( KABALCANTY DIXIT )
LA MOLESTIA DE LOS ESPEJOS
Hace
ya muchos años, cierta mañana, como otras muchas, comprobé mi imagen en el
espejo y algo aquella vez me llamó la atención. Como era muy de mañana, dudé de
la visión, culpando a las legañas o a la vagancia que me inspiraba una nueva
jornada laboral, sin embargo, tras gesticular frente al espejo y refrescarme el
rostro con agua fría, constaté que no estaba en un error. Las facciones eran
mías y las muecas eran reflejo de las cucamonas que hacía para desenmascarar la
trampa, mas una mirada burlona se solapaba a la mía de carne y hueso. En un
principio no le di más importancia, viví mi rutina habitual y hasta, como era
viernes, recuerdo, hice el amor con mi mujer con la acostumbrada fogosidad. El
asunto fue a mayores cuando aquella mirada usurpadora se empezó a permitir el
lujo de hacerme guiños, levantar las cejas o cerrar los párpados cuando le
venía en gana. Aquello comenzaba a impacientarme. En voz baja, por si me
escuchaba alguien de mi familia, hablé a mi reflejo, le increpé para que se
desenmascarara de una jodida vez y diese la cara (bueno, la otra cara) como un
hombre. Ni caso, mis otros ojos seguían por libre cada vez más centrados en su
actividad independiente. Pensé comentárselo a mi mujer o a algún amigo, e
ipsofactamente deseché el pensamiento ya que lo normal es que no me tomaran en
serio, o tal vez demasiado en serio y me internaran en un psiquiátrico de por
vida. Lo dejé estar simplemente y llegué a acostumbrarme, mientras me afeitaba,
a su ojiplática expresión o su lasitud simulando sueño. El verdadero problema,
el meollo de la cuestión que es lo que me ha incitado a escribir estas líneas,
fue cuando el careto del espejo, que se parecía mucho a mí pero no era yo,
comenzó a hablar.¡Ahora también mi boca se movía descontroladamente a placer!.
Al principio silabeando, lerda como un infante, luego con desparpajo como si ensayara
cuando yo abandonaba el espejo y el reflejo se quedaba a sus anchas. Ni que
decir tiene que aquella novedad pasaba la frontera de lo soportable. Percibí
que decía frases que yo había callado a sabiendas en el pasado o emitía un
silbidito genuino, al final de lo dicho, cuando lo que dije en antaño era
incierto premeditadamente. Me iba al trabajo endemoniado, cabreado por aquel
reflejo, cada vez más real y participativo, que ponía en duda todo lo que tenía
por vida. Por aquellos días fue cuando decidí meterme al baño con una pequeña
radio. Aunque sus palabras no sonaban demasiado altas, ya mi mujer me había
advertido en un par de ocasiones sobre mis conversaciones solitarias en la
ducha. Vi perfectamente en su mirada una pizca fehaciente de extraña desconfianza,
de titubeo encubierto. Compré una pequeña radio y la instalé en el cuarto de
baño con la excusa de oír las primeras noticias del día. Nada más entrar la
encendía, mientras mi reflejo seguía con su monólogo. Hablaba sin coordinación,
saltando de un tema a otro, enlazando delicadas situaciones y vaciándome
indefectiblemente de alegatos que me defendieran. Era como si todas mis
vísceras y mi cerebro hablaran distendidamente de mí sin que yo pudiera
remediarlo, todo un desatino. Unos días más adelante, el reflejo de mi boca
dejó de hablar, no así mis ojos que parecían vigilar mi incertidumbre. Me
acerqué al espejo y pegué el oído. Nada, ni pío. "Ajajá, al final has
cerrado el pico, pedazo de cabrón", le espeté con suficiencia. "No,
simplemente he cambiado de táctica", me respondió inopinadamente. No podía
creerlo: tenía vida propia, podía seguir una conversación. Me mesé los pocos
