Desde siempre las mujeres, insignes o anónimas, nobles o pobres, analfabetas o cultas, han hablado. Desde siempre hay quien ha oído, recogido, reseguido y continuado sus voces y hay quien las ha intentado silenciar u obliterar. Este sabotaje de la desrazón patriarcal llega a nuestros días; bueno es saber que a veces es esta ceguera y opacidad la que nos impide percibirlas (y, por tanto, verlas y oírlas) y no el hecho de que no existan o existieran. Porque haberlas, haylas, tanto ahora como en los pasados más remotos.
Como dice uno de los textos de estas Voces: Pero ¿por qué se han de silenciar tantas mujeres honestas y dadas a la ciencia Yo la peor de todas por no atreverme a defenderlas, cedo, pero sé que han existido y existen.
Desfilarán delante de nuestros ojos una pequeñísima muestra de ellas: Penélope, Hipatia, una juglaresa, Juana Inés de la Cruz, una revolucionaria cubana. Oigámoslas y, lo que todavía es mejor: escuchémoslas.
Eulàlia Lledó Cunill