáculos que deberás saltar. Los obstáculos son en realidad la motivación y el aprendizaje, la aventura que hace que reconozcas tus pasiones. Te empeñas en seguir caminando por un sendero llano sin darte cuenta que lo que no te obliga a luchar, desmotiva y aburre. No quieras una vida fácil, si no quiérete una persona más fuerte y valiente que se enfrenta a cada reto con entusiasmo para superarlo y esperar al siguiente. Viviendo una vida plena, verás que a tu lado aparecen las personas correctas, que no son las que tú escoges, si no las que te proporciona tu camino porque encajan contigo. Son esas personas que aportan a la vez que tú les aportas de forma bilateral. La vida es un regalo que debemos celebrar juntos sin esperar a que alguien escriba nuestra historia, porque cada uno es libre de escribir la suya propia… cada día, ahora. Tú lo eres todo y solo uno puede ser el rey de su propio reino. Desea ser la persona más famosa del mundo en tu mundo y donde te propongas, pero propóntelo, escríbelo, pelea. ¿por qué sigues dándote la vuelta?, sigue, sigue Yo moriré sabiendo que hice todo lo que esperaba de mí misma. Descansaré en la tumba, porque ahora es mi oportunidad para trabajar, construir, crear, vivir, sonreír. Moriré sabiendo que entregué lo mejor de mi. Vivimos pensando demasiado sin sentir lo que aporta el trabajo con resultados. No quiero resultados pensados, si no, resultados reales. El mundo es enorme y miro a mí alrededor sin jamás decir adiós, porque cada día es un hola que me recuerda quien soy y por quienes estoy para entregar mi vitalidad. “Donde hay vida, hay esperanza”. Que nadie me diga lo que debo sentir, decir o hacer, porque yo tengo la fuerza para conocer mis límites y potenciales para dar lo mejor de mí. No recuerdo algunos momentos de mi vida, pero no lo necesito porque estamos aquí y ahora. Te ayudaré a encontrar tu respuesta porque ayudándote a encontrar la tuya, encontraré la mía, la nuestra. Creo en la poesía porque me llena, en las palabras bien dichas porque me motivan, en los gestos de cariño… los gestos de cariño me ponen nerviosa y los rechazo, pero lo tengo en cuenta y me cobijo y protejo de cualquiera que se acerque demasiado haciendo que frunza el ceño. Nada dura para siempre, ni siquiera esta forma de vida, que es justamente la que se va sin preguntarte si acabaste. ¿Por qué fumas? Ya no lo recuerdo, en algún momento tomé la decisión equivocada y ahora no encuentro la salida. La respuesta no es mala porque querrás encontrar la salida. ¿Por qué te llaman loca? Porque soy yo misma con mis propias creencias y lucho por lo que los demás no lucharían. Porque no siento odio, ni rabia, no juzgo al resto, pero sí me comprometo con el resto. ¿Por qué corres? Porque quiero justificar lo que está mal hecho. Es una compensación de lo incorrecto. ¿Por qué podrías perder los nervios? Por incertidumbre, por cansancio, por escuchar a los que critican y juzgan al resto sin siquiera entender que cada uno tiene su propio reino con sus creencias y sentimientos. A veces me sorprende la felicidad que llego a sentir incluso en el dolor. El dolor es como parte del aprendizaje, así como lo es el placer. Sin la dualidad placer, dolor, no habría un verdadero aprendizaje porque son los que nos hacen sentir vivos. Sentimientos. La verdad es que algunas veces los ignoramos en lugar de utilizarlos a nuestro favor. Ya que vives contigo mismo, quiérete y apórtate lo verdaderamente quieres para ser invencible, irrepetible, increíble en tu propio reino. Los Espartanos fueron escogidos para llevar una vida peligrosa, pero lo más probable es que tú estés aquí para ser tú mismo dentro de una sociedad que ofrece oportunidades para hacerte crecer con tus cualidades.
David Navarro Ramos
David Navarro Ramos
2 de Febrero de 2021, 18:44
Fantásticos
Otros antepasados
-Ya ha llegado, tengo la carta en mis manos!-dijo emocionado. Hace tiempo una amiga aficionado a la informática, cosas online extrañas, misteriosas...me dijo que quería hacerme un árbol genealógico en una web segura y 100% fiable. Yo accedí, dándole bastantes datos de mi familia , lugares de residencia... Entonces hoy 2 de Enero de 2021, tengo los resultados. Abro bien los ojos y leo en voz alta: - Por vía materna de David, mi madre Patricia, se encuentran unas anomalías en las manos, en éstas se aprecian una energía fuera de lo normal, capaz de crear luz u oscuridad, manos de Brujo- me encanta, dijo sonriendo. -Por vía paterna de David, mi padre Fernando, se aprecian una anomalías en las orejas, concretamente puntiagudas hacia arriba juntamente con los ojos de un color verde hoja jamás visto y una agilidad capaz de saltar por los árboles, capacidades de un elfo- maravilloso, exclamo. David
José Karlos Kreutzer
José Karlos Kreutzer
28 de Diciembre de 2020, 3:33
Eróticos
Guiño
En el principio fue el guiño. Luego, un parpadeo tuyo bastó para sanarme.
Jorge Lázaro Leyva Simeón
Jorge Lázaro Leyva Simeón
17 de Diciembre de 2020, 22:43
Clásicos
Libro "Ma-burro, asno con garras"
Poeta cubano de a pie, Lawteño y habanero, que nació el 15 de diciembre de 1968. Reside actualmente en Quito-Ecuador. Químico de formación y desarrolló su vida científica-profesional como docente-investigador químico-farmacéutico. Desde los 22 años de edad escribe poemas, como parte de un desahogo psíquico-espiritual para plasmar sus sentimientos e inquietudes. Ha escrito un poemario: “Dictadura Castrista, flagelo mundial” (género testimonial) publicado en formato electrónico (Ebook) y papel, por la editorial española bubok, en el mes de noviembre del año 2020. Con ésta, su segunda obra poética (del género histórico) “Ma-burro, asno con garras” el autor pretende expresar las verdades que se suscitan en la tierra de Bolívar bajo el estado dictatorial, tiránico y/o asesino de Ma-burro. Este ASNO ASESINO Y CON GARRAS, Nicolás Maduro Moros (líder de La Dictadura Ma-burrista) ha sembrado el terror, hambre y mendicidad en el pueblo de Venezuela por su forma de gobierno déspota y hegemónica; irrespetando y/o violando todos los derechos civiles y políticos de los venezolanos al imponer una tiranía sangrienta y deshumanizada dentro de su nación. Los pobladores de esta tierra y del Mundo aborrecen, critican y luchan porque este estado tiránico desaparezca y los venezolanos vuelvan a tener y/o vivir bajo un estado totalitario de derecho. Este poemario recorre todos los sufrimientos y desatinos que los venezolanos viven por causa de la Dictadura Ma-burrista; donde no hay DEMOCRACIA ni LIBERTAD.
Jorge Lázaro Leyva Simeón
Jorge Lázaro Leyva Simeón
17 de Diciembre de 2020, 22:40
Clásicos
Libro "Dictadura castrista, flagelo mundial"
POETA CUBANO DE A PIE, Lawteño y habanero, que nació el 15 de diciembre de 1968. Reside actualmente en Quito-Ecuador. Químico de formación y desarrolló su vida científica-profesional como docente-investigador químico-farmacéutico. Desde los 22 años de edad escribe poemas, como parte de un desahogo psíquico-espiritual para plasmar sus sentimientos e inquietudes. Ésta es su primera obra poética del tipo testimonial, a través de este documental histórico el autor expone la realidad vivida por los cubanos durante la “Tiranía de Los Castro”, sistema socio-político y económico vigente en esta Isla Caribeña. Donde se expresa el descontento y vergüenza del pueblo por todos los actos ejecutados por Los Castro, y que hoy son de dominio público, entre ellos: la manipulación del país a su antojo, la forma particular hacer Revolución y Socialismo a su conveniencia, los modos en que la población tiene que emigrar para salir de estas garras tiranas, la asesoría política a Mandatarios Latinoamericanos, la vergonzosa fortuna inmoral de Los Castro y su vinculación con el narcotráfico (Cartel de Medellín dirigido por Pablo Escobar) que ahora son de conocimiento público mundial ya que se encuentran avaladas por las declaraciones de su hombre de confianza (ex-Tte.-Cnel. Lic. Juan Reinaldo Sánchez, ex-Escolta de Fidel Castro) quien misteriosamente dejó de existir. Por otra parte, se describen la lista de asesinatos cometidos por Fidel y Raúl, como se vive hoy en Cuba, las vidas privadas de Los Castro; entre otros muchos temas que los cubanos no han podido decir (gritar a la luz pública) en Cuba por miedo a ser desaparecidos o asesinados y/o encarcelados por los sicarios del “Régimen Castrista”; y la vergüenza que hoy tenemos por haber sido representados ante el Mundo durante 57 años por un común delincuente. Situación que persiste viviente en la actualidad como un apocalipsis SIN LIBERTAD NI DEMOCRACIA para los cubanos en manos de otro BANDOLERO HOMICIDA, Raúl Modesto Castro Ruz (líder actual de La Dictadura Castrista) y para los venezolanos bajo las garras de un ASNO ASESINO, Nicolás Maduro Moros (líder de La Dictadura Ma-burrista).
aatmpvr
aatmpvr
2 de Diciembre de 2020, 21:24
Clásicos
Nubes grises
La lluvia caía constantemente, desde hacía ya tiempo, sin dar respiro alguno desde aquellas nubes grises y los truenos y relámpagos campaban a sus anchas por el firmamento. Llevaba mojado un buen rato pero no me había percatado de ello de lo ensimismado que estaba, quién me iba a decir a mí lo mucho que me representarían esas palabras que tiempo ha deseché, quién me iba a decir, que de haberlas escuchado todo habría acabado mejor. Lo único que quería en ese momento era llegar a mi casa, quitarme toda esa ropa y darme un baño caliente para relajarme, el resto de cosas carecían de importancia; quién podría pensar, que todas esas cosas básicas a las que no prestaba atención sería las que más añoraría con el paso del tiempo. Me tiré una hora en aquella bañera, con la espuma hasta el cuello, pensando en mis cosas; durante ese tiempo me vinieron a la cabeza todas las cosas que podía haber hecho pero no hice, en ese entonces no comprendía el porqué de repente había recordado esas cosas, pero a día de hoy lo entiendo perfectamente. Salí de la bañera, pensé en preparar algo para cenar pero al final, como no tenía demasiada hambre, decidí irme directamente a mi cuarto. A pesar de que el sueño comenzaba a atacarme decidí practicar un poco de piano, como solía hacer todas las noches, para desestresarme del todo; por un momento me llegué a parecer a aquel joven estudiante que un día fui y que tocaba el piano como los ángeles, a ese chico que hasta aquel nefasto día era feliz y embelesaba a todos con su música; pero no, aquel chico murió junto con la chica que amaba, quien se fue mientras él estaba en pleno concierto, y que se llevó toda la alegría de su vida consigo. Como empezaba a ponerme nostálgico decidí parar, no quería llorar antes de dormir y fastidiarme la noche con pensamientos tristes y melancólicos. Bajé la tapa del piano, guardé las partituras, apagué la luz y me metí en la cama dispuesto a dormir; no sabía yo que aquel día iba a ser el último día normal que iba a tener en los próximos años de vida.
jhonny15
jhonny15
20 de Noviembre de 2020, 12:26
Clásicos
Indiferencia
Vi a esa mujer llorar afuera del edificio de la corporación. Y sentí un gran vacío con tan solo mirarla, me acerque a preguntarle que le pasaba y al verme paro de llorar, y solo soltó una frase “¿Quiere escuchar esa historia?”. La gente que andaba conmigo miro de reojo a la señora y me hizo seña para que me fuera de ahí, pero me sentí muy mal por esa pobre señora. E ignore a mis compañeros por responderle “si me encantaría escuchar esa historia”, luego esa señora no paro de hablar. Y me contó sobre otra señora que encontró a un niño en bote de basura en una ciudad del norte de EE.UU. y que ella hizo todo lo posible para llevarlo con sus respectivos padre. Pero que tuvo problemas con el sistema ya que le ponían cantidades elevadas de dinero, y la gente que la contacto diciendo que era su familia. Solo les importaba una cosa el dinero de pensión de la señora que ella estaba dispuesta a dárselo todo al sistema y a la familia con tal de él que niño volviera a su hogar, pero eso solo trajo tristeza y desgracia. La señora levanto la mirada y me dijo fijamente “Hijo la indiferencia es algo inferior al oído, pero cuando las personas o tu seres queridos ignoran algo que es de incumbencia de todos se vuelve peor que el odio”. Se levantó y se fue, me quede ahí pensando en que la señora de la cual me relato era ella y en cuando la reflexión que me dijo a la ultimo porque la verdad si era un reflexión. La lleve conmigo todo la vida a partir de ese momento.
jhonny15
jhonny15
19 de Noviembre de 2020, 10:20
Fantásticos
6 segundos
las calles andaban desiertas y el viento era helado, me di cuenta que era la única persona caminando a esas horas y estoy hizo preguntarme ¿si valía la pena seguir?. Mientras iba buscando una respuesta llegue a una banca de un parque cerca del centro de la ciudad todo se había vuelto tan silencioso que solo podía escuchar mis propios pasos, mientras estoy sentado veo que en mi costado hay un periódico con fecha de ayer, y en la segunda pagina en el centro y escrito con bolígrafo rojo "6 Segundos". Para cualquier otra persona no significaría nada pero para mi si, esto era recordatorio de lo que había sido mi vida
José Carlos Ruiz Pérez
José Carlos Ruiz Pérez
9 de Noviembre de 2020, 2:18
Fantásticos
Danza de soñadores
He visto una danza ejecutada por un numeroso grupo de soñadores de cuerpos idealizados. Cada cual animaba el cuerpo en pos del ideal perfilado en su mente. El conjunto todo, arrebatado al unísono por el delirante ritmo, prolongaba más allá de los pobres límites de su entendimiento su ansia perfeccionista, tanto así que, frente por frente del espejo se veían las deformes y abultadas curvas de los cuerpos resistentes a la idealización, las estiraban y contraían moldeándolas según su particular empeño. En definitiva, el cúmulo de amorfidades se consagraba a una danza restituidora de la belleza corporal. La danza en sí acertó a atraerme: los movimientos al compás de la música percutida; los ademanes pretendidamente ágiles y esbeltos; los giros y saltos desafortunadamente sin brío; los juegos de pies robóticos y aparatosos... Me atraía el empeño estético y la manera de enfrentarlo, influido por esa precipitación propia de la época moderna, en la que no hay tiempo para tomarse con calma un esculpido impropio, recurriendo a una tarea paciente y mesurada. No hay tiempo para moldear la zafia idealización que ha grabado en el subconsciente el constante bombardeo publicitario y consumista, la fiebre del sueño exótico y hedonista, el asalto de la intimidad y el airado desnudo y pataleo de los complejos mal entendidos, y por eso en sólo media hora aceleran el cuerpo a ritmos insospechados, desafiando su desfallecimiento, hasta, en el frenesí, erradicar aquellas oblongas e insidiosas curvas y enarbolar los nuevos y lindos trazos.
yohaluciano
yohaluciano
16 de Octubre de 2020, 16:58
Clásicos
HE ENCONTRADO UN MUY BUEN SERVICIO!
¡Hola buenos días! No sé si esto ayudará a todos, pero si eres como yo y te cuesta encontrar las palabras correctas para escribir sobre un tema, acabo de descubrir que puedes contratar personas para que escriban tu libro o ebook por ti. Y la mejor parte es que suelen ser asequibles y muy buenos. ¡Incluso puede reclamar los escritos como tuyos después de pagarlos! Si deseas ver si es para ti, aquí te comparto un enlace de uno de los servicios que use y es muy bueno. El servicio lo encontré en Fiverr y tienen un montón de excelentes escritores por un buen precio. ¡Espero esto te ayude! https://bit.ly/2HagJQj
David Blum Guerrero
David Blum Guerrero
15 de Agosto de 2020, 18:53
Humorísticos
Microcuento I | La Nevera...
En la cocina... —Jabón, tengo mucha hambre —empezó DVD—. Pero, no hay nada en la nevera. Y así era, la nevera estaba completamente vacía, de ella solo emanaba un frío para que los alimentos se conservaran, pero ¿conservar qué? No había nada allí adentro y los dueños de la casa no estaban, y quien sabe cuando volverán. —Ahora tendremos que aguantar hambre —dijo Jabón. —Si no es el olvido, es el hambre —dijo DVD. —¡Que suerte la nuestra! —dijo la Lámpara, pero, era puro sarcasmo. Fin.
Lourdes Tasies Cano
Lourdes Tasies Cano
11 de Agosto de 2020, 19:01
Ciencia ficción
La desterrada
Siempre supe que esto iba a ocurrir, pero lo que yo no esperaba es que todo fuese a salir tan mal. Miré la cara de mi madre y observé como las gotas de sudor le caían lentamente por su rostro. El dolor que sentía era muy fuerte, no creía que pudiese aguantar mucho más. Los minutos y segundos pasaban y el dolor aumentaba. Notaba como ese trozo de tela entraba y salía de mi parte íntima de manera abrumadora. En la cara de mis tías y en especial en la de la comadre veía y notaba que algo no iba bien. Cuando por fin decidieron acabar con la prueba más importantes para toda gitana, exhalé todo el aire contenido y noté como mi cuerpo empezaba a descansar. El pañuelo no había sido manchado y por tanto eso demostraba que yo no era virgen. Ese día supe que empezaba mi calvario.
Lourdes Tasies Cano
Lourdes Tasies Cano
11 de Agosto de 2020, 19:01
Ciencia ficción
La desterrada
Siempre supe que esto iba a ocurrir, pero lo que yo no esperaba es que todo fuese a salir tan mal. Miré la cara de mi madre y observé como las gotas de sudor le caían lentamente por su rostro. El dolor que sentía era muy fuerte, no creía que pudiese aguantar mucho más. Los minutos y segundos pasaban y el dolor aumentaba. Notaba como ese trozo de tela entraba y salía de mi parte íntima de manera abrumadora. En la cara de mis tías y en especial en la de la comadre veía y notaba que algo no iba bien. Cuando por fin decidieron acabar con la prueba más importantes para toda gitana, exhalé todo el aire contenido y noté como mi cuerpo empezaba a descansar. El pañuelo no había sido manchado y por tanto eso demostraba que yo no era virgen. Ese día supe que empezaba mi calvario.
Albert Segurana
Albert Segurana
3 de Agosto de 2020, 17:39
Humorísticos
El Plinto
En Egb la educación física era una asignatura “Maria” con la que era casi imposible suspender. Pero eso no te libraba de corretear por el patio, cosa que odiaba con todo mi ser. Todo y así no dejaba de ser una molestia más que un problema. En cambio en Bup la cosa de “Maria” no tenía nada y o te esforzabas o te suspendían. Además, en esa época, la integridad física del alumno era ignorada y te hacían hacer cosas que ahora serían totalmente prohibidas. El profesor que tuve durante dos traumáticos años era un ser despreciable. Con un humor faltón, una prepotencia que ya quisieran para si los Toris del Brexit y sin pizca de compasión para nadie, denigraba sistemáticamente a obesos y chicas, ridiculizando cualquier fallo que hicieran. El gimnásio estaba en el sótano. Las ventanas, por tanto, estaban en la parte superior, lo que provocaba que el recinto tuviese un ensordecedor eco y una temperatura muy parecida a la del metro de Barcelona en pleno verano. Al cabo de media hora si no te habías muerto de calor, te había matado el olor, porque eso olía a “hombre” Un día nos encontramos que había un objeto en medio del gimnásio. La mayoría sabíamos que era, pero desconocíamos que hacía allí. Lo descubrimos enseguida; estaba allí para que pasáramos por encima...en teoría. Primero hizo saltar a los que ya practicaban deportes para ahorrarse explicarnos la técnica. Algunos lo pasaban sin ni tan siquiera tocarlo, aunque la gracia es que hubiese una parte de contacto. Y empezamos los no tan atléticos a demostrar nuestras habilidades. Algunos se acercaban corriendo pero se paraban en seco delante de semejante muralla. Otros lo intentaban pegándose el guarrazo padre...y me tocó a mí. Con mis cualidades de observador me di cuenta que si tomaba demasiado impulso el estamparse era final seguro, por lo que pensé en controlar un poco la manera de atacar el trampolín. Empiezo a correr, me impulso, paso por encima, me tropiezo con la punta del talón (lo que provoca que me desvíe de la trayectoria) me rompo el cráneo en la colchoneta, el plinto no resiste el golpe y la parte superior y el cajón inferior se caen encima de mi cuerpo (como si no tuviese bastante con el porrazo). En ese momento me sentí como el coyote de la Warner. Carcajadas a tutiplén y el profesor ayudando con su famoso humor. - La idea es que usted pase por encima del plinto, no el plinto por encima de usted -. Y claro, más risas. Evidentemente la cosa no acabó allí. Todos teníamos que repetir, pero esta vez el profesor estaba al lado del plinto para enseñarnos que hacíamos mal. Visto el resultado de mi primer salto, me dije que para el segundo no escatimaría en impulso (no quería volver a sentirme empotrado por ese objeto del demonio). Cogí carrerilla, lo dí todo en el trampolín, vi como el plinto quedaba a casi un cuerpo de distancia debajo de mi y mientras podía ver como al profesor se le salían los ojos de órbita al ver como volaba tal que paloma… y acabé violando la pared que tenía delante, de ese calibre fue el porrazo( y la distancia que volé). Además, como ese gimnasio resonaba como un tambor, creo que me oyeron hasta en Antares. El profesor se acercó, miró si seguía vivo… y volvió al ataque. - Solo quiero que salte el plinto, no es necesario que haga un agujero en la pared-. Donde está el Tnt de la marca Acme cuando se necesita.
Vanesa Perales Rando
Vanesa Perales Rando
3 de Agosto de 2020, 17:38
Románticos
Donde se queda el miedo
Aún no había abierto la puerta de mi habitación cuando de repente... sonó mi teléfono. Era un whatsapp de Lucía: “¿Ya estás en el hotel? Estoy muy preocupada. Lo que vas a hacer es una locura, pero sé que no puedo impedírtelo. Sé cuánto necesitas verlo. Por favor, escríbeme en cuanto puedas. Te quiero” No me dio tiempo a abrir la puerta y ya noté su aliento en la nuca cuando me dijo: “Estás espectacular. Deberías ir así siempre”, y sonrió. Entramos dentro. Todo estaba perfectamente colocado. Él dejó su maletín junto a la cama y empezó a sacar todo tipo de cosas. “¿Asustada?”, me preguntó. “Por supuesto que no”, le dije. No era cierto. Me temblaba hasta la voz, pero él no lo había notado. Estaba muy preocupado colocando todo minuciosamente. Se le veía increíblemente ordenado y metódico. No tenía claro si esto me incomodaba más de lo que me fascinaba. Cuando terminó alzó la vista, y me vio petrificada mirándolo. Me dijo: “Sé por lo que estás aquí, y el riesgo que eso te supone. Podrás verlo en unas horas, pero antes tenemos pacientes a los que atender, así que el miedo se queda aquí
ariellamontero
ariellamontero
8 de Julio de 2020, 2:44
Terror
La Aldea Maldita
Era el tiempo de terminar la cosecha, festejar el final de un año, aguardar el invierno. Las mesas estaban afuera todas, en el centro de la aldea, adornadas por manjares y especiados vinos. La gente del pueblo, humildes campesinos, vestidos con sus mejores galas saboreaban los platillos y apuraban las copas por sus ávidas gargantas. En el centro del pueblo los chiquillos y muchachos, llevados por un ímpetu salvaje comenzaron a bailar. Hacían rondas, batían las palmas y sus inocentes risas alegraron a los demás. Las mujeres se unieron muy pronto a la danza, moviendo las faldas con un vaivén seductor. En sus muñecas y tobillos las alhajas sonaban, siguiendo la cadencia de su corazón. Los hombres sacaron aprisa los instrumentos, tambores antiguos y cuernos de caza. Y la noche se llenó con la música y anunció los festejos en todo el pueblo, en todas las casas. Los ancianos fueron los últimos, pero no los olvidados, pues en sus voces cascadas sonaba el clamor. Las voces en coro de los antepasados que la gente del campo conoce mejor. Y en el centro de todos, sin que nadie lo viese, sin que nadie supiese bailaba el demonio. Moviendo sus patas, sus orejas y bigotes al ritmo apremiante de los inocentes humanos. Su cola, sin embargo, marcaba un ritmo distinto, un ritmo evasivo que hacía al suelo temblar, levantando una niebla, oscura y perversa que rodeo a los bailantes y los hacía delirar. La niebla entró por sus bocas abiertas, en sus pechos agitados y nubló su razón. Cuando el pueblo entero se vio sumido en la bruma, sin que nadie lo notase, sin que nadie se diese cuenta el demonio comenzó a cantar. Su voz inaudible llamaba fantasmas, conjuraba bestias arcanas invitándolas a festejar. Mientras los danzantes continuaban sus vueltas y entonaban nuevas y antiguas canciones los seres se congregaban, rodeando el lugar. Con los brillantes dientes asomando en sus hocicos esquivaban casas y mesas abarrotadas buscando una presa viva con la que su hambre saciar. Sus músculos se tensaban listos para el salto al sentir a alguien, al oler a alguien que no los parecía notar. Y sus mandíbulas crujían, la sangre saltaba sin que nada el festejo lograse parar. Las voces graves de los antepasados callaron de repente, pero el festejo continuó. La música de los tambores y cuernos dejó el compás incompleto, y el festejo continuó. Las faldas de colores y las sonoras pulseras se desvanecieron, y aún continuó. Finalmente las palmadas y las risas se detuvieron y las bestias se disgregaron pues no había nadie más. Sólo el demonio permaneció danzando en el centro del pueblo, entre las casas en ruinas y los manjares abandonados, esquivando en sus brincos miembros arrancados y charcos de sangre aún caliente, sintiéndose en su hogar.
ADA WHITE
ADA WHITE
7 de Julio de 2020, 21:05
Fantásticos
Un relato para dormir...o no
Eran más de las diez de la noche y Adriana ya estaba barriendo el local para cerrar, en cuanto el último cliente que aún terminaba su última copa en la barra se fuera. Este se mantenía con la espalda erguida en el taburete que ocupaba al final de la barra, desde donde podía ver todo el local, y especialmente, a Adriana, a la que se la estaba comiendo con la mirada mientras daba pequeños sorbos a su vaso. Era joven, aún no llegaría a los treinta, su pelo revuelto y más largo de lo normal con el flequillo tapándole parcialmente la cara, contrastaba con su impecable atuendo. Traje, azul oscuro, camisa blanca y corbata. Adriana, aunque seguía con su tarea de barrer, no pasó por alto el escrutinio de él. No lo había visto nunca por allí y desconfiaba de sus intenciones, por eso llamó por teléfono cuando se encontraba a una distancia desde la que no podía escucharla para llamar a un amigo y que pasara a recogerla. Pero cuando estaba marcando, una mano se posó en su hombro tras ella y con voz suave y tranquila le dijo al oído: —No hace falta que llames a nadie, no te hará falta. Su aliento le hizo cosquillas en el cuello, poniéndole el vello de punta. En vez de sentir miedo, su vientre se contrajo por la sensación. Aunque sí que se sentía inquieta ante lo desconocido, por eso no pudo evitar que la voz le temblase al contestarle. —¿Por qué no me hará falta? ¿Acaso me llevarás tú? El desconocido la giró con suavidad poniéndola frente a él para que pudiese verle la cara. —Sí, por supuesto. Siempre Adriana se quedó petrificada ante sus palabras. No entendía la seguridad con la que daba por hecho que dejaría que la acompañara a ningún sitio, aunque sin saber por qué, asintió sin dejar de mirar sus ojos. Unos profundos y oscuros ojos con un iris negro azulado, rodeados del blanco más intenso que había visto nunca, que la tenían atrapada y sin voluntad. —Eso es, ahora vas a recoger tus cosas y nos vamos a ir. Ya es hora de cerrar. Cuando Adriana perdió el contacto visual al girarse para ir a recoger su bolso, sacudió la cabeza recuperando el control por un momento. —¿Pero qué…? Sacudió la cabeza intentando despejar el aturdimiento que sentía y de forma acelerada y brusca se puso la cazadora tejana y se colgó el bolso al hombro dispuesta a salir, cerrar el local y marcharse rápidamente rezando por encontrar un taxi que la dejara sana y salva en su casa. Sintió alivio al ver que ese hombre ya no estaba en el local, aun así, salió a la calle mirando a un lado y a otro…y ahí estaba, apoyado en la pared, con una mano en el bolsillo del pantalón y la otra sujetando un cigarrillo. La miró con la cabeza inclinada, de forma que el flequillo le volvía a tapar parcialmente la cara, pero dejaba ver una sonrisa descarada y un tanto chulesca. Ella resopló y se resistió, girándose hacia el lado contrario y comenzó a andar. Pero no había dado dos pasos cuando lo notó pegado a su espalda. —¿Has olvidado dónde vives? Susurró en su oído. Ella dio un respingo. No podía ser… ¿Cómo podía saber dónde vivía? ¡Si no lo había visto en la vida! Cansada y realmente asustada frenó en seco y sacando toda la rabia que pudo, se envaró y amenazándolo con el dedo le gritó: -¡¡¿Se puede saber quién eres tú? Y, ¿qué quieres de mí?… Cometió el terrible error de volver a mirar sus ojos y sin poder evitarlo fue bajando el tono de voz hasta casi susurrar las últimas palabras. Entonces ocurrió algo inesperado que la dejó totalmente K.O. Tras la espalda de ese apuesto hombre, al que, sin saber en qué momento, le había desaparecido la americana y la camisa dando paso al torso más perfecto que había visto nunca, comenzaron a aparecer sobre sus hombros unas impresionantes alas blancas, que, al desplegarse totalmente, la acogieron en un cálido abrazo quedando en su interior pegada a ese torso, como una mariposa dentro de su capullo de seda. Y con una voz tan suave como firme le contestó: —¿Quién voy a ser Adriana…? Tu ángel de la guarda. El que te ha acompañado desde que dejaste el útero de tu madre, y el que te acompañará hasta tu último aliento. FIN
Antonio Jesús Ramírez Pedrosa
Antonio Jesús Ramírez Pedrosa
23 de Junio de 2020, 10:18
Clásicos
Dragón de piedra
Siempre hacíamos lo mismo: desayunábamos juntos, luego veíamos un rato la tele—uno al lado del otro—, después salíamos a pasear por el enorme jardín de aquellas instalaciones. Aún siento en mis manos el tacto de aquella goma que cubría el acero de su silla de ruedas. Ella siempre se sorprendía cuando nos acercábamos al diminuto rosal que había cerca de la fuente del dragón. Aunque, en realidad, era un pez enorme, pero ella siempre recordaba, entre risas, la disparatada historia que le conté hace meses en la que le conté que aquello era una especie de dragón muy rara que escupía agua en lugar de fuego. Un extraño dragón de pierda. Nuestro dragón de piedra. Algunos días, sin que el personal nos viera, arrancábamos una rosa. Ella la elegía. La agarraba entre sus manos y, sabiendo que se marchitaría si se la llevaba, me decía que lo hacía para recordar ese momento. Nuestro momento a los pies de ese dragón de piedra. Avanzábamos por un sendero hasta llegar al borde de un enorme lago que casi se fundía a lo lejos con las montañas. Yo me sentaba en uno de los bancos de mármol blanco. Ella siempre quería quedarse a mi lado, viendo a lo lejos los nevados picos de las montañas, más allá del lago. Era una imagen preciosa. Ella siempre comentaba algo sobre la nieve. Más tarde, cuando el sol casi rozaba el punto más alto del cielo, volvíamos deshaciendo el camino. Dejábamos atrás las montañas nevadas, el lago casi infinito y la fuente del dragón de piedra. Las rosas, al menos una de ellas, solían venirse con nosotros. Después nos despedíamos en la puerta. Un joven de bata blanca la recogía y la acompañaba al interior. Ella me miraba. Nunca comprendía nuestras despedidas. Siempre me sonreía antes de girarse. Y me preguntaba mi nombre. Mi corazón se rompía en mil pedazos cada día cuando lo pronunciaba. A veces, si no me escuchaba, se lo repetía. Ella, sin saber que ya la conocía, me ofrecía el suyo. Al día siguiente volvía. Repetíamos la misma historia, desde el desayuno hasta la triste despedida que acababa en su nombre.
Tella Smirnoff
Tella Smirnoff
9 de Junio de 2020, 15:35
Terror
5:34
Al ritmo de los solos de guitarras de Peter Östros vas recordando parte de tu infancia....justo el día que estabas en el parque jugando con tus hermanos y amigos, no recuerdas quien era el cumpleañero pero recuerdas claramente que fue ese el primer día de lo que seria tu fatídica vida... Eras elegida en los grupos de juegos solo por que tenias mas fuerza que el resto de los demás niños, si juzgaban por tu apariencia serias solo la niña solitaria del grupo, esto te dio la idea de mantenerte de primera en todo lo que pudieras ya que no tenias destreza alguna, siempre fuiste la mas arriesgada, loca y aventurera del grupo...eso a tus compañeros les encantaba al punto que se convirtió en tu vicio; recuerdas que un "NO" era el punto de partida para hacer lo que se te estaba negando, así fuiste creciendo sin temer a nada ni nadie...por eso terminaste como estudiante de bachillerato protestante, de los que solo necesitaban una excusa para salir a manifestar en la calle y estar puño a puño con los policías, quienes en ocasiones te tomaban desprevenida y llevaban directo tras las rejas ¡que tiempos aquellos! cuando lo único que te importaba era ¿que haré mañana? todos estos recuerdos te vienen a la mente ahora verdad? mírame a la cara y responde mi pregunta miserable!! Solo ves mi cara por segundos pues te balanceas de un lado a otro sin poder hacer nada! es esto lo que querías, sigues teniendo recuerdos del pasado verdad? dime que ves, llena mi mente con las mismas imágenes que ves, quiero saber quien fuiste en el pasado y por que estas aquí hoy? yo no te llame, tu llegaste sola a este espacio donde ahora soy yo quien manda y debes de doblegarte a mis pedidos... Repite conmigo: hoy seré libre! -hoy seré libre- dilo una y otra vez, quiero oírte decirlo cual tarea de escuela vamos tu puedes... -hoy seré libre- acaso te ahogas con esa palabra, sientes que te asfixia intentar decirlo? eres fuerte, vamos intenta una vez mas... - hoy...- sientes que cada vez que intentas decirlo tu respiración falla? Tu cara me dice que empiezas a marearte con el balanceo de un lado a otro, sientes ganas de vomitar pero; no puedes hacerlo...algo te ahoga y no sabes que es? luchas por poder respirar pero tu intento es casi fallido, sigue que tu puedes...vamos creo que puedes hacerlo, ves como estoy en plena calma aquí mirando como intentas poder decir algo, se que lo intentas...tu cara enrojecida me lo dice, acaso quieres arrepentirte de lo que hiciste? eso quieres decir, con solo hacerme una señal te ayudare con gusto pero se que no lo harás (triste) Estas desmayando en el intento y cada vez es mas rápido el balanceo en el que estas, mientras mas patalees mas aceleras el movimiento; lo habías notado? tus manos están inertes pegada a tu cuello y no puedes moverlas, vamos inténtalo solo un poco mas...quieres ánimos, te los daré: tu puedes! tu puedes! tu puedes! suficiente con eso? o quieres ánimos a tu estilo? escucha...ya casi termina la canción y tu aun no terminas lo que empezaste...te queda exactos 1:03 minutos; que haremos? ahhh ya se, ahora estas triste y quieres regresar el tiempo atrás y no hacer esto en donde estas ahora, que triste tener que informarte que ya es tarde para eso, solo di las palabras mágicas y te bajo de allí, dilas vamos deja tu orgullo de lado solo di "por favor" dos palabras que significan mucho dilas y vivirás...uh-oh te quedan 34 segundos y aun no haces nada...sabes cual es el chiste irónico, que la canción que escuchas se llama "fight for life” pero tu no sigues su titulo...ahhh 5..4...3...2...1....y estamos muriendo asfixiadas por la soga que colocaste en tú cuello...arrastrándome contigo solo por querer ayudarte, que triste como terminamos amiga mía.
Javier González Alcocer
Javier González Alcocer
28 de Mayo de 2020, 17:29
Terror
Un momento de oscuridad
Detengo mi coche frente a la pared gris de mi plaza de aparcamiento, la número cincuenta y uno. Apago el motor mientras cierro los ojos; hoy es un mal día. Miro la chaqueta tirada en el asiento de al lado, del bolsillo interior asoma la carta de despido que esta mañana me entregaron en la empresa. Lo peor todavía está por llegar: decírselo a mi mujer. Tras cinco años de matrimonio llevamos meses soportando el desmembramiento de la relación, y esto no va a ayudar. Salgo del coche, cierro la puerta y me encamino hacia el ascensor; estoy a mitad de camino cuando las luces del aparcamiento se apagan. Me quedo quieto, pienso que por fin ha fallado la antigua instalación eléctrica, llevamos meses queriendo cambiarla. Oscuridad total. Mientras busco el móvil en la chaqueta, escucho un sonido que me sobresalta; es similar a un crujido, dos segundos después se repite. Me dan pánico las películas de terror, así que por mi imaginación vuelan infinidad de miedos imaginados. Un nuevo crujido, después un siseo, como si algo grande y pesado se moviese. Sigo buscando mi móvil, el temblor está instalado en mis manos. Ahora el crujido es más fuerte, más cercano, imagino unas enormes mandíbulas abriéndose y cerrándose sobre mí. El siseo regresa, como si alguien balancease algo grande y pesado, pienso en una guadaña o un hacha descomunal. Encuentro el móvil, pero se escapa entre mis dedos temblorosos; no logro pedirle a mi cuerpo que se mueva, que flexione las rodillas para recogerlo. Intento distinguir algo a través de la oscuridad mientras siento la boca seca, un miedo exacerbado encoge mis intestinos y el sudor empapa los poros de mi piel, quiero gritar pero la voz no me responde. ¡Tengo fobia a todo lo que genera incertidumbre! Vislumbro un movimiento a mi derecha, entre dos coches; es un bulto enorme que nuevamente cruje, como si apretase alguna cosa. Algo brilla mientras se mece de arriba abajo, parece el hacha que antes imaginé… ¡Alguien está ahí parado, esperándome para cortarme en pedazos y devorarme! De repente vuelve la luz, tardo unos segundos en reaccionar y apartar de mí este miedo irracional. ¡No hay nada! ¡El espacio entre los coches está vacío! Logro doblar mis piernas para coger mi móvil del suelo, mi angustia se va alejando poco a poco. Camino hacia la puerta de salida, volviendo la vista hacia atrás, asegurándome de que el garaje está vacío. El sonido de entrada de un wasap me hace volver a la realidad. Procede de un número desconocido, lo leo dos veces para entenderlo: “Estoy detrás de ti.” Lo último que escucho es el crujido de mis huesos.
corbeau
corbeau
20 de Mayo de 2020, 7:29
Terror
Sombra de acluofobia
Muchas veces como una persona cuerda y sensata habré manifestado a cualquier persona que me aterra la oscuridad, que de hallarme en una situación a oscuras buscaría la luz despavorido de miedo, sin embargo nunca había sido así, siendo sinceros, muchos de nosotros habremos dicho lo mismo en esa situación, pero en demasiadas ocasiones no es de esa forma, no le tememos a la oscuridad, si no lo que se haya tras ella sin nosotros saberlo, e incluso me atrevo a decir que es irónico, pues muchos de ellos podríamos encontrarlos en pleno día, siendo un mismo monstruo, siendo un mismo miedo. Para ser franco, no sabía con exactitud a lo que estas palabras hacían referencia, o el contexto verdadero en el que estaba, pues había sido algo repentino, unas palabras que bajo el momento y la persona quien lo decía, no lograría tener lógica alguna, fácilmente pasando inadvertido entre las múltiples lagunas mentales que acaecían en la mente de Henry Austen, un muy cercano amigo mío, entre todas las personas que había conocido a lo largo de mi vida ninguna tuvo en mí, el efecto que había tenido al conocer a aquella persona a de la que ahora puedo hablar con cierta melancolía. Pero para explicar mejor todo esto, tengo que mantener un orden en las cosas, habría sido en principios de septiembre el primer vestigio de lo ocurrido, ambos nos encontrábamos por entrar a una fiesta, cuando uno es joven cualquier motivo para salir, divertirse o festejar es suficiente para desahogarse por unos instantes, por lo que no iba a desperdiciar ninguna de estas ocasiones, mucho menos Henry, quien las cosas sobre socializar en fiestas se le daban muy bien, en sí dentro de cualquier lugar que estuviera, se volvía un foco de atención instantáneo, muchas personas siempre se hallaban a su alrededor, muchos le tenían un grado de admiración por ello, sin embargo este no era mi caso, lo que más me agradó, hasta llegue a admirar de mi amigo era su grado de empatía hacia otros, ligado con sus gustos simples e ideales desinteresados. Como era de esperarse, fue una voz recurrente en todos, o a lo menos la mayoría de grupos. Tanto llegó a ser así, que no logramos salir de esa fiesta sino hasta horas muy tardes de la noche. Antes de entrar en la fiesta, lo vi como siempre, emocionado y hasta expectante, pero mantenía un aire diferente al usual; de conocerlo tanto puedo identificar como se sentiría en ciertos aspectos de su vida, sin decir más estaba aterrado, podría hasta incluso decirse ansioso; quise recalcar eso, pues era casi anormal que esta persona se encuentre en este estado por lo que sabía, pero no me atreví a alegar algo al respecto. Cosa que no pude dejar pasar de nuevo una al momento de salir, pues pasados unos minutos de camino, pude percibir aquello nuevamente, pero de forma más intensa, como si sus emociones estuvieran al punto de un desborde, estuve a punto de confrontarlo cuando fui interrumpido por él. —¿Isaac?. Preguntó intentando llamar mi atención; solo respondí afirmativamente sin saber a qué podría llegar todo esto, sin mucha dilación prosigue diciendo. —¿Crees en los monstruos? Con desaires de ser este un interrogatorio, empezó la que consideraría una conversación con más intriga desde su parte, no solo por su expresión, que podría parecer tan solo una expresión de el como muchas otras, sino que esta guardaba desesperación sin más en sus palabras. Aquella exposición de ideas me pareció al instante de las cosas más discordantes y ajenas a la persona que me dirigía la palabra, a penas y pude calmarlo hasta llegar a mi casa. Luego de algo como eso, cualquiera sería capaz de decir que esos han sido alguno de los delirios de la bebida, una de las muchas manifestaciones filosóficas dentro de los estragos del alcohol, esto de no ser por lo ocurrido horas después. A pocas horas de la mañana, escucho a mi teléfono vibrar como loco, desvariado y de forma incontrolable, al revisar tenía diversos mensajes por parte de Henry, quien se le podría describir como histérico por la forma de expresarse. Eran demasiados mensajes en pocos minutos, cada uno subiendo de tono hasta llegar al punto de un mensaje que me alarmó expresivamente, yo al responder por lo que pasaba, cambia drásticamente, afirmando que todo estaba bien. En ese instante le dejé varios mensajes que nunca llegó a leer. Tras eso, le sucedieron dos días en que no logré saber nada de él, que en forma era común eso no interactuar durante un tiempo, pero aquello era algo que normalmente no guardaría para sí, sin explicación alguna, ese día, un conocido de ambos tendría una reunión, pues aquella persona no era mucho de fiestas masivas que resultaban tan comunes, aquella ocasión podría servir maravillosamente para hacer un hincapié a Henry, y cuestionar lo ocurrido. El momento en que nos volvimos a encontrar, fue en un local que el frecuentaba; el establecimiento era uno lleno de enredaderas y arreglos florales como decoración en muchos espacios, más de los que me gustaría admitir. Me daba un cierto grado de intriga por lo que había pasado aun antes del momento, es decir, una persona como la que pude describir, haciendo estas cosas era simplemente surreal a mi parecer. Y no comprendía el porqué, pero mientras hablaba con él, parecía más distante de lo usual, además que evadía toda pregunta al respecto de ese tema, pero pese a eso, seguía siendo él, y de hacer algo así, tendría sus motivos, pese a ello algo me intrigaba. ¡Por supuesto que era así!, esa persona que llegó junto a mí a la reunión, no era el mismo Henry que todos conocíamos, parecía guardar algo, y los que estábamos presentes lo notamos, pues aquella persona con un ímpetu social insaciable, se tergiverso por una tosca, nihilista y casi impotente habilidad social. Muchos de los invitados quienes nos conocían como compañeros, me llegaron a preguntar sobre ello, sin saber exactamente lo que esto era, me abstuve de decir a cualquiera que me haga la misma pregunta. —¿Por qué está así? — Tan solo esta cansado. Replicaba una y más veces, llegando incluso a tener diversas conversaciones espontáneas con los invitados y el compañero que nos invito, tal que en aquella reunión, de manera inesperada termine ocupando el rol que obtiene casi siempre Henry en las fiestas. Cosa que siendo yo, no logra durar mucho, pues no podría mantener por mucho la atención de tanta gente ni siendo eficaz o prolongado, de tal forma que en cuestión de minutos, se mantuvo un orden semejante al anterior, con la diferencia de que sin eso en mente, me preguntaba más y más. Sobre el secreto que lo corroía, que mermaba a esa persona de carácter casi omnipresente. Tal que deseé preguntar nuevamente sobre ello, esta vez con más fervor, casi obligando a responder mis preguntas, aun si me adentrase en una conversación que desvele algo que desconozco completamente de su persona. Todo por un interés más allá de mi intriga. —¿Qué ha sido aquello?, y no solo lo de la reunión, sino que ha sido "diferente" desde hace unos días atrás. —No ha sido nada, solo que todos los días no voy a estar igual. Solo estaré mejor así. Respondió de manera apacible mi pregunta, sin duda esperaba de aquel encuentro de ideas, algo más acercado a la persona de la fiesta; no al vestigio manifestado de una faceta de alguien que creí conocer, de algo que nunca llegué a esperar de una persona como él. Juraría que... todo se mantendría igual a como era antes luego de eso, que volvería esa persona renovada, pero ante todo, veía como seguía siendo él aunque ya perdiera parte de su esencia y cualidades, seguía siendo Henry. Me he vuelto incapaz luego de eso, me he vuelto incapaz de seguir mi forma habitual de ser, de expresarme, o tan siquiera socializar con otros, ¡Ahora comprendo a lo que se refería aquella noche!, cada paso que doy fuera de mi casa, me acompaña un sentimiento de pesar e indescriptible temor, las noches y los días nunca se habían vuelto tan distantes el uno del otro, a penas y recuerdo que hayan transcurrido 5 días, 5 días de infierno, donde las noches se vuelven emisarias del terror, no por temerle a la oscuridad, sino por lo que no percibo en ella, que sí percibo en la abundante luz de día; le otorgo cautela a mis pasos fuera y dentro de casa, pues sé que algo me acecha sin yo saberlo del todo, pues nunca le he visto, ¿Pero cómo le puedo dar este sentir a algo que no percibo?, porqué lo siento, siento como se burla de mí, como se manifiesta a mi alrededor sin yo saberlo, ni siquiera tengo en claro su intención, y eso me perturba hasta más no poder, pues de comprender las palabras de Henry, eso sí, por supuesto que es así, pero la forma en como la comprendo solo me hace perder más el raciocinio. El quinto día , ese fue sin duda el peor, de por sí, no dormía para nada bien, ya creía que estaba pasando y que lo restante era tan solo un delirio de mi insomnio, imposible estar más lejos de la realidad, cuando aproveché y tuve un gustoso descanso, me desperté en la tarde; convencido de que todo era tan solo un esfuerzo inhumano por relacionar las palabras de Henry a todo lo ocurrido. Recuerdo de manera casi inhumana la noche que aconteció antes de ello, pese a estar en mi casa, decido no estar totalmente seguro, algo sin duda me inquietaba, me dejaba preso de mis emociones. No podía concederme un sueño debido hasta tener la confianza de que todo estaría seguro, que de dormir, podré despertar un día más. Las primeras horas me mantuve activo como podía, sosteniendo un cuchillo pero por mucho que intentase, estaba la incertidumbre de que no debería tener ni una distracción si quería vivir, sabes bien como se siente, estar solo y escuchar, crujidos, ruidos, pisadas y rechinidos a lo lejos, sin siquiera saber de donde proceden. Aquella memoria la mantuve casi reprimida, como un mal hecho de mi pasado que no debía tocar. Por momentos parecía que aquel día era el más tranquilo, hasta la llegada de Henry, habían pasado días desde que no estaba muy cerca de mis compañeros y amigos, sin embargo, creí que había pasado, que por esto mismo Henry lo ha pasado, que si a alguien le podía decir sobre esto, era a él. La conversación va de un tono normal, pese a no ser el mismo, me acostumbraba poco a poco e incluso pensaba que le sentaría bien el cambio. Sin duda podría asemejarlo y recordar como fue antes. Él me repaso sus días, que por su expresión y en general lo que decía, pese a irse todo para mal en su vida, se mostraba casi indiferente, como si eso no fuera nada, o algo normal. —Mira, ahora lo sé. —¿Sí, en verdad? —Definitivamente, sé a lo que te referías cuando me hablaste aquella vez en la fiesta —¿En verdad, ahora comprendes lo que significa? —Claro, estoy pasando por eso. O he pasado por eso. Entre estos días... —¿¡Has pasado por eso?! —Sí, pero lo que te digo es que estos 5 días han sido horribles, y me he dado de cuenta, cada una de tus palabras, tu desesperación, tu miedo, todo se debe a ello. —Por eso actuaste evasivamente estos días, e incluso compraste comida de más en varias ocasiones —Yo no... Aquello me alarmó, creí no haberle mencionado eso, o algo de ese carácter, mas bien era la primera vez que manifestaba algo como eso; sin embargo, estuve paranoico estos días, mi mente me habrá jugado más de una treta, pero debía asegurarme. —Sí, bueno, yo no supe que estabas allí, no te vi. Y hasta donde sé, perdiste contacto con los demás ¿Ahora eres adivino? Esta pregunta aunque pudo parecer simple, o un tanto arriesgada, fue lo suficiente para darme cuenta que mi paranoia estaba en lo cierto. A penas que pasan unos segundos en que formulo esta pregunta, que el toma el cuchillo que sostenía, mi piel se erizó por completo en el instante en que vi esto, y solo pude pensar "Corre". El miedo que me invadía se apoderó completamente de mi ser, dejando la razón impotente e incapaz de dar un sentido a mi cuerpo, por desgracia, esto me pasa cuenta al tropezar y andar torpemente por las habitaciones, eso fue suficiente para que en segundos me viera acorralado, siendo incapaz de abrir la puerta sin antes recibir una estocada. Me defendía como podía, de manera que en descuidos de mi parte, recibí cortes en mis brazos, la sangre que no era abundante se derramaba y escapaba de mi cuerpo, y tal habrá sido la descarga de adrenalina que lo único que sentía de ello, era miedo. El siguiente instinto se hace presente, por lo que lo único que hago es asestar golpes intentando evitar el arma blanca, que de recibir otro toque, estaría muerto. De un golpe lo logré tumbar dando golpes consecutivos hasta el momento en donde por un tajo me tuve que apartar. Allí, fue donde mi pesadilla y delirio se manifestaría de forma grotesca. El cuerpo magullado de Henry se levanta del suelo, a lo que se encorva de espalda, solo para abrir su piel desde su columna, abriendo entre tejidos con sangre, del cual se despedía un fétido olor, dentro de este nauseabundo despliegue, se encontraba una criatura horrible, de piel ennegrecida cual carbón, desnutrida hasta el hueso, jorobada y encorvada, con manos finas y dedos alargados y filosos, una cara sin rostro, donde las cuencas de sus ojos eran pálidas, sin pupila alguna dentro de sí. Al salir se movía de forma lenta y mecánica, como si de allí, no hubiera vida alguna; pues incluso dudo si eso era algo verdaderamente vivo. El primer gesto que hace es ver sus alargadas manos, con las cuales se cubría lo que debía ser su rostro, para posteriormente, dirigir su mirada hacia mí, llena de un sentimiento sin nombre. Ya estaba cansado de todo esto, sin siquiera este reaccionar lo tomo del cuello y empiezo a hacer presión, al empezar me percato lo frágil que es, lo endeble que puede llegar a ser, y sobre ello, que la criatura no demuestra signos de querer hacer algo, solo se ha dejado llevar, por lo que prosigo y noto como empieza a dar gemidos de lamento seguido de sollozos y llantos sin voz, solo salen lágrimas por sus párpados, ni se atreve a mirarme, desviando su atención a otro lado, en unos segundos, la repetición del sollozo se vuelve más lenta, más débil, hasta que por fin cesa por completo.
