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romi
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EL BANCO DEL ESCRITOR // 17 Relatos cortos

8 de Junio de 2013 a las 12:42

EL BANCO DEL ESCRITOR

Relatos breves frente a la Alhambra

                                                         9-5-2013 / 00-00-2013

 

            1- Llegaron con la furgoneta y se bajaron. Recorrieron el rellano frente al Generalife y frente a la Alhambra en lo alto y el primero de ellos dijo:

- Aquí, un agujero, en ese punto, otro y dos aquí y cuatro allí.

Con el martillo barrenero, el segundo, fue haciendo los agujeros. Y solo dos horas después ya estaban abiertos los veinticuatro más doce para los tres asientos. Echaron luego cemento en los agujeros, pusieron una cinta de plástico de un árbol a otro y se fueron.

 

               Tres días después volvieron con la misma furgoneta cargada con aparatos de hierro pintados en gris ceniza. Con el taladro y en el cemento ya seco y duro, hicieron agujeros, pusieron tacos de plástico, con tornillos sujetaron los aparatos y al caer la tarde, se fueron. Pasado tres días, jueves de primavera, se presentaron las autoridades y dijeron:

- Desde ahora mismo, quedan inaugurados los nuevos aparatos en este rellano, junto al Rey Chico y cerca del Avellano.

Y la prensa, al día siguiente dijo: “Los vecinos del Albaicín cuentan ya con una nueva área biosaludable, un espacio dotado de aparatos de gimnasia al aire libre, para la práctica de ejercicios físicos, en un entorno emblemático con vistas al río Darro y a la Alhambra. El conjunto modular está formado por aparatos, como escalerilla de dedos, bicicleta estática, banco con barras paralelas y barras de estiramientos, entre otros aparatos”.

 

               Ahora, solo una semana después y cuando el sol cae sobre las torres de la Alhambra, una niña rubia y con trenzas, está sentada en el banco de los pedales, mira para la Alhambra, le acaricia el rumor del agua del río Darro y dice a su madre:

- Es bonita Granada y me gustan estos aparatos de pedales. ¿Vamos a venir todos los días para hacer gimnasia?

En uno de los tres bancos de hierro y madera, el del centro y a la sombra de una acacia, un hombre mayor sentado escribe y se dice: “Vendré a este lugar cada tarde y escribiré un relato breve que hable del río Darro y de la Alhambra. A nadie le importará esto que hago pero yo, llenaré así mi tiempo mientras espero que, lo que sueño, llegue”.

                                                                                                                                                            9-5-2013

 

                   

            2- Al caer la tarde del viernes de primavera, lo vi sentado en el tercer banco de hierro y madera. Escribía su relato, a ratos miraba y a ratos, alzaba su cabeza para la Alhambra. Frente y por el comienzo de la Cuesta del Rey Chico, cantaba un mirlo y en el banco de los pedales que mira a las torres de la Alhambra, una joven de pelo con rastas y vestida de verde, jugaba a hacer gimnasia. Estaba descalza y a juzgar por su aspecto, era otra más de los muchos jóvenes que ahora viven por las cuevas del Sacromonte, por donde la Fuente del Avellano y laderas de San Miguel Alto.

 

               A sus espaldas, corría el río Darro, hoy con mucha corriente y aguas muy claras y un poco más a su derecha y también a sus espaldas, alguien tocaba una guitarra frente a los turistas que en la pequeña plaza descansaban, hacían fotos o miraban mapas. Más cerca de él, también a sus espaldas y por el lado de su derecha, junto a la corriente del río y recostados en la hierba o en la sombra de los álamos, grupos de jóvenes jugaban con sus perros tirando piedras o palos a las aguas y caminando descalzos río arriba o aguas abajo.

 

               Estaba el cielo nublado, no hacía mucho calor, la Alhambra parecía mirar desde lo alto de su colina y por un instante, todo se quedó en silencio. La joven de los pelos en rastas se marchó, el mirlo dejó de cantar, la guitarra enmudeció y los jóvenes dejaron de jugar con sus perros y el agua del río. Sentado en el banco de hierro y madera, seguía escribiendo y sentí deseos de acercarme y preguntarle. Pero al mirar, vi que a su derecha y sobre las tablas del banco, tenía una rosa roja tapada con un pañuelo de papel blanco.

