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Foro para escritores de Bubok

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pelotadeplaya
Mensajes: 258
Fecha de ingreso: 26 de Agosto de 2012

XCI EDICIÓN DEL CONCURSO DE RELATOS. LA SELVA (Sólo relatos)

22 de Octubre de 2012 a las 20:03
Hilo para colgar los relatos, quiero muchos!
concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 19:03

SER O NO SER



Me fastidia sobremanera que las luces me despierten cada día; y que

concursoderelatos
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 19:56
Este foro va de mal en peor. Voy a intentar editar y sale igual: un baile de hormigas en vez de un texto.
concursoderelatos
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 19:57
Este foro va de mal en peor. Voy a intentar editar y sale igual: un baile de hormigas en vez de un texto.
concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 19:57

Este foro va de mal en peor. Voy a intentar editar y sale igual: un baile de hormigas en vez de un texto.


concursoderelatos
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 19:57


Este foro va de mal en peor. Voy a intentar editar y sale igual: un baile de hormigas en vez de un texto.
concursoderelatos
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 20:55
UNA HISTORIA URBANA (de Estrellafugaz)
Edito:
Para retirar el relato al tener conocimiento de que se ha ampliado el plazo: es lo de que no se pueden cambiar las reglas en mitad del partido.
concursoderelatos
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 21:28

Supervivencia

�—No volveré a pisar este maldito lugar, B75.

—No te entiendo, B92, es espectacular y además con esta gravedad tan liviana, disfrutamos de una libertad que en nuestro mundo ya la quisieran todos.

Mientras B75 recogía toda la instrumentación que habían teletransportado desde la nave nodriza, B92 miraba al horizonte. Una enorme arboleda se extendía ante su vista, recortada caprichosamente por un brazo de agua que aumentaba de grosor a medida que se acercaba al enorme volumen de agua que ocupaba casi la totalidad del planeta. Sobre la altitud en la que habían sido teletransportados, junto con sus equipos de medición, se dominaba una basta extensión de selva de intenso verdor, así como aquel grandísimo almacén de agua donde desembocaba aquella serpiente líquida que decoraba el paisaje.

—¿Tú puedes entender mayor absurdo? Un planeta cubierto casi en un sesenta por ciento de agua y esta esté absolutamente contaminada. Además, tanto espacio para solo unos cuantos animales pequeños que jamás podrán conocer todo su planeta.

—Aún es pronto para saber qué nos depara este lugar. Además, es por eso por lo que nos hemos detenido en él. Atmósfera válida para nosotros, alimentación posible, aunque esa extensión de agua no sea utilizable. Sin riesgos de animales que pudieran poner en peligro nuestras vidas. B75, reconócelo, es el lugar ideal para implantar una base.

Cubiertos con sus trajes especiales de color dorado reflectante, los dos astronautas hablaban amigablemente, mientras frente a ellos, �perfectamente ocultos y disimulados por las altas hierbas y matorrales del lugar, cuatro hipnotizados ojos les observaban convertidos por el miedo en la más perfecta petrificación humana. Pero aquella escena tenía algún espectador más. Justo al lado contrario, a la espalda de los dos astronautas, otros dos ojos, negros, hipnóticos, fijos y en tensión, también contemplaban el movimiento despreocupado de B75 y B92.

—Bien, B92, llama al teletransportador para que suban todo el equipo. Aún tenemos que reconocer tres puntos más de posible implantación. Encripta las coordenadas. Ubicación: 1172,24Z, 67,45H, 144,00K —y volviéndose hacia su derecha, se quedó contemplando la vista.

Ese fue el momento elegido por el dueño de los negros ojos, un enorme jaguar, para lanzar su rápido y mortal ataque. Los cortos cinco metros que le separaban de los astronautas fueron recorridos en décimas de segundo y su salto sobre B75 fue definitivo.

Pero, justo en el momento en el que sus garras y colmillos apresaban su presa, esta, sin inmutarse, desapareció del lugar y, ante los asombrados e hipnotizados ojos que los observaban, apareció de nuevo justo al lado del cuerpo del jaguar que, elásticamente, caía sobre el terreno.

Sin poder dar crédito a sus ojos, los petrificados humanos creyeron ver como una casi invisible mano se movía, agarraba el cuello del felino y casi al instante este quedaba tumbado en el suelo, a los pies de B75, absolutamente inmóvil.

—Parece que hay algo más de esos pequeños animalitos que hemos encontrado —y agachándose, posó su mano sobre el jaguar y la deslizó sobre su piel. B92 se acercó lentamente, mirando a su alrededor.

—Tenemos que hacer un mayor reconocimiento de estos parajes, B75. No podemos volver a la base sin determinar absolutamente todos los seres vivos que hay por la zona.

Mientras observaban al animal, los dueños de los ojos que les observaban, comenzaron a retroceder lentamente, aún con más sigilo que el propio jaguar, hasta encontrarse a la distancia que ellos creyeron suficiente para no ser oídos. Se levantaron y a la mayor velocidad de sus piernas, corrieron hacia el cercano poblado.

Todo fue relatado con prisas y atropelladamente. Pero sobre todas sus palabras, sonaban fuertemente los seres del sol y el gran jaguar. Terminada la exposición de los hechos y ante el asombro general, el jefe del poblado tomó su cerbatana, su carcaj lleno de dardos y salió al trote en dirección a la cima del monte. No hubo órdenes, ni organización alguna por parte de ninguno de ellos, pero al poco en el poblado solo quedaban mujeres y niños. Los cerca de sesenta hombres guerreros, en perfecta fila india, trotaban hacia el lugar donde habían visto aquella aparición.