josdan
josdan
13 de Mayo de 2020, 3:02
Románticos
Hola, les contare mi pequeño relato.e
Me levante de mi cama, ya me canse de esperar camine hacia mi escritorio y encendí mi laptop. Haces 7 meses que comencé esta historia de amor pero parecen 7 días, miro al techo y veo que solo estoy en este mundo. Cuando estábamos 3 meses tenia que partir para continuar mis estudios universitarios ella nunca quiso que me fuese pero era lo mejor para nuestro futuro, Ahora recién cumplimos 7 meses, me siento un poco rato por la razón que no tenemos la misma atención que antes ahora las llamadas son cortas, hay menos mensajes, menos fotos, menos sentimientos, falsos amigos y problemas económicos. Ahora no se si seguir con la relación con ella aprendí todo lo que se ahora, ella me enseño como es la vida, me enseño que nada es gratis(por cierto vivo con una familia cómoda) en cambio ella es de familia humilde pero eso no me importa para el amor que yo siento.
hypatiacoral
hypatiacoral
2 de Mayo de 2020, 23:24
Románticos
MI PRIMERA VEZ
Cuando tenia dos años en el departamento de Amazonas-Perú específicamente en la localidad de "Pedro Ruíz Gallo", año 1992, fue de noche lo primero que vi fueron arañas empotradas en las paredes y techo de la casa.No recuerdo mas seguro debí quedarme dormida. Al día siguiente cuando amaneció corrí hacia fuera mire el cielo y mi alrededor a mi corta edad entendí que empezaba a escribir una nueva historia de vida, fue hermoso alrededor mio era todo verde lleno de cerros y una hermosa vista que jamas olvidare, es mas pienso pasar mis últimos días viendo esa asombrosa naturaleza. Los ruidos del viento, la lluvia,el silencio, los arboles gigantescos,las aves y ver bonitas casas de madera. Recuerdo la cantidad de mariposa de colores que para entonces corría de ellas por miedo ahora como anhelo mirarlas aunque sea de lejos y ver su delicada belleza. Vivía en una villa militar por lo tanto había bastantes soldados alrededor mio siempre me sentía acompañada y segura. Recuerdo que para ir al mercado bajaba de un cerro y cruzaba un río "El Uctubamba". Me gustaban las fiestas que hacíamos con los vecinos nos organizábamos vendiendo sanguches a los soldados para poder decorar y comprar bocaditos para las pequeñas fiestas en las casas, compartir era muy bonito, los paseos en los cerros llenos de misterio viendo de lejos las cuevas que guardábamos respeto. Son mis primeros recuerdos los guardo por mi siempre en mi corazón.
alejandrobasualdo
alejandrobasualdo
30 de Marzo de 2020, 10:51
Fantásticos
Anomalía
Esto que les voy a contar sucedió hace ya algunos años, dormía en un nicho del cementerio Avellaneda, en donde trabajaba, la noche anterior había salido de juerga y mi cuerpo estaba rendido, era un día lluvioso y nadie se acercaba a visitar a sus difuntos. Descansaba en uno alejado de la vista de cualquiera, ubicado en la última fila de arriba y por las dudas había empujado un poco la escalera rodante hacia un lado, vaya a ser que asustara a alguien. Una tormenta tomaba la ciudad, con truenos, relámpagos y ese olor a lluvia tan característico, el sonido del agua golpeando el chaperío de los ranchitos que rodeaban la necrópolis, la concebían perfecta; sin embargo, en esa ocasión no la disfrutaba, estaba consumido en un sueño. En lo profundo del mismo, empecé a oír una voz a lo lejos, tardé en reaccionar y en estado de ultratumba por la borrachera nocturna, me levanté y olvidé donde estaba, zas… me di un cabezazo con el techo del cubículo. Pasé un rato conmocionado mientras la voz se iba perdiendo. Al volver en sí, advertí que no había luz, con cuatro gotas se venía abajo la electricidad de la zona, gateando me fui acercando al borde, no veía nada, aunque entre las penumbras divisé la escalera, estiré mi brazo al máximo y la acerqué para bajar del nicho. Cuando pisé el suelo, de repente sentí algo entre los pies: era una rata tamaño XXL corriendo a la deriva, de a poco iba perdiendo la ebriedad, caminé por el panteón y me encontraba solo, fui hasta el portal de entrada, el cual estaba cerrado —¿Tanto dormí? —me pregunté. En el exterior tampoco divisaba a nadie, solo las miles de cruces blancas sobre las tumbas. Volví hasta el garito de limpieza, también estaba cerrado, dudé un poco y metí la mano en un florero de bronce de un cliente eternamente abandonado, tomé la llave y abrí la puerta, cogí la mochila para sacar el móvil y ver qué hora era: las 17:30 y el recinto cerraba a las 17:00, me dejaron encerrado, sin darse cuenta. —¿Y las voces? —, qué carajo habré soñado, cuando de repente… volví a oírlas y la borrachera se evaporó para siempre, el miedo se apodero de mí, volteé la vista en todas direcciones y nada, a esa hora y cerrado es imposible que puede haber alguien. —¿Quién anda por ahí? — grité, como no obtuve respuesta, caminé lo más tranquilo que pude hasta el portal de salida, temblando no lograba encajar la llave en el cerrojo, fue cuando sentí en el cuello un espeluznante halo frío y un vozarrón que decía: —¿Dónde vas querido? — del pánico, sin querer, solté la llave y la hija de puta se cayó hacia afuera, lejos de mi alcance. —¿Quién es usted y como entró? — pregunté aterrado a la silueta que se me acercaba. —Solo vengo a retirar un paquete, como todos los días. — ¡Un paquete! —Sí, no encuentro el nicho número ochenta y cinco. —¡El número ochenta y cinco! — entre confundido y horrorizado, caí en la cuenta, era donde estaba durmiendo —. Está vacío, nunca fue utilizado. —Ah…habrá una confusión, aunque nosotros nunca nos confundimos—dijo socarronamente. —¿Quiénes no se confunden nunca? —Los colectores de almas. —¡Los qué! ...— exclamé con sorpresa. Mientras la silueta dejaba de serlo y ante mi aparecía un hombre trajeado de negro, con sombrero tanguero y un rostro gris, portando una enorme cicatriz en uno de sus pómulos. —Vengo todas las tardes a retirar las almas y llevármelas a un lugar mejor. —¿Pero de que está hablando hombre? —No tenga miedo señor, solo me dan un número y recojo el paquete, así de simple. —dudó un poco, mientras olía el miedo en mi—no será que… —No.… espere—le corté—. Yo solo estaba descansando, ayer me fui de joda con los amigos y terminé ahí recostándome. —Ya lo veo más claro, es una anomalía, solo pasa una vez al año. —No le entiendo. —Me temo querido, que vamos a tener que dar una vuelta por ahí. —Señalándome “el sector B”, el cual albergaba al dichoso sepulcro—La tormenta nos ha jugado una mala pasada. Fuimos hasta la escalera rodante y la movimos hasta la fila del nicho, subí cada peldaño de madera con el colector detrás guiándome, ya no podía controlar el miedo, mi corazón estaba a punto de explotar, aunque sabía que ahí no había nada ni nadie. Al subir el último me quedé atónito, alguien estaba tumbado dentro, despavorido me acerqué lo suficiente y en la oscuridad del aposento eterno lo vi todo con una claridad sepulcral. Era quien les escribe el que estaba tendido boca arriba, ahogado en un vómito mortal, enseguida una serie de imágenes me puso al corriente de mi suerte, el golpe en la cabeza, la borrachera y un fatal destino. —Lo siento— dijo, el rastreador de almas—esto no suele pasar. Nos miramos y por primera vez en mucho tiempo sintió algo de pena. Como les decía, esto aconteció hace tiempo y aún sigo trabajando en el cementerio, aunque ahora ficho más tarde, vestido en un traje eternamente negro.
Luis Bohórquez
Luis Bohórquez
7 de Enero de 2020, 15:11
Terror
Apatía
Buenas noches amigos escritores, quiero mostrarles uno de mis relatos y quisiera que me dieran su opinión y pues me ayuden corrigiéndome con aquello que necesite mejorar, gracias de ante mano. APATÍA Sus pesados parpados luchaban por sedimentarse sobre sus ojos, lentamente se izaban hacia la parte superior de sus cuencas y con el mismo compás con que alcanzaban el punto más álgido, recaían fatigados cubriendo con cada intento su tortuoso esfuerzo por vislumbrar su entorno. El olor a tierra mojada se enquistaba en lo más profundo de sus mucosidades y de no ser por el lacerante ardor detrás de su cabeza, habría jurado que una vez más se había quedado dormido mientras recogía limones en la finca de su abuela. Un herrumbroso sabor, bastante concentrado, recaía sobre su lengua y bañaba gran parte de sus labios; fríos, entumecidos y cuarteados por la resequedad. No podía distinguir sonido alguno más que el de un horrísono silbido que sobrecogía todo su cuerpo e intensificaba el dolor que se extendía desde la parte inferior de su cráneo. Oh… el dolor, el dolor crecía con cada minuto transcurrido, y sus enmudecidos gritos atrapados en su garganta, lo despojaban del aliento y embargaban su cuerpo con el terror que ahora le era imposible de evitar. No sentía sus piernas y esforzándose por levantarse del suelo su cadera le parecía curiosamente más ligera. Las lágrimas inundaban sus ojos, tenía miedo, se sentía solo... Extrañaba el tibio abrazo de su madre; jugar a la pelota con sus hermanos o ver los faroles flotando sobre su cabeza con cada deseo que se elevaba hacia el cielo en las festividades; Extrañaba los robustos brazos de su padre sujetando sus piernas mientras lo cargaba en hombros rumbo al pueblo; Extrañaba la dulce voz de su abuela gritando enfurecida para que bajara de la copa de los árboles o sentarse sobre el regazo de su abuelo mientras tiernamente tarareaba “Pescador, lucero y río” llevando el compás con su zapato. El frío se inclaustraba en sus huesos y poco a poco la fuerza abandonaba su pequeño cuerpo, pronto dejo de importar el dolor, el zumbido en sus oídos o el sabor herrumbroso sobre su boca. Sólo podía ver las nubes flotando sobre su cabeza y los rostros de aquellos que alguna vez habían pertenecido a su vida. Rememoraba el sabor de las mandarinas, las fresas y las pomarrosas; moviendo lentamente sus labios simulaba tenerlas en su boca y casi que podía sentir la refrescante sensación de la fruta deshaciéndose bajo sus dientes. Sus ojos se apagaban y el tiempo iba más lento, sus parpados ganaban la batalla y a pesar que el dolor arropaba su cuerpo le faltaba el aliento para tan siquiera liberar un quejido. Tan frágil, tan inocente, tan inofensivo, yacía tendido en el suelo con el fusil sobre su pecho. -Aquí hay uno vivo- Exclamó -Es sólo un niño- Dijo el otro que se acercaba empuñando un fusil. -Si tuviera piernas, ya nos habría matado- respondió fríamente el tercero que se acercaba mirando la escena con morbosidad. -Déjenlo, igual ya está muerto- Dijo el que los lideraba. -Pero...- -¡Pero nada soldado! Son ellos o somos nosotros-Gritó tomándolo con furia del uniforme. - ¡Avancen!- Dijo finalmente. Sin prestar atención a los soldados, tendido en el suelo con las ilusiones pérdidas, sus sueños quedaban enterrados bajo la pesadez de su pecho comprimiendose con cada respiración, sus párpados cada vez fueron más lentos y depronto... Todo fue oscuridad. Luis B.V Un pequeño relato que escribí pensando en el conflicto que se vive en mi país y una realidad que durante años ha sido ignorada por muchos, espero les guste. Sí gustan también pueden seguirme en Facebook, apreciaría mucho leyeran mis mini historias y relatos. Me ayudarían a mejorar. Facebook: Míseros Relatos. Gracias
Esteban Balagué
Esteban Balagué
10 de Diciembre de 2019, 19:42
Románticos
Emociones encadenadas
─Perra. ─Cabrón, hijodeputa. Se insultaban y se querían; se miraban a los ojos y se reían; se besaban y se encendían. Se tocaban divertidos por debajo de la ropa y se entregaban a una pasión descontrolada. Entonces él le arrancaba el vestido para volver a sentir el vértigo de deslizarse pendiente abajo por sus caderas redondas desde la cintura excitante, visitar la planicie de su vientre o dibujar con los dedos el perfil de sus pechos jóvenes que desafiaban el cielo, mientras aspiraba el perfume de su sexo, mezclado con la humedad de las salivas mutuas y la dulzura de los alientos cálidos. Se sumergían desarmados en un torbellino de emociones encadenadas en donde estaban indefensos, prisioneros inesperados de sus propias pieles, mientras buscaban lentamente la conjunción armónica de sus cuerpos, el abrazo extasiante, el beso asfixiante, la caricia desbordante, el mordisco indecente o la palabra sibilante. Las manos nerviosas tentaban los resortes ocultos que despertaban sensaciones escondidas tras rincones prohibidos, mientras las bocas se entrelazaban en un baile infernal, exigiendo el justiprecio necesario para acallar la sed repentina e indomable de su ansiedad y su locura. El fuego iluminaba la estancia y les hacía brillar, lubricados de magia y de un sudor caliente y salado que perlaba sus músculos tensos. Ella se rendía, él tomaba el mando, ciñéndose magnético a la curva de su espalda, mientras se hundía interminable en un mar de deseo y provocación, y se iniciaba una danza mágica de cadencia y ritmo trepidante, un vaivén de ensoñación y de misterio, un aquelarre de exquisita coreografía en donde los bailarines saltaban abrazados bordeando el precipicio de su propia satisfacción, desafiando a la fuerza que les atraía a una muerte dulce, en donde recibirían a oleadas los efluvios calientes que los llevarían de la mano hasta un placer intenso y simultáneo, hasta un carnaval de colores inexplicables, hasta una explosión de deseo sublimado, hasta un mar de tranquilidad y de calma, hasta un cielo azul desconocido, hasta una sinfonía de amor irredento e inexpugnable... ─Eres un cabrón hijodeputa. ─Y tú una zorra.
Esteban Balagué
Esteban Balagué
10 de Diciembre de 2019, 19:38
Clásicos
Las palomas
Don Emilio vivía en el ático de un edificio de principios de siglo, en Lavapiés. Residía allí desde que se casó con su Mercedes, allá por los inicios de los años sesenta, ni siquiera él recordaba el año exacto si no se sacaba la alianza y miraba la fecha grabada en ella. Durante muchísimos años tuvieron una tienda de ultramarinos en la calle Salitre, justo enfrente de la Parroquia de San Lorenzo, donde se casaron. Por un problema con el útero de Mercedes nunca tuvieron hijos, pero a él nunca le importó. Era costumbre verlos llegar a la tienda a las siete en punto de la mañana y verlos salir pasadas las nueve de la noche, para subir la calle Zurita cogidos del brazo, andando despacito, apenas sin hablar, pero siempre sonrientes, hasta el portal de su vivienda, donde él abría la pesada puerta de madera y la dejaba pasar. Fue también en esa iglesia donde el padre Ángel ofició el funeral por su esposa, cuando ella falleció fulminada por un infarto en la cocina. Cuando don Emilio abrió la tienda al día siguiente, y los días subsiguientes, la ausencia se le hizo insoportable y las paredes se le caían encima, por lo que resolvió cerrar el negocio. Casualidad o causalidad, unos días después un chino muy sonriente le hizo una oferta por el local, no demasiado buena, pero no se lo pensó y firmó la compraventa, mientras veía la sonrisa de aprobación de Mercedes. Cuando se quedó solo, empezó a frecuentar los alrededores del Museo del Prado cercano, pasando las mañanas enteras dando de comer a las palomas en el Real Jardín Botánico. Era habitual que luego se acercase al Carrefour Express de la calle Santa Isabel para comprar su brick de caldo de pollo, una bandeja de lomo de cerdo y unos yogures. Después de comer y hacer la siesta, volvía a salir a dar un paseo por el barrio, echando una mirada al interior de los contenedores de la basura y a las papeleras. No entendía cómo la gente podía deshacerse de todas esas cosas que podían ser aún muy útiles si se reciclaban adecuadamente. Un día, al parecer a petición de la comunidad de vecinos, una funcionaria de Asuntos Sociales del Ayuntamiento y una patrulla de la Policía Municipal se personaron en su domicilio. Don Emilio, sorprendido, les franqueó el paso y accedieron a la vivienda, sorteando mil obstáculos y cubriéndose la nariz con un pañuelo. Observaron las montañas de objetos inservibles que cubrían toda la superficie del piso, el zumbido de insectos probablemente desconocidos para un experto entomólogo y el persistente olor a putrefacción que lo cubría todo. Les llamó la atención las jaulas llenas de palomas escuálidas que se amontonaban en la galería y que él juraba alimentar bien. La funcionaria redactó en su informe "Diógenes. Demencia senil. Caza palomas en la calle. Asistencia inmediata". Un cambio de signo político en el Ayuntamiento resolvió recortar gastos sociales, y el expediente de don Emilio Peñarroya quedó enterrado en una montaña de papeles dentro de una caja en los archivos de la corporación. Unos meses después, doña Amparo, la vecina de abajo, extrañada por llevar días sin escuchar los pasos de don Emilio por la casa, avisó a la policía. Cuando rompieron la puerta y entraron en la vivienda encontraron a don Emilio caído boca arriba en el suelo de la cocina, rodeado de fotografías de Mercedes, mientras docenas de palomas agresivas revoloteaban enloquecidas por la casa y picoteaban con violencia su desfigurado cadáver podrido
Fernando Goya Vargas
Fernando Goya Vargas
30 de Noviembre de 2019, 11:04
Humorísticos
BENDITO ASCENSOR (parte 1)
Cuando era joven, bueno, más joven que de lo que soy ahora, allá por los años ochenta uno de los primeros empleos que desempeñe fue el de botones y ascensorista en un lujoso hotel situado en la zona alta de la ciudad. No estuve demasiado tiempo trabajando en ello pero desde luego cierto es eso de aplicar, como siempre decía mi abuelo, "tú niño, en el trabajo, no lo olvides, ver, oír y callar que el mundo es un pañuelo". ¡que razón tenía! aunque aveces...no hay mal que por bien no venga si la escoba, por azar, cae en tus manos. Si es así, en el fondo, seria de bobos no barrer para casa ¿no?. Por aquel entonces y por fuerza mayor, la verdad, aún siendo buen consejo pero debido a lo que, cierto día casualmente aconteció, me lo pasé, sin ningún tipo de recato, ni remordimiento,, por el arco del triunfo. Sinceramente lo hice, si. Lo hice. Lo siento abuelo, fue así. La discreción siempre es imprescindible máxime si aquel era un lugar de encuentro digamos un tanto "especial" para cierto tipo de encuentros. Ya me entienden ¿verdad?. Por entonces cursaba mis estudios de filosofía en la Universidad por las noches compaginándolos con ese trabajo, el cual realizaba únicamente de mañanas o tardes, según la rotación del turno. Cada vez que pasaba por delante de la secretaría de la Universidad no podía dejar de observar a la Señora Robles. Alta, de larga cabellera color negro azabache, esbelta, preciosa toda ella, con un vaivén de caderas y estilizadas curvas que quitaban el hipo de golpe a cualquiera. En alguna ocasión ya me había aproximado a ella con algún que otro pretexto, exclusivamente, para escuchar su voz e inspirar el dulce aroma que desprendía toda su perfumada piel tostada por el sol. Tenía unos vivos ojos verdes que cegaban al mirarte acompañados de una sonrisa carismática, embaucadora, celestial. Rondaba casi la treintena ¡Que lastima! Además existía un impedimento más para que ella sólo fuese una mujer etérea, e imaginaria,, en todas las fantasías calenturientas de mi mente.Desgraciadamente... estaba casada. Continuará...
Fernando Goya Vargas
Fernando Goya Vargas
30 de Noviembre de 2019, 8:58
Humorísticos
ESPERA QUE ME DA LA RISA (Fragmento capitulo 1)
Cuando era chaval estaba enamorado de Laura. Laura era la chica más bonita de todo el colegio. Estaba perdidamente colgado por ella a pesar de que nunca habíamos cruzado ni una sola palabra, tan sólo fugaces encuentros visuales por los pasillos del colegio o durante la hora del recreo. Estaba realmente convencido, entonces, que ella me correspondía con aquellos preciosos ojos verdes. Cada vez que la veía me deshacía como una onza de chocolate caliente sin poder evitar ruborizarme. Entonces yo tenía once años recién cumplidos y ella pasaba de los trece. No podía dejar de pensar en ella a todas horas, día y noche, hasta tal punto que llegué a padecer insomnio e incluso a perder totalmente el apetito. En esto último tuve que guardar muy bien las apariencias ante mi madre para que no sospechase nada. De tal modo evitaría incómodas preguntas. Mi madre siempre me atiborraba de comida pero la verdad es que yo tampoco rechazaba nunca un buen bocado. Reconozco que por aquella época estaba un poco fondón. “Cuando uno come es señal de que está sano” decía ella siempre. ¡Qué tiempos! Ante la falta de apetito a la hora de comer aprovechaba cualquier despiste de mi madre para traspasar la comida de mi plato a la boca de Luk, mi fiel perro. Siempre estaba alerta. Permanecía en todo momento atento a mis movimientos máxime si había comida de por medio. Podía confiar en él. Era el mejor buzón que he visto jamás. ¡Se lo comía todo incluso hasta las pinzas de madera que mi madre utilizaba para extender la colada! Cierta tarde, después de llegar a casa, decidí armarme de valor para pedirle a Laura que fuera mi novia. Con el corazón en un puño tomé prestadas, a escondidas, unas cuantas monedas del bolso de mi madre, aprovechando justamente el momento en que ella estaba en la cocina preparando un pastel. Una vez las tuve en mi poder me despedí desde la lejanía con un: FJ:-“Adiós mamá, hasta luego” mientras cerraba la puerta de casa lentamente tras de mí esperando que no me hiciera ninguna pregunta de aquellas que siempre te obligan a volver, cuando más prisa tienes por marchar, respiré aliviado cuando contestó sin más: M:-“No vuelvas tarde cielo” Bajé los peldaños de las escaleras de tres en tres. Corriendo a toda velocidad por la calle me dirigí al supermercado de la Sra. Paqui, una de las cotillas oficiales del barrio pero parada obligada si quería comprar bombones. Por fortuna aquella tarde ella no estaba. Me atendió su marido Julián, un hombre un tanto hosco, más seco que la mojama, que apenas abría la boca más que para comer. De más pequeño hasta le tenía miedo. Al cobrarme la caja de bombones aproveché para preguntarle si me podía dar una goma elástica la cual me entregó sin mediar palabra. ¡Perfecto! Los bombones no eran nada del otro mundo pero por lo que me habían costado no se les podía pedir mucho más. Siempre le había escuchado decir a mi madre “lo que cuenta es el detalle” cuando de tanto en tanto mi padre se dignaba a hacerle algún regalo. Me apliqué el cuento pensando que sería suficiente para estar a la altura de la ocasión. Al doblar la esquina, llegando al parque que había detrás de mi casa, me adentré en una enredada zona de arbustos donde sabía que en teoría podría encontrar, con un poco de suerte, margaritas o algún otro tipo de flor de temporada. Todo el mundo pasaba por allí siempre que no estuviera el jardinero del ayuntamiento para recolectar lo que se terciase. Cualquier pretexto era bueno. Un cumpleaños, un entierro, un amor ó un yayo que se estaba haciendo el jardín en casa. En fin, desde luego, ¡era otra época! Así que probé suerte y la tuve. Arranqué un buen manojo de margaritas un tanto pochas pero suficientes como para improvisar un “hermoso” ramillete. Las envolví con la goma elástica que me había facilitado el marido de la Sra. Paqui y… ¡et voilà! ¿Se lo imaginan? ¡Menuda chapuza! Cuando llegué al rellano donde estaba la puerta de la casa de Laura pulsé el timbre, medio descolgado de la pared, mientras peinaba mi pelo hacia atrás ensalivándolo repetidamente. Al poco ésta se abrió. ¡Sorpresa! apareció un tipo que por lo menos me sacaba tres cabezas con una melena rizadamente engominada toda para arriba, de aquellas denominadas “a lo afro”. Con aspecto cercano a la mayoría de edad lucía unas ridículas patillas al estilo Elvis. Me resultó de lo más grotesco. Con un cigarrillo entre los labios y ajustándose el cinturón del pantalón, ante mi cándida sorpresa, sin ningún tipo de recato, preguntó con ciertos aires sospechosos de agradable cansancio: AF:-“¿Qué quieres chaval?”. Me preguntó mientras continuaba ajustando más aquel cinturón alrededor de la cintura. Por cierto, el pantalón estaba un tanto abultado en su zona genital. FJ:-“Hola”. Contesté titubeante reuniendo la suficiente valentía para hablar mientras me temblaban los tobillos. Balbuceando, finalmente acerté a preguntar: FJ:-“¿Está…está Laura? Pregunté a la vez que mantenía los brazos alzados, cual Cristo crucificado, con la caja de bombones en una mano y el ramillete de margaritas en la otra esbozando una acongojada sonrisa. Al instante apareció Laura, con toda su preciosa melena de color negro azabache hecha un higo, medio jadeante todavía. Abrochando también, curiosamente de manera apresurada, los botones de su preciosa blusa azul turquesa, me preguntó a su vez evidentemente sorprendida: L:-“¿Y tú qué quieres? ¡Menos mal, por un momento pensé que eran mis padres!”. Respiró aliviada mientras besaba la mejilla de aquel peludo orangután. Este mirándome fijamente apuntilló riendo a carcajada limpia: AF:-“Espera que me da la Risa. ¡Pobrecito!” Aspirando una profunda bocanada de aquel cigarrillo, por cierto de forma un tanto irregular y con un olor parecido al incienso, sin parar de reír volvió a preguntar: AF:-“¿Pero dónde vas pardillo?”. La madre de Laura, divorciada, rondaba la cincuentena mientras yo apenas pasaba de la decena, así que por rigurosa lógica para ¿quién narices iban a ser aquellos presentes? para ¿su madre? Cuando aún lo recuerdo… Salí corriendo de allí tan deprisa que creo que mis calzoncillos se quedaron flotando en el aire cual dibujo animado. ¡Menuda cagada! Ni que decir tiene que evité por todos los medios coincidir más con Laura en el colegio todo lo que restó de curso hasta que, por fin, llegaron las vacaciones de verano. Ella se graduaba ese año por lo que desapareció definitivamente de mi vida para siempre. ¡Qué mal lo pasé hasta que no llegó ese día! En fin. Ese fue mi primer y efímero amor que pasó de ser totalmente platónico a ser prácticamente escatológico.
Fernando Goya Vargas
Fernando Goya Vargas
29 de Noviembre de 2019, 12:02
Humorísticos
AQUEL INOLVIDABLE TRAYECTO
Eran las siete mañana de un gélido día invierno. Como de costumbre, después de ducharme y desayunar, me dirigí a toda carrera, casi siempre llegaba tarde por un motivo u otro, a mi puesto de trabajo en el centro de la ciudad. No había descansado nada bien debido a que los vecinos del piso contiguo al mio, pared con pared del dormitorio, habían disfrutado de una noche sexualmente muy activa. La fogosa pareja estuvo toda la noche dale que te pego al catre "pim pam, pim pam pum fuegoooo". Casi me ahogo tapándome la cara con la almohada para intentar en vano, no escuchar tanto jadeo allende la pared. Que disfrutasen perfecto pero ¡¡¡caramba!!! ...yo No había pegado ojo en toda la noche. "Suerte que es viernes, pensé" mientras me dirigía a la estación de metro saboreando un café doble que había pedido para llevar, en el bar de abajo de mi casa. Después de validar el billete me dispuse a bajar al andén de la estación a toda prisa. Cuando llegué ahí me frene en seco... OHHH ¡¡¡sorpresa!!!, justo se acaba de escapar un convoy delante de mis narices. ¡Pues que bien, otro día que llego tarde, genial! pensé recordando la santa ley de murphy. Pues Si que había empezado bien el día después de una nefasta noche. Creo que las ojeras me llegaban hasta el ombligo ¡que sueño por Dios!. El tiempo de espera, encima, era de cinco minutos. Que desesperación estar ahí parado mientras en el andén se iba aglomerando gente y más gente. No dejaba de pensar, sufriendo, en la bronca que me iba a dar mi jefe tras llegar tarde un día más. "No hay excusas si pierdes el transporte, haber salido antes" ya me lo venía venir. Otro sermón más para mejorar el día. Buff ¡¡¡que estrés!!!. Al llegar el tren entramos todos los que estábamos allí en los vagones como borregos. Igualito que lo que se ve por la televisión del metro de Pekin. Unos empujando a otros para intentar acceder al vagón y guardarse un centimetro cuadrado,prensados, cual sardinas enlatadas. A medida que se sucedían las estaciones en vez de bajar gente subían aún más personas a aquella enorme lata de hierro. El que si se peó fue el tipo que yo tenía delante con mi nariz en su cogote. ¡la madre que lo p...!¡que pesteee. Que olor más nauseabundo ¿Que habría desayunado el menda ese?. Casi me mareo ante tal pestilente ventosidad. A todo esto la señora de talla grande que estaba a mi izquierda, pretendiendo abrirse paso, cual búfalo desbocado, para acceder a la puerta de salida del vagón clavo el tacón de su zapato en el dedo gordo de mi pie. ¡AYYYY! Señora.l le increpé con mi incontrolado alarido. "perdone" contestó ella con una diabólica sonrisa tipo payaso de IT "bajo a la siguiente" dijo abriéndose paso. Empujando a diestro y siniestro con sus robustas y poderosas lorzas, sin contemplaciones, arrollaba todo a su paso. Menudo viaje, no era el mejor de mis días. estaba claro. Se apeó la dulce señora y, ocupando su lugar, se me adjunto un tipo más alto que yo, asiéndose a la barra superior de apoyo, brindando todo su pestilente sobaco a la altura de mis narices. ¡Bufff! que horror, en aquel golondrino yo creo que se criaban coles o algo o peor, y todo ese aroma también me lo estaba comiendo yo sin poder moverme para evitarlo. ¡Qué barbaridad! no se para que me he duchado pensé. Menuda selva amazónica de olores. No dejaba de contar las paradas que se hacían eternas. Poco a poco se fue vaciando el vagón en las paradas centrales de la ciudad. Cuando ya respiraba aliviado por tener un poco más de espacio y de aire no tan viciado, a falta de una parada para el final de mi trayecto, apareció ella con su rostro bello y angelical frente a mi. Mientras las personas que nos separaban se dispersaban para acceder a los asientos que habían ido quedando libres, ella esbozó una tímida sonrisa mirándome con unos ojos negros preciosos. Aproximándose a mi con escultural belleza hizo el ademán de decirme algo mientras yo notaba que me ponía más colorado que un tomate. !Que hermosura! pensé. Cuando me hablo estaba tan absorto contemplándola que no me enteraba de lo que me estaba diciendo. ¿Era un sueño?¿era real?¿se dirigía de verdad a mi?. No reaccionaba pensando que era imposible que aquella belleza se hubiera fijado en un tipo como yo. No podía ser que yo tuviera tanta suerte y menos tal como iba día. El convoy había parado. De sus carnosos labios surgió un rugido que me devolvió a la realidad. Con voz cazallera me interpelo "bajas o qué" y de un empujón me aparto y desapareció entre la multitud. ¡que desilusión! me quede absorto contemplando como se esfumaba entre un mar de gente. ¡Seré bobo! pensé. Cuando se cerraron las puertas del vagón y ya de vuelta a la realidad me di cuenta que esa también era mi parada. Menudo empanado soy, ahora si que iba a llegar tarde si o si. Me cago en...cada vez que pienso en aquel inolvidable trayecto....suerte que era viernes.
Magda Guarido Jonema
Magda Guarido Jonema
2 de Septiembre de 2019, 10:54
Humorísticos
LEONOR
LEONOR, 28 de mayo de 2005 Hola, me llamo Leonor. Soy la típica mujer que trabaja ocho horas fuera de casa detrás de una mesa de despacho entre papeles y lápices; que intenta poner orden en su hogar, además intenta arañar algún minuto al día para mirarse al espejo y dedicarse una sonrisa; cuarenta y cinco años, más de la mitad compartidos con aquel hombre del que me enamoré por su aspecto de “dandi” en las películas americanas y que el tiempo a convertido en el hermano pequeño de “Michelin”. Entregada en cuerpo y alma, pero sobre todo en cuerpo, a la procreación de la especie con una aportación de: cinco hijos, perro, gato, dos tortugas y como no podía ser de otra manera, un canario. A las seis y media de la mañana cuando suena el despertador, inhalo la suficiente cantidad de paciencia para resistir las siguientes veinticuatro horas, me incorporo lentamente de la cama para no despertar a Luís, me calzo las zapatillas de franela a cuadros y salgo a hurtadillas de la habitación. Mi primera parada es el baño, vacío los líquidos que me aprisionan el vientre y tras lavarme la cara me la embadurno con la crema antiarrugas, según pone en el bote desaparecen aquellas patas de gallo que van apareciendo con la edad, en mi caso, más que patas de gallo es una reproducción del gran cañón del colorado. Luego, a medida que me dirijo a la cocina abro las puertas subiendo las persianas de las habitaciones de los chicos. El mayor es Julio, a sus diecisiete años todavía duerme con un peluche, el gato y se deja la lamparilla encendida, según dice no tiene miedo que lo hace porque está acostumbrado a la luz y no podría conciliar el sueño sin ella. Salto a través de una pista de obstáculos a base de comics, coches y fundas de juegos para la PlayStation; llego a la ventana, me cuelgo de la maldita cinta que siempre se engancha y del tirón armo tal estruendo que le provoco al pobre muchacho el primer sobresalto del día. La habitación contigua es la de las niñas, tienen catorce y once años con dos originales nombres, Alba y Aurora, que quiso poner su padre en honor al día en que nos conocimos; la mañana después de un concierto de Bruce Springsteen, la cual nos despertábamos en una playa con una importante resaca. Este par siempre están revueltas entre las sábanas, a veces creo que en lugar de dormir hacen batallas nocturnas. Continúo con la ronda para despertar a los muchachos y termino en la habitación de los peques de la casa. Maribel es muy pequeñita todavía para acudir a la escuela y Francisco, a sus seis añitos, ha empezado este año en el colegio de los mayores. Poco a poco la casa se va convirtiendo en el pasillo estrella de un centro comercial; algunos corren para no perder su turno en el aseo, otros discuten por los cereales que van a poner para desayunar, el perro que escapa de unos y otros; con tanto jaleo se levanta el gran jefe de la tribu. Mi marido arrastrando las zapatillas por el parqué, intenta hacerse el nudo de la corbata mientras lucha por levantar los párpados, con la intención de dejar sus preciosos ojos verdes al alcance de los primeros rayos de sol que asoman por las ventanas. Se sienta en una silla, deja que su cuerpo y mente se coordinen lentamente a la vida cotidiana. Francisco aparece con sus tortugas poniéndolas sobre la mesa de la cocina provocando diferentes opiniones al respecto, al final de un intenso debate gana la mayoría, las tortugas regresan a su lugar. Después de tres cuartos de hora de revoloteo, discusiones, prisas y demás, los dos mayores empiezan a desfilar hacia sus diferentes lugares de estudio. Diez minutos más tarde sale Luís hacia el despacho y para no perder la costumbre le pide a Aurora que se apresure, esta todavía sin peinar sale corriendo con la boca llena de cereales y arrastrando la mochila. A las ocho llega Fabiana, cuando llega a la hora ¡claro está! Porque cuando no es por una cosa es por otra, pero no conoce el significado de la palabra “puntualidad”. Es una mujer extranjera que además de comerse lo que pilla en la nevera, cuida de Maribel por la mañana; le dejo preparado lo relacionado con la niña, todo y así me pide mil explicaciones, luego mientras cojo el abrigo, el bolso y a Francisco, me cuenta sus desventuras durante la tarde anterior. Ya con la hora pegada al culo, dejo al pequeño en el colegio y cruzo a toda prisa la zona de pisos en construcción, que hay en frente para atajar hasta la oficina. Para rematar la mañana hoy me encuentro con esto… Un imbécil con una navaja en la mano, tendrá unos cuarenta años y desprende un hedor irrespirable al abrir la boca, ¡me pide el monedero! ¡Será cabrón!, aguantar al jefe cinco días a la semana durante ocho interminables horas para ganar unos míseros ochocientos euros para qué ahora éste pretenda que le dé parte de ello. Sin pensármelo dos veces empiezo a correr por el descampado, pero la maldita idea que tuve al escoger el vestuario y seleccionar este traje chaqueta con minifalda y los zapatos de talón alto me ha fastidiado la huida, el imbécil que corría detrás de mí sacando el hígado por la boca, o lo que le queda de el, me ha cogido por el pelo haciendo que caiga al suelo. Con un tono rudo me ha dicho a la vez que levantaba la navaja: —Usted decide señora, puede darme el dinero a la fuerza por las malas o puede darme el dinero, marcharse y aquí no ha pasado nada. ¿Cómo que no ha pasado nada? Me digo a mi misma. Me estás quitando la compra de toda una semana, seguramente para pincharte o para bebértelo, porque con las pintas que me lleva dudo mucho que sea para la matrícula de la universidad. Al final le entrego mi bolso, pues por muy imbécil que me parezca es capaz de pincharme y dejar mi cuerpo aquí tirado, luego si consiguen cogerlo pídele explicaciones a la justicia que escogerá entre la población a 12 buenos samaritanos, que después de escuchar las medio verdades de uno y otro lado, se encerrarán en un cuartucho varias horas para decidir sobre si debe o no estar en la calle. Al verse con mi bolso entre las manos el imbécil lo sacude a su antojo y esparce por el suelo todas mis cosas íntimas: la agenda, los tampax, boli, chicles, libreta, tabaco, encendedor, el lápiz de ojos y por fin el monedero; lo recoge rápidamente saqueándolo sin piedad; luego se marcha a la velocidad del rayo abanándome en el suelo tirada con mi pelo alborotado, las medias rotas…, total, en la más vergonzosa de las situaciones. Empiezo a llorar a moco tendido con las consecuencias que eso conlleva… A lo lejos veo a un hombre trajeado que al darse cuenta de mi existencia se acerca corriendo, ¡no podía ser otro que mi jefe! —¿Leonor, qué te ha pasado? —Pregunta cogiendo mi mano. —Hola señor —respondo agradecida, con el rimel corrido por las mejillas y el moco colgando; a la vez que voy recogiendo mis cosas y las devuelvo a su lugar. El hombre muy cortésmente me ayuda a levantar pero sin perder la oportunidad de sobarme el culo de nuevo. Nos vamos lentamente hacia el despacho, pero en mi mente ronda un solo pensamiento… “Hay días que sería mejor no levantarse de la cama…” ®Magda Guarido Jonema
drucilla
drucilla
6 de Agosto de 2019, 14:40
Románticos
Cigarrillo después del sexo
https://www.youtube.com/watch?v=R2LQdh42neg Te conocí un verano, yo era aún una estudiante y tu una mujer experimentada, me pusiste el ojo encima, supongo que porque a la vez yo lo tenía puesto también en ti. Estaba agobiada por el calor, por la música y por la aglomeración del lugar. Leíste mi malestar y te sonreías y me sonreías de manera burlona. Bajé la mirada avergonzada por tu mirada directa y traté de refugiarme en el baño pero tú me seguiste sin ser yo consciente de ello así que al salir me llevé una gran sorpresa al verte. Me puse roja y no acerté a reaccionar. Pronto te hiciste cargo de la situación: "Pareces un pingüino en el desierto." "Gracias" acerté a responder con una sonrisa entre avergonzada y nerviosa con tal situación. "¿Vamos fuera?" Te seguí dócilmente y fascinada por tu persona. "Creo que ninguna de las dos está a gusto" Asentí, miré hacia dentro buscando con la mirada a mis amigas que ni se habían percatado que había desaparecido y resoplé. Reíste de buena gana y miraste hacia dentro buscando a un hombre hablando con otro. "A mí tampoco me echan de menos" Por tu sonrisa no me pareció que te importara en absoluto. Me contaste que estabas con tu marido y un amigo de él, me dijiste que tenías ganas de divertirte y acabar bien la noche pero ese amigo lo había fastidiado todo. "Hasta que te vi a ti" Tu sonrisa descarada volvió a sonrojarme pero me gustaba... Me gustaba tu sonrisa y tu ironía. "Quisiera invitarte a mi casa, si te apetece..." "¿Y tu marido?" "Tardará mucho en venir" Me besaste la mejilla, me cogiste la mano y me llevaste a buscar un taxi. Una vez dentro ambas avisamos a nuestras compañías de que no se preocuparan de nosotras. Sentada a tu lado pude oler tu perfume y contemplarte de perfil, admirar tu cuidada melena castaña oscura, tus labios grosella bien perfilados, tus largas pestañas, tus bonitas piernas y tu envidiable silueta. Sin mirarme me tiraste de un mechón de pelo con picardía con tu eterna sonrisa irónica de dientes inmaculados. Me parecías perfecta. Llegamos a tu casa y te metiste en el baño mientras me dejabas darme una vuelta por tu apartamento. Decorado con buen gusto pero sencillo y funcional. Saliste envuelta en una toalla negra y me besaste los labios. "Estás cómoda?" Asentí con la cabeza admirada al ver tu cuerpo semi desnudo. "Quisiera darme una ducha yo también" Acerté a decir. Levantaste una ceja y volviste a sonreír. "No te hace falta, eres pura" Miraste mis bambas que yacían en el suelo que me había quitado sin desanudar y me subieron nuevamente los colores. Tomaste mi mano y me llevaste a tu habitación, donde muy lentamente me desnudaste entera. Me besaste y acariciaste los hombros, con tu mano abarcaste mi cuello y nuca, llegaste a mi cabello enredando tus dedos en él. Dócilmente me dejaba hacer, tomaste mi barbilla y acercaste tus labios a los míos fundiéndose en un beso largo y húmedo. Volviste a mis hombros y empezaste a besar mis pecas y lunares bajando por mi espalda, me invitaste a tumbarme encima de la cama con la espalda reposando en el colchón con las piernas abiertas y flexionadas para contemplarme con tranquilidad y largamente. Te tomaste tu tiempo para acariciarme y darme placer, hasta que te deshiciste de tu toalla y acercaste tu cuerpo al mío, nos fundimos en un abrazo, y tus caricias se volvieron más intensas y continuaste con tus labios, tu lengua hasta descubrir mi sexo, jugaste con mis labios y mi monte, sonreíste al notarme húmeda, después de un buen rato de juego introduciste con habilidad un par de dedos en mi vagina y seguiste, seguiste, seguiste con tus dedos dentro de mi y tu lengua en mi clítoris hasta que exploté... Seguidamente te tumbaste a mi lado y nos dimos un largo abrazo, entrelazamos las piernas y jugamos así un buen rato mientras no parábamos de besarnos. Tus besos húmedos provocaban que tu saliva regalimara por mi cara y sentía como a la vez se humedecían nuestro sexos y nuestros muslos mientras nos frotábamos, entonces bajé por tu cuello y lamí tus senos, tu cintura y tu cadera con deleite y devoción hasta que llegué a tu sexo que besé, mordí, lamí hasta que empezaste a temblar y entre suspiros cada vez más intensos y el subir y bajar de tu pecho acelarado por la respiración acabó desenbocándote en un fuerte orgasmo. Terminamos exhaustas, entonces abriste el cajón de la mesilla de noche y encendiste un cigarrillo, después de una calada me miraste: "¿Quieres?" Acepté y lo compartimos. Estuvimos hablando largo rato, de tu vida y la mía. Así me enteré que eras profesora de literatura y me hiciste recordar mi buena relación con mis anteriores profesoras. Me recomendaste libros y me corregías a menudo con esa mirada y esa sonrisa socarrona. ¡Te encantaba picarme! Eso solo fue el principio de una relación que duraría año y medio. Siempre quedábamos cuando a ti te iba bien: solo dos veces por semana, hasta en eso eras perfecta y precisa. Paseábamos. comíamos juntas, íbamos al cine, al teatro, bibliotecas, librerías, museos y en tu apartamento solo querías sexo y cigarrillos. Así me lo decías claramente. Tenía prohibido besarte en público por la calle o coger tu mano, como mucho me llegaste a tomar del brazo en alguna ocasión pero como dos buenas amigas, nada más. Recuerdo áquel día que quise ponerme especialmente bonita para ir a verte. No podía evitar sentirme un patito feo a tu lado, una "perro flautas"... Me esmeré mucho en vestirme, perfumarme, maquillarme e ir a la peluquería a alisar mi cabello indomable. Quería causarte una buena impresión. Ese día estuviste muy seria y ausente hasta que llegamos a tu apartamento. "¿Qué te ocurre?" Pregunté preocupada "¿Qué te ocurre a ti? ¿De qué te has disfrazado?" Me quedé boquiabierta y te expliqué me había arreglado para ti expresamente para darte una sorpresa. "Pues lo has conseguido boba" y me tiraste del pelo como solías hacer para picarme "¿Ves? No es lo mismo... Tus rizos se prestaban a los tirones" Me tomaste de la mano y me llevaste al baño, me desnudaste, me desmaquillaste, me quitaste el esmalte de las uñas, finalmente te metiste en la bañera conmigo y mientras me lavabas el pelo empezaste a sollozar. "Me gustas, me gustas porque no eres como yo, " Llorabas amargamente y repetías "No quiero que seas como yo, tú eres libre" Entonces observé con horror tu cuerpo lleno de morados. "Quién te ha hecho eso? "Grité enfurecida "¿Ha sido él? ¿Te pone la mano encima?" "No lo entenderías" "¡Prueba a ver!" Me costaba respirar al hacer un esfuerzo por no llorar. Ella era la fuerte, mi maestra,no podía soportar verla en esas condiciones, no lo iba a permitir.. Tuve que permitirlo y no lo entendí jamás. Llevabas tiempo aguantando malos tratos de tu marido y ya denunciaste alguna vez pero volvíais con la promesa que él cambiaría. Te supliqué que dejaras a tu marido y que vinieras conmigo. Por aquel entonces perdí la cuenta de las veces te dije te quiero y tu respuesta era dar una calada a ese cigarrillo con la mirada perdida. Yo me contentaba con pasar dos días a la semana a tu lado, al menos me convencía que estabas bien cuando estábamos juntas y sufría mucho cuando te sabía con él. Un día perdiste la paciencia. "Sigue tu camino" Me espetaste"No quiero hacerte perder el tiempo. No me gustan las mujeres." "A mi tampoco" Grité echa un mar de lágrimas"También me gustan los hombres, pero me gustas tú y no puedo evitarlo" Te quedaste estupefacta, todo ese tiempo habías pensado que me gustaban solamente las mujeres, que yo era lesbiana. Entendí que me había vuelto adicta a ti... Así lo comprendiste. Cortaste la relación por lo sano y nos despedimos entre besos y lágrimas. Para mí fue súper doloroso, echaba de menos tu sonrisa, tus tirones de pelo, tus conversaciones, el calor y el abrazo de tu cuerpo y a aquellos cigarrillos compartidos después del sexo. Tanto era mi adicción y mi vacío que empecé a tener sexo con cualquiera, me volví una promiscua sin control y siempre llevaba un paquete de cigarrillos encima. No importaba si la persona me gustaba o no si disfrutaba de la relación o no solo quería acabar y fumarme ese cigarrillo en silencio con la mirada perdida. Mis relaciones por entonces terminaban al consumirse el cigarrillo. Al cabo de un año, un buen día te vi por la calle, ibas cogida del brazo de una mujer, me viste, me sonreíste a lo lejos, me levantaste una ceja de manera cómplice, te detuviste y besaste aquella mujer. Así supe que ya no estabas con tu marido, que eras libre y de alguna manera habías encaminado una nueva vida. Jugué con un mechón de mis rizos mientras te miraba extasiada y nostálgica a la vez, sentí aquel beso como si fuese dirigido a mí y me conformé al verte feliz. Nos dedicamos una última sonrisa y nos alejamos, No solo pude despedirme de ti sino que pude apagar por fin aquel maldito cigarrillo que tanto me quemaba por dentro.
