Utilizando un ardid, un fiscal es asaltado en una solitaria avenida al inicio de una noche de hallowen, y llevado a su residencia por unas personas con disfraces; quienes participan en este echo jamás imaginaron encontrar una fortuna de tal magnitud fuera de un banco, y llegan a la conclusión de que han robado a una organización de narcotráfico. Los ladrones, entre ellos una mujer; no son los típicos delincuentes a los que nos tiene acostumbrados la realidad y la prensa, que compara la posterior muerte de la mayoría de ellos, por el tipo racial y la indumentaria, a la de dos conocidos amigos de la noche limeña que asesinaron en una poco transitada carretera años atrás en Cieneguilla; y se sienten impotentes, tanto la policía como los periodistas, al no poder descubrir nada de sus vidas; pues han sabido cuidar su intimidad de tal manera, que parecen haber salido de las sombras.
Los asaltantes, emergidos de la clase media de familias en conflicto, y en pugna consigo mismo en algún momento uno de ellos por su sexualidad, poseen los conocimientos para cuestionar la sociedad y lo que hacen; en un país sin futuro para la presente generación y las que vienen. También se describe aquí una época cargada de violencia, cuando el terrorismo asolaba la nación; y de un hombre de armas, que luego de pasar varios años combatiendo bajo duras condiciones, se siente desencantado al ser postergado en sus ascensos. El relato esta construido de manera ágil para atrapar al lector desde las primeras páginas, tiene algunas imágenes influenciadas por el cine, y posee cierta dosis de humor negro