                                                                                                                                                                    10-5-2013

 

            3- Hoy, el banco segundo, el que de los tres cae en el centro, está arrancado. Las cuatro patas que sujetaron en el cemento con el que rellenaron los hoyos, al tirar del banco, se han soltado y ha quedado sin sujeción. Los otros dos bancos, el de la derecha y el de la izquierda, siguen sujetos al cemento y se les ven firmes. Pero este del centro ¿qué le ha sucedido y por qué? Tres tardes solo ha durado y, aunque sea tan poco tiempo, verlo de esta manera ahora da pena. Es, de los tres, el mejor situado porque lo arropa la sombra de un almez, desde él sentado se ve parta de la Cuesta del Rey Chico y la Torre de Comares y se oye con mucha claridad el rumor de las aguas del río Darro.

 

               Pero esta tarde, él está sentado en está banco de en medio y escribe su relato. El sol cae con fuerza y a su izquierda, donde en la explanada siguen clavados los aparatos para la gimnasia, hay dos chicas sentadas en el muro antes del río. Miran su teléfono, abren un diccionario y leen y de una botella de plástico, beben agua. ¿Serán turistas que se han parado aquí para descansar? A su derecha y al final del muro, por donde ya cae la veredilla que lleva a las aguas del río, dos chicos, dos chicas con rastas en el pelo y con varios perros, charlan, fuman, tocan una guitarra y juegan con un cachorrillo negro. Por completo indiferentes y ajenos al hombre que escribe su relato mientras espera, mira al frente y a los lados. Para meditar algo y sigue escribiendo.

 

               Sobre el banco y a su derecha, hoy también tiene un pequeño pañuelo blanco y en él recogidas unas cuantas flores de azahar. Por eso, por el rellano y por todo el aire que desde el río sube, hay un suave perfume a jazmines de la Alhambra. ¿Para qué será estas pequeñas flores olorosas y que hoy también guarda en su pañuelo blanco? ¿Para qué y qué escribirá el relato que esta tarde hila?                                                                                                        

                                                                                                                                                                                                                11-5-2013

 

            4- A lo largo de toda la explanada, son cinco los grupos de aparatos que han puesto. Y el grupo tercero, tanto si se cuenta desde un lado u otro, tiene dos asientos con pedales estáticos. Miran, los asientos, hacia el río y quedan como a un metro y medio del muro. Aquí y frente al asiento segundo, a primera hora de la tarde, lo veo sentado. Mira para el banco de en medio, el de la sombra del almez y en él hay sentadas dos chicas. Una lee y la otra se recuesta en el respaldar del banco, como si pretendiera dormir frente al sol y frente a las torres de la Alhambra. En el banco de los pedales frente a la Torre de Comares, también una chica con palatalones cortos, lee. Cerca y sentado en el muro, un joven toca la guitarra y él, también sentado en el muro a la sombra de olmo, escribe y mira. Espera que las dos chicas del banco de en medio, se levanten y se vayan.

 

               Está nublado esta tarde, no hace mucho calor y, como es lunes, también son pocos los turistas que por aquí hay. El airecillo que corre es fresco y quizá por esto, porque el sol queda tapado por las nubes y el calor no es mucho, se ha venido al primer banco. El que pusieron justo al pasar el Puente del Aljibillo y se encuentra al comienzo de la explanada. Aquí también y solo parcialmente, un almez derrama su sombra. El río queda más cerca y también los dos caminos después del puente: el que lleva a la Fuente del Avellano y el que remonta por la Cuesta del Rey Chico.

 

               Pero se le ve nervioso. Escribe despacio, sin dejar de mirar para el banco de en medio como si deseara que las dos chicas se levanten y lo dejen libre. Como si ahora ya, de alguna manera, este banco le perteneciera o le fuera necesario para la redacción de sus relatos. Pienso incluso que en cualquier momento puede levantarse, acercarse a las jóvenes y decirle:

- Perdonad pero ¿podéis dejarme este banco solo para un rato?