drucilla
drucilla
6 de Agosto de 2019, 14:30
Clásicos
Sin paraguas un día de tarde de lluvia
https://www.youtube.com/watch?v=6mo59IyQbro Parece que oscurece cuando las cosas no acompañan pero aquel día no solo fue un día oscuro y nublado... Fue un día con tarde de lluvia. Y llegó ese día. Habíamos pasado, ya, muchos días tormentosos pero siempre volvíamos. Ya todo era un presagio, ese domingo ya me levanté tarde y mal, era oscuro y para mí no había salido el sol. Pero la tormenta de ira contenida estalló aquella misma tarde: relámpagos de reproches y recriminaciones era el presagio de una semana de emociones contenidas. Tú el trueno y yo la lluvia. Entonces nos entremezclamos en una dura batalla y abrimos el paraguas para que nos protegiera del mal tiempo, del nuestro y del meteorológico. Lo compartíamos. Rompiste el paraguas y yo resulté malherida. Era mi paraguas, mi favorito y tú lo sabías. No es que fuera nada del otro mundo pero me gustaba su color verde azulado y su palo de madera. Tenía su encanto, me recordaba a aquellos paraguas de época. El palo estaba partido y las varas rotas. Lo recogí del suelo, cogí las dos partes y corrí a casa mientras gritabas detrás de mí. Entonces traté de arreglarlo y puse todo mi empeño creyendo que si lo arreglaba lograría repararme a mi misma. Arreglé el paraguas y ese mismo día aprendí que la fuerza y el amor está dentro de una misma, buscarlo fuera es como estar vacía por dentro y fue así entonces como recuperé mi paraguas para los próximos días de tarde de lluvia.
Carmen Graña Barreiro
Carmen Graña Barreiro
17 de Julio de 2019, 22:24
Clásicos
La maleta
La confitería tenía un ambiente agradable, propicio para las charlas quedas y los pensamientos solitarios. Buen lugar. Había estado allí algunas veces, siempre acompañada. Ahora estaba sola, aunque si todo salía como lo había planeado no sería por mucho tiempo. Faltaban algo más de treinta minutos para las cinco de la tarde, la hora señalada. Eligió una mesa ubicada al lado de un ventanal desde donde podía ver la acera y la entrada del establecimiento. Perfecto. Se sentó y dejó la pesada maleta a su lado, pero enseguida pareció arrepentirse, así que se levantó y la puso junto a la silla que quedaba vacía. “Ese es tu sitio”, susurró. Luego dejó el móvil encima de la mesa y lo miró ansiosa. “¿Vendrá? Tiene que venir, no tengo un plan B”. Sacudió la cabeza junto con los pensamientos pues el camarero se le acercó para preguntarle qué deseaba tomar, mientras echaba una mirada curiosa a la maleta. —Tráigame una botella de champán, bien fría, y dos copas —dijo con determinación. El camarero se le quedó mirando por un instante, seguramente extrañado de tan inesperado pedido de aquella mujer atractiva, elegante, algo nerviosa, y que portaba una importante maleta, aunque por su acento no era turista. —Champán… bien, ¿alguna otra cosa? —Nada más, y por favor que sea rápido, no tengo mucho tiempo. El tiempo, ese gran dramaturgo que nos otorga papeles a los que cada uno no se presenta por propia voluntad. Volvió a mirar el móvil. Todo iba bien. La cita no había sido cancelada y solo faltaban quince minutos para las cinco. Le temblaban las manos y tenía la boca seca. También los ojos y la garganta. Había llorado todas las lágrimas; solo así evitaría que se le escapara alguna mientras hacía lo que tenía que hacer. El camarero descorchó la botella de champán y llenó una de las dos copas. La mujer cerró los ojos al sentir el cristal frío en sus labios y el líquido burbujeante rasgando su alma encogida. “Aún estás ahí, maldito seas”. Al fin y al cabo, amar es como pasear por un acantilado: te puedes caer al vacío al pisar en falso o te pueden empujar al abismo del más profundo dolor. Los minutos comienzan a arrastrarse hacia el final de una historia, de su historia de amor. Quizá fuera puntual, y lo es. Acaba de entrar. Más joven que ella, aunque no tanto, ni bonita ni fea, ni alta ni baja. Una mujer común. Levanta una mano para llamar su atención, pues la fulana no la conoce personalmente, aunque sin duda escuchó hablar de ella más de una vez. Se acerca sonriente. Es curioso, pero no siente nada por esa mujer; ni rabia ni rencor, nada. —Buenas tardes —dijo la recién llegada—. Yo soy… —Siéntate, por favor. Sé quien eres y con quien te acuestas. Lamento haberte traído hasta aquí haciéndome pasar por otra persona, pero era la única manera que encontré para poder entregarte esa maleta, que ahora te pertenece —dijo señalando la valija al lado de su silla. —¿Quién es usted? —preguntó mirándola con temor. —Soy la mujer de tu amante. No temas, no voy a hacerte daño —le dijo al ver que la otra se levantaba intempestivamente—. Siéntate y escucha. En esa maleta están algunas pertenencias del que hasta hoy fue mi marido. El resto se quemó, digamos que accidentalmente. Ahí hay un par de calzoncillos sucios y algunos calcetines que no tuve tiempo de lavar. Entenderás que luego de que ayer los viera tan juntitos y satisfechos no me dieran ganas de poner la lavadora. También hay varias camisas sin planchar y la ropa que usó en el gimnasio. Además, te traje las gotas para no roncar, que mucho efecto no le hacen, te soy sincera. Apuesto a que contigo no las usa, claro qué tonta, es que contigo no duerme, solo pasa unas horas de sexo desde hace, ¿un año? Hay algunas cosas más, pero para qué extenderme en algo que ya irás viendo por ti misma. Ah, también metí en la maleta el portarretrato en el que estuvo la foto de nuestro casamiento y ahora contiene el número de teléfono de mi abogado. Bueno, si es lo que querías ya tienes el paquete completito. Que te aproveche. Te dejo el champán para que brindes por tu nueva vida, por la mía ya lo hice yo. Se levantó, echó una mirada a la maleta y otra a la estupefacta mujer, que en ese mismo momento dejaba de ser una idealizada amante clandestina, y salió a la calle para mezclarse con el río de individuos que marchaban en procura de la felicidad.
villam
villam
20 de Mayo de 2019, 18:23
Clásicos
Sublime decepción
A una ciudad de la Meseta española, reducto de tradiciones, empezaban a llegar las nuevas formas de comercio que invadirían los escaparates y animarían a las jóvenes quinceañeras a comprar y lucir las coloridas camisetas y atractivas minifaldas colocadas estratégicamente por los técnicos tras los cristales. Acorralada, disminuida y casi en penumbra, sobrevivía una tienda que ofrecía productos de "toda la vida", con mostradores y estanterías de madera y atendida por un señor de aspecto atildado, bigote fino y traje de chaqueta oscuro, clásico y con la raya del pantalón perfectamente marcada. Convencido y firme en su idea, rechazaba con firmeza cualquier sugerencia de cambio en la orientación de su negocio ya que se jactaba de saber muy bien su oficio. Cada día esperaba ansioso el final de la jornada para llegar a casa y ser recibido amorosamente por su esposa, cálida y hacendosa y, sobre todo, por su adorada hija Merceditas que ya habría regresado del club de tenis de tomar un vermut rojo con sus amigos. Merceditas acudía cada día a clase de cultura general a un colegio de élite donde las monjas la instruían para ser una señorita de buenos modales, atenta a las formas y capaz de dar animada conversación a los invitados que esperaba recibir en su distinguida casa, junto a su esposo y sus preciosos hijos. Por las tardes, la chica areglaba su melena rubia con reflejos dorados y vestida con su traje más favorecedor y sus zapatos de altísimo tacón, acudía a clase piano para completar su educación. Al salir iba al club a ver a Bruno, jugador de tenis, alto, atlético, bronceado por su exposición al sol en las pistas y estudiante de último curso de ingeniería. Caballeroso y atento, rechazaba siempre con amable cortesía, las constantes invitaciones de Merceditas para salir después del partido a tomar unas copas por los bares de moda de la ciudad. Ella no estaba dispuesta a renunciar pués veía en él al hombre ideal, capaz de satisfacer todas sus aspiraciones. Con fuerzas renovadas, llegaba cada tarde al club, con la esperanza de que ese día sí pasearía por la Calle Mayor con él y le propondría esa vida que para ella era el modelo de felicidad. Le haría sabrosas comidas, tocaría el piano para él y los niños estarían leyendo cuentos sentados en la alfombra junto a la chimenea encendida que caldearía la habitación. Pero nuevamente se encontraba con la educada firmeza de él pretextando unos estudios que, una vez más, le sirvieron de disculpa. Un día, camino del club, después de haber aprendido a tocar en el piano una nueva pieza de música clásica, y con la ilusión intacta, notó de repente que el corazón se la paralizaba, se ahogaba, no podía respirar y las rodillas le temblaban. A lo lejos vio avanzar a una pareja cogidos de la mano, sonrientes y mirándose a los ojos. Él llevaba una bolsa de deportes donde asomaban unas raquetas de tenis. Al llegar a su altura, se detuvieron y Bruno, cortesmente, la presentó a su novia, una abogada en ejercicio con la que tenía proyectado casarse el verano siguiente, cuando terminase la carrera. Merceditas apenas articuló una palabra. Hacía ímprobos esfuerzos para contener las lágrimas. Correspondió al saludo haciendo uso de esa exquisita educación que la habían inculcado y en cuanto la pereja se hubo marchado, se sentó en un banco para no caer en plena calle. La ira la desbordaba por los ojos. No encontraba palabras para calificar a ese hombre. En unos minutos vio como su vida se truncaba, sus sueños se esfumaban y los planes que había hecho, se la vinieron abajo golpe. No podía imaginar como una abogada iba a proporcionar a Bruno una vida como la que ella le habría dado. La encontró fea, vieja y carente del porte y elegancia que ella tenía. Sentenció que Bruno no sería feliz. Las grandes firmas comerciales coparon los escaparates de la ciudad. ZARA, C&A, Decatlon y otros, sustituyeron a las tiendas tradicionales que sucumbieron a su empuje. Merceditas se fue a vivir a las afueras. Sus vecinos la ven cada mañana salir a comprar el pan. Antes, pasa por la zona de contenedores de reciclaje e introduce en el verde una botella vacía de vermut rojo de una conocida marca italiana.
Mariano
Mariano
16 de Abril de 2019, 3:40
Fantásticos
Markov Záitsev
Markov Záitsev vivió siglos, aún conservaba la apariencia de un hombre joven. Viajó por todo el mundo y contempló los sucesos de la humanidad repetirse en el transcurso del tiempo. La tecnología avanzaba, pero el espíritu de los mortales, movidos por un deseo incesante para obtener riquezas a cualquier costo, se mantenía extraviado, por esto, la miseria se extendía en algunas partes del mundo. El petróleo codiciado trajo la guerra a su país que nunca olvida, a pesar de la distancia. El tiempo pasó y ya no formaba parte de aquel pasado. Presenció acontecimientos que no lograba entender, o su capacidad para eso había desaparecido, temía estar privado de esa comprensión. En otra época, vio a dos amantes en las márgenes de un río, la mujer resbaló y fue arrastrada por la corriente, se hundía en los rápidos, el hombre se lanzó precipitado a su auxilio, después de una cascada violenta no emergieron. También recordó a otro hombre que tras un largo período de meditación en las montañas nevadas se esfumó a la edad de setenta y dos años por descubrir en el espíritu aquello verdadero, nunca cambiante aunque el mundo fuera otro, esperando ser descubierto. Conocía ritos profanos provenientes de nigromantes, compartió riquezas de las ciudades asoladas, favoreció a quienes predicaban prometiendo falsedades a cambio de un diezmo altísimo, era culpable de pervertir y seducir almas a la condenación. Pero existió una que nunca olvida. Estuvo sumido en un sueño inexpugnable en el cual revivía sus experiencias, tratando de comprender aquellos actos que suponían un interrogante para él mismo, convencido de que dilucidaría la respuesta a las preguntas. La sed lo despertó. La luna llena daba el escenario perfecto para realizar su cometido de una manera dramática, le producía placer, más que de forma violenta. Esa noche la ciudad estaba llena de vida, iluminada por doquier, ruido de autos y gente paseando distendida. Markov pasó junto a las mesas en la puerta de los bares abarrotados bajo la mirada perspicaz de algunas mujeres. Llegó a una plaza alumbrada por faroles, en el centro había un pedestal de mármol que sostenía la figura de un prócer, una mujer escudriñaba el panorama, parecía aguardar por alguien. Se sentía atraído por personas solitarias, no estaba relacionado con que le facilitara las cosas, en algunos momentos sentía una ausencia, un vacío sombrío, envejecido por los años. —Buenas noches —dijo Markov al acercarse. Sabía cómo disimular pecados y caer bien a las personas. Inventó un acento extranjero. La mujer lo miró, era joven y atractiva. —Buenas noches —dijo. —Soy turista, quisiera saber de algún lugar donde beber algo. —Puede seguir esta calle —la mujer extendió el brazo y señaló la dirección—, a dos cuadras de aquí hay un bar que les encanta a los turistas —contestó con amabilidad. —No me he presentado, mi nombre es Markov Záitsev, me gustaría un guía que me muestre la ciudad, quizá también me acompañe con una bebida. Ella esbozó una sonrisa leve. —Entonces… —Espero por alguien. Unos transeúntes pasaron por la plaza, el niño hizo sonar los columpios alejados. —No se imagina quién soy —dijo Markov sonriendo. —No he visto la ciudad empapelada con su rostro —rieron. —Tengo una oferta. —No creo que pueda ofrecer algo que necesite. —Podría intentar. —Veamos. —Ofrezco inmortalidad. Rio y se detuvo al mirar sus ojos profundos, los vestigios verdes en el iris brillaron, profetizando algo oculto, tuvo miedo y se alejó apresurada, observándolo por instantes. El semáforo le dio paso, cruzó la calle, hizo una cuadra y se quedó en la costanera, aguardando a quien estaba esperando mientras sacaba el celular de la cartera para avisarle que había cambiado de lugar. Revelado su secreto no hizo más que aparecer junto a ella, su mirada hizo que pudiera comprender el tiempo incontable de una vida inmortal, la expresión en el rostro de la mujer fue de asombro y angustia, él no quería que sintiera temor. Sació sus ansias y hambre, su sangre era dulce, por primera vez sintió algo diferente. La dejó sentada en uno de los bancos de la costanera, el sueño eterno se apoderó de ella. Se preguntó cómo pudo resistirse a su encanto. Quizá se remitía a ese conocimiento vago, que nunca logró comprender del todo, aquello que estaba en poder de quien ella esperó y no volvería a ver en este mundo. Las personas son únicas —se dijo Markov—. Me consumiré hasta desaparecer en el fin de los días, cuando el juicio final me sentencie a otra eternidad diferente. He olvidado cuanto he buscado. Apoyado en la baranda, quiso ver en vano su reflejo en las aguas del río que fluían lentas. Su figura se desvaneció mientras cruzó la plaza en medio de los árboles y la nocturnidad entre llantos.
javiera vega
javiera vega
5 de Abril de 2019, 20:09
Clásicos
El guante largo de novia
El guante largo de novia. Bob era fuerte, trabajaba en la bodega del supermercado transportando la mercadería. Ilse trabajaba en la caja, era una joven tranquila que se aislaba de las actividades sociales de sus compañeros de trabajo, algunos decían que tenía pareja y un niño, por eso para ella la rutina era de su trabajo a la casa. A la hora de la colación se sentaba a comer su sándwich en el patio trasero, donde llegaban los camiones con la mercadería, y a veces intercambiaba un hola con Bob. Poco a poco él comenzó a acercarse a Ilse. Ella contestaba sus atenciones de buen modo pero sin mayor interés. Un día él la invitó al cine, pero ella dijo que no podía, que tenía mucho trabajo en casa. Bob pensó que debía ser paciente y que de seguro la chica se estaba dando importancia. El rechazo a su invitación le hizo a Bob recordar a su mascota, un ratoncito. Cada vez que el animalito percibía su presencia, chillaba, le mostraba los dientecitos. Si lo sacaba de la jaula, lo arañaba y se escabullía muy nervioso debajo de la cama. La madre de Bob lo acusaba de torpe, de ser un bruto para tomarlo, son animalitos frágiles como novia, le decía. Un día, cuando tenía diez años, hurgando en los cajones de la cómoda de su madre, encontró un guante largo de novia. Se lo puso y sacó de la jaula al ratoncito. Esperó hasta que se sosegara; la cola larga y pelada se le enrolló a su dedo meñique, y entonces él le apretó el cuello hasta dejarlo convertido en un algo inerte, algo totalmente a su disposición. Después corrió hasta la cocina llamando a su madre, se murió, mintió, mi ratoncito se murió. Su madre lo abrazó muy fuerte y él sintió un beso, un pequeño chasquido junto a su oreja. La ilusión de Bob por Ilse lo tornó alegre, los días se sucedían rápidos y radiantes, aun en invierno la tibieza de sus pensamientos amorosos lo animaban a trabajar mejor que nunca, incluso el jefe lo felicitó por su productividad: Bob podía descargar un camión, él solo, en menos tiempo que dos hombres. Una mañana Bob se enteró de que Ilse dejaba el trabajo. Ambos ya iban para los tres años de empleo. Casi tres años enamorado de Ilse, pensó Bob esa mañana mientras se afeitaba. No podía soportar la idea de que ya no estaría sentada en ese banquillo del patio comiendo su colación. ¿Dónde se iría? El la seguiría donde fuera. A Ilse sus compañeros de trabajo le dieron una pequeña despedida y desapareció del supermercado tal cual había llegado, sin amigos, por esto nadie pudo contestar a Bob su pregunta sobre dónde se había ido. Bob cambió, se volvió flojo en el trabajo, su madre notó que amanecía con los ojos enrojecidos de dormir poco, aunque en verdad era de llorar. Una tarde, a la salida del metro, Bob divisó a Ilse entre los pasajeros que desembarcaban. Olvidándose de su rumbo la siguió, abriéndose paso entre la aglomeración de pasajeros que conmutaban de una línea a otra. Ya a la salida la alcanzó y con el corazón palpitante le agarró el brazo. Ilse se volvió extrañada, asustada, él le sonrió y se disculpó, atolondrado, qué suerte haberla encontrado, no se imaginaba cuánto había pensado en ella, pero no había sabido dónde encontrarla. Ilse al reconocerlo volvió a su compostura habitual, pero no lograba entender bien a este hombre que vagamente situaba en su anterior trabajo. Al notar que el agarre en su brazo era firme se inquietó. Pasaron frente a una cafetería y Bob la invitó a sentarse un rato a conversar. Oscurecía, e Ilse sabía que su casa distaba una cuantas cuadras de la estación, además estaba el parque, que no era recomendable atravesarlo de noche. —No puedo, otra vez. Bob soltó el agarre y se retiró unos pasos. Ella le dijo adiós y se marchó raudamente. Bob se quedó mirándola, no había logrado retenerla, a pesar de todo ese tiempo sin verse, tanto tiempo imaginando encontrarla un día de casualidad en la gran ciudad, hoy era el día y lo estaba desperdiciando. Tenía que hablarle, decirle que la amaba, que desde el día que ella cambió de trabajo su vida era una mierda, que la amaba por cuatro largo años. Recordaba cada de uno de sus gestos, su pelo liso cayéndole sobre la frente y la forma de comer su sándwich, a pequeños mordiscos, tal cual como su ratoncito comía los trocitos de zanahoria. Partió tras ella, anduvo rápido hasta que la vio entrando al parque, entonces echó a correr para no dejarla escapar. En su bolsillo llevaba el guante largo de novia de su madre.
crazypen
crazypen
3 de Abril de 2019, 4:15
Fantásticos
EL VIEJO, SU CABALLO Y SU PERRO (Tomado de la vida real)
Una vez vi una escena que me produjo una especial impresión. Por una calle de la periferia de una ciudad de provincia, sin pavimentar, venía un viejo, tirando con un cordel a un caballo viejo y seguido por un perro viejo. El lento, pesado y arrastrado caminar de los tres personajes indicaba que entre ellos acumulaban una importante cantidad de años, en escala humana, qué sé yo, digamos ¿250? Imaginé que habían convivido y se habían acompañado por mucho tiempo, tanto, que ya no necesitaban decirse nada, tan bien se entendían. Cada uno conocía y respetaba muy bien su papel dentro del trío. Ya estarán todos muertos. Y cuando el viejo habrá comparecido ante Dios, El, en su infinita justicia, se habrá dicho: “Qué paraíso puedo ofrecerle a este viejo solo, sin sus compañeros y amigos de toda la vida terrenal. Ya, por esta vez, pasen los tres”.
crazypen
crazypen
3 de Abril de 2019, 2:56
Románticos
NACIENDO (Monólogo de un niño)
(Dedicado a todas las mamás) Hoy tengo – 1 día de vida. O sea, mañana es mi día 1. Porque mañana yo voy a nacer. Todo está listo. Me doy cuenta de que han estado pasando muchas cosas ahí afuera. Ha habido harto movimiento. Intensos preparativos. ¿Tan importante es la cosa ésta? Si no es para tanto. ¿Cómo llegué aquí? ¿Dónde estaba antes? Esas son preguntas muy difíciles de responder en lenguaje humano. O quizás, al revés, son muy sencillas. El hecho es que hace algún tiempo llegué con la misión de animar esta materia que va a ser mi cuerpo durante la que será mi vida terrenal. ¿Quién estará recibiéndome? Porque en unos momentos más voy a “ver la luz”, como dicen. ¡Voy a nacer! ¡Voy a ser parte de la Humanidad! ¡Que emoción! ¿Cómo será la cosa ahí fuera? Porque esto es bien bueno aquí adentro. No hace calor, no hace frío. No hay ruidos desagradables. Todo muy suavecito y tranquilito. Pero, la verdad, es que es un poco aburridor. Precisamente porque no pasa nada. Reconozco que la aventura me llama, a pesar de los riesgos que pueda haber. !Allá voy, allá voy, allá voy¡ Uff. ¡Que pasa! ¡Uy, voy saliendo, voy saliendo! ¡Al fin! ¡Que emoción! ¡Que fuerte es el ruido que hay aquí! Todo era mejor allá adentro. También está más frío. Pero y éste ¿quién es? ¡¿Y qué pretende?! Ah, ya sé. Hacerme llorar. Pero si a mí ya me dijeron, antes de salir, que los hombres no lloran. ¡Que dura tiene la mano este tipo! No aguanto, tengo que llorar no más. Pero ¿qué es esto? Ahora todos los que están aquí aplauden y se ríen. Parece que están felices. Ah, ya sé. Esto es para enseñarme que vengo aquí a sentir dolor, a sufrir. No sé por qué no me lo dicen con palabras, mejor. No tenían para que ser violentos. Ahora apareció una señora que me tomó, me dio vueltas y me palpó, todo de manera muy poco suave. Y me bañó. El agua estaba tibiecita, bien rica. Casi igual que la guatita de mi mamita. ¿Y éste quién es? Ah, claro, es mi padre. ¡Que feo el tipo! Espero no parecerme a él después. ¿Y ahora? Ah, ¡qué rico! Esto sí que lo conozco bien. Es ella, la heroína, mi mamita. Me toma como sólo ella sabe hacerlo, me acomoda y me pone en su pecho. ¡Que manjar tan rico! Para esto, bien valía la pena nacer. Mamita, perdóname, ¿te dolió mucho? Nunca más. Gracias, mamita.
Maria Carmen Llorens Corcó
Maria Carmen Llorens Corcó
14 de Marzo de 2019, 11:10
Clásicos
LA SOLEDAD
Jaime era un anciano que gran parte de su vida la había pasado en soledad, su carácter callado lo hacía aparentar un hombre un tanto orgulloso pero era todo lo contrario, cuando lo conocían cambiaban de opinión, era todo bondad. La muerte de su esposa lo dejó muy afectado. Su vida constaba en madrugar, la cama no era muy amiga de él, cada día lo primero que hacía era abrir la ventana y contemplar el cielo azul y el verde del paisaje así como los tejados y chimeneas que rodeaban la ciudad. Cierta mañana en el dintel de la venta encontró un pájaro exactamente un ruiseñor con su plumaje de color marrón grisáceo arriba y blanco grisáceo en su vientre, los machos tienen la particularidad que su canto es potente, de silbidos, trinos y chasquidos. Jaime observó que estaba herido de un ala, entonces lo cogió con cautela, había caído en buenas manos y pronto se recuperaría. Se acordaba que en el desván hacía mucho tiempo que guardaba una jaula. Con sus cuidados pronto se recuperó ofreciéndole bellos trinos alegrándole las mañanas, su tristeza había disminuido, su vida tenía más sentido, pero una madrugada se sintió indispuesto, gracias al botón rojo de emergencias que siempre llevaba colgado del pecho pudieron salvarlo, su diabetes le había jugado una mala pasada. A los pocos minutos era trasladado al hospital. Allí lo estabilizaron y a las pocas horas reclamaba ir de nuevo a su casa donde había dejado abandonado el ruiseñor, ¿a saber cómo lo encontraría? pero a pesar de su recuperación los médicos decidieron hacerle un reconocimiento a fondo ya que la bajada de azúcar había sido considerable y tenían de descartar que no le hubiese afectado algún órgano del cuerpo. Jaime como he relatado vivía sólo y se encontraba con un problema ¿a quién podía llamar y encontrar una solución para el ruiseñor? Enseguida pensó en llamar a Maribel, su vecina del rellano, ésta era una mujer muy servicial, así pues al poco rato se personó al centro y sin duda alguna después de que Jaime la puso al corriente la buena mujer aceptó y acto seguido con esas palabras tranquilizó a Jaime: -¡Tranquilo Sr. Jaime, a partir de ese momento, su ruiseñor será cuidado como se merece!- Pasó aproximadamente una semana y Jaime de nuevo volvió a su casa. A partir de aquel día encontró una buena amiga. El tiempo no transcurría en vano y a Jaime se le veía cada vez más cansado, a sus casi ochenta años no esperaba gran cosa de la vida, sin embargo ésta había dado un cambio, Maribel una mujer bastante más joven que él, se preocupaba en visitarlo cada día. Le gustaba su compañía a pesar de tener fama de orgulloso, ella pudo comprobar que no era cierto, Jaime era un buen hombre.
fjavierlopezm
fjavierlopezm
8 de Marzo de 2019, 13:57
Clásicos
Los de Atocha
El salón estaba abarrotado de abogados. En pocas ocasiones se habían autoconvocado de forma tan unánime. No eran tiempos de redes sociales, ni cachivaches electrónicos capaces de reunir en una plaza a miles de personas de forma instantánea. Pero siempre en Madrid, incluso en aquellos tiempos de candado y silencio, han existido maneras de difundir rumores, noticias, convocatorias. El humo del tabaco lo inundaba todo y tal vez por ello, en las escasas imágenes existentes, el decano parece intervenir difuminado en la neblina. Sin embargo su voz no suena empalagosa, cuando asume toda la responsabilidad de que los féretros de los compañeros fallecidos en el atentado, sean velados en el Colegio de Abogados. Toda la abogacía de España tiene para siempre una deuda de sangre con los de Atocha, debió pensar. Toda España tiene desde hoy una deuda con Pedrol Rius, pensaron cuantos le escuchaban.
Santiago Fernández Santos
Santiago Fernández Santos
5 de Marzo de 2019, 18:51
Ciencia ficción
NOCHE SOLAR
Él no apareció. Cuarenta y dos días con sus ochenta y cuatro noches sin verle debido a un curso de formación que yo impartía en Barcelona. Pero, esta noche, también él viajaba a la ciudad condal por trabajo: un importante Congreso de Psicología era el motivo. Había reservado la mejor habitación de un hotel de cinco estrellas en el Paseo de Gracia. También mi mejor lencería, mi mejor perfume y mi mayor ilusión. Mi nombre es Empiria Valenzuela, soy profesora de yoga y mi móvil se había apagado sin razón aparente a eso de las 23:15. Había quedado con él a las 21:10, cuarenta minutos después de la llegada de su vuelo, el tiempo requerido para desembarcar y llegar en un taxi a mi hotel. Ninguno de los mensajes que le envíe antes de que mi móvil dejara de funcionar habían mostrado acuse de recibo. Ninguna de mis llamadas obtuvo respuesta. Salí a la terraza y perdí mi mirada en un horizonte frío de luces silenciosas, despeinada por el viento. Cuando mis preguntas se agotaron volví al calor de la habitación. Tras unos minutos, decidí que caminar podría venirme bien. Al intentar salir, comprobé que el pomo de la puerta de mi habitación estaba completamente bloqueado. Después de varios intentos llamé a la recepción desde el teléfono de mi habitación pero este no daba señal. Comencé a angustiarme. ¿Por qué me estaba pasando todo esto? Golpeé las paredes de la habitación con la esperanza de que los huéspedes contiguos me escucharan. Nadie contestó. Parecía que yo fuera la única que habitaba aquel lujoso hotel. Incluso en temporada baja solía haber muchos clientes. Salí de nuevo a la terraza, miré el jacuzzi con la tristeza de lo que no pudo ser y comencé a gritar pidiendo ayuda con desesperación. No recibí ninguna contestación. Cuando terminé, deposité mi mirada en las anchas aceras del Paseo de Gracia. Allí no había nadie. Tampoco vi ningún coche circulando y los semáforos se habían apagado. Lo más pavoroso fue comprobar el silencio demoledor que respondió a mis gritos. La ciudad parecía haberse detenido. Volví a la habitación. Me eché agua sobre la cara. Me senté en el filo de la cama y empecé a realizar ejercicios respiratorios para calmar mi ansiedad. Fueron inútiles. Cogí el mando de la situación y encendí la televisión. Quizá algún informativo pudiera aclararme lo que estaba ocurriendo, al menos, en el exterior. ¡Qué ingenua! Casi lo había olvidado. Hacía más de un año que las autoridades habían prohibido los noticiarios debido a las perjudiciales consecuencias que estos provocaban en la salud mental. Todos, por decreto gubernamental, habían sido sustituidos por reclamos publicitarios. El anuncio de la cama que reduce la grasa corporal fue lo primero y último que vi en la pantalla antes de que esta se apagase sin que yo presionara ningún botón del mando a distancia. Aunque todavía imaginar era legal hubiera preferido estar privada de esa capacidad. Si algo grave estaba pasando ahí fuera no tenía forma de saberlo. Me dirigí de nuevo a la terraza en busca de un poco de aire pero la puerta de cristal también estaba bloqueada. Por último, cuando pensaba que ya nada más podía pasar, las luces de la habitación se apagaron dejándome en la más absoluta oscuridad. Después de ver como se ponía el sol por séptima vez desde mi ventana comencé a divagar. Las estufas no me habían dicho nada. Los cojines ejecutaban ásanas y las copas de vino del tocador reflejaban dos espejos. Me introduje en caer sobre... misma. Quería pesadillar de esa despierta. Nada en cuerdo. Endida restaba... Nhabía cacer... Om... ... Abrí los ojos en una sala diáfana, tumbada sobre una cama. Todo mi cuerpo estaba monitorizado. Un individuo del Departamento de Seguridad Gubernamental se acercó a mí. Le acompañaban dos sanitarios. Con voz grave, me dijo que habían pasado tres días desde que perdí la consciencia. —Esta, sin duda, ha sido la mejor noche de hotel que usted ha podido reservar —me comunicó. Tras estas, en apariencia, tranquilizadoras palabras comenzó a recitar como un autómata: —De conformidad con lo establecido en la Ley Orgánica 23/2019 de 1 de Diciembre sobre la protección de los supervivientes de la G.T.S. usted queda informad@ de la incorporación de su cuerpo y contenido mental a un fichero psicobiológico del Departamento de Seguridad Gubernamental para controlar el acceso y uso de su vida. Se encuentran a su disposición los impresos informativos de su seguimiento y videovigilancia en libertad. La Gran Tormenta Solar que acabó con las comunicaciones a nivel global la noche de mi cita desató una serie de alarmas biológicas. Solo algunos de los que se encontraban en edificios con las características necesarias para la protección sobrevivieron. Se trataba de un programa de protección elaborado de forma velada, desde hace tiempo, por personalidades con cierto poder. —Tiene que firmar aquí —aquel individuo de aspecto marcial me dedicó una sonrisa cargada de dolor: la mueca del superviviente. Firmé, temblorosa, aquel impreso. El mundo había cambiado para siempre. Salí fuera a verlo. Estaba igual pero diferente, vacío y lleno de posibilidades a la vez. No pude evitar pensar en él, en los míos, en todo lo que se había eliminado sin guardar un borrador. Me dirigí a una biblioteca pública, deshabitada, sin luz artificial, iluminada únicamente por el sol de un invierno que presagiaba la llegada de la primavera. Iba en busca de un ejemplar del libro que él publicó nada más conocernos, un manual para la vida. Lo extraje de la estantería. "Aún quedaban borradores" pensé. En aquel momento oscuro, una llama se encendió dentro de mí y, de lo más profundo de mi ser, surgió un aliento. "Valor" invoqué.
Miriam de Juana ortin
Miriam de Juana ortin
5 de Marzo de 2019, 8:42
Románticos
El Amor
Ella llegó y le dio un beso en la mejilla, él se giró y cerró su libro dejándolo en la mesita cerca de la lampara. Entonces él se quitó sus gafas y la atrajo hacia su cuerpo sentándola y sacándola una sonrisa. Sigues siendo un atrevido dijo ella mientras rodeaba su cuello, él agarró con fuerza su cintura y la besó. Lo más bonito después de un beso, es mirarle a los ojos y ver que sigue feliz, como si le hubieras hecho un regalo, pensaba ella. Él solo pensaba en cuanto tiempo llevaban juntos y en que su mayor deseo era que nunca pasaran los años, no le importaba nada salvo estar siempre con ella. No solo era su esposa, no solo su amiga, no solo su pasión sino esa fuerza que hacía que quisiera levantarse cada mañana y mirarla, hablar con ella y abrazarla. Aunque muramos reflexionaron ambos hay personas que nunca se van porque se han mezclado con nuestras almas, eso es el amor, la unión de las almas, algo inexplicable pero tan bello que nos esforzamos para que se produzca, para que nos toque vivirlo y para transmitirlo. Sus manos se agarraron fuerte y ambos sintieron el tacto suave y rugoso de sus manos que con los años habían cambiado. Cambiaron físicamente juntos pero sus almas se encontrataban cada vez que se necesitaban como imanes que sienten una atracción irresistible al notarse cerca el uno del otro. Después de tantos años ella ya sabía que haría la cena mientras él ponía la mesa, el gato les molestaría a ambos maullando, pidiendo migajas y ambos reirían al ver su descaro. No era la botella de vino, no eran las velas, ni siquiera las rosas que él había comprado unas horas antes, era la felicidad que se había instalado en aquella casa. El timbre sonó y su hijo, el que creció con tanto amor y dedicación llegaba a casa con su esposa y el hijo de ambos, el primer nieto. El bebe más deseado, la promesa de vida de cualquier familia, el misterio de la vida vuelto a producirse, juntando varias generaciones en una sola habitación, la felicidad era completa. Ella llegó y le dio un beso en la mejilla, él se giró y cerró su libro dejándolo en la mesita cerca de la lampara. Entonces él se quitó sus gafas y la atrajo hacia su cuerpo sentándola y sacándola una sonrisa. Sigues siendo un atrevido dijo ella mientras rodeaba su cuello, él agarró con fuerza su cintura y la besó. Lo más bonito después de un beso, es mirarle a los ojos y ver que sigue feliz, como si le hubieras hecho un regalo, pensaba ella. Él solo pensaba en cuanto tiempo llevaban juntos y en que su mayor deseo era que nunca pasaran los años, no le importaba nada salvo estar siempre con ella. No solo era su esposa, no solo su amiga, no solo su pasión sino esa fuerza que hacía que quisiera levantarse cada mañana y mirarla, hablar con ella y abrazarla. Aunque muramos reflexionaron ambos hay personas que nunca se van porque se han mezclado con nuestras almas, eso es el amor, la unión de las almas, algo inexplicable pero tan bello que nos esforzamos para que se produzca, para que nos toque vivirlo y para transmitirlo. Sus manos se agarraron fuerte y ambos sintieron el tacto suave y rugoso de sus manos que con los años habían cambiado. Cambiaron físicamente juntos pero sus almas se encontrataban cada vez que se necesitaban como imanes que sienten una atracción irresistible al notarse cerca el uno del otro. Después de tantos años ella ya sabía que haría la cena mientras él ponía la mesa, el gato les molestaría a ambos maullando, pidiendo migajas y ambos reirían al ver su descaro. No era la botella de vino, no eran las velas, ni siquiera las rosas que él había comprado unas horas antes, era la felicidad que se había instalado en aquella casa. El timbre sonó y su hijo, el que creció con tanto amor y dedicación llegaba a casa con su esposa y el hijo de ambos, el primer nieto. El bebe más deseado, la promesa de vida de cualquier familia, el misterio de la vida vuelto a producirse, juntando varias generaciones en una sola habitación, la felicidad era completa. Ver el video: https://www.youtube.com/watch?v=zXlA4nFrv1s&feature=share
youkai-escritor
youkai-escritor
3 de Marzo de 2019, 18:02
Ciencia ficción
Solos.
