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marcoletti

La Historia nunca podría haberse escrito si no estuviera nutrida de historias, unas de nombres ilustres que pasaron a la posteridad, y otras, las más, de gentes no tan notables, sencillas y anónimas, pero siempre humanas y preñadas de vicisitudes y penalidades, injusticias y abusos del poder.

Es el caso de Astudillo de Lupiñén, un joven que queda huérfano al ser asesinados sus padres y su único hermano a manos de un rufián que había servido al conde de Bolea y que es acogido en el monasterio de San Pedro el Viejo, de Huesca, bajo la tutela y protección de fray Ramiro, quien, andando el tiempo, llegará a ser Ramiro II, rey de Aragón.

Astudillo de Lupiñén es testigo de lo que acontece alrededor de la vida de fray Ramiro, primero, y de Ramiro II, después, y es el protagonista de la novela en primera persona y autor de lo que cuenta cuando los hechos le son referidos o los pone en manos de terceros.

La acción transcurre en Huesca entre la segunda mitad del siglo XI y la primera del XII y se centra en el cuarto hijo del rey aragonés Sancho Ramírez, nacido de su segundo matrimonio y de nombre Ramiro. Del primer matrimonio con Isabel de Urgell, nació el que sería su inmediato sucesor, Pedro I, y del segundo enlace, con Felicia de Roucy, vinieron al mundo tres infantes: Fernando, Alfonso y Ramiro.

Visto el lugar que ocupaba en el orden sucesorio, era bastante improbable que Ramiro pudiera acceder al trono, de ahí que su padre decidiera destinarlo a la Iglesia, deseo que se cumplió el 3 de mayo de 1093, con siete años recién cumplidos. Ramiro había nacido el 24 de abril de 1086

Pero los acontecimientos se desarrollaron de distinta manera a como había previsto el rey Sancho Ramírez, quien moriría a los 51 años de edad, el 6 de junio de 1094, tras ser herido en el sitio de Huesca a manos de los almorávides. Le sucede el primogénito, Pedro, que muere a los 37 años, y cuyos hijos también fallecieron prematuramente, por lo que la corona pasa a su hermano Alfonso, con el nombre de Alfonso I El Batallador.

El matrimonio de Alfonso con la castellana Urraca termina en divorcio y sin descendencia, y a la muerte del rey en 1134, después de la derrota sufrida en Fraga ante los agarenos, Ramiro hereda la corona, tiene 48 años y es monje.

Una grave crisis geopolítica provocada por el cuestionable testamento de Alfonso I, según el cual el reino debía pasar a las rdenes Militares del Hospital, Temple y Santo Sepulcro, obliga a la nobleza aragonesa a que el monje abandone el cenobio y se convierta en Ramiro II.

Pero un rey no sólo debe limitarse a sentarse en el trono y gobernar, sino, además, tiene la obligatoriedad de contraer matrimonio canónico, con arras, para poder transmitir el reino a un futuro hijo. Ramiro, a sus 49 años, tuvo que casarse y eligió a una mujer viuda de 32 años de probada fertilidad. Agnès de Poitiers fue la elegida y nueve meses después, el 11 de agosto de 1136, nacía una niña, Petronila, concebida de propio y quien, por razones de estado, era casada el 11 de agosto de 1137 con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, 25 años mayor que ella, sentando la base de la futura Corona de Aragón. La consumación del matrimonio tuvo lugar, por razones evidentes, en 1150, cuando la novia tuvo 14 años, la edad canónica exigida.

Ramiro II, consolidado el reino, se separa de su esposa, que se refugia en la abadía francesa de Fontevrault, en donde murió hacia 1159, y, tras dos años como monarca y seglar, cumplidas sus obligaciones, se retira de nuevo al monasterio de San Pedro el Viejo, en Huesca, donde moriría el 16 de agosto de 1157

Petronila, la hija del rey monje, a los pocos meses de nacer, fue separada de su madre y crecerá con esta carencia y, también, sin padre, pasando su infancia y niñez en la corte castellana, en las faldas de su cuñada Berenguela, quien no sólo debió recoger sus penas y llantos infantiles, sino enfrentarse a una serie de intrigas y manipulaciones urdidas por su esposo, el rey Alfonso VII, que deberían haber conducido a Petronila a casarse con Sancho, su hijo, tres años mayor y futuro rey de Castilla, o con Fernando, el segundo hijo y futuro rey de León y un año mayor que ella.

Petronila fue educada según las costumbres castellanas y, durante los 14 años de su obligada estancia bajo la tutela de Berenguela, sin conocer regazo del que recibiera ternura y amor, sus llantos de infancia, sus sueños de niña, sus ilusiones de jovencita, su esperanza de mujer, su alegría, sus penas, sus anhelos, sus desengaños, todo, absolutamente todo, se quedó en lágrimas silenciosas que ninguna mano maternal pudo enjugar, viéndose, a cambio, como un objeto de oscuros manejos para que la vieja aspiración de Alfonso VII de anexionarse Aragón pudiera cumplirse, pretensión truncada por la inteligencia que adornaba a Petronila, analfabeta, que supo afrontar con talento las intrigas y mantenerse firme para cumplir con la promesa hecha por su padre al conde de Barcelona.

Esta es la historia de aquella niña, engendrada por razón de estado por un padre monje que se ve obligado a abandonar el cenobio y contraer matrimonio, también por razón de estado, abandonada por su madre por razón de estado y nacida para reinar por razón de estado, la primera mujer reina de Aragón por derecho propio y no por casamiento, una de las mujeres más extraordinarias de nuestra Historia e inmerecidamente olvidada. Murió a los 37 años y alumbró, entre otros, a Alfonso II rey de Aragón y conde de Barcelona.