Ni imagino lo que ellas le dirían porque se les ven muy agusto pero creo que se sorprenderían. Del bolsillo de su camisa de cuadros verdes, sobresalen dos capullos de rosas muy pequeñas y bellas, color rosa claro. Las mira, las acaricia con los dedos de la mano y, aunque sigue escribiendo, según la tarde avanza se le ve más y más nervioso.    

                                                                                                                                                                    13-5-2013

 

            5- Creí que hoy no iba a estar. Porque anoche llovió mucho, bajaron las temperaturas y esta tarde casi hace frío. Corre un poco de viento y en el cielo, río Darro arriba hacia el Parque Natural de Huétor, se ven densas nubes oscuras. Nubes de tormenta que avanzan lentamente hacia Granada y en cualquier momento pueden descargar por aquí, cosa que hará que las temperaturas bajen más y que el ambiente se torne casi de otoño adelantado, sin haber pasado por el verano.

               Es quizá por esto que al llegar yo esta tarde, me he encontrado todo el rellano solitario. Nadie hace gimnasia en los aparatos del de la explanada, nadie hay sentado ni en el muro del río ni en los bancos de los pedales ni en los de hierro y tablas. Ni siquiera un turista se ve por aquí ni muchachas con rastas en el pelo ni jóvenes con sortijas en la nariz y con perros. Y pienso que tanto vacío de gente puede deberse a que hoy es jueves, un día poco propicio para turistas. Sin embargo, también pienso que la ausencia de personas hoy en este rellano del Rey Chico, es más por lo que antes he dicho: que hace frío y viento, que llovió anoche y que los turistas pueden presentarse en cualquier momento. Y a los turistas que vienen por aquí, lo que más les gusta es el sol.

 

               Pero él y a esta hora de la tarde, si está sentado en el banco de en medio. Desde la distancia, Puente del Aljibillo, comienzo del camino del Avellano y Cuesta del Rey Chico, lo observo. También hoy con deseos de acercarme y preguntarle pero no me atrevo. Lo veo todo concentrado en sí y escribiendo su relato. A su derecha y sobre el banco, tiene un pequeño paragua sujetando una bolsa chica de redecillas menudas en plástico verde claro. Dentro de esta bolsita veo bastantes florecillas blancas, con estambres largos. Son olorosas flores de madreselva que regalan un delicado aroma muy parecido al del jazmín, en los jardines de la Alhambra y Generalife.   

                                                                                                                                                                                                                             16-5-2013

 

            6- En el aparato número cinco, el segundo según se llega a la explanada, lo he visto a primera hora de la tarde. Haciendo algo de gimnasia para robustecer partes muy concretas del cuerpo. Que son, según la información que hay en el pequeño panel: “Torsión del tronco. El ejercicio consiste en hacer girar la base en la que se apoyan los pies, sujetándose en las barras para mantener el cuerpo mirando al frente. Realizar cinco giros a la izquierda y otros cinco a la derecha”.

 

               Sin acercarme a él, desde el Puente del Aljibillo, lo he observado, mientras compruebo que esta tarde también está todo por aquí solitario. Después de cinco minutos, ha parado sus torsiones, ha caminado un poco hacia el banco de en medio, del bolsillo del jersey de lana gruesa que hoy tiene puesto porque hace frío, ha sacado un pañuelo de papel blanco. No trae en él ni rosas ni jazmines. Simplemente se ha agachado y se ha puesto a limpiar las tablas del banco. Porque hace un momento ha llovido y por eso, sobre las tablas se han quedado las gotas de lluvia que al mezclarse con el polvo que sobre las tablas hay, se ha formado algo de barro. Por eso el pañuelo enseguida se ha puesto negro y el banco ha quedado por completo limpio.

 

               Antes de sentarse, ha mirado para la Alhambra, luego para el Generalife, casi por completo al frente y para las partes altas del río Darro. Hay muchas nubes blancas y negras en el cielo, con pintas de tormenta y por eso hace bastante fresco y cae algún chaparrón de vez en cuando. Pero él, en cuanto se ha sentado en el banco, ha sacado de su bolsillo papel y bolígrafo y se ha puesto a escribir su relato. Hoy no tiene flores sobre el banco ni en el bolsillo de su camisa.