-Maldita sea, sí que está largo el tramo –dijo Paula. Los peldaños de la escalera resonaban cada vez que sus pies los pisaban. Si miraba hacia abajo veía un túnel ligeramente iluminado por las luces de servicio; si miraba hacia arriba veía el mismo panorama, solo que parecía no tener fin. -Debemos colocar un ascensor para ahorrarnos el cansancio –dijo mientras subía- subir con esta mochila no es nada cómodo. La escalera seguía sonando pesadamente mientras ascendía por ella. Por fin llegó a una plataforma donde Paula descansó un poco y después introdujo una tarjeta en una ranura y tecleó una combinación en una pequeña consola; acto seguido una puerta de servicio se abrió y el viento entró a raudales. No importaba cuantas veces salía al exterior, siempre se admiraba por la belleza de ese mundo flotante. Nubes de las más caprichosas formas la rodeaban, y el cielo azul lo dominaba todo, el ulular del viento era el único sonido en ese reino de las alturas. Bien valía la pena subir todo ese largo tramo para admirar este espectáculo aéreo; pero no tenía tiempo para eso, no de momento. La puerta de servicio daba a una pasarela que llevaba a un pequeño hangar donde se encontraba un esquife. Usando el panel de control que Paula tenía en el brazo lo activó. Un pequeño zumbido y la cabina abriéndose era la señal de que estaba listo. Paula metió sus cosas en la parte trasera y enseguida ella lo abordó. El aparato se desacopló de su lugar, avanzó lateralmente y dando media vuelta salió disparado atravesando un enorme cumulus nimbus (un tipo de nube). Los instrumentos no mostraban ninguna anormalidad, todo estaba tranquilo. Justo frente a Paula se dibujaba una enorme estructura con aspecto de torre que estaba llena de antenas y radares. Aunque fuera muy latosa la tarea de reparar los diferentes aparatos de la torre ella era consciente de la importancia de mantenerlos funcionando. Su esquife se acopló a un lado de la torre. Sacó sus cosas y observó todo el andamio. -Bueno control ¿me reciben? cambio –dijo Paula por su intercomunicador. Pero nadie le contestaba. -Control, control ¿me reciben? –repitió, pero no obtuvo respuesta. -¡Maldita sea Julián, deja de chismear con tu novio y contéstame! –gritó muy molesta. -Fui el baño y por eso no pude contestarte –le respondió una voz-, no seas tarada, y no porque seamos amigos Roberto y yo quiere decir que nos gustemos. -Sé muy bien que los dos están de guardia y que les gusta platicar de cualquier cosa que sus pequeños cerebros de tontos se les ocurre, ¡en la noche hablen de lo que quieran! -Mira hija de... –quiso contraatacar Julián. -Paula, Julián ¿quieren los dos dejar de gritarse y ponerse trabajar? –dijo una tercera voz por la radio- ese radar debe quedar listo para entes del atardecer, Rosa cree que otra tormenta bestial se acerca, es urgente la detección temprana. "Una tormenta bestial; genial, verdaderamente genial", pensó Paula con desagrado. -Bueno Julián –dijo Paula mirando los radares-, quiero que mandes pulsos de mili-volts a las secciones que te voy a decir, que no sea más voltaje del necesario o se dañaran los aparatos. Pulsó un botón en su panel de control y la mochila se transformó en su forma aérea. Se elevó dirigiéndose a donde estaban las antenas. Comenzó la prueba midiendo el voltaje en cada sección de radares; cada sección tenía nueve pequeñas antenas y el voltaje de toda la sección debía ser uniforme, si encontraba alguna variación sus aparatos de medición mostraban inmediatamente la antena con el fallo. Las tres primeras secciones tuvieron voltajes uniformes pero la cuarta sí mostró una disminución muy notable. -Creo que encontré la falla, voy a proceder a la reparación –dijo Paula por la radio. -Entendido, ten cuidado –le contestaron. Llegó a la sección problemática y encontró la falla; un transmisor dañado. Buscó entre los bolsillos de su mochila y encontró la pieza que necesitaba. “Ya quedan muy pocos, tenemos que averiguar cómo fabricar más” pensó mientras colocaba el aparato en su lugar. Mientras se encontraba trabajando una repentina ráfaga de viento la golpeó y uno de sus dedos se rasgó con una parte de la antena. -¡Maldición! –exclamó mientras se apretaba el dedo lastimado. -Oye ¿estás bien Paula? –dijo Julián por la radio. -Sí, solo fue un rasguño. -Si ya terminaste regresa de inmediato, el viento está aumentando y la detección temprana encontró un severo sistema de tormenta. -Está bien, ya voy. Y Paula miró hacia el horizonte donde claramente vio una formación de nubes que era más amenazante que el resto. Un monstruo entre gigantes gentiles. Descendió hasta donde estaba su esquife, se quitó la mochila y la guardó en su vehículo, lo abordó y emprendió el regreso. Ahora sus instrumentos detectaban una anomalía severa en la atmósfera. Llegó al hangar, dejó su esquife y sacó sus cosas, rápidamente se dirigió a la puerta y entró de nuevo a la seguridad de la colonia. Terminó de bajar la casi inacabable escalera y se dirigió hacia la zona de vivienda. -Atención todos –sonó la voz de un chico por los altavoces- ehm, bueno; la división de investigación atmosférica ha detectado otra tormenta bestial y como es costumbre se dirige hacia acá, que sorpresa –dijo en tono irónico-. Queda prohibida cualquier actividad fuera de la colonia, incluso en las zonas más cercanas a la cubierta exterior. Todos por favor quédense en sus dormitorios y no salgan a menos que sea muy necesario. Y es probable que se libere el oxígeno que tenemos almacenado en caso de emergencias; sí, sé que apesta a plástico quemado pero es eso o morimos asfixiados. El que habló fue Alejandro, o simplemente Alex, el líder de la colonia. Tomó ese puesto desde que su padre lo dejó; muchos tomaron los puestos de sus padres desde que los adultos se fueron. Paula había llegado a la enfermería, atendida por Rebeca. -Hola Beck – saludó Paula al entrar. -Hola Poli, -le respondió Rebeca- ¿qué tienes hoy? Paula levantó su dedo lastimado. -Oh, ya veo, siéntate y espera un momento –dijo Rebeca. Segundos después regresó con un botiquín y comenzó a curarle la herida. -¿Cómo te ha ido hoy? –preguntó Paula para romper el hielo un poco. -Pues un poco atareada; un intoxicado, dos chicos que no supieron cómo manejar una toma eléctrica y se llevaron el chispazo de sus vidas; no hubo mucho daño, solo unas quemaduras leves. Y uno que otro con depresión. -¿Depresión? -Sí, por lo que sucedió hace tres años. -¿Todavía no lo superan? -¿Acaso tú sí, Poli? –preguntó Rebeca mirando a Paula. Paula se quedó callada. Aunque hayan pasado tres años, el recuerdo siempre persistía, el recuerdo de que una vez tuvo padres. A Rebeca le decían “doctora” no porque tuviera título; solamente leyó los archivos acerca de medicina y uso programas de aprendizaje rápido, y apenas tenía catorce años. Lo mismo para Paula, ella tenía la misma edad que Rebeca pero tampoco se hacía llamar “ingeniera de sistemas de comunicación” o “especialista en sistemas eléctricos avanzados”. Al igual que Rebeca ella tuvo que aprender esta profesión para sustituir a su padre, quien si ostentaba esos títulos. La edad promedio de todos los colonos apenas y pasaba de los quince años. Los más jóvenes tenían entre cuatro y cinco años. Y todos ellos eran la tercera generación de colonos; pero el que ellos se ocupen de la colonia siendo tan jóvenes no significa que siempre haya sido así. Hace tres años una tormenta bestial logró destruir parte de la estructura y atrapó a todo aquel que estuviera sin refugio. Por una terrible desgracia todos los adultos estaban fuera cuando este accidente pasó; cuando todo acabó solo quedaron los jóvenes. Muchos lloraron por sus padres, otros solo se decían a sí mismos que estaban escondidos y que no tardarían en salir. Pronto se confirmó lo inaudito y muy aterrador; todos los adultos habían muerto. Entonces los chicos se dieron cuenta que solo tenían una opción; madurar de golpe o morir. Cada quien tomó el puesto que los adultos dejaron y usando programas de educación especiales fue como lograron aprender los diferentes oficios que requería una colonia para funcionar. Mientras Paula caminaba de vuelta a su cuarto la iluminación bajó de forma brusca su intensidad y las luces de alarma se encendieron. Una sirena comenzó a aullar. Un ligero estremecimiento en el corredor le indicó a Paula que debía llegar a su cuarto y rápido. En su camino se encontraba con otros chicos que huían a sus cuartos o se refugiaban en los de sus amigos; un miedo morboso los impulsaba a todos. Paula llegó corriendo a su cuarto. La puerta se cerró y ella activó el seguro de emergencia; entonces una gruesa placa de metal descendió tapando la puerta de entrada. Ahora solo quedaba esperar. Acurrucada en una esquina pronto oyó los sonidos típicos de dicha tormenta: un estruendo apagado que llegaba del exterior y que comenzaba a crecer hasta que se escuchaba con claridad. Además del estruendo muchos oían –incluida ella- lo que pareciera ser chirridos en la cubierta exterior e incluso golpes. Otros decían que escuchaban gruñidos y extraños gritos entre todo el estruendo. Por eso les decían “Tormentas Bestiales”, y Paula las detestaba. A lo lejos escuchó el llanto de un niño pequeño; ella se alegraba de no tener que cuidar de hermanos menores. Este evento duró cerca de una hora. Durante todo ese tiempo Paula tenía la cabeza entre las rodillas mientras se tapaba los oídos. Imágenes de aquel fatídico día le llegaban como si lo estuviera viviendo de nuevo. Sus ojos se humedecieron pero sin llegar a llorar, solo quería que todo pasara. Mucho tiempo después se despertó sobresaltada viendo que su cuarto estaba oscuro. “¿Habrá pasado algo?” se preguntó Paula con temor. Salió al pasillo y notó que un haz de luz entraba por una pared. Era una ventana cuya protección de tormenta se había retirado, dejando pasar la luz de un nuevo día a través del cristal. Paula observó el mar de nubes que en ese instante tenía una tonalidad dorada por el sol del amanecer. -Que hermoso –dijo alguien detrás de ella, era Alex. -Oh, ¿sigues vivo? –dijo Paula a modo de saludo. -Sí, al parecer todos lo estamos –respondió Alex colocándose a un lado de ella. Era delgado y su cara no era exactamente la de un Adonis. Pero lo que le faltaba de físico lo compensaba con inteligencia y carisma, además de una capacidad innata de liderazgo hizo que se ganara la confianza de todos los jóvenes colonos, a quienes consideraba sus amigos. -Otro día solos –dijo Paula. Alex creyó notar un ligero tono de melancolía. Y no la culpaba porque a él también le pasaba lo mismo, aunque no podía permitirse mostrar debilidad. -Así es Poli –respondió Alex suspirando mientras se acercaba a la ventana. -Lindo día –agregó Alex al mirar. Pero Poli estaba callada mientras miraba hacia el exterior. -¿Te pasa algo? –preguntó Alex. -¿Eh? –dijo Paula como si la sacaran de un sueño- oh, nada, solo que... ¿qué pasará con nosotros Alex? ¿qué es lo que debemos hacer de ahora en adelante? Alex observó las nubes mientras meditaba las preguntas de Poli. -Pues por lo mientras Poli, debemos seguir viviendo, seguir trabajando, seguir luchando. Eso es lo que nuestros padres hubieran querido. Y con el tiempo nos pasaran cosas buenas, pero eso solo depende de nosotros. -Una vez más despertamos en este mundo extraño, una vez más sobrevivimos a una tormenta asesina –dijo Paula mientras veía por la ventana-. Pero también una vez más despertamos para ver el mar de nubes de nuevo, despertamos para seguir viviendo y trabajando, para hacer esta colonia un mejor lugar donde vivir. -Y lo hacemos como lo hemos hecho desde hace tres años –dijo Alex-. Solos. El chico sonrió. -Eso fue poético sabes –dijo mientras miraba a Paula. Ella también le sonreía. Y de esa forma los jóvenes colonos lograrían sobrevivir. Por sí solos.
Francisco José López Villa
Francisco José López Villa
1 de Marzo de 2019, 17:12
Aventuras
La isla de las dos colinas (5)
Lo he conseguido!! Tengo conmigo las hojas robadas del Lyber Carolynus. Tuve que robarlas escondidas entre las que íbamos a quemar. Debo transcribirlas rápido y luego, esta vez sí, quemarlas. Porque si las hayan en mi poder me quemarán vivo, porque mi cuerpo y mi mente serán cono estas hojas. Soporte inocente de verdades incómodas para el poder. Allá voy: Tras dos años de guerra en Hispania, Carlos y su ejército marchaban por Galicia en su camino hacia el Océano. Atrás quedaba Lucus, con su ciudad vaciada y sus campos llenos de cruces, donde colgaban clavados tanto los paganos, como los malos cristianos que no aceptaron a Carlos como señor, ni a su iglesia como propia. Estas cruces se elevana como mensajeras del terror y del final que aguardaba a todos aquellos que no aceptasen el nuevo orden. (Tan grande fue su número y el terror que causaron que hoy en dia se siguen clavando en los campos y se llaman espantallos. Son para espantar a los pájaros, según dicen los campesinos. - Nota del copista-). El rey y su ejército llegaron a una llanura entre dos ríos, desde la que se divisaba un gran monte al este. Allí acamparon con istas a continuar al día siguiente, un día especial pues era la víspera del solsticio de invierno y antevíspera de Nochebuena. Antes del amanecer, Carlos se levantó y mirando hacia el este, se dispuso a contemplar el nacimiento del nuevo día. Ante él se desplegó un espectáculo increible: el sol ascendía caminando por la ladera del monte hasta coronarlo cun sus rayos.. Emocionado y sorprendido, el rey llamó a su obispo: - Tú – llamó a un soldado que venía de hacer la guardia nocturna – traeme al obispo tanto si quiere, como si no. Entendido? - Si, Sire, contestó el soldado y voló a buscar al obispo. Cuando Teodomiro, el obispo, llegó ante él, Carlos le preguntó: - ¿Cómo se llama este lugar, obispo ? - Se llama Compostela, que en la lengua de estos bárbaros significa algo así, como la ladera de la curva del río. - Teodomiro, no me gusta, tendrás que inventarte algo mejor para las crónicas, porque este lugar es especial y le contó lo sucedido unos momentos antes. - Dado que Dios me ha hablado aquí con una señal del cielo, como antes hiciera con Constantino, y antes de él con el gran Augusto, dijo Carlos, levantarás aqui un templo en nuestro honor y en acción de gracias por las victorias y el botín que hemos obtenido. Además, hasta aquí deberán venir todos aquellos paganos y malos cristianos a recinbir el perdón de Dios nuestro señor y a ser bautizados en la fe verdadera. Para ello enviaréis mensajes a toda la cristiandad y , en todas las iglesias del imperio, se preguntará a los viajeros por sus destinos y a quienes aquí vengan se les dará salvoconducto y víveres para el viaje. - Así se hará, dijo Teodomiro. Toda la cristiandad sabrá que sois el nuevo Constantino, verdadero heredero del imperio romano y espada de Dios. (Era 828)
Francisco José López Villa
Francisco José López Villa
26 de Febrero de 2019, 17:20
Aventuras
La isla de las dos colinas (4)
Estos días nos han avisado que pronto llegará de la tierra de nuestros señores francos, un nuevo libro que debemos incorporar a la Historia. Se trata del Codex Calixtino y en él se narra la llegada del rey franco Carlos el Magno a nuestra tierra. Nos han advertido que destruyamos todos los demás libros que hablen de lo mismo, como el Lyber Carolinus. Quizá mañana me haga con él para leer lo que no debe ser contado.... Pero hoy, seguiré con la Chronica. - ¡ Abuelo ! Venga, cuéntame cómo conociste a Octavio "el Augusto", y nació el Sagrado Sacramento con los romanos. - Brigit, déjame respirar. No entiendo esa manía tuya de que te lo cuente todo, una y otra vez, para escribirlo en esas telas tuyas. -Abuelo, sabes que ahora que soy una Guardiana del Sacramento, debo registrarlo todo, para que los guardianes del futuro puedan hacer su trabajo. Sabes que por eso nos vinimos a vivir a Lucus y que fuiste tú, quien al contarme de niña todas tus aventuras me introdujiste en estos misterios. - De acuerdo. Lo haré... En la segunda venida de César a Hispania, sabrás que me encomendaron una misión muy curiosa. En mi calidad de comerciante debía acercarme a Sagunto para intentar negociar algún acuerdo con sus habitantes. Desde el ataque de Cayo Julio César a los vénetos, no teníamos comercio con los pueblos de Hispania, ni con Roma. Necesitábamos hacer algunas compras de cristal, herramientas y otros utensilios para la aldea. Por ello, debía hacerme pasar por un comerciante de Emérita, que llevaba plata para cambiar por otros objetos y algo del mercurio de Almadén para amalgamar con oro. Una vez allí, tendría que intentar acercarme a algún romano, de los que viniesen con César, para obtener información acerca de sus intenciones y conocer cómo estaba la situación en Roma. Una vez en marcha, llegué a Emérita. Donde compré el mercurio con plata, para no llamar la atención consiguiendo con el cambio algunas monedas romanas, y al hacerlo, me enteré que César se dirigía hacia Carthago para embarcar hacia Roma, tras varias batallas en Hispania, sin claro vencedor. Aceleré el paso usando un caballo y las vías romanas, para llegar a Sagunto lo antes posible y reunirme con un comerciante de aquella ciudad que hacía tratos con nosotros. Una vez allí, me uní a su comitiva y marchamos hacia Carthago, pues los saguntinos tenían que presentar una reclamación al César. Para bien o para mal, yo destacaba entre la comitiva, aunque mi pelo era oscuro y mis ojos marrones,como el de los mediterráneos, mi piel más clara y mi estatura me señalaban como norteño. Para completar el cuadro, mi infinita curiosidad y ganas de saber, hacían que mirase todo con mucha atención y que siempre estuviese fastidiando a alguien con miles de preguntas. En éstas estaba, cuando al llegar a la villa del gobernador fuimos recibidos por César quien escuchó con atención los saludos de los nobles de la ciudad de Sagunto y recogió sus cartas con las peticiones. Tras la audiencia, salieron de la habitación. Yo salí tras ellos.. y, de repente... - ¡Hispano! Tú, el más alto, espera un momento. De inmediato me volví para ver quien me llamaba y , al hacerlo, lo ví. Un joven, con pinta de romano rico, alto y delgado me miraba con curiosidad. - Si?, ¿Que quieres romano?. - Quiero hablar contigo, brigantino... - Sí, conozco tu procedencia, te delata tu altura y , sobre todo, tu acento y tu facilidad para hablar en distintas lenguas con los comerciantes. - Sígueme a un lugar más discreto donde podamos hablar con libertad, ordenó. (Me asusté ya que en décimas de segundo tendría que decidirme; si me negaba a acompañarlo podía matarme allí mismo y nadie se lo impediría, y si lo acompañaba, estaba reconociendo que era un enxebre; un enemigo de Roma. )
Francisco José López Villa
Francisco José López Villa
21 de Febrero de 2019, 20:40
Aventuras
La isla de las dos colinas (3)
Breo, mi padre y yo bajamos a la playa a recibir a Máximus y sus amigos romanos. De la nave gaditana que los traía , llegaron varios botes cargados con hombres cona specto de guerreros y marineros. A nosotros nos interesaba el bote donde venía Máximus con sus acompañantes: un hombre alto y dos sacerdotes, con la cabeza afeitad y quemada por el sol y la salitre del mar. Nos metimos en el agua , para ayudar a sacar el bote, mientras bromeábamos con nuestro amigo, a ver quien tiraba más. Tras las presentaciones, de rigor, me enteré que el romano se llamaba Cayo y pertenecía a la familia Julia, muy importante en Roma, y que los sacerdotes pertenecían al culto de Ianus, uno de sus diose más poderosos. Mi padre acompañó a nuestros visitantes hacia el Monte Alto de la Isla de las Dos Colinas, sobre la Bahía de la Reunión. Allí aguardaban nuestras Mouras y sus acompañantes, junto a algunas Meigas que querían conocer a esos extraños de cabeza rapada. Mientas, de las naves gaditanas que los traian, comienzan a bajar guerreros con fardos de mercancías . Traían cerámicas, objetos de cristal, adornos, telas y herramientas de hierro para trabajar la madera , la tierra y la piedra. Durante los dias de las Fiestas de Taltiú participaron en nuestros Juegos y competiciones, comerciaron e intercambiaron sus objetos por oro y otros minerales. Al mismo tiempo nuestras meigas hablaban con sus sacerdotes . Yo no podía hablar en estas conversaciones, pero , gracias a mi padre, sus influencias y , mi adolescencia las meigas me toleraban a su alrededor, y las oía. Hablaban de un dios con dos caras al que llamaban "Ianus", que era el señor de las puertas que guardaban la entrada al pais de los muertos. Una de sus caras miraba a la salida del Sol, al Solsticio de Invierno y a la puerta de la Vida. La otra miraba a la puesta del Sol, al Solsticio del Verano, la puerta del Inframundo. Hablaban de completar el Camino del Sol, al que llamaban Decumanus, marcando la entrada al Pais de los Muertos. Hablando en nombre de su Sumo Pontífice pidieron permiso, para que sus peregrinos pudiesen venir a completar el camino a nuestras tierras a cambio de comercio y una paz duradera. Desde lo alto del monte, veía como el llamado Cayo no dejaba de mirar a su alrededor. Se le veía nervioso y preocupado, observando la mezcla de razas y pueblos que allí veía. Hombres y mujeres de pueblos desconocidos, con adornos de oro y plata que incitaban su codicia, que vestían púrpuras y extraños tejidos ligeros como el viento. Días más tarde, mi padre me dijo que Máximus estaba preocupado por lo que Cayo le había confesado: Según éste, el aspirante a Cónsul le había dicho: -"Debo recoger toda la información posible acerca de estas gentes, descubrir de dónde traen tantas riquezas y como las consiguen." "Tú Maximus, guardarás el secreto de este viaje, nadie, salvo los que aquí estuvimos sabremos la verdad. Cuando informe al Senado de este viaje, como manda la costumbre de los patricios, ya inventaré algo que parezca plausible". "Cuando sea cónsul, y lo seré, pediré el consulado de Hispania y lanzaré la mayor campaña de conquistas de la historia de Roma". ..... Por hoy debo parar, apagaré la vela y me esconderé del hermano que revisa los pasillos. Ya debería estar durmiendo. Y debo evitar, por todos los medios, llamar la atención.
JUAN JOSE GONZALEZ MARTINEZ
JUAN JOSE GONZALEZ MARTINEZ
20 de Febrero de 2019, 11:04
Terror
FIEBRE
Cuando uno cae en el lecho de la agonía, siempre hay tres noches para la vida o para la muerte. Ahí estoy yo, por eso intuyo que no saldré con buen pie de esto, y que lo único que quedará de mi será este relato. Porque ya no quedan esperanzas para la vida, cuando a tu alrededor lo único que encuentras es desolación. Una vez más, ante las puertas del infierno, pienso que la muerte no debe ser tan dura como el calvario que estoy pasando. Por eso, no temo que venga y me lleve; aunque espero que sea después del último pico. Ahora me marcho a través del pasillo que lleva a mi habitación donde entraré como el torero a la faena, sin saber si saldré vivo de esta. Mientras camino, sigo pensando qué puede ser lo que impulse a uno a tomar una decisión así. Lo que tengo claro es que estoy harto de vivir siempre como un gusano y por ahí tirado como una colilla. Ya estoy en la puerta, apago el cigarrillo y entro en las tinieblas… …y mis sueños se tornaron de dolor y angustia… todos nosotros y unos cuantos desconocidos. Pasamos tres a la habitación, que como una cocina, tenía unas cristaleras que parecían de alabastro y que dejaban pasar poca luz. Tenue. Amarilla. Al mismo entrar, a nuestra derecha, colgando de un fino alambre, dos piernas. Una de ellas casi destrozada, la otra con la rodilla y el muslo afectado, faltándole algunos trozos de carne. Gris, pálida y sin vida, casi en conserva. Sabíamos lo que teníamos que hacer, aunque sin conocer el porqué. En el centro de la habitación, una cuadrada mesa de mármol, de igual guisa que para matanza animal. Sobre la mesa lo que parecía un cuerpo destrozado, con el aspecto de haber estado enterrado unos cuantos meses, y con todos los miembros desligados del cuerpo. De igual modo, el tronco estaba partido por la mitad, y la luz que nos lo dejaba ver, lo hacía parecer vacío. Era mi viaje y tenía miedo, sabía que lo que había no era bueno, allí se escondía algo amenazante. Nos pusimos manos a la obra, unos a ligar y otros a ayudar. Cosimos la carne que faltaba al muslo, los otros al tronco. No había sangre, no había vida. La habitación, llena de muerte; entre nosotros se asomaba «esa», expectante; mirando por encima de nuestro hombro. Mientras tanto, cosíamos. Todo lo íbamos haciendo con cuidado y con dolor. Dolor que podía sentir casi directamente por el miedo que me invadía cuanto menos tiempo faltaba para terminar. Quien dirigía, sin cara, cosía con distintos tipos de hilo, como nos mostró; el último era el más grueso, marrón, manchado en sangre seca, produciendo daño. -solo se oían lamentos-. Se le cosió exteriormente con este hilo, como si de un zurcido para un saco se tratase. Entonces, cuanto miré a mi alrededor, todo estaba bañado en sangre seca, marrón, como enferma. Unos gruñían, otros se quejaban, otros lloraban y lo daban por muerto. Éramos pocos levantando el cuerpo unos pocos centímetros para darle la vuelta y coserlo de la nuca a la parte última de la espalda. Los puntos eran gordísimos, una guarrería. Lo dejábamos caer sobre el mármol sin piedad, como si fuera una mierda. De repente se perdió el cuidado y el cuerpo rebotaba sobre la mesa, como la carne de un cordero antes de ser despedazada. Aunque, sus articulaciones sorprendentemente estaban sueltas, no rígidas. Y de los trozos de carne que parecían animalescos, conseguimos dar forma a un cuerpo; marrón, amoratado, manchado de sangre seca de un color amarillento. En sus venas solo había dolor y muerte. Entonces, un hombre de un metro ochenta centímetros, más o menos; pelo corto, bien peinado, sucio por la sangre, arruinado; se cabreó y sacó el hilo gordo a tirones; mientras cosía. De rabia el hilo se rompía y el cuerpo daba expertugadas, dando medias vueltas como una marioneta. Todos nos apartábamos, aunque queríamos acercarnos y ayudar a quien estaba en la mesa, sintiendo dolor y compasión de ella. La misma, con pelo corto marrón, con tez morena y amoratada, cosida, no era ni ella misma. Desnuda pero sin sexo, los puntos rotos, los huesos a flor de piel. De repente se levantó de la mesa casi sin fuerzas, la muerte parecía sostenerla de las axilas. Yo tenía miedo, me agité, corrí hacia la puerta. Puerta de dos hojas verticales, que había al fondo. Era de madera marrón, todo marrón. Me puse de espaldas a ella. El dolor me seguía y se abalanzaba sobre mí. Todos me pedían que la ayudase y la llevase de regreso a la mesa de mármol, pero no me ayudaron. Se quedaron apoyados en las columnas que terminaban en un arco, que separaba la cocina de lo que parecía una antesala, donde estaba la puerta. Entonces me habló, me miró a los ojos e intentó apoderarse de mí y alienarme. Mientras, ellos gritaban agobiados arañándose la cara. –Ayúdame a salir y dame la vida…tu vida–, me dijo. Yo no quería tocarla, parecía fría, olía a muerte, estaba desnuda. Yo sudaba e intentaba consolarme en un llanto, aunque no podía; sabía que tenía que hacer algo. De repente, como si mi miedo me manejase, y como si lo que ocurriese no tuviese importancia, le ayudé. –Yo te he creado y yo te dominaré; nunca estarás por encima de mí, ni serás más fuerte que yo–, grité de rabia. Ella sabía que la había vencido; y yo me llené de fuerza… y todo desapareció en la oscuridad como un mal sueño. Esto ocurrió el 14 de octubre de 1975. Lo recuerdo escrito en el calendario colgado de una de las columnas de la antesala. El tiempo había pasado; y anoche volvió, mojando mi cama con un frio sudor que me mantuvo despierto lo que quedaba de noche. Era jueves, mi despertador sonó, estaba deseando levantarme. Sabía que solo había sido un mal sueño, aunque casi no me atrevía a levantarme. Media hora más tarde lo conseguí. Cuando me había vestido, una vez más recé. Aun creía estar soñando cuando abrí la puerta de mi dormitorio, el de siempre. Y allí estaba, esperándome; mas llena de muerte que nunca, pero no consiguió llevarme. Y aquí estoy esperando el día en que vuelva y quiera darme la oportunidad que perdí la última vez, para salir de estas tinieblas. Aunque ahora no es un sueño. –y aquí estoy, condenado a la eternidad.
María Nieves Angulo Salazar
María Nieves Angulo Salazar
17 de Febrero de 2019, 20:08
Humorísticos
LA FUERZA DE UNA CANCIÓN
Agitó enérgica y repetidamente la cabellera (demasiado, por desgracia, pero ya no había remedio) y pasó a entonar la última estrofa de la canción. La interpretó deprisa y corriendo, en un estilo naif y primitivo- tan alejado de su estilo- , con los labios soldados al micrófono y las greñas canosas cayendo en cascada sobre su cara arañada por las arrugas. Apenas terminó, abandonó a escape el escenario, dejando a los músicos y al público compuestos y sin novio. Un público, por cierto, curiosamente agitado en las filas delanteras. Algún desmayo, sin duda; estos calores de los conciertos... De camino a la limusina, se cruzó con varios periodistas, a cuyas preguntas respondió con gruñidos poco coherentes- él, siempre atento con la prensa-. Así mismo, le salieron al paso grupos de fans, a quienes dedicó lo que quiso ser sonrisa pero se quedó en mueca indefinida- él, siempre dicharachero y amable con sus seguidores-. Una vez en el hotel, se tumbó sobre la cama y encendió el televisor. Se informaba sobre el multitudinario concierto ofrecido en el Madison Square Garden por Lost, la mítica banda de rock de los setenta reunida de nuevo después de cuatro décadas de silencio musical. Aunque la noticia no era su reaparición, sino el estado de salud de uno de los asistentes al espectáculo, herido por el impacto de un objeto contundente de procedencia aún desconocida. Un objeto que resultó ser... una dentadura postiza.
Francisco José López Villa
Francisco José López Villa
17 de Febrero de 2019, 13:45
Aventuras
La isla de las dos colinas ()
He podido encuadernar las Dierum Enxebrorum (Crónicas de los Enxebres) como un antiguo misal galicano y, de esta manera puedo seguir con mi tarea. Allá voy: César levantó la cabeza de la tablilla que estaba escribiendo, se puso en pié y miró hacia donde le decían. Lo que vió, lo dejó mudo. Ante él se abría el Golfo de los Cuatro Ríos del que hablaban los Antiguos, donde se elevaba en el mar la Isla de Acheron, junto al Orco de rugientes espumas . Traídos por el viento le llegaban los cantos de las mujeres, los terribles Alalás y Aturuxos, que , entonados antes de las batallas, aterrorizaban a las legiones romanas. Esto provocó , que los hombres de la guardia personal de César, se pusisesen a murmurar asustados. Eran hombres recios, veteranos de las guerras de Germania y de Oriente, que habían oído a compañeros más veteranos, hablar de estos cantos y de lo que venía después. - Tranquilizaos, son cantos de fiesta y celebración, se están divirtiendo. Ya he venido más veces y los conozco bien. Pronto conoceréis su hospitalidad, y descubriréis que quizá Roma debería buscarlos como aliados y no como enemigos. Dijo Máximus, y añadió. - Cayo , aqui ganarás el oro que necesitas para ser nombrado cónsul , porque esta es una buena tierra para los negocios y para la amistad. Hoy conocerás a Breo, mi amigo, y a su hijo Lucius, que ya tendrá edad para estar con los hombres. César asintió, aunque estaba absorto contemplando la bahía que se abría ante ellos. Pero lo que le hizo flaquear fue la enorme flota de grandes barcos que allí se agrupaban, barcos como no había visto antes, de grandes palos, con y sin remos y con una altura que empequeñecía todo lo que conocía. Incluso, los que los traían desde Gades, que ya era muy diferente de las galeras que conocía. "El Sumo Pontífice tenía razón, Roma debe conquistar el Fin del Mundo o desaparecer". Pensó... , y se preparó para el desembarco.... Este año, mi querida nieta, -continuo Lucius, la novedad son los romanos. Vienen en las naves gaditanas, más pequeñas y bajas que las nuestras. Máximus, había avisado a mi padre, de que , en su próximo viaje, traería a un noble romano a comerciar con nosotros y quizá vendrían sacerdotes de sus dioses para conversar con nuestras meigas. Los romanos son enemigos nuestros desde hace siglos, han ido derrotando a nustros hermanos reduciendo nuestros territorios, pero son guerreros de tierra adentro, que nunca antes se habían atrevido a cruzar Cuan Airgh . Actualmente estamos en una paz no declarada y comerciamos con ellos, a través de nuestros hermanos del Sur . Hablan una lengua extraña, aunque también conocen la lengua de los marineros gaditanos, el griego, lo que les permite hablar con nosotros. Llegaron el día de la Lughanasd el día grande de las fiestas de Brixe o Taltiú (para nuestros hermanos de Eire), y lo que pasó fue....
abu-la-gha
abu-la-gha
14 de Febrero de 2019, 16:33
Aventuras
Las escrituras
Alguien avivó el fuego en una residencia de la Ciudad perdida. Fuera, cuchillos de viento golpeaban los cristales, temblaban en sus juntas de plomo y era tarde ocre, gris y rosada de hace ya casi un siglo. Daba la sensación de la existencia de una inmóvil luz de otoño que se extinguía, que se cerraba en torno a un negocio. Algo ya cotidiano en la casa de un rico moribundo; usura y ambición en el mismo vaso de aguardiente que ahora corría como fuego por sus gargantas. Pronto llegaría un grave canto, pronto el cuervo. Si se endurecía la escarcha no habría ser vivo que subiera al escarpado balcón calizo que lo distanciaba de ese tan ansiado remanso de desasosiego y tranquilidad. Debería de darse prisa, antes que la Maderera se hiciera dueña y señora de esos colores que inundan los sentidos y te hacen reconocer toda creación; violetas y azules sobre espacios blancos, verdes de todos los tonos, oscuros colores que se adentran en el interior, como ancestrales espíritus que condensan tu respiración, henchido hasta dolerte el corazón. Se sentaron en torno a una mesa de torturados tablones, la grasa de toda una vida alquitranaba la hidrografía de grietas que se abrían como infinitas cárcavas. Fue de pequeño que me contaron esta historia que ahora os cuento y es que hace tiempo, mucho tiempo en el oeste, antes de las espantosas guerras que asolaron nuestra memoria, cuando el trashoguero chasqueaba en los hogares y su olor impregnaba los caminos mojados. …Allá arriba, más lejos aún de las laderas de la impenetrable mole que ensombrecía la llanura, un viejo trampero encontró un hueco donde refugiarse. Asediado por el azote de una tormenta se abrazó a su vieja escopeta y arropándose con un capote impregnado de olor parco de tabaco esperó… Cuando esta amainó y los rayos del sol calentaron sus manos cuarteadas sintió la vital necesidad de respirar. Al abrir los ojos se le concedió una visión, la más hermosa de esa tierra. El viejo Roble brillaba como una constelación de gotas de lluvia pura. Entre gruesas ramas e intrincadas esencias de aire eléctrico que el trueno atraía como el beso de una mujer, un mar de dorados reflejos desveló lágrimas en los antes secos ojos del trampero. Sabía hace tiempo que su época expiraba, sabía que desde que el gasoil quebró el poderoso brazo del leñador ya todo iría más deprisa. Desde ahí se podía ver caer la lluvia, desde ahí se apreciaba como la fría gota derribaba una hoja y esta, caía con ella. Alguien trajo un tintero y una antigua carpeta con añejos motivos florales, un papel cetrino, alimento de polillas que serviría para trazar el recorrido tembloroso de una tosca, pero decidida mano. «Allí arriba habitan los fantasmas de los hombres perdidos por el oro, cantan las sabinas y gruñen las nieblas en las cuevas, no sé qué demonios se le ha perdido allá, pero, en fin, si lo que busca es una tumba, quédeselas». Se barajan los destinos y una firma los forja. Pacto de colono a trampero, nunca imaginaria que al fin había llegado la hora, subir y sentarse bajo ese rudo y hermoso roble, ese Roble… Así que se alejó por la calle empedrada, lugar donde la noche se echaba ya sobre sus hombros como una capa de bruma fría. Esta vez no entraría en la taberna a calentarse el vicio, esta vez no, ya no quedaban ahorros. Irá derecho a su cabaña con una carpeta de añejos motivos florales bajo el brazo, por fin poseía las escrituras de las tierras del padre de su padre, de ese viejo zorro que se perdía por los laberintos de la apuesta, pero eso ya le daba igual, porque ese Roble… Ese Roble nació de las vítreas manos de un ángel, antes de que el Hombre usurpara estas tierras… eso aseguraba él y eso es lo que creímos siempre todos. Salud.
Carlos Jesús Polleé
Carlos Jesús Polleé
14 de Febrero de 2019, 13:34
Románticos
Amor a la distancia
La conoció por Internet, pero claro, tanta distancia hacía que la dulzura se pareciera a un niño disfrutando golosinas detrás de una vitrina. Aunque si, sus corazones latían en el vaivén de sus palabras. Él era un poeta que la llenaba de dulces frases y ella una musa. La inspiración perfecta que cualquier poeta pudiera desear. Tenía para idear frases felices, amorosas, tristes, grises y melancólicas. Pues claro, era una sutil seductora, bella, amante, ardiente y fugaz. Él, un romántico empedernido. Vivían el amor. Obvio, nadie podía negarlo. Solo faltaba el contacto físico, lo demás; lo tenían todo lo que una pareja pudiera desear. ¿Sexo? Si, obviamente y, era tan real como compartir la misma cama. También los conflictos, peleas, celos. Eso era lo peor, los celos. Ella lo celaba de todo, o mejor dicho de todas. Nadie podía ubicar un simple: "me gusta" sobre su foto de perfil, que se traducía en largos silencios, ofuscación, y ruegos de parte de él, quien intentaba una y otra vez convencerla de que nada, ni nadie había entre el uno y la otra. Al fin. !Oh..! La reconciliación, Al fin y al cabo era lo más hermoso. Los cuchicheos y arrumacos de amor que terminaban todos en un: -te amo, te amo, te amo. !Oh la distancia! Esa maldita distancia. Que de no ser por ella ambos se matarían de amor en esos encuentros pasionales que ardía en los chat. Ella tenía un problema, no estaba separada del todo. Así que, ese amor era una pasión prohibida. Él, un solitario. De ahí también los celos de ella, que aunque celosa, la sola idea de que su amante tuviera toda la libertad del mundo para poder engañarla, hacía que sus celos tomaran otra dimensión. Lo sufría tanto, que en el fondo deseaba no haberlo conocido, pero a la vez lo buscaba, lo necesitaba tanto. Era su único amor y el único lado romántico de su vida. De ser un ama de casa, vivir y repetir la misma rutina día a día. Él era su pequeño paraíso. Podía escaparse un ratito y vivir esa aventura pasional que le ponía la piel de gallina. Pero tenía que dejarlo. No había otra salida. Su esposo y su media separación, sus hijos, su hogar era un poco también, todo lo que tenía. No era justo poner en riesgo el bienestar de todos, por un amor prohibido. Por un lado platónico, loco, fugas, apasionado. Por el otro; enamorada, hasta los huesos, enamorada. ¿Que hacer? ¡Él tan romántico, bohemio, esa clase de hombre que solo parecen vivir para el amor! Pero le desconfiaba. ¿Como podría contenerlo? ¿Como hacer que él no la engañara? Mientras ella atendía sus asuntos cotidianos, familia, hogar, medio esposo, etc. ¿Que haría él? Él no la iba a engañar, pero eso ella no lo podía comprobar. Al fin y al cabo, estaban tan lejos que si dieran la vuelta al mundo completa se pondrían encontrar, allí al lado, mismo en el mismo barrio. A pocas cuadras el uno de la otra. Sin embargo, con los años pudo darse cuenta que la distancia que los separaba, no eran los kilómetros, sino el temor. Prefirió olvidar aquel amor apasionado para quedarse sola sentimentalmente para siempre. En la cálida seguridad que su medio esposo le concedía. Autor Carlos Polleé Seudónimo Charlypol
Francisco José López Villa
Francisco José López Villa
14 de Febrero de 2019, 12:34
Aventuras
La isla de las dos colinas (1)
Escrito en Compostela, en el año de la Era de 1190. Mi nombre no importa, tan sólo soy uno más de los canónigos de la catedral. Junto a otros el arzobispo nos encargó buscar datos en los libros antiguos. Datos para escribir la Historia Compostelana. La obra que narra la historia de este arzobispado desde la creación hasta hoy. Tenemos órdenes tajantes, de entregar al arcediano, para su destrucción, todos aquellos libros; cuyo contenido no refleje la historia Su Ilustrísima quiere contar. Con riesgo para mi vida y mi alma, he decidido escribir lo que he ido encontrando y esconderlo para que las vidas y obras que he encontrado, no se pierdan en la Larga Noche de Piedra que espera a esta tierra. Vamos allá: Lucus Augusti, año 18 de la Era: - ¡ Abuelo, abuelito, cuéntamelo otra vez! Por favor ..... Gritaba Brigit, mientras tiraba de la camisa del viejo guerrero. Éste bufó, más divertido que enfadado... y , mientras se sentaba en una piedra dijo: - De acuerdo, de acueeerdo, te lo contaré otra vez, y empezó a hablar a la niña. "Hoy es el dia de Lug, el día grande de las fiestas del verano. La Bahía de la Reunión, junto a la Isla de las dos Colinas, está abarrotada con los barcos venidos de todas las costas del Cuan Airgh y del Cuan Tuatha Brigde. Hay grandes navíos de entre 60 y 100 pasos de largo, unos diez o veinte de ancho y más de la altura de dos hombres fuera del agua, con proas altas y fuertes preparadas para atravesar el mar, de gruesas tablas de madera de roble, y con clavos de hierro. Poseen el fondo ancho, para no embarrancar en las rías con la marea baja y gruesas quillas, por si chocan con las rocas. Un solo mástil, con velas de piel, las más robustas y duraderas. Entre ellas un sinfín de botes de todos los tamaños: -Unos de madera, como pequeños niños esperando a crecer y hacerse mayores, con sus velas alargadas. -Otros de mimbre y cuero, ligeros y fáciles de transportar, para moverse de un lado a otro dentro de la ría o como pequeños botes auxiliares. Los comerciantes han montado sus puestos en el interior de la bahía, hacia donde el ojo de Balar se abre cada mañana. Con la marea baja las gentes de las tribus y de Dun Elfinn cruzan la barra de arena y se acercan a comprar e intercambiar mercancías. Otros a curiosear y los más jóvenes, atraídos por el gentío simplemente a divertirse. Entre la multitud destacan nuestras princesas, las mouras. Con sus altos tocados, cubiertos con mantones y adornadas con joyas de oro y plata. Y, en torno a la torre, donde se mira el cielo, las meigas traían la buena suerte con sus danzas y ceremonias. -"¡Cayo, Cayo..!, Quién así habla es Maximus, el capitán de la nave que lleva a Cayo Julio César rumbo al final de su camino en el Occidente de Hispania, -" Ven a ver esto, te gustará". Continuará...
sancibrao
sancibrao
14 de Febrero de 2019, 10:56
Fantásticos
EL MACHO Y MA MUJER DESNUDA DE LA CASCADA
EL MACHO Y LA MUJER DESNUDA EN LA CASCADA Vicente Piñeiro González — ¡Estás furioso! —exclamó la mujer desnuda. — ¿Por qué lo dices? ¿Tanto se me nota? —preguntó el macho. —Observa tu cara en la charca de agua. Echas fuego por los ojos, chispas por la boca y rechinas los dientes como si fueras a morder. —Tienes razón. Pero son los latidos de mi corazón que como los aullidos de los perros del Urco quieren volverme loco. Los dos se miraron. El macho se recostó panza arriba, como un perro que se da por vencido. Está fumando, echa humo por los ojos y por la boca. Humo negro como el del fuego quemado, pero la mujer desnuda no siente lástima por él. Podía ser un ardid. Algo así como si fuera una representa-ción. Sin duda, que los hombres, como los dragones, también son grandes cómicos. —Te vas a quedar dormido —dijo la mujer desnuda. —Una vez me quedé dormido y soñé, ¿quieres qué te cuente lo que he soñado? —Ya me imagino los sueños de un macho como tú. —Soñé que era un dragón y que trabajaba como guardián para un hombre dios que vivía en una isla. Yo viajaba patrullando los caminos del aire y de la tierra. A veces, también los del mar. Cuando volaban las palomas, el cielo estaba tranquilo y cuando pastaban confia-dos los ganados, en la tierra había paz. Yo lo abarcaba todo. Sentía los besos, el batir de las alas, los cantos de los pastores, las caricias de los enamorados. Los días eran claros, calientes y perfumados, y en aquella atmósfera sagrada me oxidaba en grandes pensamientos. Pero poco a poco se apoderó de mí un deseo loco de aventuras y así, algunas veces, viajaba de una a otra isla. Desde la isla de Tambo iba hasta la isla de Arosa y desde la isla de Arosa hasta la de Cor-tejada y un día quedé atrapado entre los suaves colores azules del mar y la bóveda del cielo. Oh, los peces sentían lo mismo que yo. Nadaban de un lados para otro, de rebote en rebote, livianos y ágiles como niños sin peso. Una costumbre análoga de los dragones es averiguarlo todo y yo me dejé guiar por ese hábito una vez cuando volaba sobre la isla de Sálvora. Vi co-codrilos y cocodrilos, multitud de cocodrilos y también a muchos hombres que iban a luchar contra ellos. Bajé y me situé en medio de todos. ¿Un dragón?, decían los hombres y retrocedían. Parece un cocodrilo gigante y con alas, chillaban, y comenzaron a lanzarme fle-chas. Pobres infelices, sus flechas me acariciaban la piel y me hacían cosquillas. Pero nadie se movía. Los cocodrilos tampoco. ¿Quién eres tú? ¿De qué lado estás?, preguntaban. Yo miraba para todos y no sabía qué contestar. ¿Por qué peleáis?, pregunté al fin. ¿Para defender nues-tras vidas, pues los cocodrilos quieren destruirnos?, dijeron los hombres. ¿Y vosotros, por qué queréis destruir a los hombres?, les pregunté a los cocodrilos. ¿Por el amor de una mujer que no me entregan?, dijo un cocodrilo. Aquel cocodrilo era el príncipe de los cocodrilos. —Bueno, ¿y qué paso? —preguntó la mujer desnuda. — ¿En el sueño? —Sí, en el sueño. —Como era un dragón me comí a la mujer y se acabó la pelea, ella era joven, tierna y muy sabrosa. — ¡Tienes sueños de canalla! —exclamó la mujer desnuda. —No, de dragón. Yo intentaba contar una historia —asintió el macho. —Y ahí se acaba el sueño, ¿o tienes más? Si los tienes quiero escucharlos todos —dijo la mujer desnuda. —Pasado algún tiempo el hombre dios me encargó un trabajo En la isla de Tambo se aparecía un espíritu maligno. Tenía aterrorizados a todos los nativos. El espíritu llegaba cru-zando el mar mezclado entre los Jins en un barco con la apariencia de lámparas encendidas. Los habitantes de la isla, cuando veían el barco, cogían una doncella que embellecían, la con-ducían hasta la orilla y le dejaban a solas toda la noche encerrada en una mazmorra con una única ventana. Por la mañana los hombres la encontraban muerta y sin doncellez. Eso ocurría una vez cada treinta días y treinta noches. — ¿Y qué hiciste esa vez? ¿Darías cuenta al hombre dios de lo que sucedía? —preguntó la mujer desnuda. —Oh, ¿qué dices? Yo rescaté a la última doncella. — ¡Qué bien, has sido un héroe! ¿Y cómo has hecho? ¿Cómo has derrotado al espíritu amador? —Engañándolo. — ¿Engañándolo? — ¡Ja, ja, ja! Ya te he dicho que los dragones somos embusteros. Los hombres estaban echando a suertes a ver a quién le tocaba dar su hija al Jin del mar. Quedaban muy pocas doncellas y aquella vez le tocó a la hija del rey de los hombres de la isla. Yo me acerqué y todos echaron a correr. Les grité para que se acercaran a mí diciéndoles que yo era uno de los dragones del hombre dios y que les venía ayudar. Poco a poco, rascando el suelo como si qui-sieran pegarse a él, se fueron acercando formando un círculo a mí alrededor. Me hablaban por delante y por detrás y de tanto girar la cabeza me mareaba, así que los coloqué a todos enfrente de mí con un movimiento de mi cola cuando giré en redondo. ¿Cómo te llamas?, pre-guntaron. Ibm Batán, les dije. ¿Y cómo nos vas ayudar Ibm Batán?, volvieron a preguntar. He de improvisar, les dije. Vosotros dadme las ropas de la princesa y yo la acompañaré esta noche mientras espera al espíritu amador. Cuando llegue el Jin yo lo recibiré comiéndome la ropa de la princesa y le diré que me la comí a ella también. Como soy en buen mentiroso el Jin me creerá. ¿Y si no te cree?, preguntaron otra vez. Oh, pues si no me cree, me lo comeré a él. Le diré que ahora el amo de la isla soy yo, la serpiente de muchas cabezas, el dragón, el monstruo y que de aquí en adelante será a mí a quien periódicamente se le ofrecerá una víctima humana, una virgen. Te lo agradecemos mucho, pues ya han perecido muchas jóvenes doncellas, dijeron. Esta será la última, les dije. — ¿No te la comerías, verdad? —preguntó la mujer desnuda. —Bueno, en muchas historias un opuesto joven mata al monstruo y recibe la mano de una princesa como premio. Yo maté al Jin que apareció cuando me estaba comiendo a la princesa. Creo que fue justo, pues desde entonces todos viven en paz. Gracias a mí volvió a correr el agua al pueblo, pues el Jin se apoderó de las fuentes y de los sumideros y sólo podían hacer uso de ellos siempre y cuando le entregaran una víctima humana. Ahora viven felices. Pero el hombre dios se enfadó mucho conmigo porque ayudé a despoblar la isla comiéndome a la princesa. Los habitantes le dieron las quejas y le contaron que los había engañado. Por eso el hombre dios me condenó a vivir en esta cueva acusándome de desvalorizar los cuentos con mis invenciones de héroes que matan al monstruo para salvar a una princesa y se quedan con ella como premio recibiendo su mano. Dijo que todo lo que yo decía eran cuentos y los cuentos eran mentiras. Puras invenciones literarias. ¿Pero qué sería de los cuentos si a las grandes serpientes o dragones no se les hubieran sacrificado princesas y jóvenes doncellas para desposarlas o para comerlas? De pronto la mujer desnuda de la cascada se acercó al macho convertida en serpiente y entró en su cueva. El agua caía, primero despacio, más tarde con furia. La piedra ablandaba. Era como si la tierra quisiera tragarlos. El macho quería subirse a las rocas porque la tierra se fundía debajo de sus pies. — ¡Ja, ja, ja...! —reía la serpiente—. ¡Estás muy asustado, macho! — ¡Calla bruja! Porque ahora pienso que eres una bruja —exclamó el macho. —Tal vez estás en el cierto, pero nunca lo sabrás. Pero si quieres saber si estoy encanta-da, puedes besarme. — ¿Y qué me ofreces a cambio de un beso? —Sólo si me besas podrás salir de aquí. Al cabo de un rato, de aquellas ruinas húmedas de la naturaleza salían partículas lumi-nosas de polvo brillante que parecían moscas de luz. Un rayo de sol penetró y unos labios sin murmullo hablaron de besos. La serpiente ahora era un animal muerto. No era un sueño. El macho le acariciaba los brazos, los hombros y la cara. Detuvo los ojos en aquel rostro bellísimo de ojos brillantes y la respiración se detuvo. No era un sueño. Un mangado de pelo tibio que se movía y ondulaba revivía dando cuenta de unos adornos de mujer. El macho estiró los brazos, sintió la piel, cerró los ojos y deslustró en ceguera. Pero casi ciego, le acarició los párpados y ella se empapó en chorros y quiso andar, abrió más los ojos y las pupilas mostraban inquietud, fuentes de lágrimas. Atada y sin saber mover los pies lloró. Estaba desnuda, aterrada. Su cuerpo se enfriaba, su carne resplandecía y se movieron las sombras sin hacer ruido. No era un sueño. El viento acarició su pelo como si fuera una cometa y allí estaba el misterio, la magia. Un manojo de relámpagos alumbraron las penumbras. Un montón de realidades se abría a su lado. De aquel pelo amarillo, que ya no era pelo, sino ondas de luz, salió una invisible llama que la acorazaba y que fue su salvación. Lívida y hermosa se acercó a la puerta de la cueva que ya no era una cueva porque olía a flores y tenía luz y todos celebraron el misterio. El macho ya no quería que la serpiente encantada recobrara el alma humana. Con las piezas de oro de sus tesoros construiría para ella un palacio rodeado de las flores y él estaría a sus órdenes como un criado si así ella se lo pedía. Un joyero porque ella era una joya. Y no era un sueño… FIN
Inocencia Martìnez Monroy
Inocencia Martìnez Monroy
14 de Febrero de 2019, 5:48
Clásicos
UN 14 DE FEBRERO
En ocasiones el flujo de palabras dichas por personas inconscientes, orillan a otras a realizar actos que no desean o que aún no están preparados para ellos, el día los 14 de febrero son sin duda un esplendor en la vida de niños, jóvenes y adultos, nunca falta en el salón de clases los compañeritos que llevan las clásicas paletas, chocolates o dulces de corazón que reparten a todos inclusos a sus enemigos, crecen y lo hacen en las oficinas, también en sus lugares de trabajo, pero como bomba los enamorados esperan ansiosos el regalo sorpresa de su pareja llenos de fulgor emotivo derraman miel… Yo en general no he recibido nada los 14 de febrero, pero no me es de gran importancia ya que el amor florece sin recibir ni dar nada a cambio. Tuve una experiencia cuando era adolescente, todos a mí alrededor disfrutaban un día antes del glorioso y magnífico 14 de febrero, mis mejores amigas me decían – ¿qué le regalaras a tu novio? Llenas de felicidad me mostraban sus proyectos para el día siguiente, observándose tan felices; sentí que algo me faltaba, algo llamado novio, soy tan introvertida lo cual causa que la gente se aleje, la soledad es un sueño de muchos pero nunca la comprenden por tal motivo salen huyendo de sí mismos, porque la soledad es estar con uno mismo. Pero en esta ocasión ese piquetito en mi sentido límbico causo un desfalco emocional en mi persona y además en mis bolsillos. Exacto solo para estar en línea con ellas y a pesar de no tener novio, comente – el me prometió un libro y yo le regalare unos chocolates mañana. Ellas gritaron – !fantástico¡ te acompañamos en saliendo por los chocolates, tienes muy mal gusto además no queremos que pierdas a ese pollito, eres tan agresiva con ellos. Sentí que el suelo se hundía mi sueldo era tan bajo que no podía solventar semejante gasto, sin embargo el que miente una vez miente otra vez. – de hecho ya los compre no hace falta. La clásica amiga metiche, la que queda bien con todos. – ¡no! Mejor los compras porque conociéndote son unas lenguas de gato. Si más por hacer solo decir la verdad, fuimos a comprar los famosos chocolates y al día siguiente como loca busqué el libro por toda la ciudad y lo compre a crédito, ¡ellas querían verlo! no podía permitir que supieran la verdad. ser aceptada era esencial, es por ese motivo que en ocasiones hacemos cosas que no queremos...incluso tuve que describirlo físicamente incluso espiritualmente, la única verdad fue que tuve un mes pésimo, estirando el sueldo y comiendo chocolates, incluso leí el libro.
tioluis
tioluis
28 de Enero de 2019, 3:47
Fantásticos
Cantar
Si ella canta es porque la luna la hipnotiza. Un poder extraño que se acentúa las noches de luna llena. Una fuerza que la obliga a cantar más allá de si lo hace con tono y con ritmo. Canta y su canto congrega. Por culpa del canto la acosan, la persiguen, la buscan y hasta la atacan. Dirán algunos que todo es por culpa de la fama que nos hace menos de nosotros y más de los demás pero ella no es famosa pues nadie se fija mucho en ella solamente en su canto que seduce y que despierta los instintos. Hoy está junto a una bella laguna que en sus quietas aguas refleja la belleza de la luna y apenas comienza a cantar, de los arbustos, de los árboles, de las otras orillas, grandes ranas se le acercan y todas tienen certeza que gracias a ella su especie se perpetúa. Cientos de huevos ya se han depositado y la rana, sin preocuparse de sus futuros retoños, vuelve noche tras noche a la laguna a hacer lo que mejor sabe hacer: cantar.
