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Carmen Graña Barreiro
Carmen Graña Barreiro
17 de Julio de 2019, 22:24

La maleta

La confitería tenía un ambiente agradable, propicio para las charlas quedas y los pensamientos solitarios. Buen lugar. Había estado allí algunas veces, siempre acompañada. Ahora estaba sola, aunque si todo salía como lo había planeado no sería por mucho tiempo. Faltaban algo más de treinta minutos para las cinco de la tarde, la hora señalada.
Eligió una mesa ubicada al lado de un ventanal desde donde podía ver la acera y la entrada del establecimiento. Perfecto. Se sentó y dejó la pesada maleta a su lado, pero enseguida pareció arrepentirse, así que se levantó y la puso junto a la silla que quedaba vacía. “Ese es tu sitio”, susurró.
Luego dejó el móvil encima de la mesa y lo miró ansiosa. “¿Vendrá? Tiene que venir, no tengo un plan B”. Sacudió la cabeza junto con los pensamientos pues el camarero se le acercó para preguntarle qué deseaba tomar, mientras echaba una mirada curiosa a la maleta.
—Tráigame una botella de champán, bien fría, y dos copas —dijo con determinación.
El camarero se le quedó mirando por un instante, seguramente extrañado de tan inesperado pedido de aquella mujer atractiva, elegante, algo nerviosa, y que portaba una importante maleta, aunque por su acento no era turista.
—Champán… bien, ¿alguna otra cosa?
—Nada más, y por favor que sea rápido, no tengo mucho tiempo.
El tiempo, ese gran dramaturgo que nos otorga papeles a los que cada uno no se presenta por propia voluntad.
Volvió a mirar el móvil. Todo iba bien. La cita no había sido cancelada y solo faltaban quince minutos para las cinco. Le temblaban las manos y tenía la boca seca. También los ojos y la garganta. Había llorado todas las lágrimas; solo así evitaría que se le escapara alguna mientras hacía lo que tenía que hacer.
El camarero descorchó la botella de champán y llenó una de las dos copas.
La mujer cerró los ojos al sentir el cristal frío en sus labios y el líquido burbujeante rasgando su alma encogida. “Aún estás ahí, maldito seas”. Al fin y al cabo, amar es como pasear por un acantilado: te puedes caer al vacío al pisar en falso o te pueden empujar al abismo del más profundo dolor.
Los minutos comienzan a arrastrarse hacia el final de una historia, de su historia de amor. Quizá fuera puntual, y lo es. Acaba de entrar. Más joven que ella, aunque no tanto, ni bonita ni fea, ni alta ni baja. Una mujer común. Levanta una mano para llamar su atención, pues la fulana no la conoce personalmente, aunque sin duda escuchó hablar de ella más de una vez. Se acerca sonriente. Es curioso, pero no siente nada por esa mujer; ni rabia ni rencor, nada.
—Buenas tardes —dijo la recién llegada—. Yo soy…
—Siéntate, por favor. Sé quien eres y con quien te acuestas. Lamento haberte traído hasta aquí haciéndome pasar por otra persona, pero era la única manera que encontré para poder entregarte esa maleta, que ahora te pertenece —dijo señalando la valija al lado de su silla.
—¿Quién es usted? —preguntó mirándola con temor.
—Soy la mujer de tu amante. No temas, no voy a hacerte daño —le dijo al ver que la otra se levantaba intempestivamente—. Siéntate y escucha. En esa maleta están algunas pertenencias del que hasta hoy fue mi marido. El resto se quemó, digamos que accidentalmente.
Ahí hay un par de calzoncillos sucios y algunos calcetines que no tuve tiempo de lavar. Entenderás que luego de que ayer los viera tan juntitos y satisfechos no me dieran ganas de poner la lavadora. También hay varias camisas sin planchar y la ropa que usó en el gimnasio. Además, te traje las gotas para no roncar, que mucho efecto no le hacen, te soy sincera. Apuesto a que contigo no las usa, claro qué tonta, es que contigo no duerme, solo pasa unas horas de sexo desde hace, ¿un año? Hay algunas cosas más, pero para qué extenderme en algo que ya irás viendo por ti misma. Ah, también metí en la maleta el portarretrato en el que estuvo la foto de nuestro casamiento y ahora contiene el número de teléfono de mi abogado. Bueno, si es lo que querías ya tienes el paquete completito. Que te aproveche. Te dejo el champán para que brindes por tu nueva vida, por la mía ya lo hice yo.
Se levantó, echó una mirada a la maleta y otra a la estupefacta mujer, que en ese mismo momento dejaba de ser una idealizada amante clandestina, y salió a la calle para mezclarse con el río de individuos que marchaban en procura de la felicidad.