Humillados y Ofendidos (1861), Fiódor Mijáilovich Dostoievski (1821-1881)
Manual de combate ( Charles Bukowsky)
Dijeron que Céline era un nazi dijeron que Pound era un fascista dijeron que Hamsun era un nazi y un fascista. pusieron a Dostoievsky frente a un pelotón de fusilamiento y mataron a Lorca le dieron electroshocks a Hemingway (y vos sabés que se pegó un tiro) y echaron a Villon de la ciudad (París) y Mayakovsky desilusionado con el régimen y luego de una pelea de enamorados, bueno, también se pegó un tiro. Chatterton se tomó veneno de ratas y funcionó y algunos dicen que Malcom Lowry se murió ahogado en su propio vómito borracho. Crane se tiró a las hélices del barco o a los tiburones.
El sol de Harry Crosby era negro. Berryman prefirió el puente. Plath no encendió el horno.
Séneca se cortó las muñecas en la bañera (es la mejor manera: en agua tibia) Thomas y Behan se emborracharon hasta morir y hay muchos más. ¿y vos querés ser un escritor?
Es esa clase de guerra: la creación mata, muchos se vuelven locos, algunos pierden el rumbo y no lo pueden hacer nunca más. algunos pocos llegan a viejo. algunos pocos hacen plata. algunos se mueren de hambre (como Vallejo). es esa clase de guerra: bajas por todas partes.
Está bien, adelante hacelo pero cuando te ataquen por el lado que no ves no me vengas con remordimientos.
Ahora me voy a fumar un cigarrillo en la bañera y luego me voy a ir a dormir
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El Eclipse- Augusto Monterroso. Obras Completas (y otros cuentos) Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aritóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida. -Si me matáis-les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén. Dos horas después el corazón de Fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles. |
Por primera vez el frío se hacía sentir en pleno día, y nadie pensaba en quitarse las chaquetas. La muchacha del Dauphine y las monjas hicieron el inventario de los abrigos disponibles en el grupo. Había unos pocos pulóveres que aparecían por casualidad en los autos o en alguna valija, mantas, alguna gabardina o abrigo ligero. Otra vez volvía a faltar el agua, y Taunus envió a tres de sus hombres, entre ellos el ingeniero, para que trataran de establecer contacto con los lugareños. Sin que pudiera saberse por qué, la resistencia exterior era total; bastaba salir del límite de la autopista para que desde cualquier sitio llovieran piedras. En plena noche alguien tiró una guadaña que golpeó el techo del DKW y cayó al lado del Dauphine. El viajante se puso muy pálido y no se movió de su auto, pero el americano del De Soto (que no formaba parte del grupo de Taunus pero que todos apreciaban por su buen humor y sus risotadas) vino a la carrera y después de revolear la guadaña la devolvió campo afuera con todas sus fuerzas, maldiciendo a gritos. Sin embargo, Taunus no creía que conviniera ahondar la hostilidad; quizás fuese todavía posible hacer una salida en busca de agua. La autopista del sur, Julio Cortázar (Creo recordar que es del relatario "Todos los fuegos, el fuego"). |
De: "Asfixia". Chuck Palahniuk. Todas las adicciones, le contó, no eran más que formas de tratar un mismo problema. Las drogas, el exceso de comida, el alcohol o el sexo, todo era una simple forma de encontrar la paz. De escapar de lo que conocemos. De nuestra educación. Eran nuestro mordisco a la manzana. El lenguaje, le dijo, no es más que nuesra forma de disipar con explicaciones la maravilla y la gloria del mundo. De deconstruirlo. De desdeñarlo. Le explicó que la gente no puede soportar toda la belleza del mundo. El hecho de que no pueda ser explicado ni comprendido. Delante de ellos en la carretera apreció un restaurante rodeado de camiones aparcados más grandes que el propio restaurante. Habia aparcados algunos de los coches nuevos que la mamaíta no quería. Uno podía notar el olor de muchas comidas distintas siendo fritas en el mismo aceite caliente. Uno podía oler los motores apagados de los camiones. -Ya no vivimos en el mundo real- dijo ella-. Vivimos en un mundo de símbolos. La mamaíta se detuvo y metió la mano en el bolso. Agarró al chico del hombro y se quedó mirando la montaña. -Un último vistacito a la realidad-dijo-. Y nos vamos a comer. Luego se metió el tubito blanco e inhaló. |
Camilo José Cela, "Mazurca para dos muertos": (...) Cuando murió Claudio Doade estaba tan consumido que casi ni pesaba. -¿Le mandamos decir una misa, señorita?� -¡Psche! Yo creo que con un padrenuestro le basta y le sobra. Los puercos hozan la trufa del monte con sabiduría y los perros levantan la raíz de la mandrágora con los dientes, el perro debe ser negro y después morir, las dos cosas. (...) |
Antología poética Expresión y reunión Vuestro odio me inyecta nueva vida. Vuestro miedo afianza mi sendero. Vida de muchos puesta en el tablero de la paz, combatida, defendida (Ira y miedo apostaron la partida, quedándose los dos con el dinero. Qué hacer, hombre de dios, si hay un ratero que confunde la Bolsa con la vida.) Vuestro odio me ayuda a rebelarme. A ver claro y a pisar más firme. (Mientras viva, habrá noche y habrá día) Podrán herirme, pero no dañarme. Podrán matarme, pero no morirme. Mientras viva la inmensa mayoría. Blas de Otero |
�Libro del desasosiego. Fernando Pessoa. No son las miserables paredes de mi cuarto vulgar, ni las mesas viejas de la oficina ajena, ni la pobreza de las calles intermedias de la Baixa usual, tantas veces recorridas por mí que ya me parecen haber usurpado la fijeza de lo irreparable, las que producen en mi espíritu la náusea, frecuente en él, de la cotidianidad ultrajante de la vida. Son las personas que habitualmente me rodean, son las almas que, desconociéndome, me conocen cada día con el trato y la conversación, las que me ponen en la garganta del espíritu el nudo salivar del asco físco. Es la sordidez monótona de su vida, paralela a la exterioridad de la mía, es su conciencia íntima de ser mis semejantes, lo que me pone el traje de galeote, me da la celda de presidiario, me hace apócrifo y mendigo. Hay momentos en que cada detalle de lo vulgar me interesa en su misma existencia, y yo tengo por todo la inclinación de saberlo leer todo�con claridad. Entonces veo lo común con singularidad, y soy poeta con aquel alma con que la crítica de los griegos formó la edad intelectual de la poesía. Pero también hay momentos, y uno de ellos es este que me oprime ahora, en que me siento más a mi mismo que a las cosas externas, y todo se me convierte en una noche de lluvia y lodo, perdido en la soledad de un apeadero secundario, entre dos trenes de tercera clase. |
No es una novela... es el inicio de una película, de un guión. Pero es tan literario... Se trata de "Eternal Sunshine of the Spotless Mind" (me niego a poner el ridículo título en español que eligieron), escrito por Charlie Kaufman.
Pensamientos al azar sobre el Día de San Valentín del 2004. Es una celebración inventada por los fabricantes de tarjetas de felicitación, para que la gente se sienta como una mierda. Hoy no he ido a trabajar. He cogido el tren a Mountauk. No sé por qué, no soy una persona impulsiva. Supongo que me he despertado deprimido. Tengo que llevar el coche al mecánico. Hace un frío que pela en esta playa. Mountauk en febrero… Eres genial, Joel. Páginas arrancadas…. No recuerdo haberlo hecho. Al parecer es la primera vez que escribo en dos años. La arena está sobrevalorada… Sólo son piedrecitas diminutas. Si pudiera conocer a otra mujer… Supongo que las probabilidades de que eso ocurra se ven disminuidas por mi incapacidad de establecer contacto ocular con una mujer desconocida. Tal vez debería volver con Naomi. Era agradable… Lo agradable es bueno. Me quería. ¿Por qué me enamoraré siempre de la primera mujer que veo y que me presta la más mínima atención?
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