Yasunaris Rodríguez Vázquez
Yasunaris Rodríguez Vázquez
20 de Enero de 2019, 16:35
Románticos
Ironía en primavera.
Antes de salir de la casa quiso mirarse al espejo. Nunca lo hacía, hoy todo sería diferente. No es que de antemano tuviese planificada una ocasión especial, solo que él deseaba que lo fuera. Ambicionaba encontrar el amor, y no cualquier amor, sino aquel único amor que lo convertiría en un ser nuevo, aquel que transfigura el mundo de oscuridad en luz. Jamás lo había conocido, lo esperaba, lo buscaba, lo anhelaba, lo había confundido en ocasiones pero la realidad decepción llegaba rotunda más tarde o más temprano: entre lo que él quería y lo que ellas habían sido capaces de ofrecerle se abría un abismo de insatisfacciones y nostalgias; esa desquiciada explosión, esa embriaguez absoluta y absurda, esa inexplicable dependencia de otro ser que a la vez que es alguien más, es también una extensión de uno mismo, ese sueño se escapaba de su vida una y otra vez convertido en suspiro. Fuera como fuera no amaba, y nadie le amaba en lo absoluto. Hoy, saldría en su busca y lo encontraría en… cualquier parte, en un parque, en una calle, o rescatando los clásicos romances, de la estantería de una librería. Recorrería la ciudad hasta el cansancio, se perdería en los posibles escoyos, pero no renunciaría. Hoy tenía que ser el día sublime, el momento único en que su destino cambiaría y la desesperanza iría derrotada a morir en el ocaso, devolviéndole la poesía que había perdido hacía años. Con un gesto irreflexivo tiró el peine sobre la cómoda, tomó uno pequeño, lo echó al bolsillo y salió a la calle con la ilusión a cuestas. Era una tarde bella de tempranas estrellas, llena de una tristeza ancestral y romántica. “Cargó las pilas” y se dirigió sin prisa hacia la parada del ómnibus. Ella… repasó sus sueños antes de salir ¿quién era y por qué vivía? ¿Andaría perdida eternamente por el mundo, buscando aquello que no existía y renunciando a la realidad para abrazar la fantasía? Hasta hoy se aferraba a la posibilidad remota, le faltaba valor para dejarla ir, no despojaría su vida de lo único por lo que en definitiva, valía la pena vivirla: amor abrasador, incendio desatado de hombre joven, delicioso, y apuesto que le estremece entre sus brazos y le dice al oído aquellas cosas que solo quienes saben amar, saben decir, imponiendo al fin la danza de dos cuerpos gritando en un ritmo salvaje de amor que se da y amor que se recibe, dejando a los impulsos obrar, sin frenos, sin ataduras o prejuicios en inevitable frenesí, hasta alcanzar la magia sublime del último grito. Se ofrecería hoy al mundo, a la vida: etérea, femenina y suave, apasionada, resuelta y entonces el amor, vendría a buscarla. Él subió al autobús, esperanzado. La idea volvía recurrente a su cerebro. Encontraría su amor definitivo. Un te amo se escapaba ya de entre sus labios y sucedió, fue entonces que la vio. ¡Ella sería quien desterraría para siempre las negras soledades que le acompañaban! Ella abordó el autobús, toda flor, toda perfume, toda color, pensando en el tiempo que se escapa entre las manos, empujándola veloz hacia otro día sin amor. No estaba alegre ni triste, sólo sensible, vulnerable… y lo vio. Ella se estremeció con una mirada. Encontró valor y avanzó. Se quedó de pie, sujeta por un puente de conexiones, recién construido. Él quedó deslumbrado, mas, al fin, consiguió preguntar; ella respondió a media voz, pero breve y precisa fue su respuesta y ya no fueron dos desconocidos. Hablaron, hablaron y hablaron sin importarles las miradas y oídos atentos de aquellos viajeros fantasmas, sombras inoportunas de una realidad inexistente que no los podía alcanzar. El mundo era ellos. Ella se sintió feliz. Armonía, empatía, deseo, ilusión, urgencias, sensaciones, ¿¡amor!? Entonces el tiempo. Los segundos sobre los minutos, arrastrándolos persistentes hacia las horas, para que al fin, el hechizo multicolor, de tan frágil cristal, cayese hecho trizas. __La próxima parada es la mía, adiós. — Quisiera acompañarte__ le interrumpió él en un ruego__. Hasta donde tú quieras y en cuanto lo decidas, si es que así lo quieres, nos despediremos. Insistir, insistir, insistir, mas, siempre inútil querer ir tras ella para estirar la tarde hasta el infinito y convertirla en noche, en días, en años. — Lo siento __musitó ella, con tristeza infinita, mientras se alejaba hasta la puerta y él la perseguía en franca desesperación__ No puede ser, de veras. Adiós. — ¿Por qué? No lo entiendo. __La súplica ya no era sutil. — No, de veras, no puede ser… — Dame por lo menos un nombre, una dirección, algún teléfono. No le daría la dirección. No le daría su teléfono. Ella se marcharía con la misma rapidez que había llegado y continuaría aún más sensible a la romántica belleza de la tarde. — No comprendo por qué __decía él__, sin importarle que alrededor participaran todos. Su cerebro era una torpe amalgama: confusión, desengaño, incredulidad, impotencia. Insistió, preguntó, volvió a insistir, rogó… Ella no dijo hasta pronto, ni hasta luego: dijo adiós; y cuando el ómnibus se perdió entre el clamor de las voces y los cláxones, quedó sufriendo la pérdida de otra primavera, roto el puente de sueños, quebrada la nostalgia, con el dolor de quien sabe que todo estaba perdido. — No era él __se repetía con convicción__ ese por quien he esperado mi vida entera. Si hubiese sido él el hombre de mis sueños, me habría brindado el asiento.
Cio Soria
Cio Soria
16 de Enero de 2019, 5:18
Ciencia ficción
Libres
Pasando entre quizás miles de personas, todos con un pasado caótico cargando entre sus hombros, ¿podría eso compararse con el nuevo mundo? No hay tiempo para preguntas ni respuestas. Todos sabemos a dónde iremos. No todos vamos al mismo lugar, pero es donde siempre llegamos al final. Siento que mis piernas se mueven con más lentitud, pues han caminado por más de una hora. Todo se vuelve confuso, escucho murmullos que quizás sean palabras pero me llegan como si fueran un pequeño zumbido al oído. Al lado va mi compañero Ben, a quien tengo más compasión. Recuerdo que me había hablado sobre la familia que no tiene y que siempre quiso, me habló de su madre, quien siempre venía a visitarlo. Me comentó la necesidad que pasaba su madre y lamentaba ser una carga más para ella cuando era él quien debía cuidarla. La culpabilidad es lo que nos llevamos por completo de este mundo, le había dicho, y, ahora, en un suspiro, me dio a entender que ya íbamos llegando. Arrastrando los pies, yendo a mi sentencia, sabiendo lo que estaba próximo, me atreví a hablarle. -"Ya seremos libres, Ben. Supongo que esta es la libertad de toda persona, sólo que algunos la tienen de una forma distinta, un poco más sutil. Pero esta es nuestra verdadera libertad".- pude ver de reojo un asentimiento por parte de él y siguió caminando. Las personas que estaban delante de nosotros habían girado a la derecha, dando la vuelta aquella muralla sombría. Transcurrieron unos minutos de silencio para que luego 7 disparos retumbaran el abandonado lugar. Cerré los ojos y me dije que era esto lo que esperaba, nada fuera de lo común, y lo mantenía como mantra rondando en mi cabeza. No sé si lo merezco pero supongo que sí, soy más merecedor que Ben, pero es el mismo destino. Oí la voz del oficial y seguimos sus órdenes. Nuevamente fuimos 7 los que giraron alrededor de aquella muralla que fue testigo del juicio. Decidí no mirar a aquellos cuerpos inertes que estaban tirados y acumulados en el frío suelo, y pensé -¿habrá alguien que los llore?- Escuché cómo preparaban a aquel juez arma y miré a Ben. Se veía un poco más tranquilo de hace unos minutos atrás, volvió a suspirar y me dedicó una mirada vacía. Los oficiales murmuraban algo que poco escuché pero sí entendí. -"No más dolor, no más angustias y no más cargas. Deberían estar agradecidos".- Escuché cómo esas balas venían por mí mientras perforaban a otros, y oí a Ben. No pude girar a verlo porque en un segundo sentí el plomo perforando mi cabeza. Y todo negro, y pura libertad.
Jose Luis Casanovas Olmos
Jose Luis Casanovas Olmos
9 de Enero de 2019, 16:15
Humorísticos
EL SOFÁ
El sofá. ¡Claro que era una tentación! ... ¡Por supuesto! ... Tan reluciente, tan limpio, incluso olía bien. Se llevaron el viejo. Estaba sucio y rasgado por las uñas del gato. Tenía veinte años, ya había hecho su servicio. Pero el nuevo... El nuevo era otra cosa. ¡Virgen Santa! Ni punto de comparación. Cuando lo desembalaron me emocioné ¡Qué alegría! Era de color plateado. Ya le tenía a punto un juego de cojines blancos. En el comedor quedaba niquelado. Entonces en quedé solo ante él. Qué sorpresa que se llevaría a mi familia. No se lo esperaban. Lo estuve observando un buen rato ¡Que chulada!... Y qué ganas de estrenarlo. Al final me senté ¡Dios mío! ¡Qué acierto! Me hundí como si fuera una montaña de algodón. Que suave... ¡Claro que me senté! ¡Y lo volvería a hacer! ¡Por supuesto! Fue increíble. Una experiencia maravillosa. Nunca había sentido nada igual. Era como si las nubes me acariciaran dulcemente, como si me rodearan de besos... Era como si me abraza un enorme copo de plumas. Cuando llegaron se quedaron sorprendidos sin saber que decir. Yo yacía sentado en un rincón del sofá esperando con toda la ilusión creyendo que estallarían de alegría, pero no me veían. Se lo miraban extrañados pero no se atrevían a sentarse. Les hacía señales... ¡Eh! ¡Qué estoy aquí! Qué estoy aquí ¡Cojones! Pero todo iba a peor; ni me veían ni me oían. Yo hacía gestos con los brazos pero era inútil; estaban embelesados. Quise levantarme. Lo intenté con ganas, pero hostia… Se estaba tan bien que no tenía prisa por levantarme. Pasaron los años. El tiempo no contaba, embuchado dentro del sofá. Los hijos crecieron y se fueron de casa. Mi mujer empezó a salir con un tipo ¡Joder! Qué prisa tenía. ¿No se podía esperar que me levantara? ¿Tanto le costaba? Cuando ese tipo se presentaba de visita siempre acababan tumbados en el sofá. Y yo allí, arrinconado como un bobo viendo como se besaban y se metían mano sin que pudiera hacer nada. Qué poca gracia que me hacía. Y es que no me salía ni la voz. Pero ¡Hostia! Es que estaba tan bien... Se acabaron casando, se veía venir. Se podían haber ido bien lejos del sofá. ¿Qué cojones hacía yo allí? Todavía me pregunto muchas veces, que pintaba allí… ¡Nada! ¿A que no?... Pues me fui. Un día cambiaron de sofá y yo estaba dentro; quiero decir hundido en medio de los cojines. Fue entonces cuando ese tipo se dio cuenta que existía. ¿Qué coño hace este tipo aquí? Dijo extrañado. Cuando mi mujer me vio, no me conocía. ¡Que soy yo, mujer! ¿No te acuerdas? ... ¿Qué coño se iba a acordar? Me fui con el sofá. Ahora está expuesto en el escaparate de un anticuario. Me entretengo viendo pasar la gente. Algunos se detienen y lo admiran. Les hago gestos para que se larguen. Les asusto. No quiero que salga de la tienda. Este sofá es mío. Me lo he ganado a pulso.
Anne Aband / Yolanda Pallás
Anne Aband / Yolanda Pallás
9 de Enero de 2019, 12:32
Humorísticos
Consultoría a domicilio
La gota de sudor bajó rodando desde su frente, recorriendo la sien y bajando por la mejilla hasta llegar a la barbilla donde se lanzó al vacío para aterrizar en el suelo de cemento del garaje. Se mantenía en silencio, procurando incluso que su corazón latiese más despacio, para que los latidos no le descubrieran; que no provocaran que escucharan su miedo, el que le había paralizado tras el deportivo negro, y el que seguramente acabaría con él. Poco se podía haber imaginado hace veinticuatro horas que acabaría en este garaje de la zona más cara de Manhattan, escondido tras la rueda trasera de uno de los coches de la mujer más rica de la ciudad, sin camisa y sin zapatos. El día había comenzado como todas las aburridas mañanas de la aburrida semana. Se había dirigido a su despacho en la planta quince del edificio, saludando a sus compañeros con una inclinación de cabeza indiferente. Su traje de chaqueta azul marino y su camisa blanca eran casi idénticas a las de todo el personal que trabajaba en Marks & White, la consultora legal más famosa de toda la ciudad, donde un par de cientos de hombres y mujeres vestidos casi de uniforme tecleaban sin pausa delante de un ordenador, pasando informes, y algunos de ellos atendiendo a aburridos clientes que venían a preguntar sobre sus hipotecas, sus empresas o sus divorcios. Aburrido, aburrido y doblemente aburrido. Hasta que esa misma mañana, sobre las once y justo cuando su supervisor, el buitre MacPerson había salido a tomar un café, una preciosa mujer entró en la gris oficina, destacando como una rosa entre la hierba silvestre. Y como el supervisor no estaba, le había tocado a él atenderla. La mujer pareció confusa, sin saber a cuál de los habitáculos dirigirse. Su traje de chaqueta hecho a medida era de color de las fresas maduras y llevaba zapatos de tacones interminables, negros y plateados, como sus medias. No era una mujer excesivamente alta, pero tenía las curvas necesarias en su sitio. Su boca rosa y brillante tenía un mohín serio y no se había quitado las gafas de sol incluso dentro de la oficina. El joven salió de su pasmo y se dirigió hacia ella. —Buenos días, soy James Caren, encantado, ¿en qué puedo ayudarle? —Soy Mia Watson. Necesito su ayuda La joven se quitó las gafas dejando ver unos ojos de azul pálido como el cielo con un rostro perfectamente maquillado. Una mirada desamparada que suplicaba y que le hizo sacar su lado de caballero andante, el héroe que le sacaría del apuro. —Por favor, señorita Watson, ¿quiere pasar a mi despacho? No era su despacho realmente, sino el de supervisor, pero semejante preciosidad merecía ser liberada de las miradas curiosas de los buitres que revoloteaban al acecho. Retiró la silla de las visitas para que ella depositara su bien formado trasero sobre ella. ¡Quién fuera silla para sentir sus nalgas! Un pequeño palpitar en su miembro le indicó que era momento de dejar de pensar como un hombre sin sexo desde hace seis meses y comenzar a comportarse como un profesional de la abogacía. —Entonces, ¿en qué puedo ayudarle? —Verá, señor… —James, por favor. —Verá, James —ella sonrió deslumbrándole como el sol de la mañana— tengo un grave problema con mi esposo. —¿Desea separarse? —Oh, no, yo amo a mi esposo. El problema es que, bueno, él… —la joven bajó la mirada tímidamente— él desea tener un hijo. —¿Cuál es el problema entonces? Si usted ama a su marido y él desea tener un bebé… ¿es que usted no lo desea? —¡Claro que sí! Pero su exesposa no quiere que tengamos un hijo porque entonces tendría que repartir la herencia de sus hijos. Mi esposo tiene tres hijos de su anterior matrimonio. —Bien, pero ahora su esposo está casado con usted por lo que puede hacer lo que desee. —No sé cómo explicarle…—la joven sacó un delicado pañuelo bordado de su bolso y se secó unas inexistentes lágrimas. —Por favor, señora Watson, tranquilícese. ¿Quiere un café o una tila? —Oh, llámeme Mía. No, no quiero nada. Le explicaré la situación, aunque es muy embarazosa —el joven asintió sin interrumpirle— Verá, James, como le decía, mi esposo y yo deseamos tener un bebé. Pero su primera esposa ha interpuesto una demanda hacia nosotros. John, mi esposo… bueno él tiene setenta y dos años, ¡pero está estupendo! Supongo que lo conoce, John Watson, es cliente de su consultoría desde hace tiempo. James recordó. No sólo era cliente, sino era «el cliente», ese por el que todos doblaban la espalda cuando venía. Y ahora, tenía aquí a su joven y encantadora esposa. ¡Se le iba a caer el pelo si metía la pata! Empezó a sudar. —El problema —suspiró Mia— es que la malvada de su esposa dice que queremos tener el bebé para que herede su fortuna. ¡Y no es así! —Comprendo, señora Wat… Mïa. ¿Desea que la defendamos en esa demanda? —En realidad no. Mi esposo está atemorizado por ella, y lo que deseo es que vengan a casa a convencerle de que no tiene nada que hacer, que por mucho que denuncie la situación, no ganará. Necesito que venga a mi apartamento y se lo diga. Ya fui a una clínica de fertilidad donde mi esposo tenía sus pequeñines congelados. Y están siendo procesados junto a mis óvulos. Eso ya está hecho. Sólo falta el permiso de mi marido. Pero como está tan temeroso de lo que ella le diga, y lo que le dicen sus otros hijos, no se decide. Por favor, ¿puede usted venir a mi casa? —ella le tomó de la mano a través de la mesa. Sus manos eran suaves y sus uñas parecían las de una muñeca. Todo era perfecto en ella. —Bueno, tengo que consultarlo con mi superior… —Oh, no sabía que tenía un superior… pensé que usted era quien mandaba aquí, el jefe, digamos —sus inocentes ojos le miraban con candor. James hinchó el pecho. —Era un simple trámite. Por supuesto que iré. ¿Cuándo desea que vaya? —ya explicaría más adelante su salida de la oficina. —¿Qué le parece ahora mismo? Mi esposo está un poco débil. Cuanto antes será mejor. Mi chófer está esperando en la puerta. Seguro que no tendrá ningún problema, ¿verdad? —Por supuesto. Adelante, vamos ya. James abrió la puerta del despacho del supervisor rezando para que el desagradable MacPerson no llegara en ese momento. Sería muy difícil explicarle por qué se iba de la oficina en horario laboral y con la esposa de John Watson. Desgraciadamente para él, y luego se daría cuenta de por qué, su jefe no vino. De hecho, no tuvo ningún problema en salir de la oficina, subirse al sedán negro con los cristales tintados y llegar a la casa de los Watson. Johan Watson era el propietario de todo un edificio en la zona noble de Manhattan, rodeado de un pequeño parque cerrado sólo para los exclusivos residentes. El coche entró por el garaje y se dirigió hacia la planta reservada para los Watson. En ella había más de diez coches a cual más lujoso. James intentó no parecer demasiado anonadado, aunque lo estaba. Durante el trayecto de quince minutos había intentado no mirar las piernas de Mía, que se había sentado en un lateral y las había cruzado. El tacón finísimo se bamboleaba arriba y abajo provocando un movimiento demasiado sensual para él. Menos mal que la vista de los coches, entre los que había un Ferrari y un Lamborghini rojo y negro en ese orden, le había distraído de cualquier otra cosa. Bajaron del coche y se dirigieron al ascensor del garaje. —Este ascensor va directo a mi piso, es privado, ¿sabe, James? Así nadie nos molesta. —Sí, claro, es una buena idea —contestó sin saber qué decir. Un ascensor privado. Había tratado con mucha gente tremendamente rica, pero no como los Watson. El ascensor era muy amplio, así que los tres ocupantes no tuvieron que rozarse. Se paró en el piso dieciocho y se abrió la puerta a un lujoso recibidor, con suelo de madera noble y altos techos con molduras. Varios espejos y alguna consola de mármol completaban la decoración. —Por favor, James, venga por aquí, mi marido estará en la sala. Se quitó la chaqueta del traje y la dejó en un sillón descuidadamente. La blusa se metía entre su falda que es donde él querría poner las manos. Su trasero era perfecto, no pudo evitar admirarlo mientras caminaba delante de él. Levantó la vista para evitar sufrir más y comprendió que ella se había dado cuenta. Se sonrojó ligeramente. Él no era ningún acosador, al contrario, respetaba mucho a las mujeres, pero es que ésta le estaba volviendo loco. Se veía capaz de lo mejor y lo peor si ella se lo solicitaba. Mia abrió la puerta de la sala. Una doble puerta francesa que daba paso a una enorme habitación con muebles lujosísimos, una gran televisión donde estaban jugando los Lakers y enfrente una cama articulada donde un despojo de hombre, John Watson, parecía hundido entre las sábanas y las almohadas. —Hola, mi amor, —la cantarina voz de Mia saludó al hombre con un beso en los labios, lo que le produjo una cierta repulsión. El tipo parecía una arruga andante pero sus ojos eran vivaces y despiertos —te presento a James Caren de Marks & White, viene a comentar el tema legal con Victoria. —Supongo que mi esposa le ha explicado… —su voz apenas audible fue interrumpida por una tos. —Sí, señor. —Como le decía al señor Caren, Victoria, su primera esposa, ha interpuesto una demanda para impedir que sea inseminada por lo que guardó mi marido hace años. Dice que le pertenecen, ya que la extracción se realizó cuando aún estaban casados. —Así es, ¡la bruja de mi ex mujer quiere controlar hasta mis espermatozoides! Una tos le arrebató la voz de nuevo. —Cariño, tranquilo. El señor Caren nos ayudará, ya verás. Dígaselo a mi marido. —Sí, bueno, me gustaría consultarlo pero en principio sus.. sus espermatozoides le pertenecerían solo a usted y tiene la plena potestad sobre ellos. Si fuera un embrión sería más complicado. Pero es un caso muy especial, y aunque seguro que tenemos las de ganar, sería mejor consultar si ha habido casos similares; tendríamos más fuerza. —¡Qué buena noticia, John! ¿No te parece? Yo creo que ya podría… —Sí, querida. Ve a la clínica cuando quieras. La joven dio un gritito de alegría y se abrazó a su esposo que le palmeó el brazo para que se retirara. James miró al hombre. Su palidez no era símbolo de una buena salud y probablemente tuviera alguna enfermedad grave. Si Mia no conseguía quedarse embarazada antes de que el tipo la palmara, luego no tendría ninguna oportunidad. Había oído hablar de Victoria Watson, una mujer fuerte que, tras el divorcio hace ya unos años, y haber aguantado los devaneos de su ex sin ninguna consecuencia, no querría permitir que una busca vidas como la había llamado en alguna ocasión, les robase parte de la herencia a sus hijos. Mía Watson no lo ignoraba. Estuvo trabajando en la sucursal bancaria que llevaba los asuntos de su ahora esposo. Por lo que recordaba era licenciada en económicas, y con varios másteres. No era tonta, aunque se lo hacía. Más bien era demasiado lista. Sabía que, si no tenía un heredero, le quedaría una pequeña renta y punto. James comenzaba a comprender. —Por favor, James venga por aquí. Déjeme invitarle a un café y unas pastas si lo desea, ¿o prefiere un sándwich? Le he robado su hora de almuerzo y me siento culpable. ¿Cómo se iba a resistir a esa dulzura? James siguió a Mia hasta la cocina donde no había nadie en este momento. —Nos suben la comida del piso de abajo. Esta cocina es privada. Puedo prepararle un café, si lo desea. ¿O le apetece otra cosa? La mujer miró provocativamente al joven que tragó saliva. ¿Se le estaba insinuando? Ella se acercó caminando despacio, como cuando te acercas a un perro sin saber si te va a morder o va a mover el rabo contento por sus caricias. Y realmente estaba muy tenso, pero ligeramente excitado. Ella se paró delante y levantó la mirada, entornando los ojos. Puso su mano sobre el corazón de colibrí del chico. Le quitó la americana y comenzó a aflojar la corbata, sin que él se retirara. La tiró al suelo. Él se había apoyado en la encimera sin atreverse a tocarla. Mía ladeó la cabeza sonriendo ligeramente por la turbación del joven. Los botones comenzaron a caer. Lo cierto es que James sin camisa ganaba mucho. Las horas de gimnasio habían dado su fruto y tenía un cuerpo sin apenas vello y bastante musculado. Ella pasó su uña por su pezón recorriendo los pectorales y produciendo un salto en su miembro inferior. Después bajó por su brazo tomándole la mano por la muñeca y llevándosela a su seno derecho. —¿Está duro, verdad? Solo tengo cuarenta años y pronto dejaré de ser deseable para jóvenes como tú. ¿Me deseas? —bajó la mano hasta sus pantalones sonriendo al comprobar la respuesta. —Mía, no podemos… su esposo… está en la habitación de al lado. —Ah, vamos… no se puede levantar. Quítate los zapatos… James se descalzó. Esto era un error… pero hacía varios meses que no echaba un polvo en condiciones y ella… era un tesoro. Se había empezado a desabrochar su blusa y sus pechos, que llenaban el sostén de encaje e incluso salían ligeramente, habían comenzado a asomar. James sudaba más si cabe y tenía una erección tremenda. Ella le besó metiéndole la lengua hasta lo más profundo. Su sabor era dulce y el tacto de sus pechos sobre el suyo casi le volvió loco. Comenzó a besar su cuello y a acariciar su piel dentro del sujetador lo que le hacía suspirar y gemir. Él se agachó a succionar sus pezones y ella comenzó a gemir más fuerte. —Por favor, Mía, no grites, no grites… Pero ella estaba muy excitada y gemía a viva voz mientras había comenzado a acariciarse ella misma. —Ay Dios, Mía, por favor… Una voz se escuchó por dentro. —Mía, ¿qué ocurre? Los pasos se escucharon rápidos. —Es el chófer. Si te ve te matará. Corre, baja por el ascensor y sal por el garaje. Corre, o te matará. Tiene una pistola y es más celoso que mi esposo. —Pero … Mía, mi camisa… cómo voy a salir… —Yo te la haré llegar, ¡corre! Ella comenzó a ponerse bien la camisa y escondió su ropa dentro de un armario. James salió pitando, todavía con su miembro erecto que golpeaba sus piernas, haciendo que le doliera y le excitara a la vez. Se metió en el ascensor y pulsó un botón al azar. Bajó rápidamente. El garaje estaba a oscuras y el cemento frío le recordó que tampoco llevaba zapatos. Al menos su erección se había calmado. Debería irse hacia la entrada del garaje. Había una puerta de emergencia, pero, ¿cómo iba a salir así, sin camisa? Al fondo del garaje visualizó una chaqueta del chófer. Se la quitaría. Al menos podría pasar más desapercibido. El ascensor se escuchó bajar. James se escondió detrás del Lamborghini negro. Esperaba que fuera Mía con su ropa, pero no, era el chófer. —Bastardo hijo de puta, ¿dónde estás? ¿no tienes respeto? ¡Te voy a matar! James comenzó a sudar. Desde donde estaba había visto que el tipo llevaba una pistola. Y cualquier excusa sería buena para dispararle. Podrían decir que se había colado, que había intentado seducir a la señora… cualquier cosa y le dispararía. Y, además, saldría libre. Su mente legal estaba intentando encontrar una solución, pero no la veía. El ascensor se escuchó de nuevo. Esta vez sí era Mía. —¿Qué ocurre? Paul, deja que se vaya. No ha hecho nada. —No. Te dije que no podrías acostarte con nadie que no fuera yo. Yo soy el guardián del señor Watson. —Está bien Paul, querido, solo estaba jugando, de verdad. No pasó nada. Vamos, cariño, no te pongas así, es un abogaducho… no es como tú —ella le acarició el cuello y le besó en los labios, lo que aprovechó James para correr hacia la chaqueta y a continuación a la puerta. «Maldición está cerrada con llave.» Tendría que salir por la puerta principal que tenía célula automática, pero entonces la bestia lo vería. Mía lo estaba entreteniendo así que era la única solución. Se lanzó corriendo hacia la puerta que estaba a unos cinco metros de su posición, tomó la chaqueta de gancho y rezó para que el tipo estuviera demasiado distraído como para escuchar como el conejo huía de su cazador. Pero no fue así. —¡Bastardo te vas a enterar!! El chófer se fue hacia el sedán con el que habían venido y lo puso en marcha. La puerta comenzaba a abrirse lentamente mientras James se ponía la chaqueta saltando. Las ruedas chirriaron tomando velocidad hacia la puerta. En un minuto lo alcanzaría si la puerta no se abría lo suficiente. El hueco comenzaba a ser mayor y James no esperó más. Se tiró al suelo y salió rodando. Comenzó a subir corriendo la cuesta del garaje mientras escuchó el frenazo del coche a punto de atropellarle. Sólo tenía un par de minutos más para subir la cuesta y salir a la calle antes de que el coche saliese disparado. No se había fijado que la entrada del garaje fuera tan larga. Los calcetines se habían agujereado por el roce con el cemento y los pies incluso comenzaron a sangrarle. Se hizo la promesa a si mismo que no volvería a mirar a una mujer como Mía nunca más. Llegó a la calle finalmente, para colmo, había comenzado a llover. Una de esas raras y escasa veces que llovía en la ciudad. Esto terminaba de arreglar la situación. Corrió hacia el parque, para perder al coche que ya escuchó subir la cuesta a toda velocidad. Algunas personas le miraban, pero la mayoría le ignoraban. Consiguió llegar al parque y se metió entre los árboles. El coche pasó de largo gracias a Dios. James suspiró. Menudo papelón. Su documentación y las llaves estaban en la americana. No tenía ni idea de qué podía hacer ahora. Se sentó en un banco, mojándose y con las manos en la cabeza lamentándose de su suerte. La mujer se echó a reír encima de la cama. —¿A que ha sido divertido? —Sí, la persecución en el garaje ha sido lo mejor, y la cara de miedo del jovencito era para grabarla. Pero has disfrutado, confiesa. —Sí, el chico estaba bien. Pero tú sabes mis gustos. —Lo sé querida. Por eso hacemos tan buena pareja. ¿Has reservado hora con la clínica? —Sí amor. Esta tarde engendraremos nuestro hijo, ¿o prefieres gemelos? —Creo que me gustarían dos. Adelante. Y que se joda Victoria. —Que se joda. Sonrieron mirándose como dos enamorados. Y brindaron con champagne francés por su perversa diversión y por sus futuros niños.