A mitad de camino, como un solo hombre, todos se detuvieron y quedaron paralizados en sus puestos. De nuevo, los dos extraños seres aparecieron de la nada ante sus ojos, pero esta vez, B75 y B92 sí les vieron a ellos y se quedaron mirándolos expectantes.

El jefe fue el primero en reaccionar y sin pensarlo, levantó su cerbatana y disparó el primero. Cuando el resto de los hombres fueron a soplar, no encontraron contra quienes hacerlo, pero cuatro de ellos sintieron como unas tenazas le agarraban del cuello y perdieron el conocimiento. Segundos después, los sesenta hombres yacían dormidos sobre el verde suelo de la selva. La acción fue tan rápida que solo el jefe llegó a ver a sus compañeros tendidos en el suelo inconscientes. No intentó un solo movimiento al ver a los dos seres junto a él. Les miró a los ojos y sintió la sensación de que sonreían. Poco después oyó una voz interior.

-¿Dominas sobre todos ellos? —solo supo mover afirmativamente la cabeza, pero su gesto no fue entendido. Uno de los seres, alargó su mano y cogió del carcaj un dardo, lo colocó en su mano y de sus ojos salió un rayo de color azul intenso. El jefe vio como se miraban entre ellos, pero nada oyó. Sin ver como sucedía, la mano de uno de los seres cogió la suya y puso la punta del dardo sobre su muñeca. En ese momento el jefe miró a los ojos de B92 y sonrió. Aquel gesto asombró a los dos seres que se miraron entre ellos. Sin pinchar, B92 devolvió el dardo al carcaj, y sonrió al jefe. Pero este, sorprendentemente, cogió el dardo, lo introdujo en la cerbatana y a gran velocidad apuntó detrás de los seres vestidos con el traje de sol y sopló con fuerza. Aún no había llegado el dardo al blanco, cuando ambos seres ya habían desaparecido de la vista del jefe, mientras que un gran jaguar, con el dardo clavado en su pecho, seguía su salto hacia donde se encontraba el jefe. Justo cuando este supo que el veneno actuaría demasiado tarde, el salto del felino quedó repentinamente parado en el aire y cayó al suelo, a los pies del jefe. Se revolvió rápidamente, pero aún fue más rápida la mano de B92 que, sin que la vista del jefe pudiera seguirla, agarró al felino por el cuello y este, fulminado, cayó al suelo dormido.

B92 miró a los ojos al jefe.

—Nada temas, nada te haremos. Cuando hayamos desaparecido de tu vista, despierta a tus compañeros, volved a vuestras casas y llevaos este animal con vosotros; a partir de hoy os protegerá del ataque de otros como él —sin preocupación alguna, se volvió con movimientos normales y ambos, B75 y B92 se dirigieron hacia la colina.

Aún hoy en día, en la tribu de los trumai, junto al río Xingu, cuando oyen rugir a un jaguar, miran hacia una de las chozas del poblado donde aún guardan y veneran la piel de un jaguar que la leyenda dice que protegió al poblado de otros ataques y, luego, al monte, donde los hombres vestidos de sol viven para cuidarlos.

concursoderelatos
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Fecha de ingreso: 28 de Enero de 2009
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  • 30 de Octubre de 2012 a las 23:38

Barbacoa

Le doy varias punzaditas con el cuchillo para que se haga bien la carne, y echo el chorizo criollo a la barbacoa. Meto la mano en el saquito de sal gorda y, con los cinco dedos muy juntos, la esparzo de la manera más homogénea posible. Me miro la mano y veo que está completamente roja por la cercanía del fuego. El dedo está más hinchado que nunca, y los pequeños bultitos interiores se han puesto de un color morado oscuro. La gota me está matando.

Mientras pienso en esto me atuso el bigote y noto como algo blando golpea mi espalda. Es la pelota de plástico con la que juegan los niños. Me agacho, la recojo y, con una sonrisa dibujada en la cara, se la lanzo al que creo que es el hijo de Carlos. Carlos es un primo de mi mujer. La diana del cotilleo. La “comidilla” de las conversaciones. El incansable protagonista de montones de diálogos. Es un pobre diablo que ha decidido ejercer de amo de casa mientras su mujer trabaja de secretaria en un bufete. En pleno siglo veintiuno esto debería de ser lo más normal del mundo, pero cuando en tu vida sólo te rodeas de ceporros lo único que puedes esperar son habladurías y humillaciones secretas por parte de tus supuestos amigos. Y las miradas…las putas miradas de desaprobación que te van comiendo por dentro y te arrancan las entrañas a pequeños bocados; las miradas que hacen que te salga otra cana. Sé de lo que hablo…yo también las sufro. Eso es lo que mata al hombre y no las malditas células envejecidas.

Cojo las pinzas y le doy vuelta a los chorizos mientras unas chispitas rojas de grasa saltan sobre el delantal que me regaló mi madre. Su último regalo para un hijo calzonazos. Me fijo en la mesa de las chicas y todas hablan a la vez, ríen a la vez y beben a la vez. Se las ve felices y satisfechas. Miro a mi mujer y sé que no ha merecido la pena. Nadie merece destruir su vida de esta manera para compartir la monotonía con alguien. Es la soledad en pareja, que es peor porque ni siquiera puedes hacer lo que quieras aún sintiéndote solo. Tienes que compartir tu desidia con alguien. Ella está bien entrenada para ello, pero yo no. Mi yo interior está muerto en vida y ya sólo queda una cáscara de tipo cincuentón, gordo y con bigote, que ha formado una familia que lo ha atado para siempre.