                                                                                                                                                                                                                           18-5-2013

 

            7- Yo debía haberle puesto ya un nombre al banco de en medio. Se me ocurrió el primer día que aquí lo colocaron y en este asiento lo vi escribiendo. Me dije: “Tengo que distinguir a este banco porque si a él viene cada tarde a escribir su relato, creo que es un hecho importante”. Y ya aquel primer día, comencé a buscar un bonito nombre para este banco. No se me ocurrió nada ni tampoco en los días que siguieron. Pero hace dos tardes, ocurrió algo que me ha servido para dar con un nombre original y creo que bello.

 

               El sábado pasado, llovía. Él llegó, con una gorra puesta y al sentarse en el banco, se la quitó. Durante un rato estuvo mirando y reflexionando en sus cosas y luego se puso a redactar su relato. Estuvo escribiendo sin parar casi una hora y cuando terminó, se levantó y se fue. Encima del banco dejó su gorra de tela gris doblada y yo la vi. Quise llamarlo para decírselo pero enseguida pensé que la dejaba a caso hecho. Que era algo que hacía para luego escribirlo y por eso no le dije nada. El domingo no vino a este lugar y hoy lunes, a media tarde, ha llegado. Según se acercaba lo vi mirando y por eso pensé que buscaba la gorra que aquí, hacía unos días, había dejado.

 

               La vio, en el suelo y a la derecha del banco, estaba. Y como en el banco había un hombre sentado y sobre sus piernas, su esposa recostada, al acercarse le dijo:

- Perdonad pero voy a coger esta gorra porque es mía.

- No hay problema.

Dijo la mujer que al instante se levantó y aclaró:

- Nosotros ya nos vamos, puede usted sentarse aquí si quiere.

Se lo agradeció, recogió su gorra, sacó papel y bolígrafo, se puso a escribir y entonces me vino a la mente el nombre que le voy a poner a este banco.

                                                                                                                                                                                                                            20-5-2013

 

            8- Cuando esta tarde he llegado, con un sol espléndido y una temperatura muy agradable, lo primero que he hecho ha sido mirar. No estaba sentado en el banco a pesar de encontrarse libre sino que, de pie, miraba. Por detrás del banco y apoyado en el muro, se asomaba al río y miraba muy interesado. Al verlo, me he preguntado: “¿Qué habrás hoy ahí que le interesa tanto?”

 

               Al final de la explanada y unos metros antes de lo que fueron los jardines del ahora olvidado, Carmen del Granadillo, he visto el caminillo que desciende muy inclinado y lleva hasta las misma aguas del río. Es por este caminillo por donde, ya por estas fechas y a lo largo de todo el verano o mientras los calores duren, bajan los jóvenes con sus perros y guitarras. Principalmente los jóvenes que viven en las cuevas del Sacromonte y laderas de San Miguel Alto. Ellos son los que vienen más por aquí para meterse en las aguas del río, mojarse un poco y luego sentarse en la orilla a mirar, charlar y dejar que pase el tiempo. Como si fuera lo único importante y valioso de sus vidas.

 

               Pero enseguida me ha dado cuenta que él, no miraba ni al caminillo ni al río. Sí tenía sus ojos clavados en una joven que, al final del caminillo y antes de las aguas, cortaba flores blancas y rojas, margaritas y amapolas. Y con estas flores, despacio y con mucho cuidado, iba formando un ramo y se le veía feliz. Como si realmente disfrutara mucho construyendo este ramo de flores silvestres, al parecer, solo para ella misma. Y pasado un rato, él ha dejado de mirarla, se ha sentado en el banco que ya considera casi de su propiedad y se ha puesto a escribir. De nuevo otra vez me he preguntado: “En el relato que esta tarde escriba ¿hablará de esta joven y de las flores que a orillas del río Darro está cortando?”

                                                                                                                                    22-5-2013

 

            9- Cuando esta tarde lo he visto sentado en su banco, me he preguntado: