Noche de Navidad
Al caer la tarde de aquel veinticuatro de diciembre, se le vio llegar. Cruzó despacio las calles, dirección a Plaza Nueva y se le vio seguir por la Carrera del Darro. Dirección al Paseo de los Tristes, como al encuentro de algo o alguien. Iba solo, cargado con una pequeña mochila, vestía una chaqueta vieja y en sus manos llevaba guantes. Hacía frío, mucho frío. Aunque el sol lucía brillante y el cielo se mostraba azul por entre los rotos de las nubes, hacía mucho frío. Hasta la tarde del día anterior, había llovido mucho y durante muchos días. Por eso, toda la ladera del lado derecho del río Darro, se veía empapada. Bajaba lleno, muy lleno el río y al aire era cortante.
Y según avanzaba, sin prisa, como meditando y mirando a un lado y otro, no se fijaba en nadie. Los que se le cruzaban o adelantaban, sí lo miraban y seguían sus pasos. Como si de alguna manera algo en él fuera extraño. Pero a él parecía no importarle que lo mirasen. Llevaba su mente ocupada solo en el encuentro y en las emociones que en el corazón se le avivaban. Por eso, cuando llegó al Paseo de los Tristes, se acercó al puente de piedra, se paró un momento, miró despacio y le pareció verla. A través del tiempo y los recuerdos, montada en su bicicleta y de un lado para otro dando vueltas. De vez en cuando se paraba, lo miraba y le decía:
- Lo que más me gusta en la vida es jugar contigo en este rincón de Granada. Siempre me divierto mucho y luego, cuando regreso a mi casa, me voy contenta.
Y él le respondía:
- Cuando ya seamos grandes, en mi corazón te llevaré conmigo a todas partes. Eres la más divertida y buena de todas las personas de la tierra.
- Y yo me iré siempre contigo a cualquier lugar que vayas pero ¿sabes lo que más me gustaría?
- Dímelo.
- Que me construyeras una casa pequeña, con tejas rojas, una chimenea y un jardín con agua, en esta ladera que cae al río desde la Alhambra.
- ¿Y por qué una casa en esta ladera?
- Para estar cerca de la Alhambra y ver, desde la puerta de mi pequeña casa, a todas y días, el barrio del Albaicín y Granada.
Sintió que por su cara rodaban algunas lágrimas y por eso, se quitó el guante, restregó con la mano sus ojos, se secó las lágrimas y luego siguió caminando. Despacio y buscando la sendilla que sube por el bosque de la ladera que cae desde la Alhambra. La encontró enseguida y por ella caminó mientras seguía meditando y como al encuentro de la Alhambra. Pero antes de coronar la colina, se desvió a la izquierda. Caminó un poco más y se encontró con las ruinas. Solo un montón de piedras cubiertas de musgo, hojas y ramas secas e hierba con los tallos llenos de escarcha. Se paró en el mismo centro de las ruinas, justo en lo que en otros tiempos había sido la cocina y miró despacio. Algunas tejas todavía estaban por allí esturreadas, rotas y llenas de musgo y también las piedras de las fuentes que decoraban el jardincillo. Se limpió otra lágrima de su cara y soltó la mochila en el suelo. La abrió y se puso a montar la tienda.
Y mientras la montaba fue procurando que la puerta mirara para el cauce del río y para el rellano por donde ella de pequeña jugaba con su bicicleta. También procuraba que la puerta de la tienda mirara para el barrio del Albaicín y para Granada. El frío seguía aumentando porque el sol iba cayendo y en la ciudad, las luces comenzaron a brillar. Luces de colores que decoraban las calles y plazas con figuras y motivos de Navidad. También el ruido de algunos petardos y grupos cantando villancicos.
Cuando terminó de montar la tienda, entró dentro, estiró el saco de dormir, se acurrucó y puso su mochila sobre un trozo de madera vieja, en otros tiempos viga de la casa, y lo usó como almohada. Por eso, mientras se acurrucaba un poco más para quitarse el frío y huir, de alguna manera de la soledad, miraba por la abertura de la puerta de la tienda, según estaba acostado. Y fue descubriendo que la noche se cerraba más y más. Las luces de las calles y plazas brillaban con intensidad y, aunque al principio de la noche si se oyeron y durante mucho rato, algunas personas por las calles, luego se hizo el silencio. Tan denso y profundo se hizo el silencio que hasta sus oídos llegaba el rumor de las aguas del río. También y, ya casi a media noche, oyó una voz que le pareció reconocer y que desde lo hondo del río, desde el rellano por donde de pequeña ella jugaba con su bicicleta, dijo: “FELIZ NAVIDAD, no te olvido”.