Recuerdo como era de joven, como me emborrachaba; como vivía para mí mismo sin dar cuentas a nadie. Como me juntaba con Ramón y nos drogábamos en los servicios del Camaleón. Y hablábamos hasta que Lucas cerraba y nos íbamos a la discoteca a ligar con chicas. Éramos tipos guapos, jóvenes e interesantes, pero estábamos tan colocados que nos era imposible establecer una conversación interesante con alguien. Sólo ligábamos cuando las chicas iban como nosotros…y al día siguiente los recuerdos no pasaban de una servilleta emborronada o un número de teléfono equivocado en el móvil.

Esa fue mi primera discusión con Ana. Me dio a elegir entre ella y las drogas. Lo hacía por mí, decía, pero en realidad lo hacía por ella. No quería tener un novio adicto a las drogas. No quería ser conocida como la novia del drogata. Pero disfrazo sus temores y los hizo míos.

Y yo no era adicto, simplemente las semanas que encartaba ocurría. Toda la vorágine de sensaciones hacia el lado oscuro de la noche llegaba sin más. No lo buscaba, aparecía. Pero eso fue lo primero que me robó, y yo, en aquel momento, pensaba que merecía la pena. Que ella era más importante que un colocón. Fue la muñeca de un gran brazo a torcer.

-������ ¡Papá! Mamá dice que me des los chorizos.

Es un chico de unos once años, gordo, de cara sonrojada y con un polo de rayas lleno de barro. Es mi hijo, y me da asco. Me dan arcadas sólo con ver la mierda de niño que tengo. Es un bastardo consentido por su madre que ha crecido bajo su falda. Siempre apoyándola a ella en las discusiones, siempre en mi contra. Gracias a este maldito idiota la poca rebeldía que aún existía dentro de mí se ha convertido en sumisión. En la pérdida de la batalla antes de empezar.

Le sonrío y le pongo los tres chorizos en el plato, mientras pienso en si me daría tiempo de clavarle las pinzas en un ojo, sacárselas, irme a por su madre y gracias al factor sorpresa, al factor “qué cojones pasa”,hundírselas a mi mujer en el pecho. Lo malo es que con esta barriga no llegaría muy lejos. De hecho, dudo que aún sepa correr. Cómo coño engordé tanto. Cómo me he convertido en este trozo de grasa hinchada. Si hasta me cuesta respirar…y estoy en medio del puto bosque.

Cojo el enorme cuchillo de cocina y corto el vacío de cerdo en pedazos uniformes. Los echo a la parrilla y sale un montón de humo que entra directamente en mis pulmones. Debo de tener la cara la cara totalmente colorada. Noto las pequeñas venitas verdes palpitar en mis sienes. Me alejo un poco del fuego y enciendo un cigarro. Recuerdo el segundo asalto que perdí. Fue con el alcohol, pocos meses después del anterior.

Yo bebía, bebía mucho; y a ella cada vez le gustaba menos. Al principio, entre risas, me decía que era un borrachín; después empezó a pedirme refrescos entre las copas para que no bebiera tanto. Más adelante me cortaba el sexo argumentando que iba demasiado borracho para hacerlo cuando en ese aspecto yo nunca había tenido problemas. El final comenzó con un “tenemos que hablar”. Otra vez puestos a elegir y otra vez mi elección fue la equivocada. El trato quedó en beber solo en ocasiones especiales… con moderación. El problema es que “moderación” se ha dejado ver poco en todos estos años.

Vuelvo junto a la parrilla, le doy la vuelta a los filetes. De nuevo el humo me ahoga. Mi respiración se entrecorta y me siento mareado. Bebo un trago de cerveza y se me queda en el gaznate. Parece que tengo una enorme bola de mierda en la garganta. Y ya empiezo a notar que algo no va bien…algo más que no va bien.

Sigo pensando en mi pasado, en todas las cosas que perdí por esto. Por una casa con jardín, por una mujer a la que no quiero, por una familia que odio. Todo lo que me han robado: el deporte, las noches de cine con los colegas, los partidos de los sábados, las fiestas... Siempre puesto a elegir y siempre eligiendo mal. Un absoluto desastre en la toma de decisiones que ha desembocado en una vida amargada y deprimente.

No puedo respirar. Me pongo las manos en el cuello y de mi boca salen soniditos entrecortados. Noto una fuerte presión en mi pecho que hace que me olvide de la garganta, del vacío, de mi cara amoratada, de mi gota, de mi familia y de los bultos. Y caigo al suelo entre espasmos. Todos corren hacia mí. Se hacinan a mí alrededor como buitres carroñeros dispuestos a desmenuzar un cadáver. Todos tocándome y preguntándome si estoy bien. “Si, joder, estoy de puta madre”. Lo niños gritando y algunas chicas llorando. Mi mujer encima de mí, presionándome, como toda la vida. Un tipo, que no puedo reconocer, pide varias veces que me den un respiro, que no me agobien tanto. Pero son demasiado ineptos como para hacerle caso y el hombre desiste. Pese a lo doloroso que resulta esto, pese al miedo que tengo, pese a la sensación de asfixia, sonrío. Me estoy muriendo y no siento rabia, ni pena, ni desesperación. Simplemente siento alivio y espero que la muerte haga bien su trabajo. Sólo quiero que se vayan todos y, al menos, me dejen irme al otro barrio tranquilo. Pero mi mujer, con los ojos llorosos, en un esperpéntico teatro fúnebre, grita desesperada que me quiere, que la mire a los ojos y que no vaya hacia la luz blanca. Y yo, al borde de la muerte sólo puedo pensar que hasta ese momento, mi momento, me lo quiere robar.

concursoderelatos
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  • 31 de Octubre de 2012 a las 0:15

SER O NO SER


Me fastidia sobremanera que las luces me despierten cada día; y que �inmediatamente después, sienta a mi alrededor tremendos ruidos y objetos larguiruchos que me impiden ver hacia donde me puedo dirigir sin morir aplastada. Esas cosas caen desde arriba de pronto y se mueven con mucha rapidez. Pero gracias a mi gran velocidad, nunca me alcanzan. A veces son pardas y suaves cuando me rozan, otras veces peludas como algas y me raspan la delicada piel. También asoman por encima de mí unas cosas largas pegajosas que me aspiran y debo correr en dirección contraria.


