ALGUNOS COLUMPIOS NO BEBEN CAFÉ

El balancín del parque oscila sobre su pivote central, arriba y abajo, suavemente, sin que sus extremidades lleguen a herir el suelo. Oscila pese a que ningún niño lo ronda. Los balancines, columpios, siempre oscilan. Como la vida, nunca permanecen quietos. A veces, cuando nadie les ve, se limitan a mecerse levemente. Aun así, las fuerzas que se comprometen en su precario equilibrio son de signo opuesto y litigan, entran en conflicto. El ser humano tiende a la homeostasis, a la fase en que satisfecha su necesidad inminente alcanza una momentánea satisfacción... Un estado imposible para Rufino, periodista botones sin calefacción, que esa tarde ha sido invitado a todos los cafés pendientes de los últimos años, ha conocido a Vaira, que, además de llevarle al extásis, le ha conducido a un cementerio en el que se perpetra el primer crimen y a un club nocturno donde una extraña monja investiga. Todo se complicará cuando se descubran los experimentos del Laboratorio pandémico que Rufino ve desde su periódico. Menos mal que el inspector Pedro, con su infalible método sacado de películas y comics, vela para devolver las cosas a su cauce. Aunque todo se le escapa cuando la criatura aparece y creacionistas y darvinistas se enzarzan en una lucha grotesca.