Bubok Editorial
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8 de Enero de 2019, 16:08
Terror
Jugar a los cuentos
– Vamos a jugar a La Bella Durmiente otra vez, por fa… – No me apetece, te mueves mucho y así no me gusta – Es que a veces me haces daño – Además, aún no puedes quedarte embarazada como la del cuento – Pues a Caperucita, te prometo que esta vez no lloraré cuando me muerdas – No, ya te dije que para hacerlo bien del todo tenemos que matar a la abuela y ahora no está – A mí también me da miedo – No seas tonta, no es eso, sé cómo lo haremos pero hoy no puede ser – Entonces podemos traer al niño del sótano y hacer Hansel y Gretel, pero le pegas sólo a él, como hace mamá – Hace días que no le oigo, a lo mejor a este también se lo han llevado – Pues me aburro, ¿cuándo nos dejarán salir? – No lo sé pero ya no quiero jugar a los cuentos. Podíamos hacer algo con la pistola que encontré – Vale – Ayer el nuevo papá me obligó a ver una película y jugaban con una…Se la acercaban a la cabeza y apretaban el gatillo – Déjame probar a mí primero – Bueno, pero no vale echarse atrás
Bubok Editorial
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8 de Enero de 2019, 16:07
Terror
El fantasma de Canterville
Oscar Wilde I Cuando el señor Hiram B. Otis , el ministro de Estados Unidos, compró Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque la finca estaba embrujada. Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo al señor Otis cuando llegaron a discutir las condiciones. -Nosotros mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, estando vistiéndose para cenar. Me creo en el deber de decirle, señor Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente, así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado de la Universidad de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca. -Señor -respondió el ministro-, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa vendrán a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearlo por los caminos como un fenómeno. -El fantasma existe, me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quizá se resiste a las ofertas de los intrépidos empresarios de ustedes. Hace más de tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de mil quinientos setenta y cuatro, y no deja de mostrarse nunca cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia. -¡Bah! Los médicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo mío, un fantasma no puede existir, y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa. -Realmente son ustedes muy naturales en América -dijo lord Canterville, que no acababa de comprender la última observación de el señor Otis-. Ahora bien: si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese únicamente de que yo lo previne. Algunas semanas después se cerró el trato, y a fines de estación el ministro y su familia emprendieron el viaje a Canterville. La señora Otis , que con el nombre de miss Lucrecia R. Tappan, de la calle West , 52, había sido una ilustre “beldad” de Nueva York, era todavía una mujer guapísima, de edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil soberbio. Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan aires de persona atacada de una enfermedad crónica, y se figuran que eso es uno de los sellos de distinción de Europa; pero la señora Otis no cayó nunca en ese error. Tenía una naturaleza magnífica y una abundancia extraordinaria de vitalidad. A decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido citársele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en común con Estados Unidos hoy día, excepto la lengua, como es de suponer. Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento de patriotismo que él no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, de bastante buena figura, que se había erigido en candidato a la diplomacia, dirigiendo un cotillón en el casino de Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en Londres pasaba por ser bailarín excepcional. Sus únicas debilidades eran las gardenias y la patria; aparte de esto, era perfectamente sensato. La señorita Virginia E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y graciosa como un cervatillo, con un bonito aire de despreocupación en sus grandes ojos azules. Era una amazona maravillosa, y sobre su caballito derrotó una vez en carreras al viejo lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganándole por caballo y medio, precisamente frente a la estatua de Aquiles, lo cual provocó un entusiasmo tan delirante en el joven duque de Cheshire, que le propuso acto continuo el matrimonio, y sus tutores tuvieron que expedirlo aquella misma noche a Elton, bañado en lágrimas. Después de Virginia venían dos gemelos, conocidos de ordinario con el nombre de Estrellas y Bandas, porque se les encontraba siempre ostentándolas. Eran unos niños encantadores, y, con el ministro, los únicos verdaderos republicanos de la familia. Como Canterville-Chase está a siete millas de Ascot , la estación más próxima, el señor Otis telegrafió que fueran a buscarlo en coche descubierto, y emprendieron la marcha en medio de la mayor alegría. Era una noche encantadora de julio, en que el aire estaba aromado de olor a pinos. De cuando en cuando se oía una paloma arrullándose con su voz más dulce, o se entreveía, entre la maraña y el fru-fru de los helechos, la pechuga de oro bruñido de algún faisán. Ligeras ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados herbosos, levantando su rabo blanco. Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda la atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas. En los escalones se hallaba para recibirlos una vieja, pulcramente vestida de seda negra, con cofia y delantal blancos. Era la señora Umney , el ama de gobierno que la señora Otis , a vivos requerimientos de lady Canterville, accedió a conservar en su puesto. Hizo una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con un singular acento de los buenos tiempos antiguos: -Les doy la bienvenida a Canterville-Chase. La siguieron, atravesando un hermoso hall de estilo Túdor, hasta la biblioteca, largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado. Estaba preparado el té. Luego, una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para el otro. De pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo oscuro que había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse cuenta de sus palabras, dijo a la señora Umney : -Veo que han vertido algo en ese sitio. -Sí, señora -contestó la señora Umney en voz baja-. Ahí se ha vertido sangre. -¡Es espantoso! -exclamó la señora Otis-. No quiero manchas de sangre en un salón. Es preciso quitar eso inmediatamente. La vieja sonrió, y con la misma voz baja y misteriosa respondió: -Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su propio marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco. Simón la sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias misteriosísimas. Su cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue embrujando la casa. La mancha de sangre ha sido muy admirada por los turistas y por otras personas, pero quitarla, imposible. -Todo eso son tonterías -exclamó Washington Otis-. El detergente y quitamanchas marca “Campeón Pinkerton” hará desaparecer eso en un abrir y cerrar de ojos. Y antes de que el ama de gobierno, aterrada, pudiera intervenir, ya se había arrodillado y frotaba vivamente el entarimado con una barrita de una sustancia parecida a un cosmético negro. A los pocos instantes la mancha había desaparecido sin dejar rastro. -Ya sabía yo que el “Campeón Pinkerton” la borraría -exclamó en tono triunfal, paseando una mirada circular sobre su familia, llena de admiración. Pero apenas había pronunciado esas palabras, cuando un relámpago formidable iluminó la estancia sombría, y el retumbar del trueno levantó a todos, menos a la señora Umney , que se desmayó. -¡Qué clima más atroz! -dijo tranquilamente el ministro, encendiendo un largo veguero-. Creo que el país de los abuelos está tan lleno de gente, que no hay buen tiempo bastante para todo el mundo. Siempre opiné que lo mejor que pueden hacer los ingleses es emigrar. -Querido Hiram -replicó la señora Otis-, ¿qué podemos hacer con una mujer que se desmaya? -Descontaremos eso de su salario en caja. Así no se volverá a desmayar. En efecto, la señora Umney no tardó en volver en sí. Sin embargo, se veía que estaba conmovida hondamente, y con voz solemne advirtió a la señora Otis que debía esperarse algún disgusto en la casa. -Señores, he visto con mis propios ojos algunas cosas… que pondrían los pelos de punta a cualquier cristiano. Y durante noches y noches no he podido pegar los ojos a causa de los hechos terribles que pasaban. A pesar de lo cual, el señor Otis y su esposa aseguraron vivamente a la buena mujer que no tenían miedo ninguno de los fantasmas. La vieja ama de llaves, después de haber impetrado la bendición de la Providencia sobre sus nuevos amos y de arreglárselas para que le aumentasen el salario, se retiró a su habitación renqueando. II La tempestad se desencadenó durante toda la noche, pero no produjo nada extraordinario. Al día siguiente, por la mañana, cuando bajaron a almorzar, encontraron de nuevo la terrible mancha sobre el entarimado. -No creo que tenga la culpa el “limpiador sin rival” -dijo Washington- , pues lo he ensayado sobre toda clase de manchas. Debe de ser cosa del fantasma. En consecuencia, borró la mancha, después de frotar un poco. Al otro día, por la mañana, había reaparecido. Y, sin embargo, la biblioteca había permanecido cerrada la noche anterior, porque el señor Otis se había llevado la llave para arriba. Desde entonces, la familia empezó a interesarse por aquello. El señor Otis se hallaba a punto de creer que había estado demasiado dogmático negando la existencia de los fantasmas. La señora Otis expresó su intención de afiliarse a la Sociedad Psíquica , y Washington preparó una larga carta a los señores Myers y Podmone, basada en la persistencia de las manchas de sangre cuando provienen de un crimen. Aquella noche disipó todas las dudas sobre la existencia objetiva de los fantasmas. La familia había aprovechado la frescura de la tarde para dar un paseo en coche. Regresaron a las nueve, tomando una ligera cena. La conversación no recayó ni un momento sobre los fantasmas, de manera que faltaban hasta las condiciones más elementales de “espera” y de “receptibilidad” que preceden tan a menudo a los fenómenos psíquicos. Los asuntos que discutieron, por lo que luego he sabido por la señora Otis , fueron simplemente los habituales en la conversación de los norteamericanos cultos que pertenecen a las clases elevadas, como, por ejemplo, la inmensa superioridad de miss Janny Davenport sobre Sarah Bernhardt, como actriz; la dificultad para encontrar maíz verde, galletas de trigo sarraceno, aun en las mejores casas inglesas; la importancia de Boston en el desenvolvimiento del alma universal; las ventajas del sistema que consiste en anotar los equipajes de los viajeros, y la dulzura del acento neoyorquino, comparado con el dejo de Londres. No se trató para nada de lo sobrenatural, no se hizo ni la menor alusión indirecta a Simón de Canterville. A las once, la familia se retiró. A las doce y media estaban apagadas todas las luces. Poco después, el señor Otis se despertó con un ruido singular en el corredor, fuera de su habitación. Parecía un ruido de hierros viejos, y se acercaba cada vez más. Se levantó en el acto, encendió la luz y miró la hora. Era la una en punto. El señor Otis estaba perfectamente tranquilo. Se tomó el pulso y no lo encontró nada alterado. El ruido extraño continuaba, al mismo tiempo que se oía claramente el sonar de unos pasos. El señor Otis se puso las zapatillas, tomó un frasquito alargado de su tocador y abrió la puerta. Y vio frente a él, en el pálido claro de luna, a un viejo de aspecto terrible. Sus ojos parecían carbones encendidos. Una larga cabellera gris caía en mechones revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, estaban manchadas y en jirones. De sus muñecas y de sus tobillos colgaban unas pesadas cadenas y unos grilletes herrumbrosos. -Mi distinguido señor -dijo el señor Otis-, permítame que le ruegue vivamente que se engrase esas cadenas. Le he traído para ello una botella de “Engrasador Tammany-Sol-Levante”. Dicen que una sola untura es eficacísima, y en la etiqueta hay varios certificados de nuestros agoreros nativos más ilustres, que dan fe de ello. Voy a dejársela aquí, al lado de las mecedoras, y tendré un verdadero placer en proporcionarle más, si así lo desea. Dicho lo cual el ministro de los Estados Unidos dejó el frasquito sobre una mesa de mármol, cerró la puerta y se volvió a meter en la cama. El fantasma de Canterville permaneció algunos minutos inmóvil de indignación. Después tiró, lleno de rabia, el frasquito contra el suelo encerado y huyó por el corredor, lanzando gruñidos cavernosos y despidiendo una extraña luz verde. Sin embargo, cuando llegaba a la gran escalera de roble, se abrió de repente una puerta. Aparecieron dos siluetas infantiles, vestidas de blanco, y una voluminosa almohada le rozó la cabeza. Evidentemente , no había tiempo que perder; así es que, utilizando como medio de fuga la cuarta dimensión del espacio, se desvaneció a través del estuco, y la casa recobró su tranquilidad. Llegado a un cuartito secreto del ala izquierda, se adosó a un rayo de luna para tomar aliento, y se puso a reflexionar para darse cuenta de su situación. Jamás en toda su brillante carrera, que duraba ya trescientos años seguidos, fue injuriado tan groseramente. Se acordó de la duquesa viuda, en quien provocó una crisis de terror, estando mirándose al espejo, cubierta de brillantes y de encajes; de las cuatro doncellas a quienes había enloquecido, produciéndoles convulsiones histéricas, sólo con hacerles visajes entre las cortinas de una de las habitaciones destinadas a invitados; del rector de la parroquia, cuya vela apagó de un soplo cuando volvía el buen señor de la biblioteca a una hora avanzada, y que desde entonces se convirtió en mártir de toda clase de alteraciones nerviosas; de la vieja señora de Tremouillac, que, al despertarse a medianoche, lo vio sentado en un sillón, al lado de la lumbre, en forma de esqueleto, entretenido en leer el diario que redactaba ella de su vida, y que de resultas de la impresión tuvo que guardar cama durante seis meses, víctima de un ataque cerebral. Una vez curada se reconcilió con la iglesia y rompió toda clase de relaciones con el señalado escéptico monsieur de Voltaire. Recordó igualmente la noche terrible en que el bribón de lord Canterville fue hallado agonizante en su tocador, con una sota de espadas hundida en la garganta, viéndose obligado a confesar que por medio de aquella carta había timado la suma de diez mil libras a Carlos Fos, en casa de Grookford. Y juraba que aquella carta se la hizo tragar el fantasma. Todas sus grandes hazañas le volvían a la mente. Vio desfilar al mayordomo que se levantó la tapa de los sesos por haber visto una mano verde tamborilear sobre los cristales, y la bella lady Steefield, condenada a llevar alrededor del cuello un collar de terciopelo negro para tapar la señal de cinco dedos, impresos como un hierro candente sobre su blanca piel, y que terminó por ahogarse en el vivero que había al extremo de la Avenida Real. Y , lleno del entusiasmo ególatra del verdadero artista, pasó revista a sus creaciones más célebres. Se dedicó una amarga sonrisa al evocar su última aparición en el papel de “Rubén el Rojo”, o “el rorro estrangulado”, su “debut” en el “Gibeén, el Vampiro flaco del páramo de Bevley”, y el furor que causó una tarde encantadora de junio sólo con jugar a los bolos con sus propios huesos sobre el campo de hierba de “lawn-tennis”. ¿Y todo para qué? ¡Para que unos miserables norteamericanos le ofreciesen el engrasador marca “Sol-Levante” y le tirasen almohadas a la cabeza! Era realmente intolerable. Además, la historia nos enseña que jamás fue tratado ningún fantasma de aquella manera. Llegó a la conclusión de que era preciso tomarse la revancha, y permaneció hasta el amanecer en actitud de profunda meditación. III Cuando a la mañana siguiente el almuerzo reunió a la familia Otis , se discutió extensamente acerca del fantasma. El ministro de los Estados Unidos estaba, como era natural, un poco ofendido viendo que su ofrecimiento no había sido aceptado. -No quisiera en modo alguno injuriar personalmente al fantasma -dijo -, y reconozco que, dada la larga duración de su estancia en la casa, no era nada cortés tirarle una almohada a la cabeza… Siento tener que decir que esta observación tan justa provocó una explosión de risa en los gemelos. -Pero, por otro lado -prosiguió el señor Otis-, si se empeña, sin más ni más, en no hacer uso del engrasador marca “Sol-Levante”, nos veremos precisados a quitarle las cadenas. No habría manera de dormir con todo ese ruido a la puerta de las alcobas. Pero, sin embargo, en el resto de la semana no fueron molestados. Lo único que les llamó la atención fue la reaparición continua de la mancha de sangre sobre el “parquet” de la biblioteca. Era realmente muy extraño, tanto más cuanto que el señor Otis cerraba la puerta con llave por la noche, igual que las ventanas. Los cambios de color que sufría la mancha, comparables a los de un camaleón, produjeron asimismo frecuentes comentarios en la familia. Una mañana era de un rojo oscuro, casi violáceo; otras veces era bermellón; luego, de un púrpura espléndido, y un día, cuando bajaron a rezar, según los ritos sencillos de la libre iglesia episcopal reformada de Norteamérica, la encontraron de un hermoso verde esmeralda. Como era natural, estos cambios caleidoscópicos divirtieron grandemente a la reunión y se hacían apuestas todas las noches con entera tranquilidad. La única persona que no tomó parte en la broma fue la joven Virginia. Por razones ignoradas, sentíase siempre impresionada ante la mancha de sangre, y estuvo a punto de llorar la mañana que apareció verde esmeralda. El fantasma hizo su segunda aparición el domingo por la noche. Al poco tiempo de estar todos ellos acostados, les alarmó un enorme estrépito que se oyó en el salón. Bajaron apresuradamente, y se encontraron con que una armadura completa se había desprendido de su soporte y caído sobre las losas. Cerca de allí, sentado en un sillón de alto respaldo, el fantasma de Canterville se restregaba las rodillas, con una expresión de agudo dolor sobre su rostro. Los gemelos, que se habían provisto de sus hondas, le lanzaron inmediatamente dos balines, con esa seguridad de puntería que sólo se adquiere a fuerza de largos y pacientes ejercicios sobre el profesor de caligrafía. Mientras tanto, el ministro de los Estados Unidos mantenía al fantasma bajo la amenaza de su revólver, y, conforme a la etiqueta californiana, lo instaba a levantar los brazos. El fantasma se alzó bruscamente, lanzando un grito de furor salvaje, y se disipó en medio de ellos, como una niebla, apagando de paso la vela de Washington Otis y dejándolos a todos en la mayor oscuridad. Cuando llegó a lo alto de la escalera, una vez dueño de sí, se decidió a lanzar su célebre repique de carcajadas satánicas, que en más de una ocasión le habían sido muy útiles. Contaba la gente que aquello hizo encanecer en una sola noche el peluquín de lord Raker. Y que tres sucesivas amas de gobierno renunciaron antes de terminar el primer mes en su cargo. Por consiguiente, lanzó su carcajada más horrible, despertando paulatinamente los ecos en las antiguas bóvedas; pero, apagados éstos, se abrió una puerta y apareció, vestida de azul claro, la señora Otis. -Me temo -dijo la dama- que esté usted indispuesto, y aquí le traigo un frasco de la tintura del doctor Dobell. Si se trata de una indigestión, esto le sentará bien. El fantasma la miró con ojos llameantes de furor y se creyó en el deber de metamorfosearse en un gran perro negro. Era un truco que le había dado una reputación merecidísima, y al cual atribuía la idiotez incurable del tío de lord Canterville, el honorable Tomás Horton. Pero un ruido de pasos que se acercaban le hizo vacilar en su cruel determinación, y se contentó con volverse un poco fosforescente. En seguida se desvaneció, después de lanzar un gemido sepulcral, porque los gemelos iban a darle alcance. Una vez en su habitación se sintió destrozado, presa de la agitación más violenta. La ordinariez de los gemelos, el grosero materialismo de la señora Otis , todo aquello resultaba realmente vejatorio; pero lo que más lo humillaba era no tener ya fuerzas para llevar una armadura. Contaba con hacer impresión aun en esos norteamericanos modernos, con hacerles estremecer a la vista de un espectro acorazado, ya que no por motivos razonables, al menos por deferencia hacia su poeta nacional Longfellow, cuyas poesías, delicadas y atrayentes, le habían ayudado con frecuencia a matar el tiempo, mientras los Canterville estaban el Londres. Además, era su propia armadura. La llevó con éxito en el torneo de Kenilworth, siendo felicitado calurosamente por la Reina-Virgen en persona. Pero cuando quiso ponérsela quedó aplastado por completo con el peso de la enorme coraza y del yelmo de acero. Y se desplomó pesadamente sobre las losas de piedra, despellejándose las rodillas y contusionándose la muñeca derecha. Durante varios días estuvo malísimo y no pudo salir de su morada más que lo necesario para mantener en buen estado la mancha de sangre. No obstante lo cual, a fuerza de cuidados acabó por restablecerse y decidió hacer una tercera tentativa para aterrorizar al ministro de los Estados Unidos y a su familia. Eligió para su reaparición en escena el viernes 17 de agosto, consagrando gran parte del día a pasar revista a sus trajes. Su elección recayó al fin en un sombrero de ala levantada por un lado y caída del otro, con una pluma roja; en un sudario deshilachado por las mangas y el cuello y, por último, en un puñal mohoso. Al atardecer estalló una gran tormenta. El viento era tan fuerte que sacudía y cerraba violentamente las puertas y ventanas de la vetusta casa. Realmente aquél era el tiempo que le convenía. He aquí lo que pensaba hacer: Iría sigilosamente a la habitación de Washington Otis, le musitaría unas frases ininteligibles, quedándose al pie de la cama, y le hundiría tres veces seguidas el puñal en la garganta, a los sones de una música apagada. Odiaba sobre todo a Washington, porque sabía perfectamente que era él quien acostumbraba quitar la famosa mancha de sangre de Canterville, empleando el “limpiador incomparable de Pinkerton”. Después de reducir al temerario, al despreocupado joven, entraría en la habitación que ocupaba el ministro de los Estados Unidos y su mujer. Una vez allí, colocaría una mano viscosa sobre la frente de la señora Otis , y al mismo tiempo murmuraría, con voz sorda, al oído del ministro tembloroso, los secretos terribles del osario. En cuanto a la pequeña Virginia , aún no tenía decidido nada. No lo había insultado nunca. Era bonita y cariñosa. Unos cuantos gruñidos sordos, que saliesen del armario, le parecían más que suficientes, y si no bastaban para despertarla, llegaría hasta tirarla de la puntita de la nariz con sus dedos rígidos por la parálisis. A los gemelos estaba resuelto a darles una lección: lo primero que haría sería sentarse sobre sus pechos, con el objeto de producirles la sensación de pesadilla. Luego, aprovechando que sus camas estaban muy juntas, se alzaría en el espacio libre entre ellas, con el aspecto de un cadáver verde y frío como el hielo, hasta que se quedaran paralizados de terror. En seguida, tirando bruscamente su sudario, daría la vuelta al dormitorio en cuatro patas, como un esqueleto blanqueado por el tiempo, moviendo los ojos de sus órbitas, en su creación de “Daniel el Mudo, o el esqueleto del suicida”, papel en el cual hizo un gran efecto en varias ocasiones. Creía estar tan bien en éste como en su otro papel de “Martín el Demente o el misterio enmascarado”. A las diez y media oyó subir a la familia a acostarse. Durante algunos instantes lo inquietaron las tumultuosas carcajadas de los gemelos, que se divertían evidentemente, con su loca alegría de colegiales, antes de meterse en la cama. Pero a las once y cuarto todo quedó nuevamente en silencio, y cuando sonaron las doce se puso en camino. La lechuza chocaba contra los cristales de la ventana. El cuervo crascitaba en el hueco de un tejo centenario y el viento gemía vagando alrededor de la casa, como un alma en pena; pero la familia Otis dormía, sin sospechar la suerte que le esperaba. Oía con toda claridad los ronquidos regulares del ministro de los Estados Unidos, que dominaban el ruido de la lluvia y de la tormenta. Se deslizó furtivamente a través del estuco. Una sonrisa perversa se dibujaba sobre su boca cruel y arrugada, y la luna escondió su rostro tras una nube cuando pasó delante de la gran ventana ojival, sobre la que estaban representadas, en azul y oro, sus propias armas y las de su esposa asesinada. Seguía andando siempre, deslizándose como una sombra funesta, que parecía hacer retroceder de espanto a las mismas tinieblas en su camino. En un momento dado le pareció oír que alguien lo llamaba: se detuvo, pero era tan sólo un perro, que ladraba en la Granja Roja. Prosiguió su marcha, refunfuñando extraños juramentos del siglo XVI, y blandiendo de cuando en cuando el puñal enmohecido en el aire de medianoche. Por fin llegó a la esquina del pasillo que conducía a la habitación de Washington. Allí hizo una breve parada. El viento agitaba en torno de su cabeza sus largos mechones grises y ceñía en pliegues grotescos y fantásticos el horror indecible del fúnebre sudario. Sonó entonces el cuarto en el reloj. Comprendió que había llegado el momento. Se dedicó una risotada y dio la vuelta a la esquina. Pero apenas lo hizo retrocedió, lanzando un gemido lastimero de terror y escondiendo su cara lívida entre sus largas manos huesosas. Frente a él había un horrible espectro, inmóvil como una estatua, monstruoso como la pesadilla de un loco. La cabeza del espectro era pelada y reluciente; su faz, redonda, carnosa y blanca; una risa horrorosa parecía retorcer sus rasgos en una mueca eterna; por los ojos brotaba a oleadas una luz escarlata, la boca tenía el aspecto de un ancho pozo de fuego, y una vestidura horrible, como la de él, como la del mismo Simón, envolvía con su nieve silenciosa aquella forma gigantesca. Sobre el pecho tenía colgado un cartel con una inscripción en caracteres extraños y antiguos. Quizá era un rótulo infamante, donde estaban escritos delitos espantosos, una terrible lista de crímenes. Tenía, por último, en su mano derecha una cimitarra de acero resplandeciente. Como nunca antes había visto fantasmas, naturalmente sintió un pánico terrible, y, después de lanzar a toda prisa una segunda mirada sobre el monstruo atroz, regresó a su habitación, trompicando en el sudario que le envolvía. Cruzó la galería corriendo, y acabó por dejar caer el puñal enmohecido en las botas de montar del ministro, donde lo encontró el mayordomo al día siguiente. Una vez refugiado en su retiro, se desplomó sobre un reducido catre de tijera, tapándose la cabeza con las sábanas. Pero, al cabo de un momento, el valor indomable de los antiguos Canterville se despertó en él y tomó la resolución de hablar al otro fantasma en cuanto amaneciese. Por consiguiente, no bien el alba plateó las colinas, volvió al sitio en que había visto por primera vez al horroroso fantasma. Pensaba que, después de todo, dos fantasmas valían más que uno sólo, y que con ayuda de su nuevo amigo podría contender victoriosamente con los gemelos. Pero cuando llegó al sitio se halló en presencia de un espectáculo terrible. Le sucedía algo indudablemente al espectro, porque la luz había desaparecido por completo de sus órbitas. La cimitarra centelleante se había caído de su mano y estaba recostado sobre la pared en una actitud forzada e incómoda. Simón se precipitó hacia delante y lo cogió en sus brazos; pero cuál no sería su terror viendo despegarse la cabeza y rodar por el suelo, mientras el cuerpo tomaba la posición supina, y notó que abrazaba una cortina blanca de lienzo grueso y que yacían a sus pies una escoba, un machete de cocina y una calabaza vacía. Sin poder comprender aquella curiosa transformación, cogió con mano febril el cartel, leyendo a la claridad grisácea de la mañana estas palabras terribles: He aquí al fantasma Otis El único espíritu auténtico y verdadero Desconfíen de las imitaciones Todos los demás son falsificaciones Y la entera verdad se le apareció como un relámpago. ¡Había sido burlado, chasqueado, engañado! La expresión característica de los Canterville reapareció en sus ojos, apretó las mandíbulas desdentadas y, levantando por encima de su cabeza sus manos amarillas, juró, según el ritual pintoresco de la antigua escuela, “que cuando el gallo tocara por dos veces el cuerno de su alegre llamada se consumarían sangrientas hazañas, y el crimen, de callado paso, saldría de su retiro”. No había terminado de formular este juramento terrible, cuando de una alquería lejana, de tejado de ladrillo rojo, salió el canto de un gallo. Lanzó una larga risotada, lenta y amarga, y esperó. Esperó una hora, y después otra; pero por alguna razón misteriosa no volvió a cantar el gallo. Por fin, a eso de las siete y media, la llegada de las criadas lo obligó a abandonar su terrible guardia y regresó a su morada, con altivo paso, pensando en su juramento vano y en su vano proyecto fracasado. Una vez allí consultó varios libros de caballería, cuya lectura le interesaba extraordinariamente, y pudo comprobar que el gallo cantó siempre dos veces en cuantas ocasiones se recurrió a aquel juramento. -¡Que el diablo se lleve a ese animal volátil! -murmuró-. ¡En otro tiempo hubiese caído sobre él con mi buena lanza, atravesándole el cuello y obligándolo a cantar otra vez para mí, aunque reventara! Y dicho esto se retiró a su confortable caja de plomo, y allí permaneció hasta la noche. IV Al día siguiente el fantasma se sintió muy débil y cansado. Las terribles emociones de las cuatro últimas semanas empezaban a producir su efecto. Tenía el sistema nervioso completamente alterado, y temblaba al más ligero ruido. No salió de su habitación en cinco días, y concluyó por hacer una concesión en lo relativo a la mancha de sangre del “parquet” de la biblioteca. Puesto que la familia Otis no quería verla, era indudable que no la merecía. Aquella gente estaba colocada a ojos vistas en un plano inferior de vida material y era incapaz de apreciar el valor simbólico de los fenómenos sensibles. La cuestión de las apariciones de fantasmas y el desenvolvimiento de los cuerpos astrales era realmente para ellos cosa desconocida e indiscutiblemente fuera de su alcance. Pero, por lo menos, constituía para él un deber ineludible mostrarse en el corredor una vez a la semana y farfullar por la gran ventana ojival el primero y el tercer miércoles de cada mes. No veía ningún medio digno de sustraerse a aquella obligación. Verdad es que su vida fue muy criminal; pero, quitado eso, era hombre muy concienzudo en todo cuanto se relacionaba con lo sobrenatural. Así, pues, los tres sábados siguientes atravesó, como de costumbre, el corredor entre doce de la noche y tres de la madrugada, tomando todas las precauciones posibles para no ser visto ni oído. Se quitaba las botas, pisaba lo más ligeramente que podía sobre las viejas maderas carcomidas, se envolvía en una gran capa de terciopelo negro, y no dejaba de usar el engrasador “Sol-Levante” para sus cadenas. Me veo precisado a reconocer que sólo después de muchas vacilaciones se decidió a adoptar este último medio de protección. Pero, al fin, una noche, mientras cenaba la familia, se deslizó en el dormitorio de la señora Otis y se llevó el frasquito. Al principio se sintió un poco humillado, pero después fue suficientemente razonable para comprender que aquel invento merecía grandes elogios y cooperaba, en cierto modo, a la realización de sus proyectos. A pesar de todo, no se vio libre de problemas. No dejaban nunca de tenderle cuerdas de lado a lado del corredor para hacerlo tropezar en la oscuridad, y una vez que se había disfrazado para el papel de “Isaac el Negro o el cazador del bosque de Hogsley”, cayó cuan largo era al poner el pie sobre una pista de maderas enjabonadas que habían colocado los gemelos desde el umbral del salón de Tapices hasta la parte alta de la escalera de roble. Esta última afrenta le dio tal rabia, que decidió hacer un esfuerzo para imponer su dignidad y consolidar su posición social, y formó el proyecto de visitar a la noche siguiente a los insolentes chicos de Eton, en su célebre papel de “Ruperto el Temerario o el conde sin cabeza”. No se había mostrado con aquel disfraz desde hacía sesenta años, es decir, desde que causó con él tal pavor a la bella lady Bárbara Modish, que ésta retiró su consentimiento al abuelo de actual lord Canterville y se fugó a Gretna Green con el arrogante Jach Castletown, jurando que por nada del mundo consentiría en emparentar con una familia que toleraba los paseos de un fantasma tan horrible por la terraza, al atardecer. El pobre Jack fue al poco tiempo muerto en duelo por lord Canterville en la pradera de Wandsworth, y lady Bárbara murió de pena en Tumbridge Wells antes de terminar el año; así es que fue un gran éxito por todos conceptos. Sin embargo, era, permitiéndome emplear un término de argot teatral para aplicarlo a uno de los mayores misterios del mundo sobrenatural (o en lenguaje más científico), “del mundo superior a la Naturaleza”, era, repito, una creación de las más difíciles, y necesitó sus tres buenas horas para terminar los preparativos. Por fin, todo estuvo listo, y él contentísimo de su disfraz. Las grandes botas de montar, que hacían juego con el traje, eran, eso sí, un poco holgadas para él, y no pudo encontrar más que una de las dos pistolas del arzón; pero, en general, quedó satisfechísimo, y a la una y cuarto pasó a través del estuco y bajó a corredor. Cuando estuvo cerca de la habitación ocupada por los gemelos, a la que llamaré el dormitorio azul, por el color de sus cortinajes, se encontró con la puerta entreabierta. A fin de hacer una entrada sensacional, la empujó con violencia, pero se le vino encima una jarra de agua que le empapó hasta los huesos, no dándole en el hombro por unos milímetros. Al mismo tiempo oyó unas risas sofocadas que partían de la doble cama con dosel. Su sistema nervioso sufrió tal conmoción, que regresó a sus habitaciones a todo escape, y al día siguiente tuvo que permanecer en la cama con un fuerte reuma. El único consuelo que tuvo fue el de no haber llevado su cabeza sobre los hombros, pues sin esto las consecuencias hubieran podido ser más graves. Desde entonces renunció para siempre a espantar a aquella recia familia de norteamericanos, y se limitó a vagar por el corredor, con zapatillas de orillo, envuelto el cuello en una gruesa bufanda, por temor a las corrientes de aire, y provisto de un pequeño arcabuz, para el caso en que fuese atacado por los gemelos. Hacia el 19 de septiembre fue cuando recibió el golpe de gracia. Había bajado por la escalera hasta el espacioso salon, seguro de que en aquel sitio por lo menos estaba a cubierto de jugarretas, y se entretenía en hacer observaciones satíricas sobre las grandes fotografías del ministro de los Estados Unidos y de su mujer, hechas en casa de Sarow. Iba vestido sencilla, pero decentemente, con un largo sudario salpicado de moho de cementerio. Se había atado la quijada con una tira de tela y llevaba una linternita y una azadón de sepulturero. En una palabra, iba disfrazado de ” Jo nás el Desenterrador, o el ladrón de cadáveres de Cherstey Barn”. Era una de sus creaciones más notables y de las que guardaban recuerdo, con más motivo, los Canterville, ya que fue la verdadera causa de su riña con lord Rufford, vecino suyo. Serían próximamente las dos y cuarto de la madrugada, y, a su juicio, no se movía nadie en la casa. Pero cuando se dirigía tranquilamente en dirección a la biblioteca, para ver lo que quedaba de la mancha de sangre, se abalanzaron hacia él, desde un rincón sombrío, dos siluetas, agitando locamente sus brazos sobre sus cabezas, mientras gritaban a su oído: -¡Bu! Lleno de pánico, cosa muy natural en aquellas circunstancias, se precipitó hacia la escalera, pero entonces se encontró frente a Washington Otis, que lo esperaba armado con la regadera del jardín; de tal modo que, cercado por sus enemigos, casi acorralado, tuvo que evaporarse en la gran estufa de hierro colado, que, afortunadamente para él, no estaba encendida, y abrirse paso hasta sus habitaciones por entre tubos y chimeneas, llegando a su refugio en el tremendo estado en que lo pusieron la agitación, el hollín y la desesperación. Desde aquella noche no volvió a vérsele nunca de expedición nocturna. Los gemelos se quedaron muchas veces en acecho para sorprenderlo, sembrando de cáscara de nuez los corredores todas las noche, con gran molestia de sus padres y criados. Pero fue inútil. Su amor propio estaba profundamente herido, sin duda, y no quería mostrarse. En vista de ello, el señor Otis se puso a trabajar en su gran obra sobre la historia del partido demócrata, obra que había empezado tres años antes. La señora Otis organizó una extraordinaria horneada de almejas, de la que se habló en toda la comarca. Los niños se dedicaron a jugar a la barra, al ecarté, al póquer y a otras diversiones nacionales de Estados Unidos. Virginia dio paseos a caballo por las carreteras, en compañía del duquesito de Cheshire, que se hallaba en Canterville pasando su última semana de vacaciones. Todo el mundo se figuraba que el fantasma había desaparecido, hasta el punto de que el señor Otis escribió una carta a lord Canterville para comunicárselo, y recibió en contestación otra carta en la que éste le testimoniaba el placer que le producía la noticia y enviaba sus más sinceras felicitaciones a la digna esposa del ministro. Pero los Otis se equivocaban. El fantasma seguía en la casa, y, aunque se hallaba muy delicado, no estaba dispuesto a retirarse, sobre todo después de saber que figuraba entre los invitados el duquesito de Cheshire, cuyo tío, lord Francis Stilton, apostó una vez con el coronel Carbury a que jugaría a los dados con el fantasma de Canterville. A la mañana siguiente encontraron a lord Stilton tendido sobre el suelo del salón de juego en un estado de parálisis tal que, a pesar de la edad avanzada que alcanzó, no pudo ya nunca pronunciar más palabras que éstas: -¡Doble seis! Esta historia era muy conocida en un tiempo, aunque, en atención a los sentimientos de dos familias nobles, se hiciera todo lo posible por ocultarla, y existe un relato detallado de todo lo referente a ella en el tomo tercero de las Memorias de lord Tattle sobre el Príncipe Regente y sus amigos. Desde entonces, el fantasma deseaba vivamente probar que no había perdido su influencia sobre los Stilton, con los que además estaba emparentado por matrimonio, pues una prima suya se casó en segundas nupcias con el señor Bulkeley, del que descienden en línea directa, como todo el mundo sabe, los duques de Cheshire. Por consiguiente, hizo sus preparativo para mostrarse al pequeño enamorado de Virginia en su famoso papel de “Fraile vampiro, o el benedictino desangrado”. Era un espectáculo espantoso, que cuando la vieja lady Starbury se lo vio representar, es decir en víspera del Año Nuevo de 1764, empezó a lanzar chillidos agudos, que tuvieron por resultado un fuerte ataque de apoplejía y su fallecimiento al cabo de tres días, no sin que desheredara antes a los Canterville y legase todo su dinero a su farmacéutico en Londres. Pero, a última hora, el terror que le inspiraban los gemelos lo retuvo en su habitación, y el duquesito durmió tranquilo en el gran lecho con dosel coronado de plumas del dormitorio real, soñando con Virginia. V Virginia y su adorador de cabello rizado dieron, unos días después, un paseo a caballo por los prados de Brockley, paseo en el que ella desgarró su vestido de amazona al saltar un seto, de tal manera que, de vuelta a su casa, entró por la escalera de atrás para que no la viesen. Al pasar corriendo por delante de la puerta del salón de Tapices, que estaba abierta de par en par, le pareció ver a alguien dentro. Pensó que sería la doncella de su madre, que iba con frecuencia a trabajar a esa habitación. Asomó la cabeza para encargarle que le cosiese el vestido. ¡Pero, con gran sorpresa suya, quien allí estaba era el fantasma de Canterville en persona! Se había acomodado ante la ventana, contemplando el oro llameante de los árboles amarillentos que revoloteaban por el aire, las hojas enrojecidas que bailaban locamente a lo largo de la gran avenida. Tenía la cabeza apoyada en una mano, y toda su actitud revelaba el desaliento más profundo. Realmente presentaba un aspecto tan abrumado, tan abatido, que la pequeña Virginia , en vez de ceder a su primer impulso, que fue echar a correr a encerrarse en su cuarto, se sintió llena de compasión y tomó el partido de ir a consolarlo. Tenía la muchacha un paso tan ligero y él una melancolía tan honda, que no se dio cuenta de su presencia hasta que le habló. -Lo he sentido mucho por usted -dijo-, pero mis hermanos regresan mañana a Eton, y entonces, si se porta usted bien, nadie lo atormentará. -Es inconcebible pedirme que me porte bien -le respondió, contemplando estupefacto a la jovencita que tenía la audacia de dirigirle la palabra-. Perfectamente inconcebible. Es necesario que yo sacuda mis cadenas, que gruña por los agujeros de las cerraduras y que corretee de noche. ¿Eso es lo que usted llama portarse mal? No tengo otra razón de ser. -Eso no es una razón de ser. En sus tiempos fue usted muy malo ¿sabe? La señora Umney nos dijo el día que llegamos que usted mató a su esposa. -Sí, lo reconozco -respondió incautamente el fantasma-. Pero era un asunto de familia y nadie tenía que meterse. -Está muy mal matar a nadie -dijo Virginia, que a veces adoptaba un bonito gesto de gravedad puritana, heredado quizás de algún antepasado venido de Nueva Inglaterra. -¡Oh, no puedo sufrir la severidad barata de la moral abstracta! Mi mujer era feísima. No almidonaba nunca lo bastante mis puños y no sabía nada de cocina. Mire usted: un día había yo cazado un soberbio ciervo en los bosques de Hogsley, un hermoso macho de dos años. ¡Pues no puede usted figurarse cómo me lo sirvió! Pero, en fin, dejemos eso. Es asunto liquidado, y no encuentro nada bien que sus hermanos me dejasen morir de hambre, aunque yo la matase. -¡Que lo dejaran morir de hambre! ¡Oh señor fantasma…! Don Simón, quiero decir, ¿es que tiene usted hambre? Hay un sándwich en mi costurero. ¿Le gustaría? -No, gracias, ahora ya no como; pero, de todos modos, lo encuentro amabilísimo por su parte. ¡Es usted bastante más atenta que el resto de su horrible, arisca, ordinaria y ladrona familia! -¡Basta! -exclamó Virginia, dando con el pie en el suelo-. El arisco, el horrible y el ordinario lo es usted. En cuanto a lo de ladrón, bien sabe usted que me ha robado mis colores de la caja de pinturas para restaurar esa ridícula mancha de sangre en la biblioteca. Empezó usted por coger todos mis rojos, incluso el bermellón, imposibilitándome para pintar puestas de sol. Después agarró usted el verde esmeralda y el amarillo cromo. Y, finalmente, sólo me queda el añil y el blanco. Así es que ahora no puedo hacer más que claros de luna, que da grima ver, e incomodísimos, además, de colorear. Y no le he acusado, aún estando fastidiada y a pesar de que todas esa cosas son completamente ridículas. ¿Se ha visto alguna vez sangre color verde esmeralda…? -Vamos a ver -dijo el fantasma, con cierta dulzura-: ¿y qué iba yo a hacer? Es dificilísimo en los tiempos actuales agenciarse sangre de verdad, y ya que su hermano empezó con su quitamanchas incomparable, no veo por qué no iba yo a emplear los colores de usted para resistir. En cuanto al tono, es cuestión de gusto. Así, por ejemplo, los Canterville tienen sangre azul, la sangre más azul que existe en Inglaterra… Aunque ya sé que ustedes los norteamericanos no hacen el menor caso de esas cosas. -No sabe usted nada, y lo mejor que puede hacer es emigrar, y así se formará idea de algo. Mi padre tendrá un verdadero gusto en proporcionarle un pasaje gratuito, y aunque haya fuertes impuestos sobre los espíritus, no le pondrán dificultades en la Aduana. Y una vez en Nueva York, puede usted contar con un gran éxito. Conozco infinidad de personas que darían cien mil dólares por tener antepasados y que sacrificarían mayor cantidad aún por tener un fantasma para la familia. -Creo que no me divertiría mucho en Estados Unidos. -Quizás se deba a que allí no tenemos ni ruinas ni curiosidades -dijo burlonamente Virginia. -¡Qué curiosidades ni qué ruinas! -contestó el fantasma-. Tienen ustedes su Marina y sus modales. -Buenas noches; voy a pedir a papá que conceda a los gemelos una semana más de vacaciones. -¡No se vaya, señorita Virginia, se lo suplico! -exclamó el fantasma-. Estoy tan solo y soy tan desgraciado, que no sé qué hacer. Quisiera ir a acostarme y no puedo. -Pues es inconcebible: no tiene usted más que meterse en la cama y apagar la luz. Algunas veces es dificilísimo permanecer despierto, sobre todo en una iglesia, pero, en cambio, dormir es muy sencillo. Ya ve usted: los gemelos saben dormir admirablemente, y no son de los más listos. -Hace trescientos años que no duermo -dijo el anciano tristemente, haciendo que Virginia abriese mucho sus hermosos ojos azules, llenos de asombro-. Hace ya trescientos años que no duermo, así es que me siento cansadísimo. Virginia adoptó un grave continente, y sus finos labios se movieron como pétalos de rosa. Se acercó y arrodilló al lado del fantasma, contempló su rostro envejecido y arrugado. -Pobrecito fantasma -profirió a media voz-, ¿y no hay ningún sitio donde pueda usted dormir? -Allá lejos, pasando el pinar -respondió él en voz baja y soñadora-, hay un jardincito. La hierba crece en él alta y espesa; allí pueden verse las grandes estrellas blancas de la cicuta, allí el ruiseñor canta toda la noche. Canta toda la noche, y la luna de cristal helado deja caer su mirada y el tejo extiende sus brazos de gigante sobre los durmientes. Los ojos de Virginia se empañaron de lágrimas y sepultó la cara entre sus manos. -Se refiere usted al jardín de la Muerte -murmuró. -Sí, de la muerte. Debe ser hermosa. Descansar en la blanda tierra oscura, mientras las hierbas se balancean encima de nuestra cabeza, y escuchar el silencio. No tener ni ayer ni mañana. Olvidarse del tiempo y de la vida; morar en paz. Usted puede ayudarme; usted puede abrirme de par en par las puertas de la muerte, porque el amor la acompaña a usted siempre, y el amor es más fuerte que la muerte. Virginia tembló. Un estremecimiento helado recorrió todo su ser, y durante unos instantes hubo un gran silencio. Le parecía vivir un sueño terrible. Entonces el fantasma habló de nuevo con una voz que resonaba como los suspiros del viento: -¿Ha leído usted alguna vez la antigua profecía que hay sobre las vidrieras de la biblioteca? -¡Oh, muchas veces! -exclamó la muchacha levantando los ojos-. La conozco muy bien. Está pintada con unas curiosas letras doradas y se lee con dificultad. No tiene más que éstos seis versos: “Cuando una joven rubia logre hacer brotar “una oración de los labios del pecador, “cuando el almendro estéril dé fruto “y una niña deje correr su llanto, “entonces, toda la casa recobrará la tranquilidad “y volverá la paz a Canterville. “Pero no sé lo que significan”. -Significan que tiene usted que llorar conmigo mis pecados, porque no tengo lágrimas, y que tiene usted que rezar conmigo por mi alma, porque no tengo fe, y entonces, si ha sido usted siempre dulce, buena y cariñosa, el ángel de la muerte se apoderará de mí. Verá usted seres terribles en las tinieblas y voces funestas murmurarán en sus oídos, pero no podrán hacerle ningún daño, porque contra la pureza de una niña no pueden nada las potencias infernales. Virginia no contestó, y el fantasma se retorcía las manos en la violencia de su desesperación, sin dejar de mirar la rubia cabeza inclinada. De pronto se irguió la joven, muy pálida, con un fulgor en los ojos. -No tengo miedo -dijo con voz firme – y rogaré al ángel que se apiade de usted. Se levantó el fantasma de su asiento lanzando un débil grito de alegría, cogió la blonda cabeza entre sus manos, con una gentileza que recordaba los tiempos pasados, y la besó. Sus dedos estaban fríos como hielo y sus labios abrasaban como el fuego, pero Virginia no flaqueó; el fantasma la guió a través de la estancia sombría. Sobre un tapiz, de un verde apagado, estaban bordados unos pequeños cazadores. Soplaban en sus cuernos adornados de flecos y con sus lindas manos le hacían gestos de que retrocediese. -Vuelve sobre tus pasos, Virginia. ¡Vete, vete! -gritaban. Pero el fantasma le apretaba en aquel momento la mano con más fuerza, y ella cerró los ojos para no verlos. Horribles animales de colas de lagarto y de ojazos saltones parpadearon maliciosamente en las esquinas de la chimenea, mientras le decían en voz baja: -Ten cuidado, Virginia, ten cuidado. Podríamos no volver a verte. Pero el fantasma apresuró el paso y Virginia no oyó nada. Cuando llegaron al extremo de la estancia el viejo se detuvo, murmurando unas palabras que ella no comprendió. Volvió Virginia a abrir los ojos y vio disiparse el muro lentamente, como una neblina, y abrirse ante ella una negra caverna. Un áspero y helado viento los azotó, sintiendo la muchacha que le tiraban del vestido. -De prisa, de prisa -gritó el fantasma-, o será demasiado tarde. Y en el mismo momento el muro se cerró de nuevo detrás de ellos y el salón de Tapices quedó desierto. VI Unos diez minutos después sonó la campana para el té y Virginia no bajó. La señora Otis envió a uno de los criados a buscarla. No tardó en volver, diciendo que no había podido descubrir a la señorita Virginia por ninguna parte. Como la muchacha tenía la costumbre de ir todas las tardes al jardín a recoger flores para la cena, la señora Otis no se inquietó en lo más mínimo. Pero sonaron las seis y Virginia no aparecía. Entonces su madre se sintió seriamente intranquila y envió a sus hijos en su busca, mientras ella y su marido recorrían todas las habitaciones de la casa. A las seis y media volvieron los gemelos, diciendo que no habían encontrado huellas de su hermana por parte alguna. Entonces se conmovieron todos extraordinariamente, y nadie sabía qué hacer, cuando el señor Otis recordó de repente que pocos días antes habían permitido acampar en el parque a una tribu de gitanos. Así es que salió inmediatamente para Blackfell-Hollow, acompañado de su hijo mayor y de dos de sus criados de la granja. El duquesito de Cheshire, completamente loco de inquietud, rogó con insistencia a el señor Otis que lo dejase acompañarlo, mas éste se negó temiendo algún jaleo. Pero cuando llegó al sitio en cuestión vio que los gitanos se habían marchado. Se dieron prisa a huir, sin duda alguna, pues el fuego ardía todavía y quedaban platos sobre la hierba. Después de mandar a Washington y a los dos hombres que registrasen los alrededores, se apresuró a regresar y envió telegramas a todos los inspectores de Policía del condado, rogándoles que buscasen a una joven raptada por unos vagabundos o gitanos. Luego hizo que le trajeran su caballo, y después de insistir para que su mujer y sus tres hijos se sentaran a la mesa, partió con un criado por el camino de Ascot. Había recorrido apenas dos millas, cuando oyó un galope a su espalda. Se volvió, viendo al duquesito que llegaba en su caballito, con la cara sofocada y la cabeza descubierta. -Lo siento muchísimo, señor Otis -le dijo el joven con voz entrecortada-, pero me es imposible comer mientras Virginia no aparezca. Se lo ruego: no se enfade conmigo. Si nos hubiera permitido casarnos el año último, no habría pasado esto nunca. No me rechaza usted, ¿verdad? ¡No puedo ni quiero irme! El ministro no pudo menos que dirigir una sonrisa a aquel mozo guapo y atolondrado, conmovidísimo ante la abnegación que mostraba por Virginia. Inclinándose sobre su caballo, le acarició los hombros bondadosamente, y le dijo: -Pues bien, Cecil: ya que insiste usted en venir, no me queda más remedio que admitirle en mi compañía; pero, eso sí, tengo que comprarle un sombrero en Ascot. -¡Al diablo sombreros! ¡Lo que quiero es Virginia! -exclamó el duquesito, riendo. Y acto seguido galoparon hasta la estación. Una vez allí, el señor Otis preguntó al jefe si no habían visto en el andén de salida a una joven cuyas señas correspondiesen con las de Virginia, pero no averiguó nada sobre ella. No obstante lo cual, el jefe de la estación expidió telegramas a las estaciones del trayecto, ascendentes y descendentes, y le prometió ejercer una vigilancia minuciosa. En seguida, después de comprar un sombrero para el duquesito en una tienda de novedades que se disponía a cerrar, el señor Otis cabalgó hasta Bexley, pueblo situado cuatro millas más allá, y que, según le dijeron, era muy frecuentado por los gitanos. Hicieron levantarse al guardia rural, pero no pudieron conseguir ningún dato de él. Así es que, después de atravesar la plaza, los dos jinetes tomaron otra vez el camino de casa, llegando a Canterville a eso de las once, rendidos de cansancio y con el corazón desgarrado por la inquietud. Se encontraron allí con Washington y los gemelos, esperándolos a la puerta con linternas, porque la avenida estaba muy oscura. No se había descubierto la menor señal de Virginia. Los gitanos fueron alcanzados en el prado de Brockley, pero no estaba la joven entre ellos. Explicaron la prisa de su marcha diciendo que habían equivocado el día en que debía celebrarse la feria de Chorton y que el temor de llegar demasiado tarde los obligó a darse prisa. Además, parecieron desconsolados por la desaparición de Virginia, pues estaban agradecidísimos al señor Otis por haberles permitido acampar en su parque. Cuatro de ellos se quedaron atrás para tomar parte en las pesquisas. Se hizo vaciar el estanque de las carpas. Registraron la finca en todos los sentidos pero no consiguieron nada. Era evidente que Virginia estaba perdida, al menos por aquella noche, y fue con un aire de profundo abatimiento como entraron en casa el señor Otis y los jóvenes, seguidos del criado, que llevaba de las bridas al caballo y al caballito. En el salón se encontraron con el grupo de criados, llenos de terror. La pobre señora Otis estaba tumbada sobre un sofá de la biblioteca, casi loca de espanto y de ansiedad, y la vieja ama de gobierno le humedecía la frente con agua de colonia. Fue una comida tristísima. No se hablaba apenas, y hasta los mismos gemelos parecían despavoridos y consternados, pues querían mucho a su hermana. Cuando terminaron, el señor Otis, a pesar de los ruegos del duquesito, mandó que todo el mundo se acostase, ya que no podía hacer cosa alguna aquella noche; al día siguiente telegrafiaría a Scotland Yard para que pusieran inmediatamente varios detectives a su disposición. Pero he aquí que en el preciso momento en que salían del comedor sonaron las doce en reloj de la torre. Apenas acababan de extinguirse las vibraciones de la última campanada, cuando se oyó un crujido acompañado de un grito penetrante. Un trueno formidable bamboleó la casa, una melodía, que no tenía nada de terrenal, flotó en el aire. Un lienzo de la pared se despegó bruscamente en lo alto de la escalera, y sobre el rellano, muy pálida, casi blanca, apareció Virginia, llevando en la mano un cofrecito. Inmediatamente se precipitaron todos hacia ella. La señora Otis la estrechó apasionadamente contra su corazón. El duquesito casi la ahogó con la violencia de sus besos, y los gemelos ejecutaron una danza de guerra salvaje alrededor del grupo. -¡Ah…! ¡Hija mía! ¿Dónde te habías metido? -dijo el señor Otis, bastante enfadado, creyendo que les había querido dar una broma a todos ellos-. Cecil y yo hemos registrado toda la comarca en busca tuya, y tu madre ha estado a punto de morirse de espanto. No vuelvas a dar bromitas de ese género a nadie. -¡Menos al fantasma, menos al fantasma! -gritaron los gemelos, continuando sus cabriolas. -Hija mía querida, gracias a Dios que te hemos encontrado; ya no nos volveremos a separar -murmuraba la señora Otis , besando a la muchacha, toda trémula, y acariciando sus cabellos de oro, que se desparramaban sobre sus hombros. -Papá -dijo dulcemente Virginia-, estaba con el fantasma. Ha muerto ya. Es preciso que vayan a verlo. Fue muy malo, pero se ha arrepentido sinceramente de todo lo que había hecho, y antes de morir me ha dado este cofrecito de hermosas joyas. Toda la familia la contempló muda y aterrada, pero ella tenía un aire muy solemne y muy serio. En seguida, dando media vuelta, los precedió a través del hueco de la pared y bajaron a un corredor secreto. Washington los seguía llevando una vela encendida, que cogió de la mesa. Por fin llegaron a una gran puerta de roble erizada de recios clavos. Virginia la tocó, y entonces la puerta giró sobre sus goznes enormes y se hallaron en una habitación estrecha y baja, con el techo abovedado, y que tenía una ventanita. Junto a una gran argolla de hierro empotrada en el muro, con la cual estaba encadenado, se veía un largo esqueleto, extendido cuan largo era sobre las losas. Parecía estirar sus dedos descarnados, como intentando llegar a un plato y a un cántaro, de forma antigua, colocados de tal forma que no pudiese alcanzarlos. El cántaro había estado lleno de agua, indudablemente, pues tenía su interior tapizado de moho verde. Sobre el plato no quedaba más que un montón de polvo. Virginia se arrodilló junto al esqueleto, y, uniendo sus manitas, se puso a rezar en silencio, mientras la familia contemplaba con asombro la horrible tragedia cuyo secreto acababa de ser revelado. -¡Atiza! -exclamó de pronto uno de los gemelos, que había ido a mirar por la ventanita, queriendo adivinar de qué lado del edificio caía aquella habitación-. ¡Atiza! El antiguo almendro, que estaba seco, ha florecido. Se ven admirablemente las hojas a la luz de la luna. -¡Dios lo ha perdonado! -dijo gravemente Virginia, levantándose. Y un magnífico resplandor parecía iluminar su rostro. -¡Eres un ángel! -exclamó el duquesito, ciñéndole el cuello con sus brazos y besándola. VII Cuatro días después de estos curiosos sucesos, a eso de las once de la noche, salía un fúnebre cortejo de Canterville-House. El carro iba arrastrado por ocho caballos negros, cada uno de los cuales llevaba adornada la cabeza con un gran penacho de plumas de avestruz, que se balanceaban. La caja de plomo iba cubierta con un rico paño de púrpura, sobre el cual estaban bordadas en oro las armas de los Canterville. A cada lado del carro y de los coches marchaban los criados llevando antorchas encendidas. Toda aquella comitiva tenía un aspecto grandioso e impresionante. Lord Canterville presidía el duelo; había venido del país de Gales expresamente para asistir al entierro, y ocupaba el primer coche con la pequeña Virginia. Después iban el ministro de los Estados Unidos y su esposa, y detrás, Washington y los dos muchachos. En el último coche iba la señora Umney. Todo el mundo convino en que, después de haber sido atemorizada por el fantasma por espacio de más de cincuenta años, tenía realmente derecho de verlo desaparecer para siempre. Cavaron una profunda fosa en un rincón del cementerio, precisamente bajo el tejo centenario, y dijo las últimas oraciones, del modo más patético, el reverendo Augusto Dampier. Luego, al bajar la caja a la fosa, Virginia se adelantó, colocando encima de ella una gran cruz hecha con flores de almendro, blancas y rojas. En aquel momento salió la luna de detrás de una nube e inundó el cementerio con sus silenciosas oleadas de plata, y de un bosquecillo cercano se elevó el canto de un ruiseñor. Virginia recordó la descripción que le hizo el fantasma del jardín de la Muerte; sus ojos se llenaron de lágrimas y apenas pronunció una palabra durante el regreso. A la mañana siguiente, antes de que lord Canterville partiese para la ciudad, la señora Otis conferenció con él respecto de las joyas entregadas por el fantasma a Virginia. Eran soberbias, magníficas. Había, sobre todo, un collar de rubíes, en una antigua montura veneciana, que era un espléndido trabajo del siglo XVI, y el conjunto representaba tal cantidad que el señor Otis sentía vivos escrúpulos en permitir a su hija que se quedase con ellas. -Señor -dijo el ministro-, sé que en este país se aplica la mano muerta lo mismo a los objetos menudos que a las tierras, y es evidente, evidentísimo para mí, que estas joyas deben quedar en poder de usted como legado de familia. Le ruego, por tanto, que consienta en llevárselas a Londres, considerándolas simplemente como una parte de su herencia que le fuera restituida en circunstancias extraordinarias. En cuanto a mi hija, no es más que una chiquilla, y hasta hoy, me complace decirlo, siente poco interés por estas futilezas de lujo superfluo. He sabido igualmente por la señora Otis , cuya autoridad no es despreciable en cosas de arte, dicho sea de paso (pues ha tenido la suerte de pasar varios inviernos en Boston, siendo muchacha), que esas piedras preciosas tienen un gran valor monetario, y que si se pusieran en venta producirían una bonita suma. En estas circunstancias, lord Canterville, reconocerá usted, indudablemente, que no puedo permitir que queden en manos de ningún miembro de la familia. Además de que todos estas tonterías y juguetes, por muy apreciados y necesitados que sean a la dignidad de la aristocracia británica, estarían fuera de lugar entre personas educadas según los severos principios, pudiera decirse, de la sencillez republicana. Quizá me atrevería a asegurar que Virginia tiene gran interés en que le deje usted el cofrecito que encierra esas joyas, en recuerdo de las locuras y el infortunio del antepasado. Y como ese cofrecito es muy viejo y, por consiguiente, deterioradísimo, quizá encuentre usted razonable acoger favorablemente su petición. En cuanto a mí, confieso que me sorprende grandemente ver a uno de mis hijos demostrar interés por una cosa de la Edad Media , y la única explicación que le encuentro es que Virginia nació en un barrio de Londres, al poco tiempo de regresar la señora Otis de una excursión a Atenas. Lord Canterville escuchó imperturbable el discurso del digno ministro, atusándose de cuando en cuando el bigote gris para ocultar una sonrisa involuntaria. Una vez que hubo terminado el señor Otis, le estrechó cordialmente la mano y contestó: -Mi querido amigo, su encantadora hijita ha prestado un servicio importantísimo a mi desgraciado antecesor. Mi familia y yo le estamos reconocidísimos por su maravilloso valor y por la sangre fría que ha demostrado. Las joyas le pertenecen, sin duda alguna, y creo, a fe mía, que si tuviese yo la suficiente insensibilidad para quitárselas, el viejo tunante saldría de su tumba al cabo de quince días para infernarme la vida. En cuanto a que sean joyas d
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8 de Enero de 2019, 16:07
Fantásticos
El Angelito azul #RelatosNavidad
De repente la caja se movió, alguien estaba cogiéndola, dentro se formó un gran alboroto, la mayoría ya estaban despiertos y muy excitados, unos encima de los otros, por fin había llegado el día, casi once meses esperando, ¡qué emoción! La caja se movía de un lado para el otro, todos sabían dónde iban. Finalmente se paró, alguien abrió la tapa y entró la luz del día, y quedaron deslumbrados. Era el papá, que asomó su cabezota y comenzó con la pesca. Los cogía y los colgaba. Todos estaban muy nerviosos, ¡a ver quién les tocaba al lado ese año! Los dos niños de la casa, también empezaron a coger y colgar. Ahí llegó el primer miedo, todos los años perdían algún amigo el primer día, sobre todo los más delicados., “hacerlo con cuidado”, decían papá y mamá, “que no se os caigan al suelo”. Afortunadamente no hubo que lamentar ninguna baja. La última, como siempre, fue la estrella de Belén de la copa del árbol. Luego trajeron a sus amigas las luces a las que fueron colocando a su alrededor. Cuando terminaron, lo encendieron y empezaron a brillar intermitentemente, ¡estaba precioso! Todos estaban muy contentos, sobre todo los que no les había tocado del lado de la pared, los castigados, era cuestión de suerte, aunque casi todos los años ponían detrás a los mismos, ¡la discriminación del árbol de Navidad! Las luces estuvieron encendidas hasta medianoche, hasta que las apagó el papá. El salón se quedó a oscuras. Entonces, la estrella de Belén, comenzó a pasar lista… – ¿Papá Noel en moto? – Presente. – ¿Rey Mago esquiando? – Presente – ¿Bola roja grande? – Presente. Así siguió un largo rato, estaban todos, pero de repente… – ¿Angelito azul?… ¿Angelito azul? —nadie contestó. Se pusieron muy nerviosos, se hizo el silencio. – ¿Alguien tiene a Angelito azul al lado? Cada uno miró a su izquierda y derecha, arriba y abajo, pero no estaba. – Se habrá quedado olvidado en la caja —dijo la bola verde brillante. Todos comenzaron a hablar muy nerviosos. La estrella, que era la jefa, les dijo que se tranquilizaran un momento y se callaran, tenían que ir a buscarlo o se moriría de pena. Angelito Azul era muy sensible. – Hay que organizar un comando de rescate —dijo—, Papá Noel en moto, Oso Polar en patinete, Rey Mago en bicicleta y Pingüino con patines, tenéis que bajar del árbol, buscar a Angelito azul y traerlo al árbol de vuelta. Sin perder un minuto, los cuatro se fueron descolgando por el espumillón hasta llegar al suelo. Una vez allí, Papá Noel arrancó su moto y se dio una vuelta por el salón por si se había caído. Los demás le esperaron, pero no estaba. Tenían que ir al armario y llegar hasta la caja. Salieron hacia el despacho, que era donde la guardaban. Cuando pasaban por el pasillo, San José, que estaba en el Belén de la entrada, les llamó. – ¿Dónde vais?, —se lo contaron—. Esperad, que uno de los pastores es escalador, le aviso para que os acompañe. De repente tiraron una cuerda desde el Belén y un pastorcillo se descolgó por ella. – No sabía que había pastores escaladores en el Belén —le dijo el Pingüino. – ¿Quién te crees que coloca la estrella en lo alto? —contestó el pastorcillo mientras se enrollaba la cuerda al cuello y se montaba en la moto con Papá Noel— ¡Vamos! Siguieron por el pasillo, de repente, la luz se encendió. Era el papá que se había levantado a beber agua, se quedaron quietos, afortunadamente no les vio, iba medio dormido. Pero había otro pequeño gran problema, en el despacho dormía el gato de la familia. – Yo me encargo de él —dijo Rey Mago en bicicleta—. Oso Polar, vete a la entrada y dile a San José que tire al suelo un polvorón abierto de los que ponen junto al Belén. Se acercaron hasta el gato y Rey Mago le despertó tirándole del rabo, salió dando pedales como un loco, y como tenía fuerza mágica, el gato no conseguía cogerle. Al llegar al polvorón el gato perdió todo el interés y se dedicó al rico manjar. Disponían de unos pocos minutos, aunque San José tenía ya preparado un mazapán por si hacía falta… Entraron al armario por el hueco que dejaban las puertas correderas. La caja estaba arriba del todo en el último estante. El pastorcillo comenzó a escalar, era muy hábil, trepaba agarrándose a cualquier cosa del armario, cada vez que llegaba a un estante, tiraba la cuerda y Papá Noel, subía por ella, finalmente llegaron al último, pero la caja estaba cerrada. Papá Noel se subió a los hombros del pastorcillo, pero no llegaba a empujar la tapa. Dijeron a Pingüino que tenía que subir, le daban miedo las alturas, pero no había otra. Pastorcillo bajó y lo ayudó también a subir, después de mucho esfuerzo llegaron arriba. Como funambulistas se subieron unos encima de los otros y finalmente el pastorcillo consiguió empujar la tapa hacia un lado y saltar dentro…, pero estaba vacía, ahí no estaba el Angelito Azul. Decepcionados y tristes bajaron y se lo contaron a Rey Mago que estaba abajo esperando, volvieron al árbol. Cuando pasaron delante del gato, llevaba ya cuatro polvorones y tres mazapanes, y no les hizo ni caso. Subieron de nuevo al árbol y contaron a los demás que no estaba por ningún lado, todos se quedaron muy tristes. A la mañana siguiente, el hijo pequeño apareció en el salón en pijama…, llevaba algo en la mano que colgó en el centro del árbol, en el mejor sitio de todos. – He dormido con él, debajo de su almohada, me ha encantado —dijo Angelito azul muy contento a Papá Noel en moto, que estaba a su derecha—, ¿sabéis?… se llevan al gato al veterinario ¡Que sitio más guay este año!, pero… ¿Por qué me miráis todos con esa cara?