No sabría decir qué son o cómo son.


De vez en cuando me asomo, cuando intuyo tranquilidad, para comprobar que sigo en el mismo lugar de siempre y para averiguar qué hay fuera de aquí; pero no puedo respirar y entonces tengo que volver a mi escondite habitual.


Mis padres, antes de perecer y ser devorados por mis propios hermanos, ya me advirtieron que no lo intentara; que dejara de imaginar una vida diferente y me centrara en buscar comida para sobrevivir el mayor tiempo posible. Aunque sigo sin entender el porqué de mi existencia.


A veces me siento invisible. Mis semejantes son capaces de cruzarse conmigo y ni siquiera mirarme. Y otras veces me persiguen sin saber qué quieren que yo haga después. Si los persigo yo a ellos, tampoco ocurre nada fuera de lo común y lo único que hacen es lo mismo que hago yo cuando soy perseguida por ellos.


He empezado a plantearme seriamente salir de este agujero en el que me encuentro y explorar lo que hay más allá. Así que he comenzado a agujerear con mi hocico profundamente bajo lo que era mi habitación cuando nací y he comprobado que es la única forma de poder respirar; pues como ya he explicado, es inútil sacar el hocico hacia otra parte.


Sólo ceso mi trabajo cuando mis tripas me advierten que he de alimentarme. No me cuesta ningún trabajo hacerlo, pues tengo alimento por todas partes y ni siquiera tengo que buscarlo. A veces incluso, pasa por delante de mí sin más. Únicamente he de abrir la boca para alimentarme la mayor parte del tiempo.


Hace unos días, mientras trabajaba en mi túnel, sentí que uno de los míos se acercaba demasiado a mi retaguardia. Estuvo largo rato jugueteando por esa zona sin que yo le hiciese el menor caso. Al fin y al cabo, es lo que hacen ellos conmigo a diario. Pero a los pocos días, comencé a sentirme bastante pesada. No tengo ganas de comer y mucho menos de seguir agujereando en busca de una vida diferente. Y así he estado varias jornadas. Sin ganas de nada. Hasta hoy. De pronto, han comenzado a salir de mi vientre unas bolitas pequeñas que se han pegado a la roca en la que comencé mi agujero. Parecen tener vida dentro. He pasado horas observando y creo intuir unos ojos que me miran desde dentro. No entiendo muy bien por qué, pero algo me dice que debo cuidar a estas bolas como si fuesen mi propia vida. Así que me he quedado aquí escondida y cada vez que a alguien se le ocurre meter el hocico, le muerdo para que me deje a solas con mis bolitas.


Sé que ahí fuera hay mucha vida. Los oigo. Intuyo chapoteos y persecuciones. Pero no pienso moverme de aquí nunca más, e incluso se me han pasado las ganas de seguir agujereando en busca de otro lugar. Me siento muy a gusto aquí dentro ahora. Al menos no me siento sola.

concursoderelatos
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  • 31 de Octubre de 2012 a las 0:15
Por fin he podido!!!
concursoderelatos
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  • 31 de Octubre de 2012 a las 19:29
Problemas en la edición. Disculpen las molestias.
concursoderelatos
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  • 31 de Octubre de 2012 a las 19:34
Traición en la jungla

En el pueblo de Olente nunca hubo selva, pero a la orilla del río se extendía un espeso bosque que durante algo más de dos meses representó el papel de selva africana.
Primero llegaron los localizadores de exteriores que no pasaron desapercibidos para nadie. Olente era pequeño y todos sus habitantes se conocían, por lo tanto la presencia de forasteros siempre era notoria. Hablaron con el Alcalde y, aunque no prometieron nada, se marcharon con un esperanzador “hasta pronto” que al Alcalde le supo a gloria monetaria.
Eran tiempos duros. El campo apenas daba para vivir y eran muchos los que se habían marchado en busca de nuevas oportunidades. Por si fuera poco, la piedra ese año había destrozado más de media cosecha y a las ovejas les había entrado un mal desconocido hasta entonces y tuvieron que sacrificar buena parte de los rebaños. Si salía lo de la película, a lo mejor salvaban el año.
Días más tarde aparecieron los de la productora y luego de una larga comida con las fuerzas fácticas de la localidad, cerraron el trato. El cura receló al saber que era una película americana, “estos extranjeros… no tienen sentido del pudor” se decía; pero cuando le explicaron el argumento de la película no puso ningún reparo. Al sargento lo que le preocupaba era la posible falta de civismo por parte del equipo: Olente era un pueblo tranquilo y era sabido que la gente del mundo del espectáculo tenía costumbres muy relajadas y que era algo fulera. Los señores de la productora garantizaron personalmente el buen comportamiento de todos los integrantes del equipo. Al Alcalde lo que le interesaba era cuánto iban a pagar por el uso del soto, cuántos figurantes del pueblo iban a ser necesarios y a cuánto se les iba a pagar la jornada. Una cena con la protagonista también formaba parte del trato, pero eso lo habló después de los postres, en el turno de las copas, cuando el cura ya se había ido para preparar las cosas de la misa de siete. �
Una semana más tarde el pregonero hizo sonar su trompetilla por todo el pueblo.
—¡Se hace saber, por orden del señor Alcalde, que dentro de un mes aproximadamente, vendrán los del cine a rodar una película en el soto!¡Que para el rodaje de esta película van a hacer falta unos sesenta figurantes de todas las edades que serán escogidos de entre los del pueblo!¡Que a los seleccionados se les pagarán cuarenta duros por cada día de trabajo además de un bocadillo!¡Los que quieran salir en la película, que se apunten en estos días en el Ayuntamiento!
El revuelo fue general: “¡Una película! ¡En el pueblo! ¿Y de qué sería? ¿Del oeste? No, en el soto del oeste no podía ser, de romanos a lo mejor. ¡Cuarenta duros nada menos! ¿Y vendrían artistas? Pues yo me apunto”
De los doscientos treinta y nueve inscritos en el padrón, se apuntaron casi doscientos hombres, mujeres y niños. Los que no acudieron fue porque, aunque seguían censados, ya no vivían allí. El alcalde advirtió: “no va a haber para todos”. Prometió que al menos haría todo lo posible para que fuera escogido, como mínimo, un miembro de cada familia. Todos le agradecieron el gesto, aunque lo cierto es que era imposible que no se diera esa circunstancia, pues en Olente no vivían más de cuarenta familias, emparentadas además, entre sí. �

Los veinticinco días que transcurrieron hasta el comienzo del rodaje, la gente se los pasó imaginando cómo sería vivir disponiendo de cuarenta duros diarios. Por supuesto que nadie pensaba vivir a ese ritmo, había que pensar en los tiempos que vendrían sin rodajes, pero por una vez se podían permitir fantasear con esa posibilidad. El cura les adelantó que la película trataría de unos misioneros atrapados en la selva tras el estallido de una guerra; una tribu de negros muy malos los perseguiría sin descanso. El Alcalde también les dio información interesante, la protagonista sería María Gonzales, una famosa actriz mejicana que había conseguido triunfar el Hollywood. Algunos se preguntaron cómo sería posible que una mujer fuera protagonista en una película bélica sobre misioneros atrapados en la selva, pero la cuestión no les preocupó demasiado.
Todos se pusieron muy guapos para acudir al casting de figurantes. El barbero estaba feliz, pues ni en los días de boda había acudido tanto cliente a arreglarse el pelo y la barba. La mujeres también se engalanaron con sus mejores ropas y el modelo de moño más vistoso con el que contaban entre su saber hacer. Incluso hubo un par de niñas que se presentaron con el vestido de su primera comunión. Fue un poco decepcionante para todos comprobar que el único criterio al que atendieron para seleccionar a doce de los figurantes fue la comparación de altura con los tres actores negros con los que contaba el reparto: como ellos o un pelín más bajos; otros veinte fueron elegidos en función de si les valían, o no, los veinte uniformes militares, no demasiado limpios, que sacaron de una furgoneta. Todos los niños, es decir los diecisiete que vivían en el pueblo, fueron seleccionados también y con ellos trece mujeres de entre las más bajitas. El resto se podía ir a su casa, todos los puestos estaban cubiertos.
Aun así, todos estaban contentos. Tal y como había prometido el Alcalde, en todas las casas había al menos un miembro trabajando en la película. Después de todo no iba a ser un mal año.
Comenzó el rodaje y allí nadie entendía nada. Quitando un par de operadores de cámara, dos o tres chicas de maquillaje y la propia María Gonzales que nunca salía de su caravana, nadie hablaba castellano. El primer problema surgió cuando a las mujeres bajitas les dijeron que tenían que aparecer con el pecho descubierto. Uno de los cámaras les explicó que hacían de nativas y que en África todas las mujeres iban así. La explicación no sirvió para mucho, ni ellas ni sus maridos estaban dispuestos a pasar por aquello; vale que las pintaran de negro todo el cuerpo, pero lo otro era impúdico. Naturalmente contaron con el apoyo incondicional del cura. Al final les hicieron unos vestidos completos de paja y eso supuso un retraso que enfadó mucho al director y una “desvirtualización” de la realidad que el guionista tardó en aceptar. A los niños sí les divertía que les pintaran todo el cuerpo de negro y les pusieran faldiques. Se lo pasaban en grande jugando con las lanzas a pesar del sueño que pasaban.
Los horarios eran descabellados, los citaban a las tres de la mañana y nunca tenían que hacer nada antes de las seis en el mejor de los casos.� Y aquello no parecía tener orden alguno, tan pronto los negros y los misioneros compartían una fiesta, cantando y bailando junto a una hoguera, como los perseguían gritando y blandiendo sus lanzas. El desconcierto mayor llegó cuando rodaron una escena en la que fusilaban a todos los hombres de la tribu; los figurantes ejecutados pensaron que ya se había acabado el chollo y que ya habían trabajado todo lo que tenían que trabajar en la película, pues ya estaban muertos, mas resultó que durante los días consecutivos� siguieron rodando escenas como si tal cosa. Los olensanos,� sabedores de que no entendían de cine, estaban seguros, sin embargo, de que iba a ser muy difícil entender esa película. Mientras pagaran…
El bosque que se extendía junto al río sufrió algunos cambios, colgaron lianas de los árboles y pusieron plantas de plástico y tela en el suelo. En Olente estaban maravillados de cómo se podía cambiar un paisaje con tan poca cosa; la Charca de los Cochinos estaba irreconocible, parecía el embarcadero de un gran río, y el poblado... habían talado quizá demasiados árboles, pero aquello parecía un poblado de verdad.
La escena era sencilla. Uno de los misioneros estaba atado a una gran estaca junto al fuego y las mujeres y los niños danzaban a su alrededor, entonces aparecían los soldados disparando, los bailarines huían hacia las chozas y una nube de lanzas caía sobre los soldados.
Fue en la quinta toma. Una de las pértigas cayó sobre la hoguera sin que nadie se percatara, uno de los extremos tocaba el hábito del misionero trabado; éste notó el olor a trapo quemado, pero eran tantos los olores raros que solía haber en los rodajes, que no le dio mayor importancia hasta que notó la quemazón en sus piernas. Se deshizo de las falsas ataduras y rodó por el suelo para sofocar las llamas sin darse cuenta de que éstas habían prendido en una de las plantas de plástico que daban aspecto selvático al bosque. Nadie se explicó cómo el fuego se pudo extender de una forma tan rápida. Cuando llegaron los bomberos ya no quedaba nada por salvar. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que faltaba uno de los soldados.
El rodaje se suspendió y los del cine se marcharon lamentando mucho lo sucedido y la fatal pérdida del vecino. Les prometieron que el seguro se encargaría de reforestar la zona y gratificar a la familia del fallecido.

