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Luis Arrillaga

En los últimos días de Octubre de 2013, unos vascos se presentaron en la Puerta del Sol madrileña para hacer efectiva una huelga de hambre, manifestándose con ella en contra de la situación de relativo desbarajuste en la economía, junto a la de corrupción en la vida política.
El hecho de mantenerla en público hizo que la autoridad gubernativa intentara evitar su conocimiento por la ciudadanía (al menos la que pasaba por dicho centro), obstaculizando su visión y apartando a curiosos de las inmediaciones (Q.Monzó, La Vanguardia 23.11.13).
Al cabo de pocos días, los protagonistas de la protesta se desentendieron de la misma, vista la inutilidad de un esfuerzo que no recababa ni el apoyo ni siquiera la difusión buscada, en una situación por demás tensa en cuanto a la periódica presencia de manifestaciones críticas de simples ciudadanos frente a las alteraciones de toda clase que el comportamiento extractivo de muchas de nuestras élites han decidido tener respecto de recursos públicos y privados.
Se podría decir, en consecuencia, que la visceral oposición a conductas anómalas e ilegales, circulaba por conductos de moderada predisposición mental respecto de enfoques reformadores o revolucionarios. Se trata antes que nada de una respuesta espontánea frente a colección de abusos sostenidos por quienes debieran dar ejemplo en sus trayectorias profesionales y políticas.
Y esos vascos se encontraron con una indiferencia consumada, bien a pesar de una posible simpatía proveniente del movimiento ciudadano que, al fin y al cabo, no incide con sus demandas en otros estrangulamientos de la vida civil.