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romi
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El manantial del huerto

29 de Agosto de 2013 a las 12:37

Bubok

EL MANANTIAL DEL HUERTO

 

               Cuando hablaba con los amigos, algunos le decían:

- Huir de los problemas, como lo haces tú, no es honesto en esta vida.

- ¿Por qué vosotros pensáis eso?

Les preguntaba él.

- Porque los problemas y las dificultades, son inherentes a la naturaleza humana. Hay que criticar a los que nos gobiernan para que se comporten y cambien las cosas. Hay que exigir que los vecinos y compañeros adecuen sus conductas a los modales correctos y hay que pedir que nada ni nadie nos quite nuestros derechos. Los problemas y dificultades, solo son el obstáculo que nos impiden llegar a la parcela de felicidad que cada uno merecemos. Por eso no hay que huir de ellos sino afrontarlos, superarlos y vencerlos.  

- Pero, y si yo consigo alcanzar el trozo de felicitad que nos corresponde, apartando de mí todos los problemas y dificultades ¿qué mal hago con eso?

- No te entendemos.

- Quiero decir que para llegar a la felicidad que cada uno soñamos, un camino concreto también es apartar de nosotros cualquier problema o dificultad que se nos presente. Al final, nadie nunca, consigue ni cambiar el mundo ni a las personas. Y muchos, ahora y en todos los tiempos, actúan, creyendo que sí van a conseguir un mundo nuevo y un humanidad mejor. Y como yo pienso que de lo que se trata es de ser algo feliz y vivir en paz y armonía, veo correcto conseguirlo del modo en que os digo: viviendo en paz conmigo mismo y con los demás, ignorar por completo cualquier problema, soñar y hacer siempre lo práctico e instalarse en la serenidad. Todo, al final, acaba en esto.

Y los amigos callaban porque no entendían sus argumentos.

              

               El manantial, nunca se había secado. Ni siquiera en los inviernos más lluviosos ni en los veranos más calurosos. Nadie sabía de dónde venían las aguas pero todos tenían claro que eran puras, finas, muy buenas para la salud y fértiles para las plantas de los huertos.

 

               Y el manantial, el borbotón de agua que brotaba por el venero, no era muy abundante. Escasamente daba para regar su pequeño trozo de tierra, su huerto y para que de esta agua se surtiera su familia y algunos vecinos próximos a las tierras que cultivaba. Brotaba justo en el tronco de un viejo fresno y, como estaba en la pequeña ladera que subía desde el valle, por su propio pie el agua corría en busca del cauce principia, el río Darro. Pero él, como usaba el agua de este manantial para regar su huerto, a solo unos metros del fresno, había construido una balsa. Algo así como una alberca pero escavada en forma de hoyo en el terreno para sujetar una pequeña cantidad de agua y tenerla disponible en los momentos del riego. La que sobraba, después de llenar la balsa y después de regar las tierras, la dejaba ir ladera abajo para que la aprovecharan otras personas.

 

               Su huerto estaba justo al lado de abajo del fresno del manantial. Por eso el agua, primero desde el venero a la balsa y luego desde la balsa, corría libre y por su propio pie y empapaba cómodamente todas las tierras. Donde el fresno clavaba sus raíces, el terreno ofrecía como una pequeña torrentera. Y justo donde el árbol en verano derramaba su sombra, había como un escalón en el terreno. Por eso a él le gustaba mucho este sitio. Lo miraba y miraba cada vez que por el lugar andaba y con frecuencia se decía: “Podría yo construirme aquí un cómodo asiento para sentarme en mis ratos libres, a la sombra de este fresno, junto a este manantial y frente a la Alhambra”.

 

               Se decía esto porque el lugar era ciertamente bonito. Solitario, muy fresco en verano por la especial sombra que regalaba el árbol y con el rumor del chorrillo de agua siempre presente y también por la presencia de muchos pajarillos. Al fondo, le quedaba el cauce del río y al frente, la umbría y las construcciones del Generalife, un poco a la derecha y sobre la colina, se alzaba la Alhambra, más al fondo se veía Granada y la Vega y al frente pero muy lejos, aparecían las altas cumbres de Sierra Nevada. Por eso, cuando rumiaba la idea de construirse un asiento en la sombra del árbol del manantial, también se decía: “Porque con este manantial de agua clara y buenas, las tierras de mi huerto, la sombra de este árbol y mi asiento frente a la Alhambra, ya tengo más que bastante en esta vida. Una felicidad pequeña, libre de todas esas preocupaciones que a tantos atormentan y nublan las horas y los días. A estas alturas de mi vida, ya tengo bien claro que cuantos menos problemas y preocupaciones por las cosas materiales, más estaré lleno por dentro y más auténtica será mi paz y dicha”.