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8 de Enero de 2019, 16:06
Clásicos
¡Adiós Cordera!
de Leopoldo “Alas” Clarín Eran tres, siempre los tres!: Rosa, Pinín y la Cordera. El prado Somonte era un recorte triangular de terciopelo verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres paralelos, a derecha e izquierda, representaba para Rosa y Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a un árbol seco, fue atreviéndose con él, llevó la confianza al extremo de abrazarse al leño y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a tocar la porcelana de arriba, que le recordaba las jícaras que había visto en la rectoral de Puao. Al verse tan cerca del misterio sagrado le acometía un pánico de respeto, y se dejaba resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el césped. Rosa, menos audaz, pero más enamorada de lo desconocido, se contentaba con arrimar el oído al palo del telégrafo, y minutos, y hasta cuartos de hora, pasaba escuchando los formidables rumores metálicos que el viento arrancaba a las fibras del pino seco en contacto con el alambre. Aquellas vibraciones, a veces intensas como las del diapasón, que aplicado al oído parece que quema con su vertiginoso latir, eran para Rosa los papeles que pasaban, las cartas que se escribían por los hilos, el lenguaje incomprensible que lo ignorado hablaba con lo ignorado; ella no tenía curiosidad por entender lo que los de allá, tan lejos, decían a los del otro extremo del mundo. ¿Qué le importaba? Su interés estaba en el ruido por el ruido mismo, por su timbre y su misterio. La Cordera, mucho más formal que sus compañeros, verdad es que relativamente, de edad también mucho más madura, se abstenía de toda comunicación con el mundo civilizado, y miraba de lejos el palo del telégrafo como lo que era para ella efectivamente, como cosa muerta, inútil, que no le servía siquiera para rascarse. Era una vaca que había vivido mucho. Sentada horas y horas, pues, experta en pastos, sabía aprovechar el tiempo, meditaba más que comía, gozaba del placer de vivir en paz, bajo el cielo gris y tranquilo de su tierra, como quien alimenta el alma, que también tienen los brutos; y si no fuera profanación, podría decirse que los pensamientos de la vaca matrona, llena de experiencia, debían de parecerse todo lo posible a las más sosegadas y doctrinales odas de Horacio. Asistía a los juegos de los pastorcitos encargados de Ilindarla, como una abuela. Si pudiera, se sonreiría al pensar que Rosa y Pinín tenían por misión en el prado cuidar de que ella, la Cordera, no se extralimitase, no se metiese por la vía del ferrocarril ni saltara a la heredad vecina. ¡Qué había de saltar! ¡Qué se había de meter! Pastar de cuando en cuando, no mucho, cada día menos, pero con atención, sin perder el tiempo en levantar la cabeza por curiosidad necia, escogiendo sin vacilar los mejores bocados, y después sentarse sobre el cuarto trasero con delicia, a rumiar la vida, a gozar el deleite del no padecer, y todo lo demás aventuras peligrosas. Ya no recordaba cuándo le había picado la mosca. “El xatu (el toro), los saltos locos por las praderas adelante…, ¡todo eso estaba tan lejos!” Aquella paz sólo se había turbado en los días de prueba de la inauguración del ferrocarril. La primera vez que la Cordera vio pasar el tren se volvió loca. Saltó la sebe de lo más alto del Somonte, corrió por prados ajenos, y el terror duró muchos días, renovándose; más o menos violento, cada vez que la máquina asomaba por la trinchera vecina. Poco a poco se fue acostumbrando al estrépito inofensivo. Cuando llegó a convencerse de que era un peligro que pasaba, una catástrofe que amenazaba sin dar, redujo sus precauciones a ponerse en pie y a mirar de frente, con la cabeza erguida, al formidable monstruo; más adelante no hacía más que mirarle, sin levantarse, con antipatía y desconfianza; acabó por no mirar al tren siquiera. En Pinín y Rosa la novedad del ferrocarril produjo impresiones más agradables y persistentes. Si al principio era una alegría loca, algo mezclada de miedo supersticioso, una excitación nerviosa, que les hacía prorrumpir en gritos, gestos, pantomimas descabelladas, después fue un recreo pacífico, suave, renovado varias veces al día. Tardó mucho en gastarse aquella emoción de contemplar la marcha vertiginosa, acompañada del viento, de la gran culebra de hierro, que llevaba dentro de sí tanto ruido y tantas castas de gentes desconocidas, extrañas. Pero telégrafo, ferrocarril, todo eso era lo de menos: un accidente pasajero que se ahogaba en el mar de soledad que rodeaba el prado Somonte. Desde allí no se veía vivienda humana; allí no llegaban ruidos del mundo más que al pasar el tren. Mañanas sin fin, bajo los rayos del sol, a veces entre el zumbar de los insectos, la vaca y los niños esperaban la proximidad del mediodía para volver a casa. Y luego, tardes eternas, de dulce tristeza silenciosa, en el mismo prado, hasta venir la noche, con el lucero vespertino por testigo mudo en la altura. Rodaban las nubes allá arriba, caían las sombras de los árboles y de las peñas en la loma y en la cañada, se acostaban los pájaros, empezaban a brillar algunas estrellas en lo más oscuro del cielo azul, y Pinín y Rosa, los niños gemelos, los hijos de Antón de Chinta, teñida el alma de la dulce serenidad soñadora de la solemne y seria naturaleza, callaban horas y horas, después de sus juegos, nunca muy estrepitosos, sentados cerca de la Cordera, que acompañaba el augusto silencio de tarde en tarde con un blanco son de perezosa esquila. En este silencio, en esta calma inactiva, había amores. Se amaban los dos hermanos como dos mitades de un fruto verde, unidos por la misma vida, con escasa conciencia de lo que en ellos era distinto, de cuanto los separaba; amaban Pinín y Rosa a la Cordera, la vaca abuela, grande, amarillenta, cuyo testuz parecía una cuna. La Cordera recordaría a un poeta la zavala del Ramayana, la vaca santa; tenía en la amplitud de sus formas, en la solemne serenidad de sus pausados y nobles movimientos, aire y contornos de ídolo destronado, Caído, contento con su suerte, más satisfecha con ser vaca verdadera que dios falso. La Cordera, hasta donde es posible adivinar estas cosas, puede decirse que también quería a los gemelos encargados de apacentarla. Era poco expresiva; pero la paciencia con que los toleraba cuando en sus juegos ella les servía de almohada, de escondite, de montura, y para otras cosas que ideaba la fantasía de los pastores, demostraba tácitamente el afecto del animal pacífico y pensativo. En tiempos difíciles Pinín y Rosa habían hecho por la Cordera los imposibles de solicitud y cuidado. No siempre Antón de Chinta había tenido el prado Somonte. Este regalo era cosa relativamente nueva. Años atrás la Cordera tenía que salir a la gramática, esto es, a apacentarse como podía, a la buena ventura de los caminos y callejas de las rapadas y escasas praderías del común, que tanto tenían de vía pública como de pastos. Pinín y Rosa, en tales días de penuria, la guiaban a los mejores altozanos, a los parajes más tranquilos y menos esquilmados, y la libraban de las mil injurias a que están expuestas las pobres reses que tienen que buscar su alimento en los azares de un camino. En los días de hambre, en el establo, cuando el heno escaseaba y el narvaso para estar el lecho caliente de la vaca faltaba también, a Rosa y a Pinín debía la Cordera mil industrias que le hacían más suave la miseria. ¡Y qué decir de los tiempos heroicos del parto y la cría, cuando se entablaba la lucha necesaria entre el alimento y regalo de la nación y el interés de los Chintos, que consistía en robar a las ubres de la pobre madre toda la leche que no fuera absolutamente indispensable para que el ternero subsistiese! Rosa y Pinín, en tal conflicto, siempre estaban de parte de la Cordera, y en cuanto había ocasión, a escondidas, soltaban el recental que, ciego y como loco, a testaradas contra todo, corría a buscar el amparo de la madre, que le albergaba bajo su vientre, volviendo la cabeza agradecida y solícita, diciendo, a su manera: -Dejad a los niños y a los recentales que vengan a mí. Estos recuerdos, estos lazos son de los que no se olvidan. Añádase a todo que la Cordera tenía la mejor pasta de vaca sufrida del mundo. Cuando se veía emparejada bajo el yugo con cualquier compañera, fiel a la gamella, sabía meter su voluntad a la ajena, y horas y horas se la veía con la cerviz inclinada, la cabeza torcida en incómoda postura, velando en pie mientras la pareja dormía en tierra. Antón de Chinta comprendió que había nacido para pobre cuando palpó la imposibilidad de cumplir aquel sueño dorado suyo de tener un corral propio con dos yuntas por lo menos. Llegó, gracias a mil ahorros, que eran mares de sudor y purgatorios de privaciones, llegó a la primera vaca, la Cordera, y no pasó de ahí: antes de poder comprar la segunda se vio obligado, para pagar atrasos al amo, el dueño de la casería que llevaba en renta, a llevar al mercado a aquel pedazo de sus entrañas, la Cordera, el amor de sus hijos. Chinta había muerto a los dos años de tener la Cordera en casa. El establo y la cama del matrimonio estaban pared por medio, llamando pared a un tejido de ramas de castaño y de cañas de maíz. Ya Chinta, musa de la economía en aquel hogar miserable, había muerto mirando a la vaca por un boquete del destrozado tabique de ramaje, señalándola como salvación de la familia. “Cuidadla; es vuestro sustento”. Parecían decir los ojos de la pobre moribunda, que murió extenuada de hambre y de trabajo. El amor de los gemelos se había concentrado en la Cordera; el regazo, que tiene su cariño especial, que el padre no puede reemplazar, estaba al calor de la vaca, en el establo y allá en el Somonte. Todo esto lo comprendía Antón a su manera, confusamente. De la venta necesaria no había que decir palabra a los neños. Un sábado de julio, al ser de día, de mal humor, Antón echó a andar hacia Gijón, llevando la Cordera por delante, sin más atavío que el collar de esquila. Pinín y Rosa dormían. Otros días había que despertarlos a azotes. El padre los dejó tranquilos. Al levantarse se encontraron sin la Cordera. “Sin duda, mío pá la había llevado al xatu.” No cabía otra conjetura. Pinín y Rosa opinaban que la vaca iba de mala gana; creían ellos que no deseaba más hijos, pues todos acababa por perderlos pronto, sin saber cómo ni cuándo. Al oscurecer, Antón y la Cordera entraban por la corrada mohínos, cansados y cubiertos de polvo. El padre no dio explicaciones, pero los hijos adivinaron el peligro. No había vendido porque nadie había querido llegar al precio que a él se le había puesto en la cabeza. Era excesivo: un sofisma del cariño. Pedía mucho por la vaca para que nadie se atreviese a llevársela. Los que se habían acercado a intentar fortuna se habían alejado pronto echando pestes de aquel hombre que miraba con ojos de rencor y desafío al que osaba insistir en acercarse al precio fijo en que él se abroquelaba. Hasta el último momento del mercado estuvo Antón de Chìnta en el Humedal, dando plazo a la fatalidad. “No se dirá -pensaba- que yo no quiero vender: son ellos que no me pagan la Cordera en lo que vale.” Y, por fin, suspirando, si no satisfecho, con cierto consuelo, volvió a emprender el camino par la carretera de Candás, adelante, entre la confusión y el ruido de cerdos y novillos, bueyes y vacas, que los aldeanos de muchas parroquias del contorno conducían con mayor o menor trabajo, según eran de antiguo las relaciones entre dueños y bestias. En el Natahoyo, en el cruce de dos caminos, todavía estuvo expuesto el de Chinta a quedarse sin la Cordera: un vecino de Carrió que le había rondado todo el día ofreciéndole pocos duros menos de los que pedía, le dio el último ataque, algo borracho… El de Carrió subía, subía, luchando entre la codicia y el capricho de llevar la vaca. Antón, como una roca. Llegaron a tener las manos enlazadas, parados en medio de la carretera, interrumpiendo el paso… Por fin la codicia pudo más; el pico de los cincuenta los separó como un abismo; se soltaron las manos, cada cual tiró por su lado; Antón, por una calleja que, entre madreselvas que aún no florecían y zarzamoras en flor, le condujo hasta su casa. Desde aquel día en que adivinaron el peligro, Pinín y Rosa no sosegaron, A media semana se personó el mayordomo en el corral de Antón. Era otro aldeano de la misma parroquia, de malas pulgas, cruel con los caseros atrasados. Antón, que no admitía reprimendas, se puso lívido ante las amenazas de desahucio. El amo no esperaba más. Bueno, vendería la vaca a vil precio, por una merienda. Había que pagar o quedarse en la calle. El sábado inmediato acompañó al Humedal Pinín a su padre. El niño miraba con horror a los contratistas de carne, que eran los tiranos del mercado. La Cordera fue comprada en su justo precio por un rematante de Castilla. Se la hizo una señal en la piel y volvió a su establo de Puao, ya vendida, ajena, tañendo tristemente la esquila. Detrás caminaban Antón de Chinta, taciturno, y Pinín, con ojos como puños. Rosa, al saber la venta, se abrazó al testuz de la Cordera, que inclinaba la cabeza a las caricias como al yugo. “¡Se iba la vieja!”, pensaba con el alma destrozada Antón el huraño. “¡Ella será una bestia, pero sus hijos no tenían otra madre ni otra abuela!” Aquellos días, en el pasto, en la verdura del Somonte, el silencio era fúnebre. La Cordera, que ignoraba su suerte, descansaba y pacía como siempre, sub specie aeternitatis, como descansaría y comería un minuto antes de que el brutal porrazo 1a derribase muerta. Pero Rosa y Pinín yacían desolados, tendidos sobre la hierba, inútil en adelante. Miraban con rencor los trenes que pasaban, los alambres del telégrafo. Era aquel mundo desconocido, tan lejos de ellos por un lado y por otro, el que les llevaba su Cordera. El vìernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un encargado del rematante de Castilla por la res. Pagó; bebieron un trago Antón y el comisionado, y se sacó a la quintana la Cordera. Antón había apurado la botella; estaba exaltado; el peso del dinero en el bolsillo le animaba también. Quería aturdirse. Hablaba mucho, alababa las excelencias de la vaca. El otro sonreía, porque las alabanzas de Antón eran impertinentes. ¿Que daba la res tanto y tantos jarros de leche? ¿Que era noble en el yugo, fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de pocos días había de estar reducida a chuletas y otros bocados suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador, olvidada de él y de sus hijos, pero viva, feliz… Pinín y Rosa, sentados sobre el montón de cucho, recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de los propios afanes, unidos por las manos, miraban al enemigo con ojos de espanto. En el supremo instante se arrojaron sobre su amiga; besos, abrazos: hubo de todo. No podían separarse de ella. Antón, agotada de pronto la excitación del vino, cayó como en un marasmo; cruzó los brazos, y entró en el corral oscuro. Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja, de altos setos, el triste grupo del indiferente comisionado y la Cordera, que iba de mala gana con un desconocido y a tales horas. Por fin, hubo que separarse. Antón, malhumorado, clamaba desde casa: -¡Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes! -así gritaba de lejos el padre, con voz de lágrimas. Caía la noche; por la calleja oscura, que hacían casi negra los altos setos, formando casi bóveda, se perdió el bulto de la Cordera, que parecía negra de lejos. Después no quedó de ella más que el tíntán pausado de la esquila, desvanecido con la distancia, entre los chirridos melancólicos de cigarras infinitas. -¡Adiós, Cordera! -gritaba Rosa deshecha en llanto-. ¡Adiós, Cordera de mía alma! -¡Adiós, Cordera! -repetía Pinín, no más sereno. -Adiós -contestó por último, a su modo, la esquila, perdiéndose su lamento triste, resignado, entre los demás sonidos de la noche de julio en la aldea-. Al día siguiente, muy temprano, a la hora de siempre, Pinín y Rosa fueron al prado Somonte. Aquella soledad no lo había sido nunca para ellos triste; aquel día, el Somonte sin la Cordera parecía el desierto. De repente silbó la máquina, apareció el humo, luego el tren. En un furgón cerrado, en unas estrechas ventanas altas o respiraderos, vislumbraron los hermanos gemelos cabezas de vacas que, pasmadas, miraban por aquellos tragaluces. -¡Adiós, Cordera! -gritó Rosa, adivinando allí a su amiga, a la vaca abuela. -¡Adiós, Cordera! -vociferó Pinín con la misma fe, enseñando los puños al tren, que volaba camino de Castilla. Y, llorando, repetía el rapaz, más enterado que su hermana de las picardías del mundo: -La llevan al Matadero… Carne de vaca, para comer los señores, los indianos. -¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Cordera! -Y Rosa y Pinín miraban con rencor la vía., el telégrafo, los símbolos de aquel mundo enemigo que les arrebataba, que les devoraba a su compañera de tantas soledades, de tantas ternuras silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en manjares de ricos glotones… -¡Adiós, Cordera!… -¡Adiós, Cordera! Pasaron muchos años. Pinín se hizo mozo y se lo llevó el rey. Ardía la guerra carlista. Antón de Chinta era casero de un cacique de los vencidos; no hubo influencia para declarar inútil a Pinín que, por ser, era como un roble. Y una tarde triste de octubre, Rosa en el prado Somonte, sola, esperaba el paso del tren correo de Gijón, que le llevaba a sus únicos amores, su hermano. Silbó a lo lejos la máquina, apareció el tren en la trinchera, pasó como un relámpago. Rosa, casi metida por las ruedas, pudo ver un instante en un coche de tercera, multitud de cabezas de pobres quintos que gritaban, gesticulaban, saludando a los árboles, al suelo, a los campos, a toda la patria familiar, a la pequeña, que dejaban para ir a morir en las luchas fratricidas de la patria grande, al servicio de un rey y de unas ideas que no conocían. Pinín, con medio cuerpo afuera de una ventanilla, tendió los brazos a su hermana; casi se tocaron. Y Rosa pudo oír entre el estrépito de las ruedas y la gritería de los reclutas la voz distinta de su hermano, que sollozaba exclamando, como inspirado por un recuerdo de dolor lejano: -¡Adiós, Rosa!… ¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Pinín! ¡Pinín de mía alma!… “Allá iba, como la otra, como la vaca abuela. Se lo llevaba el mundo. Carne de vaca para los glotones, para los indianos: carne de su alma, carne de cañón para las locuras del mundo, para las ambiciones ajenas.” Entre confusiones de dolor y de ideas, pensaba así la pobre hermana viendo el tren perderse a lo lejos, silbando triste, con silbidos que repercutían los castaños, las vegas y los peñascos… ¡Qué sola se quedaba! Ahora sí, ahora sí, que era un desierto el prado Somonte. -¡Adiós, Pinín! ¡Adiós, Cordera! Con qué odio miraba Rosa la vía manchada de carbones apagados; con qué ira los alambres del telégrafo. ¡Oh!. Bien hacía la Cordera en no acercarse. Aquello era el mundo, lo desconocido, que se lo llevaba todo. Y sin pensarlo, Rosa apoyó la cabeza sobre el palo clavado como un pendón en la punta del Somonte. El viento cantaba en las entrañas del pino seco su canción metálica. Ahora ya lo comprendía Rosa. Era canción de lágrimas, de abandono, de soledad, de muerte. En las vibraciones rápidas, como quejidos, creía oír, muy lejana, la voz que sollozaba por la vía adelante: -¡Adiós, Rosa! ¡Adiós, Cordera!
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8 de Enero de 2019, 16:06
Clásicos
¿Donde está mi cabeza?
– I – Antes de despertar, ofrecióse a mi espíritu el horrible caso en forma de angustiosa sospecha, como una tristeza hondísima, farsa cruel de mis endiablados nervios que suelen desmandarse con trágico humorismo. Desperté; no osaba moverme; no tenía valor para reconocerme y pedir a los sentidos la certificación material de lo que ya tenía en mi alma todo el valor del conocimiento… Por fin, más pudo la curiosidad que el terror; alargué mi mano, me toqué, palpé… Imposible exponer mi angustia cuando pasé la mano de un hombro a otro sin tropezar en nada… El espanto me impedía tocar la parte, no diré dolorida, pues no sentía dolor alguno… la parte que aquella increíble mutilación dejaba al descubierto… Por fin, apliqué mis dedos a la vértebra cortada como un troncho de col; palpé los músculos, los tendones, los coágulos de sangre, todo seco, insensible, tendiendo a endurecerse ya, como espesa papilla que al contacto del aire se acartona… Metí el dedo en la tráquea; tosí… metílo también en el esófago, que funcionó automáticamente queriendo tragármelo… recorrí el circuito de piel de afilado borde… Nada, no cabía dudar ya. El infalible tacto daba fe de aquel horroso, inaudito hecho. Yo, yo mismo, reconociéndome vivo, pensante, y hasta en perfecto estado de salud física, no tenía cabeza. – II – Largo rato estuve inmóvil, divagando en penosas imaginaciones. Mi mente, después de juguetear con todas las ideas posibles, empezó a fijarse en las causas de mi decapitación. ¿Había sido degollado durante la noche por mano de verdugo? Mis nervios no guardaban reminiscencia del cortante filo de la cuchilla. Busqué en ellos algún rastro de escalofrío tremendo y fugaz, y no lo encontré. Sin duda mi cabeza había sido separada del tronco por medio de una preparación anatómica desconocida, y el caso era de robo más que de asesinato; una sustracción alevosa, consumada por manos hábiles, que me sorprendieron indefenso, solo y profundamente dormido. En mi pena y turbación, centellas de esperanza iluminaban a ratos mi ser.. Instintivamente me incorporé en el lecho; miré a todos lados, creyendo encontrar sobre la mesa de noche, en alguna silla, en el suelo, lo que en rigor de verdad anatómica debía estar sobre mis hombros, y nada… no la vi. Hasta me aventuré a mirar debajo de la cama… y tampoco. Confusión igual no tuve en mi vida, ni creo que hombre alguno en semejante perplejidad se haya visto nunca. El asombro era en mí tan grande como el terror. No sé cuánto tiempo pasé en aquella turbación muda y ansiosa. Por fin, se me impuso la necesidad de llamar, de reunir en torno mío los cuidados domésticos, la amistad, la ciencia. Lo deseaba y lo temía, y el pensar en la estupefacción de mi criado cuando me viese, aumentaba extraordinariamente mi ansiedad. Pero no había más remedio: llamé… Contra lo que yo esperaba, mi ayuda de cámara no se asombró tanto como yo creía. Nos miramos un rato en silencio. -Ya ves, Pepe -le dije, procurando que el tono de mi voz atenuase la gravedad de lo que decía-; ya lo ves, no tengo cabeza. El pobre viejo me miró con lástima silenciosa; me miró mucho, como expresando lo irremediable de mi tribulación. Cuando se apartó de mi, llamado por sus quehaceres, me sentí tan solo, tan abandonado, que le volví a llamar en tono quejumbroso y aun huraño, diciéndole con cierta acritud: -Ya podréis ver si está en alguna parte, en el gabinete, en la sala, en la biblioteca… No se os ocurre nada. A poco volvió José, y con su afligida cara y su gesto de inmenso desaliento, sin emplear palabra alguna, díjome que mi cabeza no parecía. – III – La mañana avanzaba, y decidí levantarme. Mientras me vestía, la esperanza volvió a sonreír dentro de mí. -¡Ah! -pensé- de fijo que mi cabeza está en mi despacho… ¡Vaya, que no habérseme ocurrido antes!… ¡qué cabeza! Anoche estuve trabajando hasta hora muy avanzada… ¿En qué? No puedo recordarlo fácilmente; pero ello debió de ser mi Discurso-memoria sobre la Aritmética filosófico-social, o sea, Reducción a fórmulas numéricas de todas las ciencias metafísicas. Recuerdo haber escrito diez y ocho veces un párrafo de inaudita profundidad, no logrando en ninguna de ellas expresar con fidelidad mi pensamiento. Llegué a sentir horriblemente caldeada la región cerebral. Las ideas, hirvientes, se me salían por ojos y oídos, estallando como burbujas de aire, y llegué a sentir un ardor irresistible, una obstrucción congestiva que me inquietaron sobremanera… Y enlazando estas impresiones, vine a recordar claramente un hecho que llevó la tranquilidad a mi alma. A eso de las tres de la madrugada, horriblemente molestado por el ardor de mi cerebro y no consiguiendo atenuarlo pasándome la mano por la calva, me cogí con ambas manos la cabeza, la fui ladeando poquito a poco, como quien saca un tapón muy apretado, y al fin, con ligerísimo escozor en el cuello… me la quité, y cuidadosamente la puse sobre la mesa. Sentí un gran alivio, y me acosté tan fresco. – IV – Este recuerdo me devolvió la tranquilidad. Sin acabar de vestirme, corrí al despacho. Casi, casi tocaban al techo los rimeros de libros y papeles que sobre la mesa había. ¡Montones de ciencia, pilas de erudición! Vi la lámpara ahumada, el tintero tan negro por fuera como por dentro, cuartillas mil llenas de números chiquirritines…, pero la cabeza no la vi. Nueva ansiedad. La última esperanza era encontrarla en los cajones de la mesa. Bien pudo suceder que al guardar el enorme fárrago de apuntes, se quedase la cabeza entre ellos, como una hoja de papel secante o una cuartilla en blanco. Lo revolví todo, pasé hoja por hoja, y nada… ¡Tampoco allí! Salí de mi despacho de puntillas, evitando el ruido, pues no quería que mi familia me sintiese. Metíme de nuevo en la cama, sumergiéndome en negras meditaciones. ¡Qué situación, qué conflicto! Por de pronto, ya no podría salir a la calle porque el asombro y horror de los transeúntes habían de ser nuevo suplicio para mí. En ninguna parte podía presentar mi decapitada personalidad. La burla en unos, la compasión en otros, la extrañeza en todos me atormentaría horriblemente. Ya no podría concluir mi Discurso-memoria sobre la Aritmética filosófico-social; ni aun podría tener el consuelo de leer en la Academia los voluminosos capítulos ya escritos de aquella importante obra. ¡Cómo era posible que me presentase ante mis dignos compañeros con mutilación tan lastimosa! ¡Ni cómo pretender que un cuerpo descabezado tuviera dignidad oratoria, ni representación literaria…! ¡Imposible! Era ya hombre acabado, perdido para siempre. – V – La desesperación me sugirió una idea salvadora: consultar al punto el caso con mi amigo el doctor Miquis, hombre de mucho saber a la moderna, médico filósofo, y, hasta cierto punto, sacerdotal, porque no hay otro para consolar a los enfermos cuando no puede curarlos o hacerles creer que sufren menos de lo que sufren. La resolución de verle me alentó: vestíme a toda prisa. ¡Ay! ¡Qué impresión tan extraña, cuando al embozarme pasaba mi capa de un hombro a otro, tapando el cuello como servilleta en plato para que no caigan moscas! Y al salir de mi alcoba, cuya puerta, como de casa antigua, es de corta alzada, no tuve que inclinarme para salir, según costumbre de toda mi vida. Salí bien derecho, y aun sobraba un palmo de puerta. Salí y volví a entrar para cerciorarme de la disminución de mi estatura, y en una de éstas, redobláronse de tal modo mis ganas de mirarme al espejo, que ya no pude vencer la tentación, y me fui derecho hasta el armario de luna. Tres veces me acerqué y otras tantas me detuve, sin valor bastante para verme… Al fin me vi… ¡Horripilante figura! Era yo como una ánfora jorobada, de corto cuello y asas muy grandes. El corte del pescuezo me recordaba los modelos en cera o pasta que yo había visto mil veces en Museos anatómicos. Mandé traer un coche, porque me aterraba la idea de ser visto en la calle, y de que me siguieran los chicos, y de ser espanto y chacota de la muchedumbre. Metíme con rápido movimiento en la berlina. El cochero no advirtió nada, y durante el trayecto nadie se fijó en mí. Tuve la suerte de encontrar a Miquis en su despacho, y me recibió con la cortesía graciosa de costumbre, disimulando con su habilidad profesional el asombro que debí causarle. -Ya ves, querido Augusto -le dije, dejándome caer en un sillón-, ya ves lo que me pasa… -Sí, sí -replicó frotándose las manos y mirándome atentamente-: ya veo, ya… No es cosa de cuidado. -¡Que no es cosa de cuidado! -Quiero decir… Efectos del mal tiempo, de este endiablado viento frío del Este… -¡El viento frío es la causa de…! -¿Por qué no? -El problema, querido Augusto, es saber si me la han cortado violentamente o me la han sustraído por un procedimiento latroanatómico, que sería grande y pasmosa novedad en la historia de la malicia humana. Tan torpe estaba aquel día el agudísimo doctor, que no me comprendía. Al fin, refiriéndole mis angustias, pareció enterarse, y al punto su ingenio fecundo me sugirió ideas consoladoras. -No es tan grave el caso como parece -me dijo- y casi, casi, me atrevo a asegurar que la encontraremos muy pronto. Ante todo, conviene que te llenes de paciencia y calma. La cabeza existe. ¿Dónde está? Ése es el problema. Y dicho esto, echó por aquella boca unas erudiciones tan amenas y unas sabidurías tan donosas, que me tuvo como encantado más de media hora. Todo ello era muy bonito; pero no veía yo que por tal camino fuéramos al fin capital de encontrar una cabeza perdida. Concluyó prohibiéndome en absoluto la continuación de mis trabajos sobre la Aritmética filosófico-social, y al fin, como quien no dice nada, dejóse caer con una indicación, en la que al punto reconocí la claridad de su talento. ¿Quién tenía la cabeza? Para despejar esta incógnita convenía que yo examinase en mi conciencia y en mi memoria todas mis conexiones mundanas y sociales. ¿Qué casas y círculos frecuentaba yo? ¿A quién trataba con intimidad más o menos constante y pegajosa? ¿No era público y notorio que mis visitas a la Marquesa viuda de X… traspasaban, por su frecuencia y duración, los límites a que debe circunscribirse la cortesía? ¿No podría suceder que en una de aquellas visitas me hubiera dejado la cabeza, o me la hubieran secuestrado y escondido, como en rehenes que garantizara la próxima vuelta? Diome tanta luz esta indicación, y tan contento me puse, y tan claro vi el fin de mi desdicha, que apenas pude mostrar al conspicuo Doctor mi agradecimiento, y abrazándole, salí presuroso. Ya no tenía sosiego hasta no personarme en casa de la Marquesa, a quien tenía por autora de la más pesada broma que mujer alguna pudo inventar. – VI – La esperanza me alentaba. Corrí por las calles, hasta que el cansancio me obligó a moderar el paso. La gente no reparaba en mi horrible mutilación, o si la veía, no manifestaba gran asombro. Algunos me miraban como asustados: vi la sorpresa en muchos semblantes, pero el terror no. Diome por examinar los escaparates de las tiendas, y para colmo de confusión, nada de cuanto vi me atraía tanto como las instalaciones de sombreros. Pero estaba de Dios que una nueva y horripilante sorpresa trastornase mi espíritu, privándome de la alegría que lo embargaba y sumergiéndome en dudas crueles. En la vitrina de una peluquería elegante vi… Era una cabeza de caballero admirablemente peinada, con barba corta, ojos azules, nariz aguileña… era, en fin, mi cabeza, mi propia y auténtica cabeza… ¡Ah! cuando la vi, la fuerza de la emoción por poco me priva del conocimiento… Era, era mi cabeza, sin más diferencia que la perfección del peinado, pues yo apenas tenía cabello que peinar, y aquella cabeza ostentaba una espléndida peluca. Ideas contradictorias cruzaron por mi mente. ¿Era? ¿No era? Y si era, ¿cómo había ido a parar allí? Si no era, ¿cómo explicar el pasmoso parecido? Dábanme ganas de detener a los transeúntes con estas palabras: «Hágame usted el favor de decirme si es esa mi cabeza.» Ocurrióme que debía entrar en la tienda, inquirir, proponer, y por último, comprar la cabeza a cualquier precio… Pensado y hecho; con trémula mano abrí la puerta y entré… Dado el primer paso, detúveme cohibido, recelando que mi descabezada presencia produjese estupor y quizás hilaridad. Pero una mujer hermosa, que de la trastienda salió risueña y afable, invitóme a sentarme, señalando la más próxima silla con su bonita mano, en la cual tenía un peine.
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8 de Enero de 2019, 16:06
Clásicos
La Sombra
Emilia Pardo Bazán Aquel rey Artasar, que, después de Suleimán o Salomón, fue el más poderoso y el más opulento del orbe; aquél que soñó tener un palacio como jamás se hubiera visto, para albergar en él las magnificencias de su corte y las fantásticas riquezas de su tesoro, alimentó también otro sueño, más modesto en apariencia, pero de realización infinitamente más difícil: el de aumentar su estatura. Porque conviene saber que Artasar el Grande y el Temido era de muy corta talla, y en aquellas edades heroicas se rendía culto a la exterioridad de la fuerza y de la robustez corporal. Y cuando Artasar, descendiendo de su palanquín de cedro, marfil y oro, se dirigía solemnemente al templo en que sus antecesores los Magos habían adorado al Dios vivo y donde aún persistía este santo culto, y el pueblo formaba doble muralla para ver pasar al rey, éste sufría cruelmente en el amor propio al comparar la proyección de su sombra, diminuta y sin majestad, con la de los hercúleos oficiales de su guardia nubiana, o la de los hermosos arqueros del Cáucaso, que le precedían abriendo calle. Como una especie de bufón grotesco que fuese a su lado inseparablemente, burlándose de su grandeza nominal, la ironía de su reducida sombra le acompañaba a todas partes. Para evitar tan triste efecto, ideó Artasar que le construyesen un calzado de suelas quíntuples y que ciñese sus sienes una especie de monumental tiara. Y fue, como suele decirse, peor que la enfermedad el remedio, porque las suelas remedaban un zócalo ridículo y hacían embarazoso y torpe el andar del rey, que parecía ir en zancos; mientras que la tiara, agobiándole con su peso, le obligaba a inclinar la cabeza, y en la sombra adquiría formas extrañas, provocantes a risa. Desesperado Artasar, abrumado por la mortificación de su vanidad, que sufría cada vez que se mostraba en público, apeló a no salir de su palacio nunca. En el recinto del palacio se encerraban amenísimos jardines y bosquecillos frondosos, y Artasar, solazándose en ellos, fue olvidándose de estudiar la proyección de su sombra y de compararla a la de los demás mortales. Y así que dejó de preocuparse de cómo era su sombra, recobró la tranquilidad del espíritu, la calma del corazón, la alegría de las horas serenas y felices. ¿Qué le importaba su sombra? ¿Acaso la sombra le impedía disfrutar del ruido del agua, de la frescura de las enramadas, de los acordes de las cítaras, de los ojos de gacela y los labios de miel de las cautivas? ¿Acaso le vedaba el goce del estudio, la plenitud intelectual? Un día Artasar recordó, miró a su sombra… y se reconcilió con ella; ya no era irónica, ya no le humillaba; aquella sombra se parecía a todas; era una sombra inofensiva, natural; una sombra buena.. Y Artasar, llamando al escriba que recogía en enceradas tablillas los hechos culminantes del reinado y las máximas formuladas por el monarca para reunirlas en un libro que eclipsase al de los Proverbios de Suleimán (¡lástima que estas tablillas se hayan perdido!), le dictó la sentencia siguiente: «Cuando andamos entre los hombres, no existimos sino por el tamaño de nuestra sombra. Cuando nos retiramos, nos hace vivir la capacidad de nuestra alma.»
