Nací el 18 de mayo de 1947 en Isatra, Guipúzcoa, en una casa de indianos llamada Villa Cruz Alta, propiedad de un tío abuelo que hizo las Américas en Argentina.
Como era frecuente en aquella época, esta amplia villa albergaba varias familias de hermanos y tíos con sus respectivas descendencias.
Por fuertes desavenencias fraternales entre mi padre y su hermano, la rama familiar a la que yo pertenecía hacien
do el número cinco de hijos, contando por aquel entonces con tres años, fuimos expulsados junto con la abuela.
A los cuatro años comencé el colegio en San Sebastián, pero por ciertas des- avenencias con mi madre también fui devuelta a Isatra.
A los nueve años volví a San Sebastián para comenzar los estudios de bachiller. Otras desavenencias con las monjas del colegio La compañía de María suscitaron mi expulsión, por lo que terminé cursando quinto de bachiller como interna en el instituto Veritas, de las teresianas de Madrid.
Allí, nuevas desavenencias provocaron otra expulsión y mi peregrinar por colegios de Francia y España. A esto se le unió, en la edad adulta, la herida pro- funda de una separación, lo que sumió a esta autora sin resiliencia en una profunda depresión. Tales acontecimientos originaron en mí el traumático Síndrome de la expulsada, además de una sensación de «cuelgue». Así, mi andar por la vida se parecía más a un estar constantemente columpiándome, parecido a un continuum de meteduras de pata que, al final, resultó en un reversible e interesante trabajo de investigación error/prueba/error. Expulsiones, separaciones, depresión... ¡Qué buenas disculpas para comprender la historia de la expulsión del Paraíso, y que el desgarro y la pérdida insufrible son otra SEPARACIÓN: la de una misma!
¡Qué gran noticia el llegar a conocer que ESO jamás ocurrió!
Te invito a descubrirlo.