Poesía a bote pronto, sin horarios, sin segundas intenciones, agarrando un pensamiento al vuelo y estirándolo sobre la mesa de la cocina con el rodillo de amasar. Un día tras otro durante nueve meses, dejando que la criatura crezca sin cortapisas, muchas veces por encargo, otras como algo necesario, porque escribir para el que lo hace no es un trabajo, es una necesidad.
Del amor desgarrado al más íntimo, de la poesía infantil, la nana y la broma a la protesta nunca gratuíta, y del verso a la prosa que casi rima.
Pero sobretodo un ensayo, un ejercicio de estiramiento neuronal que puede no agradar, intentar hacerlo es castrar el pensamiento de lo que debe ser natural y espontáneo, musical y defectuoso, porque el defecto nos hace humanos.
También es un tributo a esa gente que lo reviste de verdad cuando en facebook le da a me gusta, al final te lo acabas por creer y la criatura tiene derecho a nacer, ver el sol y correr mundo, aunque se equivoque.