 

               Y un invierno llovió mucho. Sin parar durante varios meses y luego se presentó la primavera. Salió el sol y los campos se llenaron de verde y mil flores bellas. Desde el fresno de su manantial, se veían las laderas de la Alhambra y Generalife, limpias y con un verdor que encandilaban solo contemplarlas. Por eso aquella mañana de luz muy brillante, con el viento por completo en calma y con el cielo todo azul intenso, se repitió de nuevo: “Ahora mismo me pongo y cavo en esta torrentera y bajo este fresno, el asiento que tantas veces ya me he dicho”. Cogió el azadón, la pala y la espuerta de esparto y, tras observar bien el terreno, eligió el lugar y se puso a tallar el asiento que tantas veces había imaginado. Bajo la sombra del fresno, muy cerca de donde brotaba el manantial y a lado de arriba de las tierras de su huerto.

 

               Cavó entusiasmado durante un buen rato, parándose de vez en cuando para recuperar energías y ver cómo le iba quedando la obra. Hasta que de pronto, se quedó parado. Al dar un golpe con el azadón en el terreno, por el lado del manantial, se vino abajo un trozo de torrentera. Y al deslizarse la tierra, apareció un pequeño agujero algo oscuro y que dejaba al descubierto como una gran cavidad en las entrañas del cerro. Y simultáneamente hasta sus oídos también llegó el rumor de mucha agua. Más que sorprendido se dijo: “Lo que menos había esperado y nunca imaginaría, me lo encuentro aquí. ¿Será esto un lago oculto en el corazón de esta colina y es desde aquí de donde rebosa el agua que brota por el manantial?” continuó dando algunos golpes más en el terreno hasta que el agujero se hizo suficientemente grande como para ver lo que había en la gran caverna. Y como el sol, en esos momentos del día, llegaba y caía con fuerza desde el lado de Sierra Nevada, la luz penetraba dentro y conseguía iluminar los primeros metros de la gruta que estaba descubriendo.

 

               Y cada vez más asombrado, fue observando que lo que antes sus ojos tenía era un gran lago de aguas muy claras y frescas. Y el rumor de agua que se oía dentro de la cavidad, se derramaba en una o varias cascadas que desde las aguas remansadas, caían como hacia el cauce del río pero a mucha profundidad en la montaña. Miró y miró y pensó una y otra vez, buscando descubrir y también intentando acertar con lo que debería hacer. De nuevo se dijo: “Sin duda que esto es un gran tesoro y algo nunca visto aquí en Granada. Pero si dejo este agujero abierto y se lo digo a las personas, quizá vengan por aquí muchos y hagan grandes obras para llevarse esta agua. Y hasta puede que los de la Alhambra, sean los primeros no solo en adueñarse de este gran lago sino también de mis tierras y toda esta ladera y las pequeñas propiedades que muchos tenemos por aquí. Y si esto sucediera, a mí no me gustaría nada porque aparecerán en mi vida los problemas y dificultades y mi pequeña parcela de paz y gozo, de aquí y de mi vida desaparecería. Así que lo mejor que puedo hacer es tapar ahora mismo este agujero, no decírselo a nadie y proceder como si nada hubiera sucedido”.

 

               Al instante se puso, buscó piedras, cal y algo de arena, levantó un pequeño muro sobre la torrentera y en unas horas, tapó el hueco por el que había visto el lago. Luego, al lado de abajo del muro, dio forma a un pequeño asiento y antes de ponerse el sol, todo lo tenía concluido. Se sintió satisfecho y a nadie dijo nada de su hallazgo. Ni aquella noche ni al día siguiente ni nunca. Disfrutó en paz y harmonía, durante bastante tiempo, del asiento que había construido frente a la Alhambra y por encima y cerca de sus tierrecillas. Recogió buenas cosechas de su huerto que compartió con su familia y vecinos y daba gracias al cielo por el sol y el aire que cada día le regalaba. Hasta que un día, bastante años después, el hombre dueño de estas tierrecillas, murió y su familia, vendió el terreno porque el manantial del fresno y el árbol mismo, se secaron. Y el tiempo siguió corriendo hasta el día de hoy.

 

               Nadie supo nunca, ni antes ni ahora, lo del lago subterráneo en las entrañas de la colina del Sacromonte. Pero sí es cierto que muchos han dicho, tiempos atrás y ahora, que la Alhambra, Granada entera y la gran Vega, se asientan sobre un magnífico lago subterráneo de aguas dulces y puras. Aguas que en parte son del lago que aquel hombre descubrió en su fresno y que desde ahí, en cascadas cristalinas por las entrañas del suelo, caen y corren como en un mundo fantástico y misterioso.            

 

               Y claro que yo también ahora y, en más de un momento, después de conocer esta historia, me he preguntado si aquel hombre hizo bien o mal no contando a nadie su hallazgo para evitar tener problemas o dificultades en su vida. ¿Fue sabio y actuó correctamente o estuvo por completo equivocado?