Diez años más tarde, cuando llegó a Olente el cine ambulante que los visitaba cada verano, todos los del pueblo fueron a ver aquella película como habían ido a ver todas desde siempre. Ésta se titulaba “Traición en la jungla”. Una mujer fue la primera en reconocerse.
—¡Es la película que rodaron aquí! ¡Ésa soy yo! ¡Y ése es Zacarías que en paz descanse, ¿lo veis?!
—¡Mira qué bonito estaba el soto!
Un gran silencio sustituyó al alborozo inicial. Poco a poco, todos fueron cogiendo su silla y regresaron a sus casas. Se santiguaron en memoria de Zacarías y, sin darse cuenta, volvieron la vista hacia el solar que ahora ocupaba el lugar en el que murieron los protagonistas de aquella película.

concursoderelatos
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  • 2 de Noviembre de 2012 a las 0:55
La jungla infinita

Día seis.
He conseguido matarla.
Su cuerpo inerte parece más grande a cada segundo que pasa, como si creciese ante mis ojos. Sus patas peludas, las uñas de su boca, su inmenso abdomen.
Estoy agotado. He usado todos mis recursos y todas sus fuerzas. Me derrumbo en el suelo sin importarme que aparezca otra araña, ahora mismo no podría hacer otra cosa más que dejarme arrastrar y sucumbir.
Al cabo de un rato, de entre la maleza aparece una hormiga solitaria. Aunque apenas me llega alas rodillas, no puede evitar retroceder y buscar refugio. Husmea con sus pequeñas antenas el cuerpo caído y busca el mejor sitio donde hincar sus pinzas. Al poco, se retira cargando su botín.
Sé lo que pasará en pocos segundos, lo he visto a una escala menor desde la distancia privilegiada que da la altura: cientos de hormigas recorriendo el cadáver, desmenuzándolo en pequeñas porciones transportables con eficacia de obreros impasibles. Abandono el claro porque no lo soportaría a ras de tierra.

Día siete.
He construido un pequeño refugio con los palos y hojas que he conseguido arrastrar. No parece gran cosa pero me queda el triste consuelo que pensar que dentro de una semana, si sigo vivo, seguro que me parecerá un palacio.
He hecho acopio de una pequeña despensa con la comida que he podido encontrar. Son sólo unas migajas pero, por ahora, será suficiente. Me estremece y me repugna la idea de tener que cazar para alimentarme.

Día nueve.
El límite de esta jungla da paso a lo que ahora me parece una gran planicie inhóspita y desierta. Al fondo, apenas atisbo la inmensa mole que era mi casa, como una montaña lejana a la que sé que no puedo volver.
Nadie sabe que estoy aquí. Nadie me busca porque piensan que he muerto devorado. Es mejor así, Louis podrá llorar mi pérdida y seguir su vida. Nada más puedo darle sino sufrimiento.
Me doy media vuelta, cabizbajo, y me adentro en la espesura, en esta jungla asfixiante que crece un poco más cada día.

Día doce.
Hoy ha llovido toda la noche. Las gotas impactaban en la tierra como obuses. El ruido era insoportable, el suelo retumbando bajo el bombardeo del cielo negro y lejano.
Me he visto obligado a trepar lo más alto que he podido, rezando para no ser alcanzado por una de las inmensas gotas que se precipitaban a mi alrededor, porque el agua ha acabado llevándose mi refugio.
Acurrucado, a salvo en una pequeña oquedad del tronco, me he quedado dormido.

Día trece.
No tengo nada.
La lluvia de ayer se ha llevado mi casa, mis escasas pertenencias, mis provisiones. Todo.
Creo que no tiene sentido seguir luchando.
La vegetación es cada día más alta, más espesa; apenas me atrevo a moverme por temor a perder los pocos puntos de referencia que todavía me quedan y que varían tanto de un día para el otro que me cuesta orientarme. Las distancias se agrandan, todo se vuelve gigantesco, infinito.
No tiene sentido resistirse a lo inevitable.

Día quince.
Cuando me he despertado esta mañana, ahí abajo, en el suelo, yacía el cadáver desmembrado de una hormiga, posiblemente victima de una lucha encarnizada.
No me importa reconocer que me he deslizado corriendo de mi escondite y me he precipitado sobre él saciando mi hambre en sus entrañas abiertas.
Por extraño que parezca, nadie ha venido a interrumpir mi festín e incluso he podido sentarme a contemplar los restos. Su cabeza es casi tan alta como yo, sus enormes pinzas podrían partirme por la mitad sin esfuerzo, sus patas son gruesas como troncos. Podría cabalgar sobre ella y no se enteraría.
Dentro de una semana, quizás ni siquiera podrá detectar mi presencia.