pelos que me quedaban en la cabeza y le encaré con furia. "No te favorece
nada ese rictus iracundo", me dijo la mar de tranquilo. Salí del baño y,
alegando una repentina diarrea que me indisponía laboralmente, esperé a que mi
mujer y mis hijos salieran de casa a sus respectivos quehaceres. Aquel puñetero
Pepito Grillo me estaba volviendo majareta. Ya en soledad, fui al baño como una
flecha. Tuvimos una larga conversación en la que me desmontó una y otra vez de
encima del caballo de mi razón. Siempre sabía lo que iba a rebatirle, cómo,
cuando, por qué, mis inventos, mis silencios, mis desamores, mis
pasiones............ Él sabía más de mí que yo mismo. Era un gran yo
traslúcido, cristalino, sin fisuras, que dejaba en solfa a una vida que no era
más que un mero montaje. Mi status laboral, social, estaba amenazado por la
hiriente sinceridad de aquel infame reflejo. El amor por mi mujer no era más
que un cuento barato, sensiblero, repleto de faltas a la verdad que él me
enmendaba una y otra vez. Mis hijos también formaban parte de una función que
hasta unos días atrás creía dirigir e interpretar a la perfección. Todo lo que
hasta entonces tildé como forma de vivir no era más que una puta mentira
encadenada. Airado, abandoné el cuarto de baño, salí a la terraza para coger un
martillo que tenía para realizar las escasas chapuzas de casa. Lo apreté
fuertemente entre mis dedos y me lancé camino del espejo del baño. Apenas le di
tiempo de acomodarse en su gesto, enloquecido destruí el espejo hasta hacerlo
migajas. Lo mismo hice con los espejos del armario de la habitación de
matrimonio y con el enmarcado que había en el recibidor. Los machaqué hasta
reducirlos a polvo. Lo barrí concienzudamente todo, puse el casi polvo en una
bolsa de basura y bajé raudamente para depositarla en el contenedor de las
basuras. Ya en casa, me dejé caer en el sillón y resoplé hasta que creí
vaciarme. "Caso cerrado", me dije mientras me preparaba un café bien
cargado. Pero los días posteriores fueron un horror. Mi mujer se puso histérica
con la ausencia de los espejos y mis hijos, por supuesto, que también; tenían
sus razones y las podía comprender, sin embargo yo tenía las mías y eran
irrevocables. Como no podía ser de otra manera, me instalé en el cuarto de
contadores a espaldas de los vecinos. Dejé de asearme, de afeitarme, de
cortarme el pelo, lo cual notaron en mi trabajo en una semana a lo sumo. Uno de
mis jefes me instó para que el lunes arreglara mis asuntos, que él llamó
matrimoniales, y apareciera como siempre había sido "una persona ejemplar
en rectitud, eficacia e impoluta". Mi miedo iba tan lejos que el lunes
llegué aún peor que el viernes. Me concedieron quince días de vacaciones y
cuando volví a la empresa, en vista de que mi estado era del todo lamentable,
me despidieron. Cuando se lo conté a mi mujer, me comunicó, enseñándome unos
papelotes que agitaba ante mis narices, que "era la gota que había colmado
el vaso" y que quería el divorcio. Firmé los papelotes y me despedí de
ella y de mis hijos con un lacónico "adiós". Anduve por las calles
cabizbajo, abatido, sin solución a mi vida. Sin dudarlo, me subí a la
barandilla del Viaducto y me estampé contra el asfalto de la calle Segovia. La
muerte es como cuando te acuestas y al otro día no tienes que ir a trabajar. Ni
duele, ni apenas tienes tiempo para pensar en nada; ocurre y ¡zas! luego te
despiertas. Precisamente yo me desperté dentro de un espejo de un cuarto de
baño. El tipo que, al rato, se asomó y me vio reflejado se parecía bastante a
mí, aunque yo diría que con las orejas más grandes que las mías.
(KABALCANTY DIXIT)
"ES LO QUE HAY"
No sé cuando se puso de moda la frase, o si simplemente fue la casualidad la que me hizo topar con ella en cuestión de unos pocos meses, lo cierto es que llegó a exasperarme en estos tiempos en los que me encolerizan demasiadas cosas. La primera vez ocurrió cuando me telefonearon de una subcontrata de limpiezas con motivo de uno de los innumerables curriculums que había dejado a lo largo y ancho de la ciudad. La miseria que cobraba en el paro me hizo sentirme alegre ante la posibilidad de malvivir un poco más desahogadamente. A las 11 menos diez esperaba en una salida a que me llamara el jefe de personal, según me anunció una recepcionista aguijoneada de un acné muy tardío. Al entrar saludé. - Buenos días, señor..............González. Me respondió un hombre de pelo rizado, dedicándome una rauda mirada por encima de mi cabeza, tras consultar mi apellido en el curriculum. En un ademán, me indicó que me sentara frente a él. - Bueno, ya sabrá usted que nuestra empresa se dedica a la limpieza de espacios públicos cerrados. Se lo participo porque su trabajo como operario limpiador será de índole nocturna. Se trabaja de lunes a viernes, en jornadas de ocho horas, con la salvedad de algún evento especifico que se cubrirá con horas extras a 5 euros/hora, y su sueldo será de 850 euros/bruto/mes. ¿Entendido? Me interrogó, encarándome por primera vez. - ¿Y el sueldo en euros/familia fina/mes? Me miró contrariado, sin entenderme. - Que ese sueldo es una puñetera mierda. Le dije sin más. Apoyó ambas manos sobre el borde de la mesa y me contestó: - Es lo que hay. La segunda vez me pasó cuando me encontré con un antiguo vecino que ya no vivía en el bloque. Me dijeron que, tras su divorcio, había cambiado de alojamiento. Aunque tenía una confianza relativa con él, nos alegramos cívicamente cuando nos encontramos por una de las calles del centro urbano. Le vi algo cambiado físicamente. Se había tintado el cabello con unas mechas entrecanas y llevaba unas gafas de pasta marrones. Llevaba una camisa de rayas rosas sobre la que descansaba una chaqueta de lino azul marino. Su piel bronceada, a pesar de que estábamos en Abril, hacía resaltar la deslumbrante blancura de sus dientes. Daba la sensación de ser alguien importante, un actor, un célebre intelectual, un modelo en el esplendor de la madurez, quizás. - Estoy genial desde que me divorcié, tío.- me dijo, elevando la voz como si yo padeciera de sordera. Le confesé que le encontraba fenomenal. Recordé que trabajaba como celador un hospital público de la zona sur. - ¿Y tú? Te veo chungo: tripón, calvo, triste. ¿No haces deporte? Me dejó un poco descolocado. Le eché la culpa a la cerveza. - Déjate de coñas. -expuso, tomándome del antebrazo- Hay que cuidarse para poder disfrutar de la vida a tope. Somos jóvenes todavía. Mira yo, con los cuatro arreglos que me he hecho y una hora de gimnasio, triunfo. ¿A que no te imaginas los polvos que me pego con esta percha? Cada quince días, un mes a lo sumo, cambio de yegua. Mejor que cuando tenía veinte años. Ahora estoy con una colombiana que devora en la cama. ¡Un tornado con tetas! No sabía muy bien qué decir. No sé por qué, supongo que por salir del trance simplemente, le pregunté si se había enamorado otra vez. Fue una pregunta imbécil, lo sé, pero me surgió ante la insolencia de la pose de mi vecino. - ¡Venga ya! Tú no estás puesto, hombre de dios. Follar y follar, y déjate de compromisos que te llevan a la ratonera. Me dedicó una mirada paternal y me palmeó el hombro antes de decirme: - Es lo que hay. Poco después, estando de compras con mi mujer en unos grandes almacenes, tuve la desafortunada idea de, para entretenerme, mientras ella ojeaba las rebajas textiles, adentrarme