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En primer lugar, la Sagrada Escritura donde se encuentran los fundamentos, es decir, lo que Dios ha querido mostrar de sí mismo y su pedagogía con las almas, los ejemplos de algunas personas en la vivencia de las virtudes y de su relación con Dios. También se encuentra en la Escritura un buen compendio de oraciones y plegarias.

En segundo lugar, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia que son intérpretes de lo que la Revelación contiene.

En tercer lugar, los escritos de los santos especialmente de los místicos. A modo de enumeración no exhaustiva se podrían citar: San Agustín de Hipona, San Bernardo de Claraval, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura de Fidanza, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, Santa Teresa de Lisieux, etc.

Otras fuentes secundarias son las vidas de los santos y el estudio de los fenómenos religiosos de las demás religiones.

Aun cuando el objeto de la teología espiritual es la misma vida espiritual y la santidad, existen discrepancias entre los teólogos acerca de las partes del tratado o del orden de los contenidos.

Tanquerey separa su tratado en dos partes: los principios (que contiene elementos más especulativos) y las “tres vías” que muestran el camino de ascenso a la santidad desde un punto de vista más práctico. Por su parte, Garrigou-Lagrange en su libro Las tres edades de la vida interior propone cinco partes: las fuentes de la vida interior y su finalidad, la purificación del alma, los progresos del alma, la unión de las almas perfectas con Dios y las gracias extraordinarias. Royo Marín divide el estudio en cuatro partes: los principios fundamentales de la vida cristiana, el organismo sobrenatural y la perfección cristiana, el desarrollo normal de la vida cristiana y los fenómenos místicos extraordinarios.