Catalino Benítez González, más conocido como Pindy Benítez (escritor paraguayo), nació en Coronel Oviedo en 1962, en el seno de una familia humilde, es el cuarto de siete hermanos; pasó su infancia vendiendo periódicos en las ventanillas de los ómnibus en el Cruce de Coronel Oviedo. Se licenció en Pedagogía con énfasis en Lengua y Literatura Castellana y Guaraní por la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, filial Coronel Oviedo, se tituló de profesor de Psicología y Filosofía por el Instituto Nacional de Formación Docente. Realizó estudios de inglés en la New Bruswick University, Fredericton, Canadá; en el English Language Center, Nueva York, y en The City University of New York (Queens College).
Pindy Benítez, ejerció la cátedra de Literatura, Psicología e Inglés en colegios secundarios, fue profesor de Inglés en la Escuela de Enfermería de la Universidad Nacional de Asunción, filial Coronel Oviedo, y en la Universidad Tecnológica Intercontinental en sus filiales de Coronel Oviedo y Caaguazú respectivamente. En 2001 viajó a los Estados Unidos para documentar una novela, aún inédita, y ya no regresaría para retomar los cargos referidos. Actualmente está radicado en Oviedo, España.
La vocación de escribir ya se manifestó en él a muy temprana edad, hasta el punto de haber escrito unos relatos de aventuras variados sin aún acabar el tercero de primaria, pero lamentablemente todos los cuales habían de perderse entre mudanza y mudanza que era frecuente en la cultura familiar. En el ambiente en que se desenvolvía, tenía que conformarse con leer Selecciones y el periódico que tenía a mano, siendo que el acceso a los libros y a las bibliotecas eran casi nulo. El primer material con forma de libro que cayó en sus manos fue: Los supervivientes de los Andes, que lo encontró escarbando en un basurero.
El sueño de escribir profesionalmente tuvo que ser postergado hasta muy tarde, debido al duro trabajo con el que tuvo que lidiar para mantener, primero, a su familia paterna y luego la suya propia. Finalmente publica en España La prisión secreta (novela histórica), que narra las peripecias de dos familias españolas en pleno conflicto social, una catalana y otra asturiana. En ambas intenta retratar la personalidad divergente de la sociedad española del pasado siglo.
¡Ferrán Puig tenía que ser! se dijo como renegando de sí mismo por el estado en que volvía el hombre rubio y de talante imprecisable. Era un joven de cabello ligeramente encrespado de entre veinte, veinticinco años. Entró trastabillándose a través del estrecho y prolongado corredor haciendo lo imposible para evitar ser oído por alguien más de la familia. El calor húmedo provocado por la innecesaria fogata en la chimenea era traído por una ola de aire comprimido que peinó su fino rostro al abrirse de golpe la puerta. La estrechez del pasillo pareciera estar de su parte. A duras penas podía sostenerse en pie y se ladeaba de pared a pared. Tenía la frente ensangrentada y el cuerpo lleno de magulladuras. (Extraído de la página 1 de La prisión secreta)
No pasaría mucho tiempo para que cundiera la intransigencia y el reino de la insensatez se apoderara de muchos en toda España. Empezarían a tronar las armas. Todos los grupos antagónicos se preparaban enardecidos para tirar sus lazadas y cavar trincheras y levantar parapetos. Los libros y las libretas de apuntes eran tirados a un costado de las aulas. Las eras, las sementeras y las trillas en los fértiles campos eran reemplazadas por insolidarios fusiles e infames morteros, castigando el cultivo de involucrados e inocentes sin distinción ninguna, aún el de aquellos que todavía eran incapaces de guardar rencor ni malicia. (Extraído de la página 97)
Sin embargo, cuando cada vez más se recortaba la distancia entre Madrid y Zaragoza, el tren desgranaba más a prisa su camino como sacudiendo su propia inercia. Rechinaba penoso con el rozar de los fierros entre la vía corroída por el sol y las lluvias de todos los tiempos. A Ferrán le dominaba una vaga inquietud. Pronto el tren con unos pitidos agudos anunciaba su próxima parada en la estación de Zaragoza. Cuando se detuvieron por completo los vagones, pareció inquietarse un tanto el pasaje, y de pronto vio Ferrán una caterva de soldados con sendas ametralladoras en mano y fusiles a cuestas. Enseguida se posicionaron como si ya las tuvieran en ristre y esperaran sólo el momento oportuno para disparar. Nadie tenía idea de los que acontecía en el momento, pero en cualquier caso, esperaban cualquier desenlace con el trauma latente ya en la cabeza de cada uno debido a la inacabada guerra que no dejaba paz ni sosiego. Los soldados se repartieron en varios escuadrones y abordaron de manera aparatosa todos los vagones al mismo tiempo. «¡Buscamos unos comunistas, todos quietos y mantengan el rostro erguido!», espetó uno con una lista en mano, la cual cotejaba con la documentación de cada pasajero dentro del vagón. (Extraído de la página 105)