Día veintidós.
La vida que transcurre por encima de mi es apenas un recuerdo difuso.
Ya no necesito esconderme porque nada ni nadie parece percatarse de que estoy aquí.
La jungla de ayer es hoy una vasta planicie salpicada por vegetales gruesos como montañas que elevan sus tallos infinitos hacia el cielo.
Las criaturas que ahora veo son fantasmas transparentes que pasean su invisibilidad por un mundo cargado de belleza imperceptible y delicada, de humus y putrefacción, de restos perdidos y deshechos que desmenuzan, regurgitan y transforman en la pasta informe en la que habitan.
La vida es extraña aquí abajo.
¿Qué me queda por ver? ¿Hasta cuándo seguiré menguando?
concursoderelatos
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  • 2 de Noviembre de 2012 a las 19:26
MENSAJERO- Estando de viga ah en lo alto,
he mirado hacia Birnam
y me ha parecido que el bosque empezaba a moverse.
MACBETH- Infame embustero!
MENSAJERO- Sufra yo vuestra clera si miento:
podis ver que se acerca a menos de tres millas.
Repito que el bosque se mueve.

Macbeth, acto V escena 5. W. Shakespeare


La guerra de los reinos

El primer movimiento pas desapercibido a la mayor parte de los hombres. Slo aquellos que an vivan en las selvas adivinaron qu estaba sucediendo. No supusieron ningn peligro a la causa vegetal, como tantos otros animales. En las grandes ciudades y hasta en los pequeos pueblos, los hombres no acertaron a leer las seales que precedieron al ataque. Los rboles haban comenzado a moverse: despacio, apenas unos centmetros por las noches, lo suficiente para que pasadas las semanas fuera evidente, sobre todo en aquellos lugares donde permanecan cercados por hormign, con apenas medio metro cuadrado de tierra libre a sus pies; o peor an, encorsetados por un material plstico que nada pudo contra el avance de unas races por fin despiertas. An cuando las grietas recorran aceras y calzadas no acabaron de comprender lo que se les vena encima. En algunos lugares se culp a las lluvias, en otros a micro seismos, en otros ni siquiera se busc una explicacin; en prcticamente ninguno se relacionaron los casos de micro movimientos de masas vegetales, que iban siendo noticia local aqu y all, con el inicio de la guerra de los reinos superiores.

Correr. No quedaba otra, haba que correr. An caminando con calma el bosque avanzaba ms despacio que ellos, pero nunca descansaba. La noche anterior casi los rodearon. No, la ventaja que sacaban caminando no era suficiente. Correr. Haba que correr por aquella malograda carretera rodeada de lo que fueran campos de cultivo, llena de pequeas plantas que vigilaban sus pasos. Si al menos tuvieran un coche... Haca meses que no quedaba gasolina en ninguna parte. En el campamento haban dejado atrs un carro y varias bicicletas. Y a Laura, a Cristian, a Ignacio, a ngel, a Claudia, a la abuela Eugenia, al viejo Ismael, a los nios..., a todos los nios. No hubo tiempo ms que para salir corriendo. En cuanto el aullido de los perros lo despert, se levant y escap sin mirar atrs. Cmo habran llegado tan pronto? Haban sacado ventaja suficiente para pasar una noche tranquila. Pareca como si los rboles avanzaran ms cuando no los miraban. O tal vez fuera otro frente el que call sobre ellos. No se par a pensar, haba que huir. No debieron confiarse. Haba que correr. Las jodidas plantas son muy listas. Caminaron despacio durante semanas, se deca que las races podan percibir las pisadas en kilmetros. De ser as ahora los tendran ms que localizados, marcando su posicin zancada tras zancada. Tambin se deca que cualquier planta serva de espa para los grandes frentes arbreos, pero eso tena que ser un bulo, es como si dijeran que cualquier bicho estaba al servicio del ejrcito. Qu estara haciendo el ejrcito? Correr. Seguramente ellos tambin corran.

La solucin fue rpida y coincidente en todos los ayuntamientos del globo: cortar los rboles. Por ms que hubiera algn grupo ecologista que se opusiera, estaba claro que el dao que estaban ocasionando deba terminar. Adems slo seran unos cuantos: los que levantaban el firme en avenidas, bulevares y paseos. Las dems zonas verdes se respetaran. No era factible recolocar castaos, alisos, naranjos, olivos, tilos, palmeras, cipreses , pinos y dems flora ornamental otra vez en su sitio. El coste y el engorro que supondra no se poda comparar con una cuadrilla de mantenimiento de jardines armada con motosierras. As, la avanzadilla verde fue cayendo, rama a rama, tronco a tronco, por todo el mundo. Pero no fue una derrota. De los tocones brot nueva vida. Los gestores locales descubrieron semanas despus que el trabajo hecho no haba parado el avance de las races que alimentaban nuevos brotes que se abran paso entre las grietas ya abiertas. Adems las plantas de los jardines y parques no haban permanecido quietas. Estos reductos de resistencia verde en las grandes junglas de hormign tambin se movan, lentamente, unos hacia otros. Aglutinndose. Lo mismo suceda en las grandes selvas y bosques salvajes. Los rboles se concentraban poco a poco, se juntaban ocupando el espacio libre entre rama y rama, tronco y tronco, entrelazando sus races del mismo modo que los hombres entrelazan sus manos para cerrar pactos. En el terreno que dejaban atrs brotaban hierbas, flores, helechos primero, arbustos y nuevos rboles despus, creciendo de un modo imperceptible a simple vista, pero notable pasados las das.