en la sección de librería. Hacía tiempo que tenía en mente comprar un libro de poesía "Poemas de la luz y la palabra" de Rafael Morales, un autor que gozo de una gran simpatía por mi parte en mi época de juventud y que tenía ahora un tanto olvidado. Sabía que era uno de sus últimos libros, del año 2003, antes de su fallecimiento y que lo había editado Hiperión. No me fue difícil saber que no estaba en el establecimiento, pues los ejemplares de poesía apenas ocupaban espacio alrededor de una ingente amalgama de libros. No obstante, me acerqué al dependiente y le pregunté por susodicho ejemplar. - ¿De poesía? Se extrañó, mirándome de pies a cabeza de soslayo. - Es que apenas nos dedicamos a la poesía, caballero. No vende, es un género menor que prácticamente a quedado relegado a exigencias escolares. Pueden encontrar antologías de los clásicos, pero lo contemporáneo queda, como aquel que dice, entre cuatro amigos. Si me permite aconsejarle, tenemos unas entradas bastante interesantes que, en pocos días, han arrasado en ventas. Son autores consagrados, serios, que estoy seguro que llenaran la insatisfacción que le produce la ausencia de su producto. - ¿No le parecen serios los autores menos conocidos o desconocidos? Le pregunté, notando cómo me latía mi sien izquierda. - No, por supuesto que no. Simplemente le aconsejo sobre la tendencia cultural del momento y la poesía que usted reclama no tiene cabida ahí. Es lo que hay, caballero. La última vez que me lapidaron con la frase de marras fue hace unos días, diez o doce a lo sumo. Di un parte de aparcamiento al seguro y llevé el coche a un taller de chapa y pintura para que me arreglaran y repintaran un lateral. Después que le entregué el parte al encargado del taller y le expliqué lo que deseaba que me hicieran, le ofrecí un cigarrillo al mecánico con el fin de hacer amigos convenientes. De buen grado lo aceptó, alegando el lujo en que se había convertido abrasarnos los pulmones, lo cual compartí. Mientras fumábamos, comenzó a mirar mi coche y sacudió un par de veces su dedo índice antes de decirme: - ¿Cuantos años tiene el "bólido"? Va "pa" viejo, eh. Trece años, trece años había hecho en Marzo. - Y me pregunto yo: ¿no se da cuenta que un coche con esa edad le sale caro? Comienzan las averías serias, en la ITV todo son problemas, consume más combustible, es más incómodo........ Mire, no es por nada, pero tenemos una exposición nuestra aquí al lado que por unos miles de euros se lleva usted un segunda mano casi a estrenar. Argumenté, sin mucho énfasis ya que las conversaciones de motor me parecen tediosas, que apenas utilizaba el coche, que lo movía en trayectos cortos, que no sabía en realidad por qué seguía teniendo coche, y por último y principal, que no tenía un duro. - Nuestra financiación se ajusta a cualquier bolsillo, créame. Somos sabedores de que, en estos tiempos de crisis, el que más y el que menos anda "agobiao". Sabe usted del empaque social que le puede dar un buga tipo berlina con los asientos en semicuero y el salpicadero en vinilo con sofisticación a madera. Volverán la cabeza muchos cuando pase usted con él al volante, créame. Estos coches tan pequeños ya no son para su edad. Usted necesita que las cuatro ruedas sostengan una vida resuelta, madura, con el aplomo de su porte. Medié, como pude, para asegurarle que mi vida madura no estaba ni mucho menos que resuelta. - Bueno y eso que más da. Sepa usted que es más importante parecerlo que serlo; y se lo digo porque conozco cada caso en el barrio que....... Un coche adecuado viste por dentro y por fuera a la persona adecuada. Como me pareció una perogrullada, supongo que le puse gesto. - Es lo que hay, amigo.
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