Vivo en Argentina trabajando con la cabeza habitada de pájaros. Desde niña he navegado dos mares el de las obligaciones cotidianas y el de la ficción que necesito para vivir con magia. Desde antes de nacer escuchaba a mi papá tocar el saxo con la creencia que el universo es musical, necesito vivir una vida armoniosa en el día a día. No tengo esa sapiencia de la oralidad que otros poseen, los cuentos que iba inventando mí papá antes de dormirnos, o los que contaban junto a mi mamá a la hora de la cena, jugábamos palabras y las inventábamos al ritmos de las risas.
Porque a mí las historias en la quijotera se me tornan abstractas o quizás me tome la vida demasiado en serio. Hace años que tengo una negocio relacionado al hogar que me permite vivir y cumplir con lo que sociedad me pide y cruzar de a ratos a la orilla imaginaria.
No me considero escritora ni tengo demasiado tiempo para la lectura que si tuve cuando fui niña y adolescente, si me es absolutamente necesaria la imaginación que se despliega en historias, en los libros y en el cine. Los más importantes escritores argentinos son cuentistas por lo que hay una tradición de excelencia en el cuento argentino.