Sinti que se le paraba el corazn. Deban de haber llegado haca un par de jornadas al desierto, pero a su alrededor el matorral apenas haba dado paso a praderas. Cuando por fin, tras subir a una loma, divisaron la Maza contra el amanecer, supieron que no haba esperanza. Ya estaban en el desierto. O en lo que fue un desierto. Era imposible, pero ah estaba toda esa vegetacin incipiente. An haba jirones de tierra desnuda. Lo que fuese un erial criadero de piedras ahora se mostraba como un mar verde salpicado de manchitas color blanco, amarillo, rojo y lila. No tena sentido. Aqul segua siendo un lugar seco, el sol se clavaba en sus espaldas desde haca das, el suelo no era ms que polvo. Y sin embargo todas esas plantas eran tan verdes... Cmo lo hacan? De dnde sacaban agua en un lugar donde ni siquiera los cactus haban sobrevivido? Se dej caer agotado, hambriento y sobre todo sediento, sobre el tierno csped. Arranco unas briznas y se las meti en la boca. Daba igual lo que sucediera a continuacin. Les sacara el agua que tuvieran dentro. Arranc ms y ms hierba de raz y las estruj para extraerles un poco de lquido. Sus compaeros de viaje se quedaron observando sin decir nada. Al fin y al cabo no eran ms que desconocidos. Uno de ellos hizo ademn de detenerle, pero otro le dijo algo. l saba qu: que lo dejara, que estaba loco adems de condenado. Ya haba tragado unas gotas, el veneno tardara poco tiempo en actuar. S, las plantas nacidas despus de la mutacin eran todas venenosas. Lo saba. Todos lo llegaron a saber antes o despus. Pero tena sed. Tena sed y estaba cansado. Y el nico agua en kilmetros estaba entre esas fibra verdes y su raz. Eso era: una nica raz. Bebi unas gotas ms y sonri. Sinti que se le paraba el corazn. Esta vez para siempre.

El ejrcito vegetal segua, en apariencia, una nica consigna: avanzar. Las ententes de rboles avanzaban centmetro a centmetro sobre la pista de races que minaban el terreno, ya fuera de tierra, roca, u hormign. Las poblaciones tropicales fueron las primeras en ser atacadas. Los pequeos pueblos se vean rodeados de selva un da y al siguiente heliconias y bromelias rompan cristales invadiendo hogares. La noticia de la plaga se extendi deprisa, entre el asombro y la incredibilidad. Las primeras imgenes que se propagaron por los medios oficiales y extraoficiales fueron tachadas de montajes porque cmo poda ser cierto que las plantas se abalanzaran sobre pueblos enteros? Estaba claro que la naturaleza acaba reclamando su espacio, las antiguas ciudades abandonadas en Birmania, por ejemplo, necesitaron de siglos para que las plantas las hicieran suyas. Nadie poda pensar que fuera cierto que aquellas imgenes fueran de pueblos asaltados por vegetales, mucho menos que fueran las primeras vctimas de un ataque. An as la avalancha de personas que llegaban a las grandes ciudades sudamericanas, africanas y del sudeste asitico aseguraban, en cientos de lenguas, que era cierto, que no caba duda acerca del mismo increble hecho: el bosque se mova. Y lo haca. Las imgenes por satlite dieron fe. La humanidad supo a ciencia cierta qu suceda, pero an no era consciente de lo que estaba pasando. Pronto se registraron movimientos expansivos en todos los bosques del mundo. Lentos pero constantes. Amenazando ncleos de poblacin cada vez mayores, y no slo eso, tambin complejos alimenticios, industriales, energticos, militares... Haba que contraatacar. Pero cmo? El fuego era demasiado peligroso, y mandar un ejrcito de leadores no slo pareca ridculo sino que result ineficaz. En el mejor de los casos, las mquinas devoraban madera a buen ritmo. Pero no fue suficiente. Los filtros se saturaban con el polen y las esporas ahogando los motores, las enredaderas medraban entre los engranajes, los filos terminaban sucumbiendo ante capas de roca que surgan bajo las cortezas. Y ms rboles surgan de la profundidad de los bosque sin cesar.

Roca, arena y agua salada. Habran encontrado por fin un lugar donde no tener que huir ms? En los acantilados slo haba granito inerte y salitre. En las playas los refugiados se agrupaba al resguardo del viento frente al mar. Si haba un fin del mundo era ste. Si las plantas llegaban all no habra dnde escapar. En los distintos campamentos continuamente se hablaba de construir barcos y buscar alguna isla libre de vegetacin. Sonaba igual que hablar de buscar un buen cerdo y curar los jamones con sal marina. Esperanzador, pero intil: utpico. La mayora se afanaba en cualquier labor que le mantuviera la mente lejos de la terrible certeza que a ninguno se le escapaba: un da los rboles llegaran y sera su fin. Era cuestin de tiempo. Y con el tiempo sucedi. Llegaron a medio da. Un grupo de robles asomaron sus copas desde lo alto de los acantilado, mientras pinos y castaos se deslizaban ya por las dunas a buen ritmo, pero dejando que las pocas personas que anduvieran dispersas regresaran a las playas. Nadie grit. Nadie corri. En poco ms de diez minutos los rboles los tenan rodeados. Hubo quien os en lanzarse contra el tronco ms cercano hacha en mano. No sirvi de nada derribar tres, siete rboles, como no habra servido derribar siete millones. Cuando los ltimos luchadores se cansaron tiraron las armas y se reunieron con los dems. Al anochecer unos cipreses avanzaron un poco ms, dejando a los humanos sin ms opcin que adentrarse en un mar carmes.