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abu-la-gha
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14 de Febrero de 2019, 16:33

Las escrituras

Alguien avivó el fuego en una residencia de la Ciudad perdida.
Fuera, cuchillos de viento golpeaban los cristales, temblaban en sus juntas de plomo y era tarde ocre, gris y rosada de hace ya casi un siglo. Daba la sensación de la existencia de una inmóvil luz de otoño que se extinguía, que se cerraba en torno a un negocio. Algo ya cotidiano en la casa de un rico moribundo; usura y ambición en el mismo vaso de aguardiente que ahora corría como fuego por sus gargantas.
Pronto llegaría un grave canto, pronto el cuervo. Si se endurecía la escarcha no habría ser vivo que subiera al escarpado balcón calizo que lo distanciaba de ese tan ansiado remanso de desasosiego y tranquilidad. Debería de darse prisa, antes que la Maderera se hiciera dueña y señora de esos colores que inundan los sentidos y te hacen reconocer toda creación; violetas y azules sobre espacios blancos, verdes de todos los tonos, oscuros colores que se adentran en el interior, como ancestrales espíritus que condensan tu respiración, henchido hasta dolerte el corazón.
Se sentaron en torno a una mesa de torturados tablones, la grasa de toda una vida alquitranaba la hidrografía de grietas que se abrían como infinitas cárcavas.
Fue de pequeño que me contaron esta historia que ahora os cuento y es que hace tiempo, mucho tiempo en el oeste, antes de las espantosas guerras que asolaron nuestra memoria, cuando el trashoguero chasqueaba en los hogares y su olor impregnaba los caminos mojados.
…Allá arriba, más lejos aún de las laderas de la impenetrable mole que ensombrecía la llanura, un viejo trampero encontró un hueco donde refugiarse. Asediado por el azote de una tormenta se abrazó a su vieja escopeta y arropándose con un capote impregnado de olor parco de tabaco esperó… Cuando esta amainó y los rayos del sol calentaron sus manos cuarteadas sintió la vital necesidad de respirar. Al abrir los ojos se le concedió una visión, la más hermosa de esa tierra.
El viejo Roble brillaba como una constelación de gotas de lluvia pura. Entre gruesas ramas e intrincadas esencias de aire eléctrico que el trueno atraía como el beso de una mujer, un mar de dorados reflejos desveló lágrimas en los antes secos ojos del trampero.
Sabía hace tiempo que su época expiraba, sabía que desde que el gasoil quebró el poderoso brazo del leñador ya todo iría más deprisa.
Desde ahí se podía ver caer la lluvia, desde ahí se apreciaba como la fría gota derribaba una hoja y esta, caía con ella.
Alguien trajo un tintero y una antigua carpeta con añejos motivos florales, un papel cetrino, alimento de polillas que serviría para trazar el recorrido tembloroso de una tosca, pero decidida mano.
«Allí arriba habitan los fantasmas de los hombres perdidos por el oro, cantan las sabinas y gruñen las nieblas en las cuevas, no sé qué demonios se le ha perdido allá, pero, en fin, si lo que busca es una tumba, quédeselas».
Se barajan los destinos y una firma los forja.
Pacto de colono a trampero, nunca imaginaria que al fin había llegado la hora, subir y sentarse bajo ese rudo y hermoso roble, ese Roble…
Así que se alejó por la calle empedrada, lugar donde la noche se echaba ya sobre sus hombros como una capa de bruma fría.
Esta vez no entraría en la taberna a calentarse el vicio, esta vez no, ya no quedaban ahorros. Irá derecho a su cabaña con una carpeta de añejos motivos florales bajo el brazo, por fin poseía las escrituras de las tierras del padre de su padre, de ese viejo zorro que se perdía por los laberintos de la apuesta, pero eso ya le daba igual, porque ese Roble…
Ese Roble nació de las vítreas manos de un ángel, antes de que el Hombre usurpara estas tierras… eso aseguraba él y eso es lo que creímos siempre todos.

Salud.