En todas las historias que siguen de una u otra manera ha intervenido mi abuelo Berto: bien porque me las ha contado, bien porque las escribió en solapas, páginas en blanco y contraportadas de libros, bien porque las he reconstruido a partir comentarios de mi abuelo, de reproches de mi abuela, o silencios de mi madre.
Mi abuelo era alto, muy alto, barbudo y siempre con bigote. A mí se me hacía altanero, orgulloso, pretencioso; cuando crecí descubrí que simplemente era alto. Tenía una biblioteca que de niño se me hacía enorme. Siempre le conocí leyendo, manoseando libros. Solía decir: El placer de hojear un libro, tocar sus hojas, acariciar sus solapas es el principio de la sabiduría. Yo al principio no le entendía y un día le pregunté ante su insistencia qué era eso de la sabiduría y me contestó: no te puedo dar una definición porque no creo en las esencias, pero lo importante es el trayecto y te diré que la sabiduría es el poso de la destilación del conocimiento y la experiencia. Seguí sin entenderle y recuerdo que me hice la pregunta que yo creía entonces original: ¿Cómo es que entiendo cada palabra y no la frase entera. Él hablaba tan convencido que resultaba convincente. Yo siempre le escuché con respeto y, con el tiempo, con admiración, aunque lo normal es que hubiera sido al revés. Recuerdo que solía añadir más o menos que en materia de artes sólo se puede crear cuando te despojas de lo aprendido como el gusano de su capucha y se convierte en cursi mariposa. A mí se me hacía que hablaba ampuloso, altisonante, críptico. No era tal: es que no sabía hablar de otra manera. Otro día le pregunté por el secreto de la felicidad -frase que había oído y que no era capaz de desprenderme de ella- y me sorprendió su enfado: Ya te he dicho que no creo en las esencias, maldito sea Aristóteles y toda su progenie escolástica. No sé lo que es, pero sé cómo se alcanza: convierte tus medios en fines. Debí poner tal cara de no entender nada que se sentó yo ya lo estaba- y me dijo ya más relajado y echando para atrás su corpachón: Procura tener gustos y deseos que te permitan llegar a viejo habiéndoles dado satisfacción.
Mi abuela Francisca, su mujer, tuvo 7 hijos. Era también sabia a su
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