Petronila, la hija del rey monje

Astudillo de Lupiñén, un joven campesino de 15 años, es llevado por su padre al monasterio de San Pedro el Viejo, en Huesca, para pedir amparo para su hijo, después de que su familia fuese ultrajada, el granero y los animales saqueados y devastadas las tierras donde vivían. Una vez en el monasterio, será testigo de lo que acontece alrededor de la vida de fray Ramiro, primero, y de  Ramiro II, después, y lo narra en primera persona, advirtiendo cuando los hechos le son referidos.

Fray Ramiro, por razón de estado, se ve obligado por la nobleza aragonesa a abandonar el cenobio para sentarse en el trono de Aragón como rey, pero un rey, además de gobernar, debe engendrar un heredero.

Casa Ramiro con Agnès de Poitiers por razón de estado y del matrimonio nace Petronila, engendrada por razón de estado. La nobleza, una vez nacido el heredero para reinar por razón de estado, obliga a la madre a abandonar a su hija por razón de estado y llega a ser la primera mujer reina de Aragón por derecho propio y no por casamiento, una de las mujeres más extraordinarias de nuestra Historia e inmerecidamente olvidada.

      Hija de una madre franca y de un padre fraile, padres a los que apenas conoció y alejada de ellos      a los pocos meses; prometida en nupcias a la edad de un año; heredera del reino de Aragón y            educada en la rigidez de la corte castellana, lejos de su tierra y de los suyos; elegida por otros a         desposarse con el conde Ramón Berenguer IV y convertirse en reina de Aragón y condesa de        Barcelona, razón de estado de otra razón de estado; con una carga y responsabilidad sobre sus  hombros que otros decidieron por ella cuando era muy pequeñita y obligada, después, a respetar  esas decisiones; con un destino trazado por intereses ajenos; sin libertad para decidir; con una vida que vive y que no es la suya, porque se la han robado.