Bueno, pues esta va a ser la edición de los relatos fuera de concurso.
Adamorpich participa con normalidad en el concurso de micros. Ha habido un malentendido y ha pensado que el funcionamiento de este concurso era similar al de micros. Además no sé si debido a la diferencia horaria o al "buen" funcionamiento del servicio de mensajería me ha llegado hace un rato.
Con el copia-pega el formato se ha quedado un poco pa'llá. Disculpas.
MALDITO VIEJO.
El tañer de las campanas anuncia que
son las siete de la mañana, y el comienzo de la misa en el paraje Las Iguanas
de Don Ignacio. El domingo es día de
estreno, piensan muchos. Otros no
piensan lo mismo, y por eso se visten igual cada domingo. Las elegantes señoras se pavonean altaneras
al cruzar la calle pero al subir las escalinatas de La Iglesia en cada peldaño se
desprenden, sólo un poco, de su arrogancia.
Los otros, que son más, caminan alborozados con su humildad a
cuestas. Ricos y pobres se entremezclan
para recibir las bendiciones del Padre Antonio.
Nicodemo también, cada domingo, se pasea frente a La Iglesia. Al pasar por la puerta
voltea la cara, mastica unas palabras de esas que son impublicables y escupe
con desdén la escalinata. Sigue su
camino hasta un banco de hierro forjado con hermosos herrajes que evoca los días
de la dictadura. Allí se sienta a
escuchar la misa hasta su culminación.
Todos en el pueblo conocen a
Nico. Todos conocen su historia. Por eso nadie pregunta porque prefiere
escuchar la misa en el banco de hierro y no en un reclinatorio de La Iglesia. Un niño de apenas nueve
años, digo yo... es lo que parece, corretea de un lado a otro con una funda de
colmado atada a un hilo de madeja semejando una chichigua. Parecía ignorar que en domingo los niños no
se levantan temprano a “fuñir la pava” y menos frente a La Iglesia en hora de
misa. El niño veía a Nico como un viejo
a pesar de ser un hombre maduro que no alcanzaba los cincuenta, pero a la edad
de nueve años, a los ojos de un niño, cualquier hombre maduro es visto como un
viejo; y si el viejo esta desaliñado y descuidado en su vestir entonces es
visto como “un maldito viejo” o “un viejo de la porra”.
Al terminar la misa Nico se levanta
de su asiento y deambula durante horas por todo el pueblo hasta las doce del
mediodía que llega a su casa en donde Tina, la criada, le sirve la comida a él
y a dos personas más que siempre están ausentes en la mesa. Tina es una mujer muy decente que vive con él
desde hace varios años. A pesar de ser
una mujer relativamente joven, digamos a simple vista de unos treinta y ocho
años, y lucir una apariencia esbelta del tipo atlética, él nunca le ha
insinuado nada que ofenda su pudor. Tina
siente cierta atracción por Nico pero tiene cuidado de no expresarle sus
emociones de manera muy abierta porque a veces cree estar confusa. Algunas veces piensa que no es amor, es
compasión. Y en otras ve a su padre
reflejado en la tristeza de sus ojos.
Todo es muy confuso y Nico también.
Nicodemo realizaba esta rutina
domingo tras domingo y el niño hacía lo propio también. Uno de esos domingos una pelota de goma le
pegó en la cabeza al “viejo de la porra” en medio del sermón del Padre y, como
era de esperarse, Nico reaccionó al pelotazo.
Se paró de su asiento, recogió la pelota, caminó furioso hasta donde
estaba el pequeño. Miguelito, que es
como se llama el niño, se quedó pasmado mirándolo, no podía mover un músculo de
su diminuto cuerpo. Con cada paso que
avanzaba más gigantesca se volvía la figura. Cuando estuvo a un paso de alcanzarlo, el
pequeño mojó sus pantalones: «no me lleve, me voy a portar bien». En aquel momento el viejo desmitificó lo que
todos decían a sus niños de él: “si te sigues portando mal le voy a decir al
viejo de la porra que te lleve en un saco y te coma”. Nico se abajo en cuclillas y pasó sus manos
suaves sobre el rostro de Miguelito. Se
quedó callado por unos segundos. «No
tienes por qué temer, yo tuve un hijo como tú y lo quise mucho». Le entregó la pelota y se alejó del niño que
ya no sabía en quién creer.
Los domingos subsiguientes Nicodemo
se sentaba en el banco del parque y Miguelito hacía lo propio en un banco
contiguo. Esto lo repitieron varios
domingos hasta que un día el pequeño se sentó al lado del viejo. Escucharon por primera vez la misa
juntos. Al terminar Nico no salió a
deambular por las calles del pueblo.
Soy un viejo maldecido. «Entonces es cierto lo que dicen: que usted
es un maldito viejo». Ja, ja, ja. Inocencia de los niños, malicia de los
hombres. No les oigas son
intrigantes. En ocasiones, son ellos los
que quisieran meterlos en un saco y desaparecerlos. Si supieran la falta que hace un hijo. «Usted no me ha dicho su nombre, el mío es
Miguelito». Disculpa mi mala educación
soy Nicodemo y no recojo niños en sacos ni cosas por el estilo. «¿Qué le pasó? porque Usted siempre anda
vestido así».
Un día de bautizo, ese Padre Antonio
que ves ahí dando la misa, bendijo a mi hijo cuando nació, a mi esposa cuando
preparó la ceremonia de confirmación a sus veintiocho años, y a todos mis
hermanos que se han ido de este pueblo.
El Padre Antonio luchó durante muchos años para que Manina y yo nos casáramos.
Siempre me negué. Me decía: «morirás hereje Nicodemo». ¡Maldita expresión! Una noche salimos a una reunión
familiar. Viajamos de Las Iguanas a
Vacas Flacas, poblado situado a unos treinta kilómetros loma arriba. Al regreso un camión cargado de puercos se
abalanzó sobre nosotros y fuimos a dar al fondo de un precipicio. Murieron Manina y Agustincito. Dios se los llevó al cielo porque estaban
bendecidos por el Padre Antonio. En
cambio yo, sigo deambulando por estos infiernos. «¿Usted odia La Iglesia?». No. «Y
por qué siempre que pasa por su frente la escupe». No es a La Iglesia, es al Padre Antonio: le devuelvo el
veneno de su maldición. «Abuela siempre
dice que no debemos sentir rencor hacía los demás porque nos hace más daño que
bien». (Se abrió un silencio reflexivo
que duró un largo rato para el momento).
Tu abuela tiene razón Miguelito.
Me he dejado llevar por mis malos sentimientos. Son las doce del mediodía te gustaría comer
conmigo. «Sí».
¡Tina, hoy no habrá invitados
ausentes en la mesa!