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villam
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20 de Mayo de 2019, 18:23

Sublime decepción

A una ciudad de la Meseta española, reducto de tradiciones, empezaban a llegar las nuevas formas de comercio que invadirían los escaparates y animarían a las jóvenes quinceañeras a comprar y lucir las coloridas camisetas y atractivas minifaldas colocadas estratégicamente por los técnicos tras los cristales.
Acorralada, disminuida y casi en penumbra, sobrevivía una tienda que ofrecía productos de "toda la vida", con mostradores y estanterías de madera y atendida por un señor de aspecto atildado, bigote fino y traje de chaqueta oscuro, clásico y con la raya del pantalón perfectamente marcada. Convencido y firme en su idea, rechazaba con firmeza cualquier sugerencia de cambio en la orientación de su negocio ya que se jactaba de saber muy bien su oficio.
Cada día esperaba ansioso el final de la jornada para llegar a casa y ser recibido amorosamente por su esposa, cálida y hacendosa y, sobre todo, por su adorada hija Merceditas que ya habría regresado del club de tenis de tomar un vermut rojo con sus amigos.
Merceditas acudía cada día a clase de cultura general a un colegio de élite donde las monjas la instruían para ser una señorita de buenos modales, atenta a las formas y capaz de dar animada conversación a los invitados que esperaba recibir en su distinguida casa, junto a su esposo y sus preciosos hijos.
Por las tardes, la chica areglaba su melena rubia con reflejos dorados y vestida con su traje más favorecedor y sus zapatos de altísimo tacón, acudía a clase piano para completar su educación. Al salir iba al club a ver a Bruno, jugador de tenis, alto, atlético, bronceado por su exposición al sol en las pistas y estudiante de último curso de ingeniería. Caballeroso y atento, rechazaba siempre con amable cortesía, las constantes invitaciones de Merceditas para salir después del partido a tomar unas copas por los bares de moda de la ciudad. Ella no estaba dispuesta a renunciar pués veía en él al hombre ideal, capaz de satisfacer todas sus aspiraciones.
Con fuerzas renovadas, llegaba cada tarde al club, con la esperanza de que ese día sí pasearía por la Calle Mayor con él y le propondría esa vida que para ella era el modelo de felicidad. Le haría sabrosas comidas, tocaría el piano para él y los niños estarían leyendo cuentos sentados en la alfombra junto a la chimenea encendida que caldearía la habitación. Pero nuevamente se encontraba con la educada firmeza de él pretextando unos estudios que, una vez más, le sirvieron de disculpa.
Un día, camino del club, después de haber aprendido a tocar en el piano una nueva pieza de música clásica, y con la ilusión intacta, notó de repente que el corazón se la paralizaba, se ahogaba, no podía respirar y las rodillas le temblaban. A lo lejos vio avanzar a una pareja cogidos de la mano, sonrientes y mirándose a los ojos. Él llevaba una bolsa de deportes donde asomaban unas raquetas de tenis. Al llegar a su altura, se detuvieron y Bruno, cortesmente, la presentó a su novia, una abogada en ejercicio con la que tenía proyectado casarse el verano siguiente, cuando terminase la carrera.
Merceditas apenas articuló una palabra. Hacía ímprobos esfuerzos para contener las lágrimas. Correspondió al saludo haciendo uso de esa exquisita educación que la habían inculcado y en cuanto la pereja se hubo marchado, se sentó en un banco para no caer en plena calle. La ira la desbordaba por los ojos. No encontraba palabras para calificar a ese hombre. En unos minutos vio como su vida se truncaba, sus sueños se esfumaban y los planes que había hecho, se la vinieron abajo golpe.
No podía imaginar como una abogada iba a proporcionar a Bruno una vida como la que ella le habría dado. La encontró fea, vieja y carente del porte y elegancia que ella tenía. Sentenció que Bruno no sería feliz.
Las grandes firmas comerciales coparon los escaparates de la ciudad. ZARA, C&A, Decatlon y otros, sustituyeron a las tiendas tradicionales que sucumbieron a su empuje.
Merceditas se fue a vivir a las afueras. Sus vecinos la ven cada mañana salir a comprar el pan. Antes, pasa por la zona de contenedores de reciclaje e introduce en el verde una botella vacía de vermut rojo de una conocida marca italiana.