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8 de Enero de 2019, 16:06
Clásicos
Compasión
de Vicente Blasco Ibañez A las diez de la noche, el conde de Sagreda entró en su Círculo del bulevar de los Capuchinos. Gran movimiento de los criados para tomarle el bastón, el sombrero de innumerables reflejos y el gabán de ricas pieles, que, al separarse de sus hombros, dejó al descubierto la pechera de inmaculada nitidez, la gardenia de una solapa, todo el uniforme negro y blanco, discreto y brillante, de un gentleman que viene de comer. La noticia de su ruina era conocida en el Círculo. Su fortuna, que quince años antes había despertado cierta resonancia en París, desparramándose fastuosamente a los cuatro vientos, estaba agotada. El conde vivía de los restos de su opulencia, como esos náufragos que subsisten sobre los despojos del buque, retardando entre angustias la llegada de la última hora. Los mismos criados que se agitaban en torno de él como esclavos de frac, conocían su desgracia y comentaban sus apuros vergonzosos; pero ni el más leve reflejo de insolencia turbaba el agua incolora de sus ojos, petrificada por la servidumbre. ¡Era tan gran señor! ¡Había tirado su dinero con tanta majestad!… Además, era un noble de veras, con esa nobleza secular cuyo rancio tufillo inspira cierta gravedad ceremoniosa a muchos ciudadanos cuyos abuelos hicieron la Revolución. No era un conde polaco de los que se dejan entretener por señoras, ni un marqués italiano que acaba haciendo trampas en el juego, ni un gran señor ruso que muchas veces vive de los fondos de la Policía; era un hidalgo, un grande de España. Tal vez alguno de sus abuelos figuraba en El Cid, en Ruy Blas o cualquiera otra de las piezas heroicas que se dan en la Comedia Francesa. El conde entró en los salones del Círculo alta la frente, arrogante el paso, saludando a los amigos con una sonrisa fina y alegre, mezcla de altivez y frivolidad. Estaba próximo a los cuarenta años. pero aún era el beau Sagreda, como lo habían bautizado mucho tiempo antes las damas noctámbulas de Maxims y las madrugadoras amazonas del Bosque. Algunas canas en las sienes y un triángulo de ligeras arrugas junto al vértice de los párpados revelaban el esfuerzo de una existencia demasiado rápida con la máquina vital a toda presión. Pero los ojos aún eran juveniles, intensos y melancólicos; unos | ojos que le hacían ser llamado el Moro por sus amigas y amigos. El vizconde de La Tremisiniére, premiado por la Academia como autor de un estudio sobre uno de sus abuelos, compañero de Conde, y muy apreciado por los anticuarios de la orilla izquierda del Sena, que le colocaban todos los lienzos malos de sus almacenes, le llamaba Velásques, satisfecho de que la color morena y ligeramente verdosa del conde, el negro y empinado bigote y los ojos graves, le proporcionaban ocasión de lucir sus grandes conocimientos en pintura española. Todos en el Círculo hablaban de la ruina de Sagreda con discreta compasión. ¡El pobre conde! ¡No caerle una herencia nueva! ¡No encontrar una millonaria americana que se prendase de su persona y sus títulos!… Había que hacer algo para salvarlo. Y él marchaba entre esta compasión muda y sonriente, sin percatarse de ella, abroquelado en su altivez, tomando por admiración lo que era simpatía dolorosa, obligado a penosos fingimientos para conservarse en el mismo ambiente de años antes, creyendo engañar a los demás, sin otro resultado que engañarse a sí mismo. Sagreda no se hacía ilusiones acerca del» futuro. Todos los parientes que podían sacarle a flote con un testamento oportuno lo habían hecho ya muchos años antes, saliéndose de la escena del mundo. Nadie quedaba allá abajo que pudiera acordarse de su nombre. Sólo tenía en España vagos parientes, nobles personajes unidos a él por vínculos históricos más que por afectos de sangre. Le hablaban de tú, pero no debía esperar de ellos otro auxilio que buenos consejos y amonestaciones por sus locas prodigalidades… Todo acabado. Quince años de intenso brillo habían consumido el rico bagaje con que un día llegó Sagreda a París. Los cortijos de Andalucía, con sus vacadas y yeguadas, habían cambiado de dueño sin conocer apenas a este amo fastuoso y siempre ausente. Tras ellos habían pasado a manos extrañas inmensos trigales de Castilla, arrozales de Valencia, caseríos de las provincias del Norte, toda la hacienda principesca de los antiguos condes de Sagreda, a más de las herencias de varias tías solteronas y devotas y de los fuertes legados de otros parientes muertos de vejez en sus vetustos caserones. París y las estaciones elegantes de verano habían devorado en unos cuantos años esta fortuna de siglos. El recuerdo de unos amores ruidosos con nos actrices de moda; la sonrisa nostálgica de una docena de mundanas de precio; la fama olvidada de unos cuantos desafíos; cierto prestigio de jugador temerario y sereno, y una reputación de esgrimidor caballeresco e intransigente en materias de honra, era todo lo que restaba al beau Sagreda después de su ruina. Vivía del antiguo prestigio, contrayendo nuevas deudas con ciertos proveedores que fiaban en un restablecimiento de sufortuna al acordarse de otras crisis. «Su suerte estaba echada»,según se decía el conde. Cuando. no pudiera más, anclaríaa una resolución extrema. ¿Matarse?… ¡Nunca! Los hombres como él sólo se suicidan por deudas de juego o de honor. Abuelos suyos, nobles y gloriosos, habían debido enormes sumas a gentes que no eran sus iguales, sin pensar por esto en matarse. Cuando los acreedores le cerrasen sus puertas y los prestamistas le amenazaran con el escándalo ante los tribunales, el conde de Sagreda, haciendo un esfuerzo, se arrancaría de la dulce existencia de París. Sus ascendientes habían sido soldados y colonizadores. El iría a engancharse en la Legión extranjera de Argelia o se embarcaría para la América conquistada por sus abuelos, siendo jinete pastor en las soledades del sur de Chile o en las infinitas llanuras de la Patagonia. Mientras llegaba el temido momento, esta vida azarosa y cruel, que le obligada a continuas mentiras, era el período mejor de su existencia. De su último viaje- a España, para liquidar ciertos restos del patrimonio, había vuelto con una mujer, una señorita de provincia, cautivada por el prestigio del gran señor, y en cuyo afecto ferviente y sumiso entraba la admiración casi tanto como el amor. ¡Una mujer!… Sagreda abarcaba por primera vez toda la significación de esta palabra. como si hasta entonces no la hubiese comprendido. La compañera del presente era una mujer; las hembras nerviosas y descontentadizas, de sonrisa pintada y artificios voluptuosos, que habían llenado su novelesca existencia anterior, pertenecían a otra Humanidad. ¡Y cuando llegaba la verdadera mujer se iba para siempre el dinero!… ¡Y cuando se presentaba la desgracia venía con ella el amor!… Sagreda, lamentando la fortuna perdida, pugnaba por mantener su boato. Vivía como siempre, en la misma casa, sin disminuir sus gastos, haciendo a su compañera iguales regalos que a las amigas de otros tiempos, gozando una satisfacción casi paternal ante la. sorpresa infantil y las ingenuas alegrías de la pobre muchacha, aturdida por las fastuosidades de París. Sagreda se hundía, ¡se hundía!; pero con la sonrisa en los labios, contento de sí mismo, de su vida actual, de este dulce ensueño, que iba a ser el último y se prolongaba milagrosamente. La fortuna, que le había maltratado en los últimos años, devorando – los restos de su hacienda en Montecarlo, en Ostende y en los grandes círculos del bulevar, parecía ahora ayudarle, apiadada por su nueva existencia. Todas las noches, después de comer en un restaurante de moda con su compañera, dejaba a ésta en el teatro y se dirigía a su Círculo, único lugar donde le esperaba la suerte. No era un gran juego. Simples partidas de ecarte con íntimos amigos, compañeros de juventud, que continuaban la existencia alegre, con el bagaje de una gran fortuna o habían cristalizado su existencia en un matrimonio rico, conservando de los antiguos hábitos la costumbre de frecuentar el Círculo honorable. Apenas se sentaba el conde, con las cartas en la mano, frente a uno de estos amigos, la suerte parecía soplar sobre su cabeza, y ellos no se cansaban de perder, invitándole a una partidatodas las noches, como si le aguardasen por riguroso turno. Las ganancias no eran para enriquecerse: unas noches, diez luises; otras, veinticinco; algunas llegó Sagreda a retirarse con cuarenta monedas de oro en el bolsillo. Pero merced a este ingreso casi diario iba reparando las grietas de su existencia señorial, que amenazaba venirse abajo, y mantenía a su amiga en un ambiente de amorosa comodidad, recobrando al mismo tiempo la confianza en su porvenir. ¿Quién sabe lo que le esperaba?… Al ver en uno de los salones al vizconde de La Tremisiniére, le sonrió con expresión de amistoso reto. —¿Una partida?… —Como usted quiera, querido Velásques. —A cinco francos los siete puntos, para no exagerar. Estoy seguro de ganarle. La suerte viene conmigo. Comenzó la partida bajo la discreta luz de las bujías eléctricas en el confortable silencio de las mullidas alfombras y los cortinajes espesos. Sagreda ganaba siempre, como si su buena fortuna se complaciese en sacarle vencedor de las más desgraciadas combinaciones. Ganaba sin tener juego. Nada importaba que careciese de triunfos y que sus cartas fuesen desfavorables: las de su contrincante eran siempre peores, y el éxito venía milagrosamente a continuación de todas las jugadas. Tenía ya ante él veintidós luises. Un compañero de club, que vagaba aburrido de salón en salón, vino a detenerse junto a los jugadores, interesándose en la partida. Primeramente se mantuvo en pie junto a Sagreda; luego fue a colocarse detrás del vizconde, que parecía molesto y nervioso por la vecindad. —¡Pero eso es una locura!—exclamó de pronto el curioso—. Usted no juega su juego, vizconde. Aparta usted los triunfos y sólo hace uso de las cartas malas. ¡Qué tontería! No pudo decir más. Sagreda dejó sus cartas sobre la mesa. Estaba intensamente pálido, con una palidez verdosa. Sus ojos, desmesuradamente abiertos, miraron al vizconde. Después se levantó. —He comprendido—dijo con frialdad—. Permítame que me retire. Luego, con mano nerviosa, empujó hacia su amigo el montón de monedas de oro. —Esto es de usted. —¡Pero, querido Velásquez!… ¡Pero, Sagreda!… ¡Permítanle usted, conde, que le explique!… —¡Basta, caballero! Repito que he comprendido. Por sus ojos pasó una punta de luz, el mismo brillo que habían visto sus amigos en ciertas ocasiones, cuando tras breve disputa o una palabra molesta levantaba su guante con arcaico ademán de reto. Pero este gesto hostil sólo duró un instante. Luego sonrió con una amabilidad que daba frío. —Muchas gracias, vizconde. Estos son favores que no se olvidan nunca… Le repito mi agradecimiento. Y saludó como un gran señor, alejándose erguido, lo mismo que en los días más hermosos de su opulencia. Con el gabán de pieles abierto sobre el plastrón inmaculado, el conde de Sagreda caminaba por el bulevar. La gente sale de los teatros; las mujeres revolotean de una acera a otra; pasan los automóviles con su interior iluminado, dejando una rápida visión de plumas, joyas y blancos escotes; gritan los vendedores de periódicos; en lo alto de las fachadas se inflaman y se extinguen los enormes anuncios eléctricos. El grande de España, el hidalgo, el nieto de los nobles caballeros del Cid y Ruy Blas, marcha contra la corriente, abriéndose paso a empujones, queriendo ir más aprisa, sin saber adonde va, sin darse cuenta del lugar donde se halla. Contraer deudas… Bueno. La deuda no deshonra al caballero. ¡Pero recibir limosna!… En sus horas de negros pensamientos nunca tembló ante la idea de infundir desprecio por su ruina, de ver alejarse a sus amigos, de descender a las últimas capas, perdiéndose en el subsuelo social. ¡Pero inspirar compasión!… Inútil la comedia. Los íntimos, que le sonreían como en otros tiempos, habían penetrado el secreto de su pobreza, y se asociaban a impulsos de la conmiseración para darle por turno una limosna, fingiendo jugar con él. E igualmente poseían el penoso secreto los demás amigos, y hasta los criados, que se inclinaban a su paso con el respeto de la costumbre. Y él, pobre engañado, iba por el mundo con sus aires de gran señor, “rígido y solemne en su extinta grandeza, como el cadáver del caudillo legendario que, después de muerto, pretendía ganar batallas montado en su caballo. ¡Adiós, conde de Sagreda! El heredero de adelantados y virreyes puede ser soldado sin nombre en una legión de desesperados y de bandidos; puede ser aventurero en tierras vírgenes, matando para vivir; puede hasta presenciar impávido el naufragio de su nombre y su historia ante la mesa de un tribunal… pero vivir de la compasión de los amigos!… ¡Adiós para siempre, últimas ilusiones! El conde ha olvidado a su compañera, que le aguarda en un restaurante de noche. No se acuerda de ella; como si jamás la hubiese visto, como si nunca hubiese existido. No piensa en nada de lo que embellecía su vida horas antes. Marcha a solas con su vergüenza, y cada uno de sus pasos parece sacar del suelo una cosa muerta, una influencia ancestral, una preocupación de raza, un orgullo de familia, altiveces, selecciones, honores y fierezas que dormitaban en él, y al despertar angustian su pecho y perturban su pensamiento. ¡Cómo habrán reído a sus espaldas con lastimera compasión!… Ahora camina con mayor apresuramiento, como si ya supiera a donde dirigir sus pasos, y la inconsciencia de la emoción le hace murmurar irónicamente, cual si hablase a alguien que marcha tras él y del que desea huir: —¡Muchas gracias… , muchas gracias! Cerca de la madrugada, dos disparos de arma de fuego ponen en conmoción a los habitantes de un hotel vecino a la Gare Saint-Lazare, uno de esos establecimientos equívocos que ofrecen abrigo fácil a los conocimientos amorosos iniciados en plena calle. Los criados encuentran en una habitación a un señor vestido de frac, con una abertura en la bóveda del cráneo, por la que se escapan piltrafas sanguinolentas, retorciéndose como un gusano sobre el raído tapiz. Sus ojos, de un negro mate, aun tienen vida. Nada queda en ellos de la dulce imagen de la compañera. Su ultimo pensamiento, cortado por la muerte, es para la amistad, terrible en su lástima; para la ofensa fraternal de una compasión generosa y frívola.
Bubok Editorial
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8 de Enero de 2019, 16:05
Clásicos
El amor y la muerte
de Vicente Blasco Ibañez Con gran frecuencia ocurren los llamados crímenes de amor. Relatan los periódicos casi a diario sucesos dramáticos, en los que hiere la mano a impulso de los celos; describen suicidios, en los cuales una vida se suprime fríamente, abandonando las filas humanas por miedo a la soledad, después de las dulzuras del idilio, por el desesperado convencimiento de que ya no podrá marchar sintiendo el contacto de la carne amada, roce embriagador que mantiene lo que algunos filósofos llaman estado de ilusión y ayuda a soportar la monotonía de la existencia. ¡El Amor y la Muerte!… Nada tan antitético, tan opuesto, y, sin embargo, los dos caminan juntos, en estrecho maridaje, desde los primeros siglos de la Humanidad, tirando uno del otro, cual inseparables cónyuges, como marchan a través del tiempo la noche y el día, el invierno y la primavera, el dolor y el placer, no pudiendo existir el uno sin el otro. «Te amo más que a mi vida», dice el jovenzuelo, despreciando su existencia, apenas formula los primeros juramentos de amor.. «¡Morir!, ¡morir por tí!», murmura el hombre junto a una oreja sonrosada, cuando, agotadas las frases de adoración, se esfuerza por concentrar en una definitiva y suprema frase todo su apasionamiento. «¡No volver a la vida! ¡Quedar así por siempre!», suspiran los enamorados, mirándose en el fondo de los ojos, mientras corre por sus nervios el estremecimiento del más dulce de los calofríos; y este deseo de anularse, de no despertar jamás del grato nirvana, surge inevitablemente, como si el amor sólo pudiera crecer y esparcirse a costa de la vida. Tal vez reconoce su fragilidad, y adivinando que puede desvanecerse antes que acabe la existencia de los enamorados, implora, por instinto de conservación, el auxilio de la muerte. Los poetas presintieron siempre esta alianza, y en sus himnos de amantes felices o en sus lamentos desesperados hay algo de la sonrisa final de una boca sin labios, sardónica y amarillenta, que parece burlarse de la insignificancia de los placeres y dolores que traen revuelto al hormiguero humano. Sobre las cosas del amor tiembla el revoloteo de los velos sombríos de la gran Señora, pálida y grave, que nos aguarda, al final de nuestra vida. saliéndonos al paso aunque tomemos los más apartados caminos. Yo he visto las ruinas de muchas ciudades muertas, pétreos caparazones que sólo encierran polvo y vacío, pero que en otro tiempo abrigaban el alma de pueblos que pensaron cosas que hoy nos parecen nuevas y experimentaron sentimientos que ahora creemos percibir por vez primera. He encontrado en medio de la campiña desolada, entre los escombros de un mundo que fue, tumbas cuyo mármol, moldeado por el cincel del artista, eterniza el pensamiento de los que vivieron y sufrieron cuando nosotros y cien generaciones anteriores a nosotros éramos inciertas larvas en la penumbra del amanecer de futuros siglos, y las moléculas de nuestros cuerpos vagaban errantes y dispersas en las entrañas de la eterna madre, en los brazos leñosos o la rumorosa cabellera verde de los bosques, en las sombrías profundidades del Océano, tal vez en los ágiles músculos de un animal inferior o en los brillantes ojos de un ser como nosotros, satisfecho de su inteligencia y su individualidad, orgulloso de su alma inmortal, creyéndola más duradera que el sufrido planeta que nos mantiene… , y en sus sepulcros he visto muchas veces al mancebo juguetón coronado de flores, la aljaba a la espalda y el arco en la diestra, junto a una matrona adusta que parece soñar, con un codo apoyado en la rodilla y la frente en la mano, teniendo a sus pies el reloj de arena que marca la fuga del tiempo, imagen de la verdad final menos horripilante que el descarnado esqueleto grotesco y burlón de los artistas cristianos. Siempre juntos el Amor y la Muerte, desde los primeros tiempos de. la Humanidad! Una noche en Florencia, asomado a un balcón, escuché a unos cantores populares de los que amenizan con sus romanzas la digestión de la muchedumbre cosmopolita albergada en los hoteles inmediatos al río. «¡Morir!», cantaba el tenor con lamento prolongado, rasgando el silencio de la noche. Morir vicino a te! respondía una voz grave, con reconcentrada pasión; y las arpas lloraban en la oscuridad sus lágrimas armoniosas, como perlas sonoras, acompañando estos gemidos de amor y de muerte. Junto a mí, unos ingleses jóvenes suspiraban emocionados por la dulzura melancólica de la música y de la noche, sintiendo ablandarse sus almas bajo un soplo de amor; y viendo yo la corona de luces del Víale del Colli que rasgaba la oscuridad en lo alto de un cerro, y a sus pies el Amo rumoroso y temblón reflejando las rojas serpentinas de los faroles por debajo de las arcadas del Ponte Vecchio, sentíame igualmente conmovido por la romanza, tocado por la emoción poética de los más bellos momentos de la vida, creyéndome por un instante más ligero en un mundo extraordinario, de atmósfera sutil y perfumada, donde los cuerpos tuviesen la fluidez de las almas. «¡Morir!», repetía el lamento musical abajo, en las orillas del río, y yo me enternecía sin saber por qué, hasta que mi razón se sacudió este encanto con repentina protesta. ¡Morir! ¡Qué disparate!… Vivir: la vida es la única belleza digna de ser cantada. Y en plena frialdad sonreí de la mentira humana, que, temiendo a la muerte, finge desearla, para dar el excitante del peligro a sus alegrías y tristezas; que juega con ella de mentirijillas, amándola como aman los niños los juguetes guerreros: remedos de armas mortíferas que no pueden causarles daño. «¡Morir!», cantaban aquellos hombres con un apasionamiento meridional que ponía lágrimas en sus voces; y poco después, cuando ya no cayesen monedas de los balcones, irían a la trattoria a considerar la vida como el mejor de los bienes, ante un frasco de chianti y un plato de macarrones. «¡Morir!», repetían con ojos húmedos, siguiendo el canto, aquellas vírgenes rubias de pecho plano, y en el fondo dé sus pensamientos permanecía intacto el pudoroso deseo de verse en un día remoto más enjutas aún, con la nariz enrojecida por los años y rodeadas de unas cuantas cabecitas infantiles de color de cáñamo. «¡Morir!», susurraban los ecos de la noche con misterioso estremecimiento, y dentro de unas horas se colorearían de violetas los montes de enfrente, y el sol de un día más dormiría el verde oscuro de los pinos y cipreses del paisaje toscano. Entonces reí de este sentimentalismo que invoca a la muerte para proporcionar una emoción nueva y dulce a sus ansias de vida. Otra vez, en pleno verano, vagando por los alrededores de París, llegué a los jardines de Robinsón, con sus grandes árboles, cuyo ramaje abriga como nidos las aéreas cabañas que sirven de comedores. En los salones de baile, los instrumentos de metal rugían la matchicha y a su ritmo vivaz y canallesco desfilaban las parejas, arrastrando los pies sobre el entarimado, estrechamente enlazadas por el talle, rojas las mejillas, sudorosas las frentes, y en los ojos un apetito animal de vivir y de gozar, un hambre feroz de placeres. Sonaba en los restaurantes el taponazo del champaña, perseguíanse por entre los frondosos bosquecillos estudiantes y estudiantas, la alegre juventud del barrio Latino, enardecida por la decoración idílica que prestaban las arboledas a sus amores urbanos, abrigados durante la semana por los techos en pendiente de las guardillas. Algunas parejas elegantes bajaban de sus automóviles, y las miradas de las pobres muchachas íbanse, con fulgores de envidia, tras los susurrantes vestidos, los empenachados sombreros y los ricos boas de las grandes damas, llevadas por una curiosidad exótica hacia este pequeño mundo de locura campestre… ¡Viva la vida! A la puerta de un restaurante, unos vagabundos italianos entonaban otra romanza melancólica, semejante a la de Florencia, pero que parecía deshonrada por el lugar, lejos del dulce paisaje en que vio la luz, cortada a trechos por los chillidos del cornetín del vecino baile, interrumpida por el trotar de los borriquillos alquilones de Robinsón y los gritos de las muchachas que se bamboleaban sobre la silla, próximas a caer, mostrando sus piernas con el impudor del miedo. «¡Morir!», cantaban también estos pordioseros, acompañados por el grave bordoneo de una guitarra. Morir per te!, gemían, dirigiéndose a una amante desconocida, con ansioso apasionamiento, como si fuese el mayor de los placeres renunciar por ella a la existencia. ¡Oh, qué irritante mentira! El Amor y la Muerte aparecían en este ambiente ridículos y miserables, como esas bellezas delicadas que abandonan 1^ dulce penumbra de los salones y se muestran al aire libre, bajo la cruda luz del sol. Una pareja pasó ante mí, estrecha”^ mente, cogida del brazo, andando lentamente, aislada en medio del bullicio, insensible a las impresiones exteriores. Su felicidad era silenciosa: la llevaban reconcentrada dentro de ellos, sin otra manifestación externa que el dulce fuego de sus miradas, que se buscaban acariciándose. Era la pareja vulgar y tierna, eterno modelo de los novelistas desde los tiempos de Murger; los dos amantes del barrio Latino, a cuyo amor dan la pobreza y las incertidumbres del porvenir una dulzura melancólica. —Si tú me abandonases, querría morir—decía él con voz grave. La hembra sonrió incrédula, dejando de mirarle para fijar sus ojos en el baile inmediato. ¡Morir!… ¿Quién pensaba en esto? Ella amaba la vida sobe todas las cosas. —¡Vivir, tonto!—murmuró—. ¡Vivir para querernos mucho! El la envolvía en una mirada ávida, con fiero egoísmo masculino. —Sí; vivir contigo… ¡Pero si algún día me dejases… ! ¡Si algún día te perdiese… ! Se alejaron. «¡Morir!», seguían cantando los vagabundos con desgarrador gemido. «¡Morir!», repetían las cuerdas de la guitarra gravemente. Y fue en vano que los cornetines rugiesen más alto la canallesca matchicha; que chillaran las muchachuelas perseguidas por audaces manos, y los cantores del Amor y la Muerte fuesen con el sombrero en la mano implorando una limosna, cayendo de golpe de las melancolías de la romanza a la miserable mendicidad. Todo lo contemplé de un modo distinto. Creí que otra pareja pasaba ante mí; la eterna, la que vive desde que la Humanidad sintió algo más que la punzada del estómago hambriento y la cólera homicida de la, bestia que necesitaba matar para existir; la que está esculpida en mármoles a los que los siglos han dado la amarillez del ámbar; la que ha pasado las puertas de los poetas y los artistas, en horas decisivas, para marcar su trabajo con el sello de la inmortalidad: él, arrogante arquero, coronado de rosas; ella, pálida y ceñuda, con el reloj apoyado en los potentes pechos, de los que manan el Olvido y la Nada, marchando tras el jovenzuelo, como una amante vieja, sumisa y recelosa, que teme perderlo. Y a pesar de lo vulgarísimo del ambiente, mi emoción fue más intensa que en el dulce misterio de la noche florentina.
Bubok Editorial
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8 de Enero de 2019, 16:05
Clásicos
El ruiseñor y la rosa
Oscar Wilde -Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín. Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado. -¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante. Y sus bellos ojos se llenaron de llanto. -¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja. -He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente. -El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón. -He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro. -Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle. Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba. -¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada. -Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol. -Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue. -Llora por una rosa roja. -¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería! Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas. Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor. De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín. En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita. -Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces. Pero el rosal meneó la cabeza. -Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres. Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol. -Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces. Pero el rosal meneó la cabeza. -Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres. Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante. -Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces. Pero el arbusto meneó la cabeza. -Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año. -No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga? -Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo. -Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso. -Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía. -La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre? Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque. El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos. -Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso. El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros. Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas. -Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas! Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina. Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz. “El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!” Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada. Al poco rato se quedo dormido. Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas. Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche. Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho. Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción. Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora. La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago. Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas. -Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen. Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida. Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa. Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas. -Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada. Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor. Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba. Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón. Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos. Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta. Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo. La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba. El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos. El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar. -Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa. Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas. A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera. -¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado. E inclinándose, la cogió. Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa. La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies. -Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero. Pero la joven frunció las cejas. -Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores. -¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera. Y tiró la rosa al arroyo. Un pesado carro la aplastó. -¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán. Y levantándose de su silla, se metió en su casa. “¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.” Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.
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8 de Enero de 2019, 16:05
Clásicos
El gigante egoísta
Oscar Wilde Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos. -¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros. Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín. -¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante. Los niños escaparon corriendo en desbandada. -Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí. Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía: ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES Era un Gigante egoísta… Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás. -¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros. Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida. Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha. -La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año. La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas. -¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también. Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo. -No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo. Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno. -Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales. De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles. Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas. -¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana. ¿Y qué es lo que vio? Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse. -¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño. El Gigante sintió que el corazón se le derretía. -¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños. Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín. -Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro. Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás. Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante. -Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón? El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso. -No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito. -Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste. Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él. -¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía. Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín. -Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas. Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró. Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos. Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo: -¿Quién se ha atrevido a hacerte daño? Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies. -¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo. -¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor. -¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo: -Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso. Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.
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8 de Enero de 2019, 16:05
Clásicos
EN AQUELLA ALDEA #RelatosNavidad
En aquella Aldea, para estos días de Tradición Universal, hasta ese momento en el que recuerdo que la vida local, pasaba inmutable, en lomos de sus Morrocoyes; de la estación de Verano a la estación Lluviosa, un evento sencillo, al menos en mi, como surgido de la Magia que envuelve esta especial época, aclaró el sentido de la significativa Navidad, en todos los Paisanos y Paisanajes. El humo blanquecino de los fogones de cada una de las Chozas, tras de su estela de olor, delataba las típicas comidas que se hacían para la Ocasión. Tocino, este era el orden con el que la brisa nos daba las primeras y seductoras bocanadas. En caldero de aluminio curtido de hollín, que dejaba el Dividivi usado como leña, para estar cocinado después de largo rato. Y así, el olor de la carne gorda de la Res, le seguía en ese desfile agradable de Aromas que complementarían el Guiso del principal plato de esos días de fiestas… La sabrosa y venerada Hallaca. Un especie de Pan, hecho con masa de harina de maíz blanco condimentada con Onoto, teniendo, al “Guiso”, como suculento relleno, cocinado envuelto en las hojas de Plátano, ahumadas. Los “clavitos dulces y de Olor” brindaban al viento su esencia inconfundible, en el hervor de la Chicha o Carato; que es la Bebida con la que se sirve tal comida; hecha también a base de Maíz fermentado. La luces artificiales traídas de la Ciudad; y que colgaban de los respectivos aleros, opacadas por la de las blancas estrellas y de la Luna llena. La pintura de Cal, revistiendo el musgo y las piedras divisorias… Y así, en un recodo interior de la pared de cada rancho, haciendo esquina …EL REDENTOR, de NIÑO acunado sobre paja seca, dentro de una especie de corral o establo, elaborado artesanalmente, con tuza, hoja del Maíz y chamizas. No hubo nunca, Navidades más frías, que esas Navidades vividas en el Trópico, dado que cada quien se enclaustraba en sus viviendas; y como a escondidas, casi en secreto, por decir, en privado, celebrábamos esas fechas que están marcadas en nuestros corazones, como un Acontecimiento del Antes y el Después. …TODOS EN REDEDOR… hasta que el más Autorizado dijo: “Papá… Mamá… Hermanos… Abramos nuestras puertas; y vayamos a tocar las Puertas de los vecinos; y proponerles compartir con ellos, como Hermanos vecinales. Llevemos de nuestros alimentos y hagamos con ellos, una sola mesa, no importa que ellos tengan; compartir nos hará una única Familia, como siento que debe ser… Vayamos!. Amén, de que no era descabellada la invitación, aunque si osada, porque hasta el momento, la Navidad y su importancia, no había sido tomada, sino en forma pasiva por la Comuna, nos pareció determinante. …Y se hizo la Luz en cada uno de Nosotros; y convencidos, ya pertrechados, seguimos tras de él. Y se abrió la primera puerta, la segunda y la tercera…; como si estuvieran esperando que la iniciativa de ir por ellos y fundirnos en un caluroso y fraternal abrazo, fuera exclusiva de nosotros. Un solo Himno; un solo Cántico, un solo Espíritu, plenó nuestras voces y nuestros corazones, para convencernos de que el Don de Humildad, no da frutos, no es útil… ni se ve, sino la compartimos desinteresadamente, con todos los Seres que nos rodean. …No hubo nunca, Navidades más frías, que esas Navidades vividas en el Trópico. !Eso pasó… En aquella Aldea!. FIN
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8 de Enero de 2019, 16:04
Clásicos
En Reyes #RelatosNavidad
En Reyes LA ESPOSA Ella sabe que está pronto el final. Siente el estremecer que le arquea la espalda y le hace apretar los muslos a las caderas de él. Se detiene un momento, espera que el estremecimiento se disuelva en su cuerpo y continúa dejándose empujar por las manos en su cintura. El próximo estremecer no lo podrá contener. Será el sacudir que le sincroniza los órganos: el latir con el respirar, el fluir de todo; sí, seguro el fluir. Sabe que está pronto el final. Su final y el de él, pues lo conoce. Ya lo sintió temblar en su interior. Ella lo mira desde su altura y no puede precisar si lo encuentra indefenso o poderoso. Las manos de ella ya no son sus manos desde que andan por el otro cuerpo. Sabe que está pronto el final, pero ha decidido que por ahora no le dirá nada. Solo dejará que la abrace y la despeine con su caricia hasta quedar dormida. En Reyes le dirá. Se disculpará por el inoportuno mensaje de texto. No pasaría lo de las Navidades anteriores. Ese día el sonar del móvil le daba pánico. Temía que llamara para decirle que no regresaba, que el trabajo se había complicado y que su jefe le pedía quedarse. Él tenía que estar en casa por ella y por su hija. Se lo había prometido. Armaban el Nacimiento y la niña le hizo besar al Niño Jesús y jurarlo: “No faltaré a la cena.” Esta Navidad tendría regalos para todos. Ella tenía el de él a buen recaudo, pero no lo podía colocar con el resto al pie del árbol. En Reyes le dirá, cuando se abran los regalos y la niña pregunte si la muñeca negra la envió la abuela y ellos vuelvan con la historia de los Reyes Magos. Él seguro estará buscando el paquete que parezca un libro. Ya casi llega el final, su final y el de él, pero ahora, cuando el avizor estremecer se ha disuelto y permite una pausa previa, ella se pone la mano en el vientre ya creciendo y confirma que el regalo de él está a buen recaudo. En Reyes le dirá. EL ESPOSO Él sabe que está pronto el final. Tiembla tanto que puede llorar y volverse todo líquido, todo mar. Quiere ir más profundo donde ella, pero hasta el Universo tiene sus límites. El próximo temblor no lo podrá contener, no quiere contenerlo. Siente los muslos de ella apretando sus caderas. ¿Podrá ella descubrir el temblor? El próximo no lo podrá contener y entonces ella lo descubrirá porque será el fluir de todo; sí, seguro el fluir. Sabe que está pronto su final y el de ella, pues la conoce. Ya contuvo la espalda que se arquea cuando se estremece. Él la mira a los ojos gozando el poder del que no se defiende. Sabe que está pronto el final, pero ha decidido que por ahora no le dirá nada. Solo la abrazará y enredará el pelo con sus dedos hasta que se duerma. En Reyes le dirá. Hizo bien en venir a cenar. Esta vez no sucedería lo de Navidades anteriores. Igual su jefe los había reunido para asuntos que podían esperar una semana más; nada era urgente, solo les exigía una prueba de lealtad. Estaban en la reunión cuando el móvil vibró en el bolsillo de su saco. «No tardes. T esperamos para cenar. Beso nuestro. TQM+++» Esa mañana conduciendo a la oficina disfrutó el cuero de su auto, la piel lustradísima de sus zapatos, su exquisito perfume. No estaba mal su trabajo, pero había tenido al Niño Jesús en los labios y la promesa en un beso. “¿Está usted seguro?” le había preguntado el jefe. Él se marchó. Ya casi llega el final, su final y el de ella, pero ahora, cuando el avizor temblor se ha disuelto y permite una pausa previa, él piensa que no podrá pagar el alquiler. No importa. En Reyes le dirá. LA NIÑA La niña aún no duerme, aunque sabe que está pronto el sueño. El próximo bostezo no lo podrá contener y se le cerrarán los ojos. Sabe que la madre abrirá la puerta y se quedará un momento, vigilante. Lo tiene decidido, en Reyes les dirá. Ya pronto bostezará y se dormirá. Ha decidido que por ahora no les dirá nada. Le gustó que mamá le permitiera dibujar en la página del libro que le regalarían a papá. Ella se esmeró porque no podía salir mal. En otras cartulinas si se equivocaba las estrujaba y tiraba, pero esta página era especial. Mamá había escrito “Feliz Navidad. TQM+++” y ella no podía dibujar mal, ni estrujarla, ni tirarla. Ella tuvo miedo porque su papá tardaba. Lo abrazó tanto cuando por fin llegó. Lo hizo tirar el portafolio, cargarla, hacerla volar y perseguirla alrededor del árbol alumbrado hasta que la mamá los regañó. No sucedió lo de las Navidades anteriores. Fue una cena con los tres. Papá por ratos quedaba mirando el mantel y la preocupación se le notaba, pero la niña no sabía de cosas de adultos y por suerte pasaba rápido y él le tomaba la mano a mamá y a ella le pellizcaba la mejilla. El próximo bostezo no lo podrá contener. Siente la puerta abrirse y la mamá se queda mirando, vigilante. Escucha los pasos del padre que tropieza en las escaleras. Los adultos ríen y ella finge dormir. Seguro le dirán que la muñeca negra no la mandó la abuela y le volverán con la historia de los Reyes Magos. Pero ella ya es grande y sabe. En Reyes les dirá… o mejor no. La próxima Navidad.
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8 de Enero de 2019, 16:04
Ciencia ficción
Navidades de Robot #SORTEONAVIDAD
Hoy, día 24 de diciembre, me encuentro sentado en mi nave espacial, esperando a que la cuenta atrás del despegue llegue a su fin, para así poder dirigirme al planeta Tierra. Es la primera vez que mis pies tocan otro terreno que no sea Expana y estoy muy nervioso por lo que me pueda encontrar.Mi planeta siempre se ha caracterizado por tener unas temperaturas bastante elevadas y muchas veces abrasantes, pero me comentaron que en estas fechas, la Tierra es antagónica a nosotros,así que me he puesto la mayor cantidad de ropa que mis vértebras robóticas me han permitido. Las piernas no dejan de marcar mi ritmo cardiaco y solo espero que los dos minutos que quedan para aterrizar, no se me hagan eternos. La puerta de la nave se abre y consigo apreciar de un vistazo panorámico, lo diferente que es este lugar de mi casa. El suelo está recubierto de una especie de pelos verdosos, que lucen una fina capa de una masa fría y blanca que los humanos usan para jugar en estas fechas. No puedo evitar fijarme en una especie de muñeco situado en la parte delantera de una casa porque es mi retrato en 3D, a su lado se encuentra un niño pequeño que lo está perfeccionando. Justo cuando tomo la decisión de acercarme, la puerta empieza a abrirse, prolongando el fuerte chirrido del metal que contrasta con el suave hilo de voz de una señora, a la que identifico como su madre por el aspecto físico. El niño en un arrebato de dudas entre si entrar o no en su casa, decide al fin reunirse con su progenitora. Cuando confirmo que no hay moros en la costa, consigo aproximarme todo lo que puedo a la escultura congelada, aquí es donde comienza verdaderamente la historia. -Nate, entra en casa por favor. Te vas a helar. -Un momento mamá, solo me queda ponerle los ojos.-Cojo dos bolitas de nieve y se las incrusto a mi robot congelado en los huecos-. Consigo levantarme del suelo arrasado por la nieve, tras oler el dulce aroma que desprende el chocolate caliente que hace mamá. Juntos, comenzamos a decorar la mesa para la cena de nochebuena. Hoy nos vendrá a visitar el tío Juan y la tía Maribel y por primera vez le pondré cara a mi primo Tomás, con el que no podré jugar porque me dijo mamá que era del tamaño de un calabacín. Siento ruidos extraños provinientes del exterior a lo largo de la cena, pero termino ignorándolos porque los demás parecen no oírlos, quizás se me ha subido el azúcar del chocolate a la cabeza. Quiero salir a jugar con mi robot de nieve pero mi madre se niega a dejarme cruzar la puerta porque dice que hace mucho frío, ¿no habrá visto que llevo puesto el abrigo, la bufanda, los guantes y el gorrito? -Por favor, por favor, por favor mamá.- Grito con insistencia agarrándome a su pierna derecha-. – Está bien, pero solo 10 minutos, ni uno más.- Dice tangante-. Salgo corriendo de casa por si mi madre cambia de opinión.Mi cara es un poema cuando veo que mi robot ha desaparecido entre la nieve desparramada y me lleno de rabia porque estoy seguro de que ha sido el vecino de al lado, ese niño es un torbellino.. Mi mirada percibe el reflejo causado por un trozo de metal que se encuentra sentado en el banco, enfrente de nuestra casa.Decido acercarme sigilosamente para ver que es. A medida que me voy aproximando puedo apreciar en el, movimientos cortos y a la vez rápidos, tengo miedo pero voy a hacerle la pregunta que lleva 30 segundos en mi mente: -¿Estás solo? Cuando se gira parezco tener la mandíbula en el suelo de la sorpresa, mi muñeco de nieve se ha hecho real. Al principio pensé que era una broma hecha por mi madre y que sería un robot de juguete, pero luego me di cuenta de que solo hablan cuando están programados y mi madre no entiende de esas cosas. No voy a negar que me asusté en un primer momento, pero la mirada sincera y apenada del robot me ha transmitido veracidad. -Siempre lo he estado.- Dice con voz robótica-. -Tengo un plan para que tengas compañía para siempre.- En ese momento cogí al robot en brazos y me dirigí hacia casa-. Abrí la puerta y mi madre vino a recibirme, no ha visto al robot porque lo he escondido en mi abrigo,ya que es muy grande. Cuando por fin me dá las buenas noches, subo corriendo a mi habitación y lo meto en la caja de los juguetes, he pensado que con la cantidad que tengo, mamá nunca se dará cuenta. -Escucha, este es mi plan, voy a dejarte aquí para que nos hagamos compañía, pero a cambio para que mi madre no sospeche, cuando te baje tienes que fingir ser un juguete normal, sino nos pillarán ¿entiendes?- Suspiro- ¿Cómo te llamas y qué hacías fuera? -No tengo nombre, en mi País Expana eramos reconocidos a través de marcas que teníamos tras fallos de fabricación- Me enseña su brazo y aprecio una endidura no muy profunda en el- He venido a conocer la Tierra, cada año un robot elegido baja para ayudaros, se ve que no estáis pasando un buen momento por falta de agua que malgastáis, por dinero que derrocháis en un día de compras y luego para no culparos decís: “estamos en crisis” y por incendios que causáis que no solo queman vida sino también el alma de todos los seres. Nuestra misión es haceros entender a los humanos que lo mejor que tenéis es lo que os rodea. Estuvimos hablando de todo lo que falla en el planeta por culpa del ser humano. A veces no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos, esta frase se aplicará si no empezamos a actuar YA. Y tú que me estás leyendo ¿Te animas? FIRMADO: Julia Ocampo Carballeira
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8 de Enero de 2019, 16:03
Aventuras
Acoso
Faltaban solo 15 días para que Susana cumpliera tres meses trabajando en aquella empresa. Llegaba el momento de entrar a hablar con Leo, a quien también llamaban “The Boss”, para concretar la renovación o no de su contrato. Pero la semana iba pasando y Leo no la llamaba a su despacho. Sus compañeros le decían que esa empresa funcionaba así; tanto las buenas como las malas noticias, las daban de un día para otro. Susana era bastante atractiva, joven, simpática y muy inteligente. Había luchado mucho por llevar a cabo su carrera; su familia nunca había tenido una gran solvencia económica, había tenido que pagarse sus estudios y no había sido fácil compaginar ambas cosas. Quería conservar aquel trabajo y se había esforzado por demostrar su valía. Se sentía muy a gusto allí y estaba convencida de que todavía le quedaba mucho que ofrecer. El responsable de recursos humanos, Jaime, quien se había encargado del proceso de selección y había recomendado la contratación de Susana, conocía perfectamente todos los secretos de la empresa. Había empezado prácticamente a la vez que sus fundadores, y había querido continuar acompañándoles en su continuo y constante crecimiento, aceptando puestos de mayor responsabilidad, o rechazándolos según su conveniencia. Llevaba cuatro años como responsable del Departamento de Contratación, y a pesar de haber sido propuesto para otros puestos de mayor sueldo y reputación, los había rechazado esperando que llegara su oportunidad para conseguir el cargo de Director Gerente, que el señor Ribera abandonaría tras aceptar su jubilación anticipada. Sin embargo, cuando llegó el momento, Jaime se vio superado por Leo, quien llegaba con una importante recomendación, tenía mucha experiencia y dominaba varios idiomas. Jaime no pudo evitar sentir rabia, abatimiento y frustración, aunque viendo las aptitudes y buen hacer de Leo, no le quedó más remedio que aceptar la derrota con deportividad. Cuando sólo quedaban dos días para la finalización del contrato de Susana, Leo la llamó a su despacho: — Bueno, Jaime me ha pasado los contratos para renovar este mes y veo que el tuyo está entre ellos. — Así es — respondió Susana. — Solo faltan un par de días, que curiosamente caen en fin de semana, por lo que no podrás aprovecharlos para demostrar que te mereces la renovación de tu contrato. — Bueno… lo he demostrado en estos tres meses, no creo que en dos días pudiera hacer algo que les hiciera tomar una decisión sobre mi situación. — Te equivocas querida — dijo Leo levantándose y acercándose hacia Susana a pasos lentos y medidos —. En estos dos días, podrías hacer muchas cosas que ayudarían a determinar tu futuro. Es más, la renovación de tu contrato depende precisamente de lo que quieras o no quieras hacer este fin de semana. — Pero… no entiendo, ¿a qué se refiere? Leo se acercó hasta Susana y la sujetó por los hombros: — Oh vamos querida, te hacía más inteligente — continuó Leo deslizando sus manos suavemente hacia los pechos de Susana. La joven se apartó dando un respingo. No podía creer lo que le estaba sugiriendo. — Pero, ¿¡qué haces!? — Susana no sabía qué decir, las palabras se quedaban atrancadas en su garganta, atónitas ante lo que le estaba sucediendo. — Muy bien, iré al grano. Que continúes o no en esta empresa, está en tus manos — añadió Leo volviendo a encaminar lentamente sus pasos hacia Susana —: O mejor dicho, no sólo en tus manos, sino en otras partes de tu cuerpo — concluyó con voz sugerente. — ¡Esto es increíble! ¡Esto no va a quedar así…! — ¿Y qué quieres hacer? —dijo Leo con sorna. — Me voy directa al juzgado a poner una denuncia por acoso y… — ¿Y…? Nadie te creerá, querida. Mi reputación es intachable. Susana se quedó parada, dudando. Era cierto, nadie la iba a creer, y además era su palabra contra la de ella, sin testigos, tenía poco que ganar y mucho que perder; de momento su trabajo, con el que estaba encantada. Instintivamente y debido a los nervios, metió la mano en el bolsillo en busca de un cigarrillo. Tanteando en un sin fin de objetos que había allí dentro, se topó con la grabadora que su hermana le había pedido esa misma mañana para hacer un trabajo de la universidad. Cruzó los dedos y apretó el botón de grabar, cogió el aparato y se lo enseñó a Leo: — ¡Vaya!, pues sí que estaba en mis manos — dijo Susana con todo el sarcasmo que su temblorosa voz le permitía. — ¿Qué demonios es eso? — preguntó Leo. — Pues se llama grabadora y ante un juez se denominaría prueba. Ahora era Leo quien se había quedado sin palabras. — Es un farol — dijo sonriendo, intentando amilanar a su empleada. — ¿Usted cree? Pues a mí no me lo parece. Desde luego, luz no da, aunque todo lo que se ha quedado aquí grabado, sí que iba a iluminar sobradamente la sala del juicio. — Está bien, tú ganas — dijo Leo tras un largo silencio. Cogió el contrato y se lo ofreció a Susana para que lo firmara. Cogió los papeles, se apartó de Leo, leyó las cláusulas rápidamente, firmó y lo dejó sobre la mesa. — No sé si esto lo habrá hecho otras veces —dijo Susana antes de salir del despacho —: pero desde luego no lo volverá a hacer. Como me entere que alguna vez intenta acosar a alguna de mis compañeras, antes de ir al juzgado conecto la grabadora a los altavoces más potentes de la ciudad, para que todo el mundo se entere de que es usted una persona déspota y cobarde. Por supuesto, Leo nunca supo que la grabadora no contenía cinta alguna. No volvió a intentar abusar de su poder, al menos Susana nunca tuvo constancia, y su relación con Leo desde entonces, tras superar los primeros meses de bochorno y readaptación, fue estupenda. Quizá Leo sufrió un repentino arrebato de poder que había sido tajantemente aplacado por la valentía y ocurrencia de Susana. Cuando se enteró de lo ocurrido, Jaime lamentó que esa grabadora no tuviera cinta para poderla utilizar en su contra, y así poder optar nuevamente al puesto de Leo. Pero tendría que esperar su oportunidad y de momento, prepararse al menos tanto como lo estaba su jefa, Leonor Patiño.
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8 de Enero de 2019, 16:02
Aventuras
El regalo #RelatosNavidad
Dentro de una lujosa mansión fortificada como castillo medieval, estaban inertes los treinta cuerpos de los guardaespaldas quienes portaban elegantes trajes de gala e imponentes armas de fuego, todos ellos sin piedad fueron abatidos a balazos. El gran dueño de la vivienda y de la millonaria corporación Telsa (telecomunicaciones satelitales) murió debajo de su escritorio mientras trataba de esconderse de la ráfaga de balas. Adentro de la habitación el único asesino usaba la tarjeta ensangrentada del difunto jefe para abrir la caja fuerte, de ahí robó varios invaluables documentos secretos, luego para eliminar evidencias colocó una bomba de tiempo con cuenta regresiva de cinco minutos para estallar. Corrió con el cincuenta por ciento del cuerpo dañado hacia el garaje, y de todos los autos caros escogió una limosina negra con la idea de escapar con mucho “estilo”. Afuera lo rodeaban una centena de policías los cuales estaban organizados en: francotiradores, fuerza antimotín, helicópteros de guerra, autos blindados. Todos listos para comenzar el combate final. El matón quien cargaba, sin exagerar, un poderoso arsenal de infantería capaz de acabar con cualquier ejército, decidió bajarse del automóvil con una mirada fría y una sonrisa grande de tiburón, sacó su rifle m16 ya que no le importaba nada, pues su vida era controlada fuera de la pantalla por un niño de ojos cansados cuyas manos temblaban sin parar sobre el control, así él jugaba todos los días durante largas horas con ese nuevo obsequio de papá, se la pasaba concentrado cumpliendo todas las misiones que le ordenaba el juego, este joven sin hermanos e hijo de unos padres casi siempre ausentes, no escuchaba por culpa del mucho ruido de la cruel balacera, la atroz explosión y los gritos de dolor provenientes del televisor conectado a la consola, que afuera sus vecinos de quince años jugaban y cantaban alegremente, sobre la suave nieve en plena noche de navidad.
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8 de Enero de 2019, 16:02
Aventuras
EN AQUELLA ALDEA #RelatosNavidad
En aquella Aldea, para estos días de Tradición Universal, hasta ese momento en el que recuerdo que la vida local, pasaba inmutable, en lomos de sus Morrocoyes; de la estación de Verano a la estación Lluviosa, un evento sencillo, al menos en mi, como surgido de la Magia que envuelve esta especial época, aclaró el sentido de la significativa Navidad, en todos los Paisanos y Paisanajes. El humo blanquecino de los fogones de cada una de las Chozas, tras de su estela de olor, delataba las típicas comidas que se hacían para la Ocasión. Tocino, este era el orden con el que la brisa nos daba las primeras y seductoras bocanadas. En caldero de aluminio curtido de hollín, que dejaba el Dividivi usado como leña, para estar cocinado después de largo rato. Y así, el olor de la carne gorda de la Res, le seguía en ese desfile agradable de Aromas que complementarían el Guiso del principal plato de esos días de fiestas… La sabrosa y venerada Hallaca. Un especie de Pan, hecho con masa de Harina de Maíz blanco condimentada con Onoto, teniendo, al “Guiso”, como suculento relleno, cocinado envuelto en las hojas de Plátano, ahumadas. Los “clavitos dulces y de Olor” brindaban al viento su esencia inconfundible, en el hervor de la Chicha o Carato; que es la Bebida con la que se sirve tal comida; hecha también a base de Maíz fermentado. La luces artificiales traídas de la Ciudad; y que colgaban de los respectivos aleros, opacadas por la de las blancas estrellas y de la Luna llena. La pintura de Cal, revistiendo el musgo y las piedras divisorias… Y así, en un recodo interior de la pared de cada rancho, haciendo esquina …EL REDENTOR, de NIÑO acunado sobre paja seca, dentro de una especie de corral o establo, elaborado artesanalmente, con tuza, hoja del Maíz y chamizas. No hubo nunca, Navidades más frías, que esas Navidades vividas en el Trópico, dado que cada quien se enclaustraba en sus viviendas; y como a escondidas, casi en secreto, por decir, en privado, celebrábamos esas fechas que están marcadas en nuestros corazones, como un Acontecimiento del Antes y el Después. …TODOS EN REDEDOR… hasta que el más Autorizado dijo: “Papá… Mamá… Hermanos… Abramos nuestras puertas; y vayamos a tocar las Puertas de los vecinos; y proponerles compartir con ellos, como Hermanos vecinales. Llevemos de nuestros alimentos y hagamos con ellos, una sola mesa, no importa que ellos tengan; compartir nos hará una única Familia, como siento que debe ser… Vayamos!. Amén, de que no era descabellada la invitación, aunque si osada, porque hasta el momento, la Navidad y su importancia, no había sido tomada, sino en forma pasiva por la Comuna, nos pareció determinante. …Y se hizo la Luz en cada uno de Nosotros; y convencidos, ya pertrechados, seguimos tras de él. Y se abrió la primera puerta, la segunda y la tercera…; como si estuvieran esperando que la iniciativa de ir por ellos y fundirnos en un caluroso y fraternal abrazo, fuera exclusiva de nosotros. Un solo Himno; un solo Cántico, un solo Espíritu, plenó nuestras voces y nuestros corazones, para convencernos de que el Don de Humildad, no da frutos, no es útil… ni se ve, sino la compartimos desinteresadamente, con todos los Seres que nos rodean. …No hubo nunca, Navidades más frías, que esas Navidades vividas en el Trópico. !Eso pasó… En aquella Aldea!. FIN